Félix de Azúa
Mi amigo Javier R., que estuvo haciendo prácticas en el célebre Hospital Cochin de París, me cuenta una de las más bellas historias del verano. Como médico de plantilla, tuvo acceso a dos de los historiales ultrasecretos de la política francesa, el del general De Gaulle y el de Mitterrand, nunca publicados. Si se juntan los dos, dan una novela a lo McEwan.
Cuando Mitterrand cumplió los sesenta y cuatro años, el doctor Adolf Steg, jefe de la sección de urología del Cochin, le diagnosticó un cáncer de próstata. Se podía intervenir y no presentaba mayores problemas para la supervivencia del enfermo, pero era imprescindible un bloqueo hormonal. Lo que el doctor ignoraba es que Mitterrand estaba enamorado.
El presidente de la república le preguntó a Steg si una vez practicada la intervención podría seguir manteniendo relaciones sexuales completas. El doctor le dijo que desgraciadamente debería despedirse del uso de su instrumento, pero que había otros modos de mantener una relación amorosa sin necesidad de echar mano, valga la expresión, de lo más clásico. Mitterrand, un escéptico del siglo XVII trasladado al siglo XX, se negó a la intervención. Sólo admitió curas parciales.
A los setenta años se le produjo la metástasis que lo conduciría a criar malvas. Murió amando, es cierto. Lo que no sabemos es si su amante habría preferido que durase más, aunque fuese al precio de divertirse de otro modo. Nunca la consultó sobre este punto.
Al general De Gaulle le sucedió algo similar, pero así como Mitterrand puso por encima de su propia vida el intercambio de fluidos con su novia, el general tendió a la Patria en el lecho de la dama, seguramente con no menor ímpetu amoroso.
En 1968 el célebre doctor Abouker le diagnosticó un adenoma de próstata. Requería una intervención inmediata, pero estaba de Dios que todo debía coincidir en aquella señalada primavera del 68 para que el general diera pruebas de su patriotismo, así que los franceses se lanzaron a ese ejercicio físico llamado revolución y el general no tuvo más remedio que posponer el quirófano para salvar a la Patria.
Anduvo siete meses con sonda, una experiencia que quienes la han pasado dicen que es más o menos como llevar un nido de ratas hambrientas entre las piernas. Así se mantuvo, estoico soldado de las legiones romanas, hasta que los franceses decidieron que la juerga había concluido y volvieron a sus casas, al trabajo, a las aulas o a los cafetines. Entonces se operó. Y una vez operado, se jubiló.
He aquí dos casos de sacrificio difíciles de analizar. ¿Se sacrificó Mitterrand por su novia, o por su vanidad? ¿Y De Gaulle, lo hizo pour la France, o por esa satánica soberbia que todo el mundo le atribuía?
¿Creyó Mitterrand que su amante lo abandonaría en cuanto se cerrara el grifo del fluido? ¿No sería eso tenerla en muy pobre estima? ¿Creyó De Gaulle que si le aparcaban unas semanas, la Francia entera se iría a hacer gárgaras? ¿No es eso tener en muy bajo concepto a sus compatriotas?
Lo dicho. Una novela. Padre e hijo, una próstata hereditaria, el oscuro objeto del deseo, los viejos soldados, los modernos políticos, el eterno masculino, etcétera.