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LIBREROS DE VIEJO

Por 4 de octubre de 2006 Sin comentarios

Javier Rioyo

De lo idílico de mi visión de un hermoso pueblo castellano dedicado a los libros de viejo bajo a la realidad de los libreros de viejo en la feria que cada otoño les convoca en Madrid. Es una bajada desde el deseo a la realidad. Comento con algunos de mis más frecuentes amigos entre los libreros de viejo la posibilidad de tener un pueblo con deseo de ser una constante dedicación de su oficio. No les noto entusiasmados. Incluso bastante escépticos. Me comienzan a contar algunos de los problemas reales con los que se enfrentan.

Primero, el bajo crecimiento, o el retroceso en muchos casos, de la venta de los libros de viejo en los establecimientos tradicionales. La falta de espacio, de ayudas, de difusión y el intrusismo en la profesión. Siguen, al menos los libreros de Madrid, quejándose de la existencia de dos ferias anuales del libro de ocasión. Y además, con ese espíritu abierto del que hace gala la ciudad, ese espíritu tan de agradecer por los compradores, de abrir la feria a cualquier librero sea de dónde sea no favorece a los profesionales del sector madrileño. Dicen no ser correspondidos con las mismas invitaciones por otras ferias que se hacen en otras ciudades. Yo, que simplemente pretendía ser un paseante en feria, un curioso a la busca de alguna sorpresa, de alguna ganga que no estuviera reflejada en la red, me encontré con una suerte de reivindicaciones, de quejas y de negritud con el futuro de ese peculiar mercado que me hicieron rebajar mi proverbial optimismo.

Suelo situar mis deseos por encima de la realidad así que me dio por seguir pensando que la idea, el proyecto de Albalate y sus librerías de viejo, eran una salida más imaginativa y apetecible que esa de algunos pueblos al vestirse de medievales, montar un mercado lleno de fritos grasientos, de vino peleón, de trajes de disfraces, juegos absurdos y música de instrumentos de viento poco evolucionados. Digan lo que digan sigo pensando que Albalate podría ser una suerte de Hay-on-Wye a la manchega, tendrá menos glamour pero tendrá sentido.

Ciertamente el mundo del libro de viejo cambió con la entrada en la red de los grandes libreros del sector. Es sin duda uno de los cambios más notables en un negocio que era personal, pequeño, lleno de polvo y con la trastienda cargada de posibles sorpresas. Quizá sea una mirada un tanto romántica pero de vez en cuando así podía ser el rastreo en esos cubículos, tenderetes o librerías con sabor que dan asilo al mundo de los libros de viejo.

Llegó Internet, llegaron los buscadores por la red, llegó la librería de viejo universal y todo fue más abierto, más fácil, más uniformado y menos imprevisible. Subieron los precios. Todos, casi todos, los libreros de viejo saben lo que piden los grandes mantenedores de este negocio por una primera edición de un poeta del 27 o por el descatalogado libro de Vargas Llosa sobre García Márquez. Ahora todo es más fácil y también más difícil. Ahora los libros de viejo, las librerías de viejo, están en la red y el mundo entero, el pequeño gran mundo de ese universo de buscadores de libros perdidos, raros, hermosos o descatalogados, tiene una información que les hace tener un argumento frente a los que pretenden cazar una rareza a precios de saldo. Apenas hay sorpresas y prácticamente no existe el librero que no tiene esa información para subir, ajustar o presionar a su comprador con el precio universal que marcan los dominadores de la red de los libros de viejo.

Después de todo esto, ¿por qué, para qué una experiencia en marcha como la del pueblo conquense de los libros?… Pues quizá, como me señaló uno de los más veteranos y amantes de su oficio, uno de los resistentes históricos de la Cuesta de Moyano, porque ofrezcan además de la posibilidad de buscar viejos libros, la posibilidad de tomar un buen cabrito, una agradable habitación con vistas o un paraje que merezca la pena la escapada de nuestros hábitos de fin de semana. Quizá tenga razón, quizá tengan que ofrecer los del pueblo de Albalate algo más que libros de viejo. Pero si consiguen ofrecer una buena muestra de libros perdidos y además unos vasos de buenos vinos, un paisaje y una fonda con buena comida y dormida… si me pierdo, que busquen en ese pueblo de la Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme.

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Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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