Félix de Azúa
Y no se va para Barranquilla sino a la Porra. He sido un fanático del primer Nani Moretti (el de la genial Palombella rossa) y muy adicto al segundo (hasta la menos genial La stanza del figlio), pero su Caimán no tiene perdón de Dios.
Primer y magno error: proponer un final apocalíptico, con Berlusconi dando un golpe de estado envuelto en llamas para evitar ir a prisión (muy buena la música de esa escena, digna de Herrmann), cuando hace escasas semanas los electores lo han enviado a su casa sin el menor problema.
Segundo error, bastante considerable: que el propio Moretti interprete a Berlusconi al final de la película para soltar su típico discurso sobre la ineficacia de la izquierda, sobre la incompetencia de la magistratura, sobre el régimen cleptómano de los partidos italianos, sobre la imposibilidad de que un gobierno dure más de dos años, etcétera, mientras los espectadores van dando cabezazos y musitando: “¡Cuánta razón tiene Berlusconi…!”.
Tercer error, comprensible: el desorden argumental, el guión caótico, la acumulación de despropósitos seguramente debidos a los cortes impuestos por los abogados de la productora. De no ser así, sería imperdonable. El protagonista está arruinado, acabado, abandonado por su actor, por su mujer y por su productor en una de las últimas escenas. Sin embargo, en la siguiente continúa el rodaje con un actor nuevo, todo el equipo, los decorados y la utillería, como si tal cosa y sin mayores explicaciones.
En fin, último error, muy humano: a lo largo de la película los actores, productores, directores, todos aquellos a quienes se les propone el guión, dicen que es absurdo rodar una película para contar lo que todo el mundo sabe sobre Berlusconi. En efecto. No tiene ningún sentido rodar una película que cuenta una pequeña parte de lo que todos sabemos sobre Berlusconi. Moretti parece protegerse de la crítica adelantándose a ella. Pero lo que ha rodado es una película que cuenta una pequeña parte de lo que todos sabemos sobre Berlusconi.
En algún momento de Caimán el protagonista dice que no soporta el cine ideológico. Moretti había demostrado que con inteligencia, humor y una viva imaginación, era posible hacer un cine político no inmediatamente obvio o infantil.
Después de Caimán, parece que ya ni siquiera Moretti puede rodar cine político.