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Ficha técnica

Título: Porcelain. Mis memorias | Autor: Moby | Traducción: Jesús Gómez Gutiérrez | Editorial Sexto Piso | Fecha: nov-2016 | Formato: 15 x 23 cm. | Páginas: 472 | ISBN: 978-84-16677-18-4  | Precio:

Porcelain. Mis memorias

Max

SEXTO PISO

La emotiva y efervescente rememoración de una ciudad -la Nueva York anterior al 11-s-, una época -1989-1899- y del sonido y la revolución hedonista ligada al mismo que acabaron dominando el mundo: la cultura rave y el tecno, su paso del underground al mainstream, desde los sótanos y los clubes más sórdidos y anónimos hasta las grandes discotecas. Un viaje lleno de humor y ternura, pero también delirante y ominoso, ingenuo y criminal a partes iguales. Están todos los protagonistas (The Chemical Brothers, NIN, Fatboy Slim, Orbital, The Prodigy, etc.) y muchos invitados inesperados (David Bowie, Jeff Buckley, Iggy Pop, Sonic Youth, Viggo Mortensen, Madonna, James Brown…).

Hace unos años, estaba en una fiesta en Brooklyn y conté una historia sobre el Nueva York de 1989. Los viales de crack vacíos en los andenes del metro, las fiestas rave en sótanos desiertos y almacenes abandonados, las prostitutas que se abrían paso entre la sangre y las vísceras en el Meatpacking District, y los lofts en alquiler por 500 dólares al mes… Conté algunas historias más de cuando empecé a grabar discos, de cómo devolvía latas y botellas para conseguir dinero para comer, de la ruinosa fábrica en la que vivía sin aseo ni agua corriente, y de cómo pensaba que mi carrera como músico se había terminado justo antes de que saliera Play. Me sentía un poco como el abuelo Simpson, contando batallitas sobre los disfuncionales días de gloria de Nueva York antes de que iniciara su descenso hacia la incomprensible opulencia. Y después de haber contado unas pocas historias, alguien dijo: «Deberías escribir un libro». Y eso fue lo que hice.

Porcelain habla de mi vida entre 1989 y 1999, pero también de cómo Nueva York pasó de ser una ciudad sucia y rota a la ciudad bizarra y estratosféricamente cara en la que se ha convertido. Porcelain también trata de las escenas musicales underground house y hip hop de finales de los ochenta, y del surgimiento de los club kids y la escena rave. Empiezo el libro como un cristiano sobrio en un loft diminuto en una fábrica abandonada, y lo termino en un sitio muy diferente. He intentado ser lo más honesto posible. En Porcelain no soy un narrador cool ni un antihéroe desafecto, sólo soy un ser humano perdido y aterrorizado que intenta comprender el extraño mundo en que se encontraba. De nuevo, he intentado ser lo más honesto posible. Espero que os guste. Gracias.

Los medios han dicho

«Un nuevo libro de memorias cariñosamente escrito […]. Una tierna oda a todo lo desaparecido de la ciudad de Nueva York». Los Angeles Times

«Tanto un retrato del centro de Manhattan a finales de los 80 y los 90, como la historia vital de un artista iconoclasta. Estas ruidosas e inocentes memorias fascinarán a todos los fans de la música electrónica». People

«… una imagen perfecta y suspendida en el tiempo de la ciudad de Nueva York, desde la época de mandato de Dinkins hasta los primeros años de Giuliani». New York Observer«Cautivadora». Rolling Stone

PRÓLOGO
APARCAMIENTO, 1976

EL FUTURO

Todas las tiendas del centro comercial Dock de Stratford (Connecticut) cerraban de noche, con excepción de la lavandería Fresh-n-Kleen. Mi madre estaba en la lavandería, y llevaba unos vaqueros azules y una chaqueta marrón de invierno que había comprado por cinco dólares en el Ejército de Salvación.

Se encontraba junto a un mostrador de linóleo agrietado, bajo fluorescentes que parpadeaban, fumándose un cigarrillo y doblando la ropa. Parte de la ropa era nuestra y parte, de nuestros vecinos, que nos pagaban de vez en cuando para que se la laváramos y dobláramos. Aquella noche de marzo, los escaparates estaban a oscuras. En el aparcamiento sólo estaban nuestro Chevy Vega plateado y otro más. El frío era húmedo y pesado, y los montones de nieve apilados en las esquinas, que la lluvia empezaba a derretir, habían adquirido un tono gris.

Cada dos semanas, yo iba al centro comercial del puerto y hacía la colada con mi madre. Le echaba una mano o me sentaba en las sillas de fibra de vidrio a contemplar el acelerado y asimétrico giro de las gigantescas secadoras. Mi madre llevaba un año en paro, y su última relación se había roto cuando su novio intentó matarla a puñaladas. A veces la descubría llorando mientras doblaba la ropa de los vecinos. La doblaba furiosamente, con un cigarrillo en la boca mientras las lágrimas caían sobre las camisetas. Yo tenía diez años.

Tras ayudarla a ordenar la ropa, salía a pasear por los alrededores del aparcamiento vacío. Deambulaba por la zona trasera del centro comercial, dejaba atrás los muelles de carga y los herrumbrosos contenedores y bajaba hasta el puerto abandonado que daba nombre al centro. Estaba oscuro, negro.

En algún momento había tenido un propósito, pero ahora descansaba con estoica resignación en el oscuro río Housatonic. A veces, cuando había suerte, veía ratas enormes que entraban a toda prisa en los agujeros del barro o salían de ellos.

Aquella noche de marzo de 1976 era demasiado fría y lluviosa para salir a explorar; además, el ambiente de la lavandería estaba cargado del humo de los cigarrillos; y sentarse delante de las lavadoras, en las frías sillas de fibra de vidrio, a ver cómo mi madre fumaba, doblaba la ropa y lloraba, hacía que nuestra pobreza pareciera aún más sórdida. Así que me pasé la noche en el coche, encogido bajo mi chaqueta de tienda de segunda mano, jugando con la radio. La lluvia era una percusión constante en el techo del Vega, y yo me dediqué a girar el dial de un lado a otro en la banda de Amplitud Modulada.

Yo no tenía reparos en lo tocante a la música: si sonaba en la radio, me gustaba. Daba por sentado que la gente que ponía música en la radio sabía lo que estaba haciendo y que nunca, bajo ninguna circunstancia, pondría música que no fuera perfecta. Todas las semanas, ponía el American Top 40 de Casey Kasem y memorizaba sus canciones. No tenía preferencias. Todo me gustaba apasionadamente y por igual, desde los Eagles hasta abba, pasando por Bob Seger, Barry White y Paul McCartney y los Wings. Creía que cualquier cosa que sonara en la radio merecía mi más completa y absoluta admiración.

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Max

Max (Francesc Capdevila, Barcelona, 1956) se inicia en la historieta dentro del incipiente movimiento underground barcelonés mientras estudia en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge. En 1979 empieza a colaborar mensualmente en El Víbora, revista en la que desarrollará la mayor parte de su obra historietística y desde la que se convertirá en uno de los autores de cómic españoles más reconocidos internacionalmente, con premios como el Ignatz (EE.UU., 1999) o el Gran Premio del Saló Internacional del Còmic de Barcelona (2000). A mediados de la década de los 80 empieza a dedicarse activamente a la ilustración: carteles, portadas de libros y de discos, dibujos para prensa, revistas y cuentos infantiles. En 1997 obtiene el Premio Nacional de Ilustración del Ministerio de Cultura. Su permanente búsqueda estética, tanto en la historieta como en la ilustración, le ha llevado a la exploración de caminos estilísticos muy diversos, detrás los cuales, sin embargo, los lectores reconocen siempre un modo de hacer único e inconfundible.

Obras asociadas
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