Félix de Azúa
Presento el libro de un amigo en un local onírico de la Plaza Real de Barcelona, donde los socios se reúnen para fumar en pipa. Recuerda vagamente a los antiguos fumaderos de opio, o aquellos locales sarracenos en los que sonaba el burbujeo del narguile. Este amigo escribe por placer, edita sus propios libros y se gana la vida con una empresa dedicada a la música clásica. Es un gozo hablar de un libro que sólo responde al deseo de su autor.
Somos una veintena de personas, todos del círculo del escritor. El suyo es un relato de amores perversos, a medio camino entre la novela galante del XVIII y el Buñuel de la etapa mejicana. En el coloquio, los asistentes abundan en las perversiones del autor y la poco conocida sexualidad de las personas gravemente tullidas. Nos falta J.G. Ballard.
En el círculo del escritor encuentro a alguien a quien no veía desde la adolescencia. Alto, corpulento, desabrochado. Como yo, parece una cama sin hacer. Mantiene, sin embargo, el viejo ímpetu autodeprecativo. Esta generación es incombustible. Cuando le pregunto a qué se dedica dice: “pesco”. Desconcertado, pero con ánimo de no parecer idiota, comento: “serán grandes”.
-Muy grandes –dice-. Acabo de regresar de Mozambique. Aún quedan pequeñas islas. Cinco o seis bungalows. Llegas en avioneta. Son avionetas-ricshow. Caen como mosquitos. El invierno pasado me quedé sin un riñón. A esas islas no han llegado las Compañías. Peces colosales, como submarinos. Hemingway era un fatuo. Habla de los peces como si fueran mujeres. Sólo quería dominarlos. ¿Islas en la corriente?. Sí. Le enseña a su hijo a dominar a las mujeres como si fueran peces espada. Las islas. Estás solo. No hay nada que hacer. Lees y pescas. Pescas y lees. No puedes hacer otra cosa. Un relámpago en el aire. Los coletazos de esa bestia metálica. Vuelves a leer. Así, un mes. Islas pequeñas. Cuatro o cinco bungalows. Lees. Luego pescas. Islas en la corriente. Sí. Así es.
Su mirada se pierde en el vaso de whisky, un discreto mar color ámbar en el que también creo que pesca enormes peces plateados.
Me gusta este hombre al borde del precipicio. La burguesía catalana aún mantiene algunos elementos dignos.