Félix de Azúa
Como suele ser habitual, el comentario de José Luis Pardo al libro de Eagleton recién traducido en España, merece ser recortado y guardado. Apareció en Babelia el 7 de octubre con el título "El poder de la belleza". El ensayo de Eagleton, La estética como ideología, trata sobre un curioso fenómeno que Pardo comenta con agudeza: el irresistible ascenso de los estudios de Estética en las últimas dos décadas.
Cuando comencé a trabajar de profesor de Estética en la universidad española, hará unos veinte años, mi especialidad era la deshonra de los estudios académicos. Los colegas de metafísica, de ontología, de ética, de epistemología, de lógica, nos miraban compasivamente a los de estética, nos invitaban a café, nos pasaban el brazo por el hombro e intentaban averiguar cómo habíamos ido a dar en aquel pozo del vicio. Incluso trataban de ayudarnos a salir. Los del área nos sentíamos en parte como madres solteras y en parte como unos zorrones desorejados.
En la actualidad, y aunque creo que siguen pensando que somos la vergüenza de la academia, nos hemos comido todo el pastel. La estética, como dice Pardo, “se ha convertido en una “reina” (…) con respecto al resto de las materias filosóficas que antaño la tuvieron por esclava y auxiliar y que hoy yacen en el arroyo del desprestigio, el olvido o el arcaísmo cultivado únicamente por eruditos cada vez más desmundanizados, rancios y atávicos”. Toma castaña.
Es cierto. Y no lo constato desde la soberbia (me queda ya poco para abandonar definitivamente la universidad), sino desde un humorismo vago y amable. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, pero jamás habría imaginado que la disciplina socialmente más relevante y con mayor clientela en el siglo XXI fuera a ser la mía. Y no me complace demasiado, la verdad. Preferiría que las reinas siguieran siendo las de siempre. Ahora que las veo remendar sus antaño lujosos atavíos, pasear haciendo volatines con bolsos gastados y contonearse sobre zapatos sin suela por los pasillos de la universidad en busca de un poco de cariño, despiertan toda mi compasión y me hacen sentir culpable.
La causa de esta transformación había sido divisada por Walter Benjamín en los años treinta, cuando advirtió de la inevitable “estetización de la política”. Lo que iba a coincidir con una “politización de la estética”. El uso intensivo de técnicas propiamente estéticas que inauguraron los totalitarismos para manipular a las masas no ha cesado en absoluto sino que ha ido creciendo exponencialmente. En la actualidad la batalla política no enfrenta posiciones morales o éticas, de mayor o menor justicia y libertad, de representación oligárquica o proletaria, sino propuestas crudamente estéticas, pura imagen, puro simulacro, mercancía de tomo y lomo.
Como es lógico, la propaganda política construida con las técnicas de la publicidad, da mucha mayor importancia al impacto sensible que al razonamiento moral o a la descripción funcional. La equiparación del candidato con un paquete de detergente no es en absoluto una broma periodística. Ninguna campaña electoral puede ya razonar, no hay tiempo para ello ni dinero suficiente. Los candidatos a duras penas saben hablar. Los partidos se limitan a presentar un objeto atractivo para un segmento de clientela. Todo lo cual es archisabido, pero no por eso se detiene el proceso.
De ahí la fuerza de los nacionalismos como política máximamente esteticista. La mercancía “pueblo” tiene una enorme capacidad de seducción entre gentes que no quieren acceder a mercancías de mayor complejidad o que rechazan los utensilios intelectuales. El nacionalismo es la playstation más agresiva de la política y en diez años se ha adueñado del mercado. En Europa los partidos nacionalistas ya están diseñando los nuevos partidos de extrema derecha. Aquí tardarán un poco más en enterarse, pero llegarán.
La respuesta de Eagleton a tan inquietante panorama no me parece convincente. Creo que Eagleton es un pensador lastrado por un método, el marxista, que momifica todo lo que expone, incluso lo bueno. Llevado por sus principios propone una “repolitización de la estética”, lo cual es perfectamente inane. No hay en este momento una estética no politizada por las razones que él mismo ha expuesto, es decir, porque la política ya ES tan sólo estética.
Politizar la estética sería algo así como humedecer el mar.