Félix de Azúa
Me parece muy bien que los de la Ópera hayan salido corriendo como ratas. Finalmente, a la estupidez de haber encargado un escenario mentecato le corresponde la vergüenza de levantarse la sotana y poner pies en polvorosa en cuanto entra el fiero turco con el alfanje desnudo. Los musulmanes están en contra de la decapitación, siempre que no la ejerzan ellos, y me parece muy sensato, yo haría lo mismo. No todo el mundo puede decapitar. Hace falta un cierto respeto hacia el reo.
Cortar cabezas es posiblemente el acto institucional más antiguo del mundo. Caín le partió el cráneo a Abel con la quijada de un burro, según cuentan, pero es porque aún no se había inventado la metalurgia. De haber existido tal cosa, le habría cortado la cabeza, eso es seguro. Cortar cabezas es una actividad noble, reconocida por Lewis Carroll en su muy exacta representación de la monarquía: “Off with their heads!”.
Durante siglos la decapitación ocupó una parte relevante del imaginario mundial. Su desaparición ha traído consigo humillaciones espantosas para los condenados como el garrote vil, la horca o la silla eléctrica, sin representación posible que no sea grotesca o moralizante. Y siendo así que el fusilamiento se ve restringido a los periodos de guerra, ya no hay modo de morir ajusticiado con un poco de dignidad.
San Dionisio es llamado “el cefalóforo” porque tomó con sus manos la cabeza que acababan de cortarle y la llevó consigo hasta el lugar donde debía ser enterrado. Al parecer, no dejó de hablar durante todo el camino palabras hermosísimas sobre la santísima trinidad, palabras con aroma de rosas. El lugar donde está enterrado es hoy la abadía de St Denis, uno de los lugares más bellos del mundo. Ya me dirás si algo así es posible con la silla eléctrica.
María Antonieta, quizás la reina más estúpida de cuantas parieron los Imperios Centrales, fue dignificada gracias a la guillotina, la cual no tenía ya la grandeza del verdugo con capucha de pico y segur, pero se las trae. Por lo menos ha servido para poner en su boca esas últimas palabras que confirman su profunda idiotez: “Por favor, cortad por encima del collar de perlas”. Totalmente falsas, claro, porque conservamos un dibujo de J.-L. David en el que se ve a la austriaca en completo desorden, muy flaca, sin ningún ornamento y con gorro de dormir. Así subió al cadalso, oyendo el redoble de los atabales destemplados y al noble pueblo de París jaleando como en el fútbol.
La decapitación, además, permitía metáforas inmensas, como las esplendorosas de Artemisia Gentilleschi, o las de Lope de Vega. Mira, vamos a reproducir una, que no es tan fácil de encontrar:
Cuelga sangriento de la cama al suelo
el hombro diestro del feroz tirano,
que opuesto al muro de Betulia en vano,
despidió contra sí rayos al cielo.
Revuelto con el ansia el rojo velo
del pabellón a la siniestra mano,
descubre el espectáculo inhumano
del tronco horrible convertido en hielo.
Vertido Baco, el fuerte arnés afea
los vasos y la mesa derribada,
duermen las guardas que tan mal emplea;
y sobre la muralla, coronada
del pueblo de Israel, la casta hebrea
con la cabeza resplandece armada.
Esta magnífica Judit que parece pintada por Rembrandt sería rechazada, prohibida, censurada y muy criticada por los columnistas si la pusiera en escena alguien que no fuera Rubianes. ¿Cómo se atreve Lope a insultar de ese modo al milenario pueblo iraní? Es cierto que Holofernes era persa, pero se advierte que Lope tira contra los analfabetos clérigos de la barba.
Y luego está ese espantoso insulto, ese agravio gratuito, fruto de su falocrática condición: ¿cómo osa hablar de “la casta hebrea”? Envidia de macho resentido y antisemita. ¡Pues buena era Judit de Betulia como para seguir casta a esas alturas…!