Marcelo Figueras
¿Por qué parte de su historia van ustedes? Quiero decir, asumiendo que sentimos un amor natural a los libros, y por ende a las diversas formas de la narrativa popular, ¿no tienden ustedes, aunque sea de vez en cuando, a interpretar sus propias historias como parte de un ciclo narrativo? Cuando era pequeño y leí por primera vez The Sword in the Stone, por ejemplo, me convencí de que estaba atravesando un proceso de formación similar al del Arturo niño, abriendo los ojos por primera vez a un mundo extraño y maravilloso; yo no contaba con un maestro como el Merlín del libro, pero mi Merlín eran los libros en sí mismos. Cuando arribé a la adolescencia, entendí que me tocaba vivir un proceso similar al del protagonista de Demian, de Hermann Hesse: la extrañeza del mundo se tornaba oscura, lindando con lo esotérico. Durante la dictadura, y también después, creí que mi historia coincidía con la de algunos (anti)héroes que se veían impelidos a enfrentarse a un sistema que, por supuesto, los superaba en inteligencia y en recursos: tuve mis momentos de Josef K, y además otros en los que me sentía como el protagonista de Brazil, de Terry Gilliam –rezando a diario, por cierto, para que mi destino terminase siendo menos cruel.
Con el tiempo sentí que empezaba a hacer pie, que entendía la lucha que esta vida planteaba como su mapa, y hasta empecé a acariciar la noción de un triunfo posible. (Pírrico, como todos los triunfos humanos en este mundo, pero posible de todas maneras.) Fue mi momento-Neo, por ponerlo así; Neo como el de Matrix, quiero decir.
A veces hago el mismo ejercicio con gente que conozco. Pienso en Fulano y me digo: Este hombre ha llegado a su momento-American Beauty, está revisando su vida hasta ahora, descubriéndose insatisfecho y acercándose al filo del colapso nervioso. Y me pasa también con las noticias. Leo hoy que hasta los republicanos del Senado de USA votaron por el establecimiento de una fecha límite para sacar sus tropas de Irak, y me digo: Uh, Bush está llegando al momento en que Vietnam se convierte en VIETNAM y todo su castillo nixoniano, tan parecido a Elsinore, se desbarata.
Vuelvo a la pregunta del comienzo, entonces: ¿y ustedes, por qué parte de sus propias historias van? ¿Han descubierto que están enamorados de sus mejores amigos o amigas? (Lo cual los ubicaría en un momento-Harry, o momento-Sally.) ¿La vida cotidiana los está poniendo al borde del estallido? (Lo cual los convertiría en merecedores de un momento-D-FENS, como el personaje de Michael Douglas en Falling Down.) ¿Sienten que su vida es más abundante en pasado que en futuro, y que ni el pasado es tan dorado ni el futuro es promisorio? (Momento-Willy Loman, podríamos decirle.) ¿O están pasando por esa etapa inicial del romance en que hasta las duras calles parecen cubiertas de flores? (Momento-Singin’ in the Rain.)
En líneas generales todos atravesamos varios de estos momentos a la vez: la vida es así de complicada, mal que nos pese. Para ser sincero, yo estoy atravesando uno de esos en que el (anti)héroe siente que ya no da más, que lo ha entregado todo de sí; descarnado, el protagonista está a un tris de entregarse y de concederle al Mal su triunfo. Por supuesto, en los relatos que a mí me gustan este es el preciso instante que antecede al triunfo, la justa victoria que premia al fin la entrega y la pureza del corazón; pero por más que quiera vivir ese momento, la verdad es que no he llegado ahí. Estoy, más bien, en el instante previo a entender si mi vida es una peli de Bergman o una de Spielberg.
Después les cuento.