Félix de Azúa
En otoño de 1968, el diario ABC publicó un artículo de Jorge Luis Borges. Pocos meses antes, el caballero de las letras argentinas había escrito en una revista de Buenos Aires lo que realmente pensaba sobre la cultura española. En aquel artículo, Jorge Luis Borges había dicho toda la verdad y nada más que la verdad. Era un artículo realmente muy bueno que debería reimprimirse.
Como es obvio, la gente del ABC desconocía el artículo y por lo tanto no podía sentirse ofendida, de modo que acogieron a Borges en sus páginas sin sombra de duda. Quienes sí habían leído el artículo argentino era la gente del diario Pueblo, órgano de los sindicatos franquistas y lugar del que saldrían muchos jefes de la prensa española actual. El diario Pueblo se rasgó las vestiduras y afeó al ABC que publicara a un enemigo de España.
“Es inadmisible que Borges pretenda inhabilitar a toda una generación española que ha dado su testimonio meritísimo en todos los géneros literarios”, bramaba el león sindical con su prosa campanuda. “No es honesto sugerir con una pirueta retórica que pensadores, filólogos y ensayistas como Zubiri, Laín Entralgo, Julián Marías, Tovar, Fueyo Álvarez y Tierno Galván, no tengan otros horizontes intelectuales que «festejar el coche de Ortega»”, se quejaba amargamente el sindicalista vertical. ¡Fueyo Álvarez! ¡Cráneo privilegiado!
“No se puede asistir a la indignidad de que un escritor de lengua española declare que piensa en inglés y que su propio idioma le oprime para la expresión literaria”. ¡Ah, la lengua! ¡A un español no se le puede tocar la lengua! ¡Sobre todo si es catalán o vasco!
Lo mejor era esto: “Sólo con indignación se puede escuchar que Madrid es «una ciudad sin otra elaboración intelectual que las greguerías»”. Expresión, creo yo, bastante acertada, pero que provocaba la santa indignación de los falangistas reciclados, de los agraviados, de los quejicas, de las plañideras identitarias y culturales, de los pigmeos mentales del franquismo y que sigue provocando la ira de sus herederos actuales.
Este idioma de hidalgo resentido que ahora predomina en las provincias independentistas, no es otra cosa que el eterno “¡viva mi dueño!” de este país de todos los demonios.