Félix de Azúa
Es cada vez más raro oír voces individualizadas y conscientes de su individuación. Abundan las inconscientes, la pura chifladura, pero suelen ser efímeras. Como los locos, aquellos que osan tener voz propia, viven aislados. Son unánimemente atacados por la voz colectiva, gregaria y niveladora, aunque siempre hay un pequeño grupo de seguidores que les da su aliento. Lo que atrae de esas voces aisladas (a veces recluidas en celdas de aislamiento) no es tanto el contenido concreto de lo que dicen como su misma afirmación individual. Al escuchar esas voces solitarias reconocemos, por contraste, la tremenda extensión homogénea de la voz colectiva, el desierto de lo convencional, de lo que paga. Comprendemos entonces que el monólogo es lo propio de la colectividad, no del solitario.
Uno de estos escritores-en-su-isla es Gabriel Albiac, tan odiado por muchos (peor que odiado: despreciado, burlado, befado), como admirado por otros. Acaba de editar un Diccionario de adioses en Seix Barral, a partir de sus artículos periodísticos. Se puede disentir de lo que expone, pero la argumentación siempre tiene pericia de esgrimidor. Y música. He aquí un buen intérprete.
Sviatoslav Richter tiene un disco dedicado a piezas de salón de Tchaikovsky, una música trivial, pero a la que el gran pianista dota de un dramatismo que parece ascender del infierno. Quedan ya muy pocos escritores que nos interesen por su música. Sobre todo si es fáustica. Albiac, especialista en Spinoza, es fáustico.
En el libro de Albiac hay dos secciones que no tienen desperdicio. La dedicada a los nacionalistas con el subtítulo de “Idénticos” y la dedicada a los antisemitas con el subtítulo de “Judeofobia”. Albiac es uno de los escasísimos publicistas españoles que no teme hablar claro contra el terror islámico sin excusas humanitarias y piadosas. Alguien a quien es difícil imaginar en una mesa para la “Alianza de civilizaciones”. Sólo por eso ya vale la pena.
La música de Albiac es, en ocasiones, la de la gran épica social ochocentista. Les copio un párrafo:
“Ser anticapitalista no es nada. Anticapitalista puede definir un proyecto de futuro: utópico o no. Anticapitalista puede definir un reaccionario proyecto de retorno al más oscuro feudalismo: el de los espadones Castro o Chávez, el de los teócratas Bin Laden, Arafat o Yasín.
Nostalgia de lo peor: socialismo feudal, “agua bendita con que el clérigo consagra el despecho aristocrático”. Hoy, Marx lo llamaría “socialismo coránico”. O bien, demencia: es más sencillo, y no menos preciso”.
Quien así escribe ha leído mucho Marx, mucho Bakunin, y, creo yo, a Heine. Pero también a Balzac. La percusión es de Bakunin, la cuerda de Marx, pero la sección de metales es de Balzac.
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Patinazo: No era el premio Nacional, sino el Cervantes. Ya decía yo…