Rafael Argullol
Fueron tiempos felices aquellos, sí.
Holgazaneábamos con ímpetu frenético;
combatíamos con dulce indolencia.
Los días eran suavemente iguales
y cada hora nos traía un regalo nuevo.
Éramos jóvenes que intuían la vejez,
éramos viejos a la conquista de la juventud.
La serpiente se mordía la cola
con la sagrada laxitud que sólo permiten los paraísos.