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Yo vi a Nick Drake

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Esta colección de narraciones cortas y largas merecería llevar un subtítulo que manifestase su condición de páginas de sabiduría sobre las relaciones humanas. Porque de eso tratan, de las viejas, manidas, socorridas y sin embargo siempre ignotas y fascinantes relaciones humanas, pero con un matiz que estoy empezando a creer que es generacional porque ya he tenido una sensación parecida leyendo a gente —por otra parte tan dispar entre sí incluso por la edad— como Marina Perezagua, Jesús Carrasco, Miguel Ángel Hernández y ahora Eduardo Jordá, que probablemente sea el más veterano de los mencionados Y al hablar de un matiz común me refiero a una actitud previa al hecho de escribir que les permite a todos ellos encarar sus narraciones con la (falsa) convicción de que nunca nadie ha contado antes lo que ellos cuentan y que por lo tanto no tienen ningún tipo de compromiso o servidumbre con el pasado y gozan de la libertad y la inocencia de quien parte de cero. No sé hasta qué punto es un elogio, pero no parecen escritores españoles. Ni imitan ni tratan de no imitar, y tampoco van a favor o contra nadie en tanto que militantes o portadores de aquellas etiquetas que tanto gustaban antes, llámense “generación perdida”, “escritura social”, “prosa experimental”, “dirty” o cualquier otro de los inventos pensados para crear imagen de marca y vender.

                Por descontado que la inocencia previa y la falta de compromiso es falsa. Por referirme sólo a las presentes narraciones de Eduardo Jordá, no hace falta ser un experto para apreciar la cuidada elaboración y el enorme bagaje de experiencia que permiten a relatos como “Lugar de Espinas Grandes” o “Eurodisney” transmitir un aire de frescura y ligereza tan notable.

                Las cinco narraciones encabezadas por “Yo vi a Nick Drake” tienen como asunto las relaciones humanas, muchas veces centradas en el sempiterno desencuentro de la pareja, aunque también puede ser la pugna soterrada entre dos machos alfa (un director cinematográfico de éxito y un novelista con más prestigio que ventas) con la conquista de la hembra (la mujer del novelista) como tema de fondo en “Un día de verano”. Sin prisas y sin aspavientos, el perfil de los contrincantes de este relato se va haciendo progresivamente más nítido: el director de éxito padece una enfermedad terminal y, al tiempo de revisar el pasado tratando de dilucidar si mereció la pena, da la sensación de que se esté despidiendo del mundo y de los puntos de referencia más importantes, uno de los cuales podría ser el novelista. Éste le guarda cierto rencor porque el único guión que escribió para su amigo nunca se llevó a la pantalla, y aunque se le pagó tan generosamente que pudo comprarse su casa actual, el resquemor por no haber visto apreciada su obra no le ha abandonado pese a los muchos años transcurridos desde entonces. A todas estas, la hembra es una figura desvaída y lejana y no hace acto de presencia hasta más o menos la mitad del relato, aunque desde entonces irá cobrando protagonismo hasta convertirse en el eje vertebrador de la narración.

                Pero justamente por eso digo que la sencillez y la inocencia es falsa, pues al poco de empezar a leer cualquiera de los relatos caes en la cuenta de que no hay una sola coma que no esté ahí porque es indispensable, de la misma forma que están minuciosamente planificados el orden de aparición de los acontecimientos, la intensidad de los roces, las intenciones que abriga cada cual o las consecuencias de todo ello. Con el valor añadido de que aun tratándose de relaciones humanas no siempre se corresponden con las conclusiones previas que saca el lector basándose en su propia experiencia o en otras lecturas, y pongo por ejemplo el relato titulado “Eurodisney”. Un viaje regalo a Eurodisney pone de manifiesto una más de las muchas disensiones latentes que dificultan la relación de un matrimonio joven y por lo tanto repleto de propósitos y perspectivas no del todo mutuamente satisfechas. A él pasar un fin de semana en Eurodisney le da una pereza inmensa, en tanto que a ella no sólo le parece bien interrumpir la monotonía cotidiana sino que está dispuesta a presionar lo que haga falta para que el hijo de ambos vea satisfecha la visita a ese mundo de fantasía que tanta ilusión le hace. El lector es informado desde el primer momento que va a ser un viaje iniciático, pero una vez embarcado en el mismo descubrirá que no tiene mucho que ver con lo que había imaginado porque el iniciado no va a ser el niño. Ni mucho menos.

                Y lo mismo vale para los restantes relatos. El autor se ocupa de situar a sus personajes en ambientes que por sí mismos ya atraen la atención, ya sea una playa de surferos en la costa mexicana del Pacífico, una casa en la playa de Long Island, el  mencionado Eurodisney o un hotel de segunda categoría y fuera de temporada en la costa de Túnez, aunque luego la acción se trasladará a una cala de Ibiza en la que vivió y murió el asesino de Jaurés. Escenarios y pasiones para todos los gustos. Y una sensibilidad narrativa extraordinaria, como la relación de las últimas horas de un buen perro llamado Sonny Boy y que sin duda pasará a formar parte del imaginario canino de todo lector para el que los perros sean algo más que unos convecinos ruidosos y no del todo limpios en sus hábitos higiénicos.

 

Yo vi a Nick Drake

Eduardo Jordá

 

Editorial Rey Lear          

                  

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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