Félix de Azúa
Al pobre Villepin se le está cayendo el cielo sobre la cabeza, según la famosa fórmula de Astérix. Harto de que nadie haga caso del Arte Contemporáneo Francés, el primer ministro de ese curioso país llamado Exágono, ha decidido montar una tremenda exposición a la española, o sea, de amor (subvencionado) a la patria, montada por los propios políticos en vistas a la foto, y con cientos de comisarios cuyos emolumentos garantizan la expresión pública de su alborozo ante la idea.
Con lo cual sólo ha conseguido, de momento, que los artistas franceses un poco honrados se cabreen (Boltanski, por ejemplo), decidan no participar (Fromanger), o pongan a Villepin como un trapo (Philippe Cognée en Liberation) por no haber sido invitados. Los otros, varios cientos de miles, en bloque, afirman que es una idea chovinista, grotesca, arcaica, pequeño burguesa, típica de la derecha, etc., pero no por eso renuncian a estar presentes en la juerga. Hay que colocar la mercancía.
En un segundo acto, Villepin logrará que el Arte Contemporáneo Francés sea vilipendiado en el mundo entero. Ya absolutamente nadie se toma en serio estas mangancias nacionalistas y los profesionales de Inglaterra, EE. UU., Italia o Alemania comienzan a afilar las uñas. Con razón. Yo diría que el panorama llamado artístico está por los suelos en todas partes, pero muy especialmente en Francia, en donde no aparece nada con agallas desde Yves Klein.
En un tercer momento alguien preguntará sobre los doscientos millones de euros presupuestados (más otros cien de patrocinio privado), cuando los barrios proletarios saltan por los aires y los jóvenes se han quedado sin el único contrato que se les ofrecía. Nadie contestará, claro.
Por fortuna, la exposición de Villepin es patriotera a la española, pero no xenófoba a la vasco-catalana. Quiero decir que también han invitado a los extranjeros residentes en Francia. Todo un detalle. Se abre en junio.