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La soledad de los hoteles

Por 9 de octubre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El hotel donde me alojo en Madrid tiene enfrente un gigantesco afiche publicitario con una bellísima modelo que mira a mi balcón desde la profundidad de sus ojos azules. A veces salgo, y nos miramos un rato por encima de la Gran Vía. Creo que ella me hace ojitos. Pero no basta para hacerme sentir acompañado.

Este año he conocido unos 28 hoteles. El primero, el día en que me dieron el premio Alfaguara, fue este mismo. Acabé la noche en el cuarto con dos amigos y mi novia, encargando botellas de champán, comiéndonos los chocolates del armario y vaciando el minibar. Sólo por gastar dinero ajeno, dejamos encendido el canal porno durante tres horas, mientras bebíamos y celebrábamos. De todo eso, en el resto de los hoteles del año, lo único que me  quedó fue el minibar y el canal porno.

La mayoría de los hoteles son básicamente iguales, aunque presentan diferencias regionales. Los escandinavos, por ejemplo, suelen carecer de bañera, y a veces incluso de cortina de baño: la ducha es una parte más del cuarto, y debes procurar no mojar el water. Los latinoamericanos de países pequeños suelen tener vista a un centro comercial llamado mall, el mejor paisaje posible. El hotel madrileño tiene poemas de Juan Ramón Jiménez o Machado pintados en las paredes, y cuando bajas al bar, siempre te encuentras con alguna estrella como Enrique Bunbury o Leonor Watling. Es el tipo de hotel que te hace sentir importante y artista, además de solo.

Y es que los hoteles deben estar hechos para que cualquier público se sienta cómodo, sea un cantante de rock, un escritor, un político, un padre de familia o un ingeniero de caminos. Por lo general, las pinturas son acuarelas vagamente figurativas con paisajes difuminados en el lienzo, las alfombras están donde tus pies se posan al levantarte, y hay un sofá en el que nunca te sientas. No hay ninguna señal de un lugar habitado, alterado por la presencia de un ser humano con gustos individuales. Imagino que el decorador es siempre el mismo, y está muerto.

Siempre finjo no fumar. Me quedo en dormitorios de no fumadores, y termino por comprar cigarros que no pago y abrir la ventana para fumarlos. Eso es más difícil en Europa, donde suena la alarma contra incendios. Pero en América Latina, te dejan saltarte las normas. De hecho, en América Latina tus necesidades son más fáciles de resolver. Siempre hay alguien que tiene lo que necesitas. No hay hora en que se cierre el servicio al dormitorio. Todos harán lo que quieras y conseguirán lo que pidas, incluso un látigo sadomaso a las cuatro de la mañana. Y si estás de mal humor, puedes gritarles a los empleados.
Mientras tu cuenta esté al día, puedes portarte como un imbécil si eso quieres. En Europa, pagas por pasar la noche bajo un techo. En América Latina, pagas por ser quien tú quieras.

Pero eso no les sirve a todos. Según el caso, uno va desarrollando estrategias para sentirse bien. Yo, que ando en giras promocionales, he desarrollado un pasatiempo: después de hablar con decenas de personas a lo largo del día, me encierro con mi Ipod y una botella de lo que sea para cantar y beber en calzoncillos. Por alguna razón, la paso realmente bien así.

Alguna vez, sobre todo al principio, he buscado sexo. El sexo está bien. El problema es la resaca: al día siguiente, sientes un vacío brutal. Por lo general, además, nunca vuelves a ver a esa persona, y si la vuelves a ver te das cuenta de que no tenías mucho en común con ella, lo cual te hace sentir aún peor. Conforme pasan los días y cambias de habitaciones, cada vez te resulta más difícil conciliar el sueño, solo o acompañado.

Supongo que por eso hay canales porno en todos los hoteles.

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