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Jovellanos, una excepción

Por 17 de octubre de 2023 Sin comentarios

Detalle del retrato de Jovellanos pintado por Goya en 1978.

Félix de Azúa

 

Solo de vez en cuando aparece una figura como Gaspar Melchor de Jovellanos, intelectual y hombre de bien de los poquísimos que han brillado en España

No hemos tenido suerte, los españoles, con nuestros dirigentes. Cuando no eran unos pobres dementes como El Hechizado, han sido felones como Fernando VII, o incapaces como los sucesivos presidentes de las dos Repúblicas empeñados en destruir el país. Solo de vez en cuando y como por milagro aparecía un hombre excepcional, al que, casi siempre, aplastaban los canallas. Tal es el caso de Gaspar Melchor de Jovellanos, intelectual y hombre de bien de los poquísimos que han brillado en este país.

Levantó la liebre Andrés Trapiello al comentar los Diarios publicados por la notabilísima KRK de Oviedo y editados por María Teresa Caso. Y tenía toda la razón: esos volúmenes, regiamente anotados e ilustrados, muestran a un hombre bueno, culto, inteligente, trabajador y honrado. Como es lógico, poco duró. Me he centrado en el diario que llevó durante su exilio, primero en Valldemosa y luego ya preso en el castillo de Bellver. Es algo único en la literatura española.

Quien le condujo a prisión no fue el valido de Carlos IV, Godoy, uno de esos políticos lastrados por su egoísmo e incapaces de ver más allá del oro, es decir, del poder. Quiso Godoy usar a Jovellanos como pantalla liberal y afrancesada en sus trapicheos con Napoleón (quien, por cierto, siempre se burló del gañán), pero Jovellanos no podía soportar que Godoy se mostrara en público con su amante Pepita junto a su esposa, la condesa de Chinchón. Aquella desvergüenza le parecía que hundía el prestigio del Estado. Y se lo hizo saber. Sin embargo, fue el partido de la Inquisición, ya caído Godoy, el que lo mandaría arrestar en 1801. Lo condenó al destierro, primero en Valldemosa, y luego preso en el castillo de Bellver. Allí pasó seis años ocupado en su diario.

Los cuadernos son de gran interés. Jovellanos era incapaz de dejar reposar la cabeza y anotaba sin descanso cuanto veía, sabía, le contaban o leía. Las entradas (casi 700 páginas de gran formato) muestran a un hombre que no deja pasar por alto un solo detalle, a pesar de estar confinado entre cuatro muros. Cuando, a partir de 1804, le relajan las condiciones y puede dar algún paseo fuera del castillo, da minuciosa cuenta de las costumbres campesinas, los modos de hablar, el estado de los campos, la riqueza o pobreza de las fincas, la arquitectura balear, en fin, muestra una curiosidad infinita que ofrece una idea muy exacta de las islas a principios del XIX.

Impresionan particularmente las lecturas en esos años. Son colosales y de una variedad sorprendente. Lee o le leen (tuvo problemas serios de cataratas) la Gramática de Port-Royal, el Paraíso perdido de Milton, todas las obras que logró alcanzar de Ramon Llull, cientos de autores latinos desde Pomponio Mela a Cicerón, pero también decenas de tratados como el Episcopologio mallorquín o las memorias de Louis-Philippe de Ségur sobre Napoleón. En fin, era una arrolladora necesidad de saber que no se agotaba en sí misma, sino que perseguía la reforma del mundo, palmo a palmo. Ha dejado una enorme cantidad de tratados que aún son de recomendable lectura, porque la suya, es, además, la mejor prosa del siglo en España.

¿Pero quién lee a Jovellanos a día de hoy? Quizás algunos escolares y universitarios asturianos, pero contados con la mano. ¿Quién lee estas soberbias Obras completas de la editorial KRK? Quizás unos pocos estudiosos. El caso es que no debería haber institución o biblioteca seria que no tuviera en sus fondos las obras de este hombre ejemplar que acabó muriendo de mala manera por causa de una pulmonía en un pequeño puerto gallego, cuando trataba de salvarse de los invasores franceses, tras haberse salvado de los inquisidores españoles. Un admirable personaje ya casi romántico.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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