Félix de Azúa
En el artículo de Letras Libres que citaba el viernes pasado, decía Félix Romeo que decía Ricardo Piglia que “toda la literatura o es una investigación o un viaje”. La inversa también es cierta. Toda investigación, todo viaje, o es literatura o no es nada. Los aficionados a la ciencia que tanto abundan en este blog lo saben. Nada más literario que los textos de Richard Feynman, viajero de la física teórica a quien incluso yo puedo leer.
El viajero es el tipo que regresa con algo para contar, algo, naturalmente, ignorado, desconocido, divertido, sorprendente, intrigante o instructivo. Para lo cual es imprescindible el don de la curiosidad, pero además hay que saber narrar. Alguien incapaz de sorprenderse no puede ser un buen viajero, pero tampoco el que carece de órgano para la narración. Es el relato lo que hace el viaje. Para lo cual es más importante el regreso que la partida. Así lo dijo Joachim Du Bellay.
Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage
Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme cestuy-là qui conquit la toison,
Et puis est retourné, plein d’usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge!
Quand reverrai-je, hélas, de mon petit village
Fumer la cheminée, et en quelle saison
Reverrai-je le clos de ma pauvre maison,
Qui m’est une province, et beaucoup davantage?
Plus me plaît le séjour qu’ont bâti mes aïeux,
Que des palais Romains le front audacieux,
Plus que le marbre dur me plaît l’ardoise fine:
Plus mon Loir gaulois, que le Tibre latin,
Plus mon petit Liré, que le mont Palatin,
Et plus que l’air marin la doulceur angevine.
Seguro que algún secuaz de esta página colgará una excelente traducción de este canto tan contrario a la idea moderna de que no hay que regresar jamás, como escribieron Kavafis o Cernuda. Nada de eso. Es imprescindible regresar, como Ishmael, para contar lo sucedido.
En la televisión catalana suelo mirar un espacio donde la burguesía local presenta sus viajes a la Mongolia Exterior, Haití o el Chancro Verde, grabados en video familiar. Da gusto verlo. Sin duda les parecería más exótico un fin de semana en Sanlúcar con los niños. ¡Qué nonchalance en el Tibet! ¡Qué sensibles a las bellezas de Sudán! ¡Qué ojo para el tipismo del Tchad! Lo describen como si fuera una noche en la pasarela Gaudí.
Lo que más me fascina de los viajeros verdaderos es su curiosidad lingüística, tan presente en todos ellos. No hace falta ir muy lejos para descubrir aspectos desconocidos de uno mismo. Alexander von Humboldt, posiblemente el más grande viajero de todos los tiempos, descubrió ese principio que luego ha tenido cierta relevancia en lingüística, a saber, que el vocabulario se desarrolla por motivos laborales y por la actividad diaria, es decir, por el mundo que uno tiene conceptualmente a la mano, pero no por razones metafísicas que sólo conoce el “alma de la lengua nacional”.
El caso más conocido es el de los Inui que cuentan con cincuenta palabras para lo que nosotros sólo llamamos “blanco”. Aunque no es necesario irse al polo. En sus asombrosos Cuadros de la Naturaleza, cuenta Humboldt que a su paso por Castilla la Vieja le llamaron la atención “las expresiones numerosas que poseen (…) para expresar el aspecto de los macizos de montaña y esos rasgos fisonómicos que se encuentran en todas las zonas y revelan ya de lejos la naturaleza de su roca”.
Registró unas cuantas. Son estas: “Pico, picacho, mogote, cucurucho, espigón, loma tendida, mesa, panecillo, farallón, tablón, peña, peñón, peñasco, peñolería, roca partida, laja, cerro, sierra, serranía, cordillera, monte, montaña, cadena de montes, los altos, reventazón, etc.” De todas ellas, sólo “peñolería” falta en los diccionarios, aunque no “peñol”. Por supuesto hay muchas más, pero en esta nota al capítulo “La vida nocturna de los animales en los bosques primitivos” sólo transcribió las que le vinieron a la memoria en aquel momento.
Si alguien dotado de cierta curiosidad y ocio se interna por Castilla la Vieja y sigue la senda de Humboldt, todavía encontrará en los pueblos y aldeas bastantes de esas viejas palabras roqueñas, aunque no todas. Las que faltan se han ido de vacaciones a Tailandia.