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Yo, yo, yo

Por 20 de abril de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

¿Cómo saber cómo se comportará nuestro adversario en el futuro? ¿Cómo prever sus movimientos, sus estrategias, sus argucias? ¿Cómo defendernos de sus ataques o colaborar con sus llamados de concordia? ¿Cómo adivinar lo que se oculta detrás de sus facciones luminosas o siniestras, y en cualquier caso engañosas? Y, lo más importante, ¿cómo negociar con esos desconocidos que nos rodean y que esconden sus verdaderas intenciones? La respuesta es simple: todo lo que hacen es en busca de su provecho. Todo. ¿Cómo lo sé? Porque yo soy igual: nada me importa excepto mi propio beneficio. Mejor aceptémoslo de una vez. Asumamos que el egoísmo es el único motor del ser humano, y el único motor de la sociedad contemporánea.

            Esta reducción del ser humano a una sola explicación omnicomprensiva -a un totalitarismo como tantos del pasado- se instauró de manera permanente entre nosotros hace apenas unas décadas, cuando economistas como Friedrich Hayek o Milton Friedman la asumieron como punto de partida de sus teorías, y sobre todo cuando la ideología neoliberal la adoptó como piedra de toque de sus planteamientos. La caída del Muro y la extinción del bloque soviético -de la patraña comunista- encausó su edad de oro: desde entonces ningún economista y ningún líder cuestionan su validez. De pronto todos pasamos a ser tan sencillos como previsibles: dado que sólo nos importa nuestro yo, predecir nuestro comportamiento resulta tan fácil como introducir unos cuantos algoritmos en una computadora y esperar unos segundos para obtener el resultado.

            Pero, ¿cómo ocurrió este acto de prestidigitación que nos transformó en unos seres tan sosos, tan inocuos? En Ego. Las trampas del juego capitalista (Ariel, 2014), Frank Schirrmacher realiza una genealogía de esta peligrosa idea que ha terminado por contaminarnos sin remedio. El codirector del Frankfurter Allgemeine Zeitung sitúa su origen en la teoría de juegos desarrollada por John von Neumann y Oskar Morgenstern y luego ampliada por John Nash -el excéntrico matemático de Una mente brillante que aún deambula por el campus de Princeton-: a fin de encontrar una estrategia para entender la conducta ajena, hacía falta inventar un modelo de ser humano puramente racional cuyo única obsesión fuese el egoísmo. Pero de allí a asumir que los seres humanos somos idénticos a ese engendro -al que Schirrmacher denomina el "Número 2"- no sólo hay un abismo, sino un desplazamiento moral que acaso sea el causante de muchos de los grandes problemas de nuestro tiempo.  

            En Ego, Schirrmacher sigue el sorprendente itinerario de esta mutación, desde el momento en que los economistas neoliberales se valieron de la teoría de juegos para poner en marcha sus propias ideas -en particular su pasión por el homo oeconomicus, sus aproximaciones al rational choice y a los mercados eficientes de Eugene Fama- hasta el momento en que sus algoritmos computacionales se han extendido por doquier, de la mercadotecnia a la política y de la educación a la criminología, asumiendo que ese Número 2 ha pasado a ocupar nuestro sitio.

            Schirrmacher pinta una nueva criatura de Frankenstein, por supuesto. Un monstruo inventado por nosotros como una mera aproximación a la realidad -un modelo teórico como cualquier otro- que hoy controla infinitos ordenes de nuestra vida política, económica y social. De nuestra vida cotidiana. La concepción de que el yo es lo único que cuenta, trasladada al mundo financiero, ha sido una de las causas de la Gran Recesión de 2008, pero también de los anuncios dirigidos de Google o Amazon, que intentan adivinar nuestras elecciones a cada instante, o de que la política haya terminado reducida, gracias al poder de las encuestas, a un simulacro al servicio de los mercados. Los ciudadanos se vuelven clientes y el Estado una gran computadora que nos impone comportamientos predeterminados.

            Por alarmante que suene, quien escribe estas páginas no es un reportero amarillista, sino el codirector de uno de los diarios más influyentes del planeta -hasta donde los diarios aún pueden serlo. Su denuncia de un mundo regido por la "democracia de mercado" y por la "economía de la información" basadas en una reducción del ser humano a un puro ego previsible constituye una poderosa alerta sobre los peligros que se ciernen sobre nosotros mientras nos mantengamos ciegos a las diarias conquistas del Número 2. 

           

Twitter: @jvolpi

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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