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La amenaza del deseo en la obra de Eva Fàbregas

Por 16 de octubre de 2023 Sin comentarios

Sònia Hernández

El deseo es una amenaza y la inocencia puede ser perversa. Estas duplicidades podrían resumir la práctica artística de Eva Fàbregas (Barcelona, 1988), en palabras de Bárbara Rodríguez Muñoz, directora de exposiciones y de la colección del Centro Botín. Con la intervención de la artista, el titánico edificio planeado por el prestigioso Renzo Piano ha estado habitado por una no menos apabullante escultura que se pretende viva porque respira. Como cuando el deseo desborda, en su crecimiento, la escultura de colores suaves y casi infantiles –que podría ser un intestino, un pecho, un gusano o un alienígena–, es capaz de atravesar las paredes de la sólida construcción hasta encontrar un lugar donde propagarse.

Para dotar a sus piezas de vida, Fàbregas trabaja desde aquello que Rodríguez Muñoz considera como “visceralidad” y que la propia artista sitúa en “nuestra piel, que nos dice cosas que no siempre estamos preparados para escuchar”. Durante su producción, es tan importante lo que siente todo su cuerpo como lo que pretende hacer sentir a quien la observe: “Mi proceso de aprendizaje viene de mis dedos, de mi piel, de un contacto directo con los materiales y mi entorno… Hemos sido educados en una cultura que socava nuestra capacidad de aprender de una manera intuitiva”.

Concibe la exposición como “una máquina deseante”, porque “me fascina el proceso por el que los deseos se traducen en formas. La tecnología siempre ha sido afectiva y nuestros afectos se entrelazan con las tecnologías que producimos. Las máquinas son una manera de dar formas sólidas concretas a las intensidades afectivas, emocionales y sexuales. Las producimos con nuestros cuerpos, y ellas producen nuestros cuerpos. No importa si estamos hablando de un consolador, un libro, una tarjeta de memoria o un Iphone”.

El aire es el otro elemento clave para traer la vida. Las mallas de colores rellenas de pelotas y globos hinchados provocan el inquietante contraste entre lo ligero que, apresado, latiendo y creciendo puede acabar engulléndolo todo. Cuenta la creadora que “la respiración y el aire siempre han estado muy presentes en mi práctica, incluso antes de trabajar como artista visual. Me formé como soprano desde la infancia hasta la adolescencia”. Si cantar fue una experiencia constructiva, en la expresión verbal se sentía “como un pez fuera del agua”, de la misma manera que para encontrar su propia voz y su deseo tuvo que poner lo aprendido en la facultad de Bellas Artes de Barcelona a dialogar “con una investigación más encarnada y visceral”. Para ello, salió de su burbuja y se marchó a vivir a Londres, ciudad que alterna con Barcelona. En la capital británica “empecé a hablar de una manera que no lo había hecho antes; hablábamos de texturas, superficies y materiales, así que este cambio me abrió otro mundo”. Allí ha expuesto recientemente en Whitechapel Gallery, también en la Biennale de Lyon, y ha sido Premio ARCO 2023.

Desde la ligereza de los globos de tela rellenos de aire, los Vessels, que abrían la exposición que el Centro Botín le dedicó hasta el 15 de octubre, hasta la montaña cambiante que es Oozing (rezumamiento) –producida especialmente para uno de los espacios más espectaculares del edificio de Piano, y en colaboración con el MACBA–, pasando por sus dibujos, Fàbregas demuestra cómo el crecimiento del ser se compone de movimiento y tiempo: una experiencia en la que nunca se está en soledad, y de ahí la perturbación que provoca. “Eva está trabajando para que no la posicionen como que está haciendo esculturas hinchables rosas. Le interesa la penetración en la arquitectura, jugar con ella, romperla, ver cómo su práctica puede intervenir en las paredes y en el suelo”, comenta Rodríguez Muñoz. Algo que la propia artista corrobora: “Creo que la exposición toma la forma de una infección o un crecimiento incontrolable que surge de las entrañas más profundas de la abadía de Santander, se cuela por los conductos del edificio y se desborda y se apodera de las salas de exposición”.

Este proceso que es una ocupación y una hibridación, la comisaria y ensayista Chus Martínez lo ha definido como “el sueño de que algún día los mundos inorgánico y orgánico se fusionarán”. Se refiere Martínez también a la voluntad de Fàbregas de comunicarse con los materiales de la Tierra, además de la ansiedad y la intimidad que la mueven. Lo hace en el iluminador catálogo co-editado por el Centro Botín y Mousse Publishing. Así mismo, escribe –de nuevo desde la piel y, por tanto, desprendiendo el lenguaje de tópicos de cualquier tiempo–, la autora inglesa Daisy Lafarge. De ésta, Fàbregas ha recuperado las descripciones de los apareamientos caníbales de dos mantis religiosas: los amantes que se devoran desbordados por el deseo. “Devouring Lovers” es el título de la exposición que desde principios de julio y hasta mediados de enero puede verse en el Hamburguer Bahnhof de Berlín: “Esta ambivalencia y tensión entre deseante y devorador, cautivador y amenazador, afectuoso y violento está muy presente en mi trabajo”, comenta.

Lo somático y las pasiones que mueven al ser humano también caracterizan las obras de otros artistas de la colección del Centro Botín que completan la exposición “Enredos”. Las esculturas y dibujos de Fàbregas comparten espacio con los trabajos –escogidos por ella misma y Bárbara Rodríguez Muñoz– de Leonor Antunes, Nora Aurrekoetxea, David Bestué, Cabello/Carceller, Asier Mendizabal y Sara Ramo. Todos ellos y ellas fueron en alguna ocasión merecedores de la Beca de Arte de la Fundación Botín. También se les suma, con varias fotografías, el mexicano Gabriel Orozco, que aunque no fue becario sí impartió talleres en la institución. Como explica la directora de la colección, el principal objetivo del ciclo “Enredos”, que han iniciado con Eva Fàbregas, es “hacer que crezca la colección de una manera más íntima, apoyando a los artistas e invitándolos a enredarse con nosotros, con el edificio, con la colección, con los visitantes”. En esta ocasión, la combinación de las diferentes miradas, voces y pieles que han reunido las dos comisarias ha conseguido, según Fàbregas: “un organismo vivo a gran escala que obedecería a su propia lógica libidinal”.

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Sònia Hernández

Sònia Hernández (Terrassa, Barcelona, 1976) es doctora en Filología Hispánica, periodista, escritora y gestora cultural. En poesía, ha publicado los poemarios La casa del mar (2006), Los nombres del tiempo (2010), La quietud de metal (2018) y Del tot inacabat (2018); en narrativa, los libros de relatos Los enfermos erróneos (2008), La propagación del silencio (2013) y Maneras de irse (2021) y las novelas La mujer de Rapallo (2010), Los Pissimboni (2015), El hombre que se creía Vicente Rojo (2017) y El lugar de la espera (2019).

En 2010 la revista Granta la incluyó en su selección de los mejores narradores jóvenes en español. Es miembro del GEXEL, Grupo de Estudios del Exilio Literario. Ha colaborado habitualmente en varias revistas y publicaciones, como Cultura|s, el suplemento literario de La Vanguardia, Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos o Letras Libres.

Foto: Edu Gisbert    

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