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‘Tempus fugit’

Por 29 de septiembre de 2021 Sin comentarios

Félix de Azúa

Los modernos solemos vernos a nosotros mismos como arrastrados por un río gigantesco, salvaje y poderoso al que llamamos “la Historia”

Los modernos solemos vernos a nosotros mismos como arrastrados por un río gigantesco, salvaje y poderoso al que llamamos “la Historia”. Imaginamos un potente flujo de tamaño cósmico en el que flotan o se ahogan unos diminutos muñecos que a veces llevan sombreros emplumados y otras visten sayas. Lo más asombroso es que en ese río cambia el aspecto de los náufragos con cada meandro. Durante mil años la gente apenas se movió de sus casas y campos. De pronto, en un meandro que solemos llamar “renacimiento”, pueblos enteros empezaron a agitarse. Los españoles se expandieron por América, los turcos por Europa y Asia, los franceses por África, los ingleses por el mundo entero. Fue como si les hubiera atacado una inquietud, un agobio que sólo podía curarse descubriendo culturas, religiones, continentes, disímiles de los nuestros.

Estos cambios de época, el paso del cristianismo al Renacimiento, por ejemplo, son asombrosos porque comparados unos con otros constatamos que cambian los sombreros, los zapatos, el baile y los gobiernos, pero seguimos siendo idénticos: unos despojos flotantes que hoy se rapan, se pinchan un aro en la nariz y se tatúan, pero no creen parecerse en nada a los papúes guineanos.

Cada época trae su propio atuendo, aunque a veces es tan pesado que tememos ahogarnos. Así sucedió en los siglos XV y XVI, cuando Italia se convirtió en el terreno de la guerra continental. Allí se mataron cientos de miles de soldados alemanes, franceses, españoles e italianos en constantes batallas, traiciones y carnicerías en cuyo centro se alzaba la figura repulsiva de un Sumo Pontífice armado hasta los dientes. Pero el río también arrastró una erupción artística incomparable. Buen resumen, con algún melindre políticamente correcto, el de Catherine Fletcher en La Belleza y el Terror (Taurus).

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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