Jorge Volpi
Un camaleón. O un pulpo: un organismo capaz de mudar de color, o incluso de forma, con tal de acoplarse mejor al medio ambiente para sobrevivir y escapar de los peligros. Desde 1929, éste ha sido el ADN del PRI: un producto de la revolución que aspiró a terminar con ella; un hato de caudillos enemistados dispuestos a pactar para repartirse el poder -y sus beneficios económicos-; una empresa vendida como encarnación del alma nacional. Si el estilo personal de gobernar del jefe máximo en turno oscilaba hacia la derecha (Calles, Ávila Camacho, Díaz Ordaz, De la Madrid, Salinas), el partido se camuflaba hasta parecérsele como una gota de agua a otra. Si viraba hacia la izquierda (Cárdenas, Echeverría), los militantes torcían el cuello en el mismo ángulo de su líder. Mejor, claro, si se mantenía cierta ambigüedad (López Mateos, Ruiz Cortines, López Portillo, Zedillo, incluso Peña Nieto). Como Groucho Marx: tenemos principios muy sólidos pero, si a ustedes no les gustan, podemos cambiarlos.
Ayudaba, en cualquier caso, tener enfrente un partido más a la derecha, creado por resentidos de la Revolución, liberales, conservadores y católicos: el PAN. Y luego, con la Corriente Democrática y el PRD, otro más a la izquierda. El PRI quedaba entonces en posición inmejorable: una suerte de centro, sin posiciones demasiado obvias, dispuesto a ganar elecciones a cualquier costo y a servir eficazmente a su base clientelar. Quedaba por allí, sin embargo, un mínimo sustrato de sus orígenes revolucionarios: una huella o impronta nacionalista, laica y socialmente abierta que separaba al partido de la "derecha reaccionaria". En su último y más reciente viraje, el PRI ha decidido renunciar definitivamente a los últimos rastros de esta tradición. Aunque Peña Nieto y los suyos se jactan de haber adoptado a un "independiente", en realidad le han entregado el partido de Calles y de Cárdenas a la figura más a la derecha de cuantas han encabezado las plantilla electoral del partido en décadas.
José Antonio Meade se presenta como "simpatizante" del PRI, pero tendríamos que preguntarle (o preguntarnos) con qué simpatiza. Con una larga carrera como tecnócrata apartidista -en el más puro estilo ITAM- y autodefinido como conservador y católico, es difícil suponer que su simpatía sea hacia los orígenes ideológicos del Partido de la Revolución. Que haya trabajado con idéntico celo -y eficacia- para Calderón y Peña Nieto prueba que podría haber sido candidato de un partido u otro. En su primera entrevista con un medio internacional, hizo malabares con tal de no decir nada. Es decir: por no mostrar una sola posición ideológica que pudiese comprometerlo en ningún sentido. El grado cero del discurso.
Ello no lo hace, sin embargo, menos ideológico. Uno de los grandes triunfos del neoliberalismo -la derecha por antonomasia de nuestra época- consiste en convencernos de que los políticos son perniciosos o perversos y en cambio los técnicos, impolutos y serenos, son quienes pueden salvarnos de la catástrofe. Meade es su prototipo: alguien que no parece querer tomar posiciones fuertes sobre nada para mejor ocultar su simpatía hacia la derecha. Su silencio en El País es muy elocuente: encarna la continuidad del mismo modelo económico implantado en México desde los noventa y de la política de seguridad de Calderón y Peña, su exjefes. Ni una sola palabra sobre la legalización de las drogas -nuestro mayor desafío-, diversidad o inequidad.
Lo hemos visto al revés: no es el PRI el que ha hecho suyo a Meade, sino Meade quien se ha apoderado del PRI y lo ha convertido en nuestro gran partido de derechas. PAN y PRD, aliados de pronto, se vuelven de la noche a la mañana un frente de centro-derecha. Morena, cuyos militantes por lo general sí son de izquierda, en realidad es propiedad de un candidato profundamente conservador. Y los dos independientes que llegarán a la boleta, Margarita y El Bronco, pertenecen asimismo a la derecha católica. Tristes alternativas, todas conservadoras, para un México que se desangra. Difícil, como nunca, elegir el menor de los males.
@jvolpi