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Luchando con los ángeles

Por 5 de octubre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Leí que se estrenó en New York Wrestling with Angels, el documental de Freida Lee Mock sobre Tony Kushner. Ojalá llegue aquí pronto, aunque más no sea en DVD. Tengo por Kushner la más furibunda admiración desde que vi Angels in America en el Walter Kerr Theatre. Aquí en la Argentina usamos mucho una frase que sirve para describir el efecto que Angels tuvo sobre mí: me voló la cabeza. Angels (que en ese momento se limitaba a su primera parte, Millennium Approaches) era algo que yo había deseado desde siempre, convertido en realidad delante de mis ojos: una obra artística ambiciosa hasta la locura en lo formal pero también en lo temático, enamorada del lenguaje y del logos, que demostraba que era posible dramatizar lo que nos ocurre hoy, lo que nos desvela, y a la vez aspirar a la grandeza.

Por aquel entonces –hablo de mitad de los 90- me desvelaba la renuncia de gran parte de mis compatriotas a asumir la posibilidad histórica de una grandeza semejante: acabábamos de salir de una dictadura que nos produjo heridas tan profundas como traumáticas, de esas que marcan para siempre (cualquiera que crea ingenuamente en nuestra capacidad de cicatrización, no tiene más que acudir a los diarios de estos días: el albañil Jorge López sigue sin aparecer, las amenazas por carta y por mail inundan juzgados y organizaciones de derechos humanos y el candidato de la derecha, Mauricio Macri, habla sobre la necesidad de una reconciliación fundada en la impunidad de los asesinos), pero buena parte de los artistas se negaban a hacerse cargo de la devastación. Los cineastas reunieron el coraje, hubo muchas películas malas pero también de las otras, las que sobreviven: Tiempo de revancha, La historia oficial, Un muro de silencio, Garage Olimpo. Pero en lo que hace a la novelística, la post-dictadura constituye un agujero negro: cualquiera que revea los últimos años del siglo XX colegirá, equivocadamente, que la narrativa argentina no registra trauma colectivo alguno, o en todo caso más grave que la muerte de figuras como Borges, Cortázar y Soriano. Intuyo que más allá de experiencias como la seminal de los ciclos de Teatro Abierto, en la escena ocurrió algo parecido: mucha experimentación, la mansa asunción de que después de Beckett no se puede aspirar a un teatro del sentido y mucho menos a un teatro popular, y pocos intentos de usar el escenario para tratar de dilucidar qué nos ocurrió, y a qué clase de locura recurrimos para sobrevivir en ese infierno. (Exagero para fijar imágenes, como dice un amigo: las generalizaciones siempre son injustas, pero creo que en este caso las excepciones como Eduardo Tato Pavlosky no hacen más que subrayar la regla.)

En ese contexto Kushner apareció para demostrarme que lo que yo ansiaba era posible. Angels in America se hacía cargo de su lugar y de su tiempo: hablaba de la era Reagan, del sida y del milenio, de los problemas raciales y de la muerte o desaparición de Dios, de la posibilidad del amor y del poder del lenguaje. Se animaba a convertir a personas reales como Roy Cohn en personajes shakespirianos, algo que casi nadie logró hacer desde, um… ¿Shakespeare? Y asumía la tentación del gran gesto, pero sin dejar nunca de lado el sentido del humor. (El final de Millennium Approaches, cuando el Ángel irrumpe en escena con todo su esplendor –imaginen esas alas kilométricas, esa luz enceguecedora- y a Prior no se le ocurre otra cosa que decir: “Very Steven Spielberg”, me arrancó una carcajada que todavía duele en mi costado).

La epifanía que Kushner indujo entonces funciona todavía. En aquel momento cometí el error de tomármela literalmente, escribiendo una obra teatral llamada Antarctica que duraba tanto como las dos partes de Angels juntas, y que hoy no me animo a releer. Pero la inspiración siguió viva y me impulsó además a seguir a Kushner en cada paso que daba. Leí Slavs!, destinada a sufrir el síndrome esto-no-es-Angels. Sufrí la imposibilidad de no ver Homebody/Kabul y el musical Caroline, or Change. Vi Munich adivinando los toques Kushner sobre el guión de Eric Roth. (La reunión Spielberg-Kushner estaba cantada desde el principio.) Y cada vez que descubro una noticia que lo menciona, aunque más no sea la del estreno del documental, hago un alto para leerla.

Tony Kushner es un gran artista, que no teme poner el cuerpo ni alzar la voz para decir lo que piensa. Sigo pensando que necesitamos muchos más como él, porque la visión de cualquier noticiero me confirma que el mundo sigue en llamas y que por ende los artistas timoratos son un lujo que no podemos, que no debemos darnos.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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