Lluís Bassets
Mucho se ha rezado por la paz. Pero más se ha rezado por la guerra. Tiene todo el sentido que representantes de las tres religiones se hayan reunido a rezar en favor de la convivencia después de haber rezado separados durante siglos en favor de la destrucción mutua. Si hay alguien que ha querido invertir la tendencia es el papa Bergoglio hace justo una semana con su iniciativa de oración en unos jardines del Vaticano convertidos en espacio meramente humano y laico.
El Papa sabe mucho de símbolos. En su viaje a Palestina e Israel los utilizó con sentido político, pero también con sensibilidad hacia todos. Rezó en el Muro de las Lamentaciones en Jerusalén, pero quiso meditar también ante el muro de separación en Belén, en una simetría molesta para el Gobierno de Israel que compensó con la visita a la tumba de Theodor Herzl, el fundador del sionismo. Y luego convocó a la oración a tres en el Vaticano. Se reza porque ya se han agotado todos los otros recursos. Se apela a la fuerza del espíritu cuando tanto la fuerza bruta como la diplomacia han llegado a su límite. Solo nos queda rezar. Y eso es lo que ha hecho Bergoglio respecto al proceso de paz, liquidado formalmente el 29 de abril pasado, cuando venció el último plazo de las conservaciones patrocinadas por Washington en mitad de la mayor indiferencia internacional. De no ser por su iniciativa, nadie hablaría ahora de esa nueva y enésima oportunidad perdida, mientras sigue o quizás se incrementa la violencia.
Rezar no es una actividad reservada a los creyentes. Expresar fervientemente un sentimiento o un deseo solo tiene que ver con la fe si creemos en la eventualidad de que un ser superior atienda nuestras plegarias. Desear que llegue la paz en la región del planeta donde la paz no ha llegado nunca desde hace casi un siglo es lo menos que podemos hacer todos. Al menos, desear la paz tras siglos de desear la guerra.
Orar puede ser también un ejercicio político, pero no dirigido al Dios de los ejércitos para que pare, sino a Benjamín Netanyahu para que se comprometa en la paz. El primer ministro cree que el Gobierno de unidad palestina entre Hamás y Al Fatah impide cualquier negociación, pero no puede obstaculizar el rezo de tres ancianos cada vez más desposeídos de poderes terrenales: Bergoglio, 77 años, al frente de las divisiones acorazadas de la fe; Mahmud Abbas, 79, presidente de la Palestina dividida y sin Estado y con mandato caducado; Simón Peres, 90 años, presidente sin poderes ejecutivos y a pocas semanas de pasar el relevo a un nuevo presidente israelí que no rezará por la paz. En la debilidad está su fuerza. Sin esta fuerza no hay oración.
La fe queda en evidencia en tantas plegarias desatendidas y apela a la acción humana tras el silencio divino. Vale rezar para después actuar. ¿Alguien lo hará? O