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En el espejo de un ‘goya’

Por 29 de marzo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

En Lille se exhibe un cuadro en el que una dama se mira en el espejo sostenido por la muerte.

Apenas una hora de tren separa la Gare du Nord parisina de la ciudad de Lille, codiciada fortaleza septentrional de los estados mayores europeos desde la edad media. Los habitantes de este curioso centro urbano han sufrido todas las invasiones imaginables. Su posición estratégica (origen de su riqueza) lo hace imprescindible para cualquier asalto sobre Francia. Es también ineludible vigía de los movimientos que puedan llegar desde el Reino Unido al continente. Y la puerta que abre los tesoros almacenados en sólidos armarios e historiadas arquetas de los Países Bajos.

La ciudad es muy sugestiva para quienes hemos vivido años en Barcelona porque guarda con ella curiosas analogías, aunque tengan destinos desiguales: la una, arrasada guerra tras guerra desde los carolingios; la otra, apenas tocada por dos bombazos. A mediados del siglo XX ambas eran aún centros industriales rebozados de hollín, vencidos por la suciedad, el caos urbano, el desorden civil y la mala vida, hasta hacerlas infames para sus propios habitantes aunque pintorescas para el esteta extranjero.

Los ciudadanos de Lille odiaban los pocos edificios antiguos que aún quedaban en pie, casi todos del siglo XIX, de un modernismo pretencioso. Las guerras del duque de Borgoña, las de religión, la espada del archiduque de Austria, la pica del emperador Carlos, el sitio de Luis XIV y la tardía incorporación a la corona de Francia así como dos guerras mundiales, no habían dejado en pie ni un buzón de correos.

Stéphane Lebecq, profesor de Historia Medieval en la Universidad de Lille, lo cuenta con desgarro: cuando era niño, hacia 1960, sentía vergüenza cada vez que regresaba a su ciudad después de un verano pasado en Holanda o en Bretaña, lugares limpios, educados, adornados por monumentos intactos desde la antigüedad. En contraste, Lille era un lazareto de ladrillo rodeado por un venenoso parque industrial. Su opulenta burguesía vivía en una de las peores ciudades europeas.

Y de pronto, hacia los años 70 del siglo pasado, comienza la milagrosa recuperación de una villa medio muerta. De consuno, políticos, financieros, industriales, funcionarios y periodistas, el conjunto de poderes que construyen sociedades, se pusieron de acuerdo como solo sucede una vez cada dos siglos y sometieron al agonizante a una cura intensiva. Mediante el esfuerzo local y el apoyo central, los lugareños conseguirían la victoria definitiva en el 2004, tras situar a su ciudad como capital de la cultura europea y dar el último empujón a la tarea emprendida 30 años antes. Es una historia idéntica a la de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

La misma política de renacimiento urbano la ha puesto en práctica Turín, otro centro industrial riquísimo, pero degradado, expoliado, leproso. Hasta el momento, el éxito ha sido notable: Turín es hoy una joya barroca. Estas curas de reanimación, sin embargo, requieren cirugía plástica muy agresiva y no se puede evitar que las ciudades resucitadas tengan un aire de familia, como esas señoras de la basura televisiva con sus labios inflados, sus pómulos mongoloides, sus pechos cerámicos y ese rictus que denuncia una insaciable frustración. De todos modos, mejor están ahora que cuando eran sucias lagartonas de greña pegada y brazos en jarras.

La actual Lille es amable, coloreada en ocre, calabaza y añil, salpicada de terrazas y con una abigarrada vida callejera en el centro peatonal. Acude mucho turista inglés, belga y holandés, lo que llena de satisfacción a los nativos y de comercios lujosos las calles. Tiene además un museo sensacional, el segundo de Francia, en donde (¡por fin hemos llegado!) figura un goya supremo.

Como si de una alegoría de la ciudad se tratara, Goya ha pintado una vanitas, género clásico en el que una dama se mira en el espejo sin percatarse de que se lo sostiene la muerte. La dama goyesca, sin embargo, es una vieja desdentada de ojos pitarrosos cuya nariz le roza la barbilla. En armonía, el espejo lo aguanta una gitana de rostro devorado por un bubón. Pero el detalle supremo es que Cronos, dios del tiempo que siempre figura en las vanitas para recordarnos que es él quien nos degüella a traición, en lugar de la clásica guadaña esgrime un escobón de cocina con el que se dispone a desnucar a la vieja coqueta. Detalle castizo, brutal, rotundo.

Confío en que el destino de las ciudades remozadas no sea morir descogotadas como conejas, pero es cierto que para mantener el tipo no basta con la cirugía. Al poco la carne se amanteca, la piel se hace pellejo, los senos se desinflan, las comisuras de la boca toman un rictus amargo. Al simulacro quirúrgico se le ha de inyectar sangre fresca, pero con cuidado: en Lille, los novedosos apósitos arquitectónicos de Koolhaas, de Nouvel, de Portzamparc añaden un muro de vidrio espectacular y dramático, como esas descomunales gafas ahumadas tras las que se ocultan las operadas para distraer del derrumbe. Como en el espejo de Goya, en lugar de disimular la cirugía, el escandaloso cristal la hace más pública y conspicua. Porque lo cierto es que ahora ese, y no el operado, es el actual centro de Lille donde hormiguea la población y no el turismo. Es su rostro auténtico, su verdad.

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de marzo de 2007

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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