Rafael Argullol
Es verdad que el mundo
es injusto, tenebroso,
atolondradamente destinado a la muerte.
Pero cuando renace la esperanza
esa verdad nos parece
cosa de malditos agoreros.
Y, espléndida, surge otra verdad
luminosa, indiscutible,
a la que no estamos dispuestos a renunciar
por más que los que se llaman
a sí mismos sensatos
nos proclamen con enojosa insistencia
la lúgubre realidad que nos rodea.
¡Qué importan esas palabras necias
de los que se consideran juiciosos
frente a la maravillosa locura que nos aguarda!