Félix de Azúa
Quizás se deba a que vivo en una región en donde la cuestión del idioma se ha convertido en un conflicto religioso, en donde se multa a quienes osan escribir etiquetas en otra lengua que no sea la oficial y en donde se obliga a los niños a hablar la lengua del poder. Es la típica pasión represora de los curas, pero aplicada al uso del habla. Quizás se deba a eso, digo, pero nunca me ha preocupado la extinción de las lenguas. Si se extinguen será porque la gente deja de usarlas, pero como la gente nunca deja de hablar, será que dejan de usar unas lenguas para hablar otras. No creo que sea relevante el vehículo; me importa el conductor del vehículo. Que el vehículo cambie no me parece importante, aunque sí me parece importante que se extinga el conductor.
En la contra de “La Vanguardia” de hoy habla un “explorador de lenguas”, Mark Abley, aunque quizás sería mejor llamarlo “coleccionista de lenguas”. Su enfoque es el tradicional: “Cada año hay menos lenguas en la Tierra”. Y lo dice como si fuera una desgracia. No lo es. Si se extinguieran todas las lenguas de la tierra menos una, el mundo seguiría exactamente igual que ahora, pero un poco mejor.
Del mismo modo que el Euro ha logrado acabar con las cien monedas nacionales europeas (otro motivo de nostalgia para los melancólicos) y todos tan felices, sería comodísimo hablar con los polacos y los holandeses en nuestro propio idioma. A lo mejor dentro de quinientos años uno puede viajar por el mundo entero hablando en chino.¡Qué mercado para los escritores! ¡Qué salto en el mundo científico! ¡Qué bendición para los viajeros y para los que buscan novio!
La existencia de una lengua se convierte en un problema sólo cuando el poder es nacionalista, pero también ayudan los intelectuales que ven la cuestión desde un juicio exclusivamente estético. “El declive de la lengua mohawk en Canadá (dice Mark Abley) se aceleró en los años 60, cuando dejaban encendido el televisor y los niños iban oyendo el inglés”. Este coleccionista de bellezas habla del idioma mohawk como si fuera suyo: un curioso bibelot de su colección. No entiende que si los niños mohawk prefirieron cambiar al inglés, a lo mejor era para salir de su condición de criaturas en extinción y para librarse de los proteccionistas como Abley.