Marcelo Figueras
Hace algunos días dije que los sueños de los artistas son iguales a los del común de la gente. Debe ser por eso que mi inconsciente salió a refutarme. Anoche, por ejemplo, soñé con Marlon Brando. Estaba vivo, por cierto, lo cual evitó que mi sueño se convirtiese en pesadilla. Pero no lo vi en su apogeo juvenil circa Un tranvía llamado deseo, ni tampoco en la gloria madura de Último tango en París. Estaba más bien gordo y decadente. (Creo, si el recuerdo no me engaña, que se lo veía despeinado y con una camiseta sin mangas, así que imagínense.) Y de manera inexplicable, visitaba la habitación de servicio de mi vieja casa paterna. Con el tiempo esa vieja habitación fue reformada y se convirtió en mi cuarto de adolescente, pero en el sueño se veía todavía como era cuando funcionaba como depósito de trastos, herramientas y cubos de pintura.
¿Qué hacía el pobre Brando en un sitio tan indigno? No sé la razón que lo había llevado allí, pero sí sé que soportaba estoicamente mis pedidos de que me concediese una entrevista. (De lo cual se desprende que en mi sueño yo seguía trabajando como periodista, al igual que en el sueño de días pasados, cuando olvidé que había concertado una entrevista con el escritor Philip Roth.) Juro que lo intenté todo para arrancarle el reportaje. Razoné, seduje, amenacé, pero Brando escapó del compromiso con elegancia. ¿Se estaría vengando del desplante del que hice objeto al pobre Roth, a quien le corté la comunicación en mi sueño anterior? ¿O tan sólo se trató de la forma que mi inconsciente encontró para recordarme que debía cobrar el artículo que escribí para una revista que se llama, sin ir más lejos, Brando?
Supongo que otra gente soñará con Beckham o con Kate Moss, con sus jefes, padres y maestros. Pero a mí me ha dado por los artistas, últimamente. Sospecho que más allá de la piel del sueño (imagino que en la cabeza de un fanático del ajedrez, la presencia en el cuarto del adolescente sería la de Bobby Fischer), la recurrencia de mi rol como periodista sugiere que me ocurre lo mismo que a tantos artistas: temo verme condenado a retomar mi viejo trabajo, temo no ser tomado en serio. Que es lo mismo que le pasó al pobre Brando, dicho sea de paso, durante los veinte años finales de su vida. ¿Y si el fantasma de Brando me visitó para pedirme venganza y yo no lo dejé ni hablar? ¿Qué habría sentido el espectro del padre de Hamlet, si en vez de oírlo su hijo le hubiese pedido que redactase testamento para evitar el ascenso de Claudio al trono? No habría habido tragedia; no habría habido Hamlet.
Descansa en paz, querido Marlon. Todos los que aquí abajo remontamos a diario el río rumbo a deep Cambodia te tenemos presente. Hasta cuando dormimos.