Félix de Azúa
Hay una carrera hacia los orígenes que ninguno de los contendientes ganará jamás, pero que tiene gracia porque ilumina sobre ciertos nudos del cerebro que sueltan chispas cuando hay sobrecarga.
Las teorías sobre el origen de la música son innumerables pero últimamente se han multiplicado gracias al interés que despierta en la ciencia cognitiva. No hay acuerdo. Que es una imitación del grito de los animales (Geissmann), que tiene una función biológica similar al chirrido de las cigarras (Richman), que facilita los rituales del celo (Miller & Merker), que es resultado y memoria del cuidado materno (Dissanayake)…
La teoría que más éxito tiene y ha tenido es la que de Rousseau a Merker supone anterior el canto al habla. Primero empezamos a entendernos con gritos y aullidos (de horror, de deseo, de hambre, de amenaza, de aviso, de placer) y poco a poco fuimos articulando las emisiones hasta convertirlas en magníficas catedrales sintácticas.
Para cualquier aficionado, no obstante, es evidente que la música cantada imita al habla. Numerosos compositores, como Janacék, han construido todo su arte vocal sobre las peculiaridades de un idioma. Y lo que nos ha llegado de la música arcaica no hace sino imitar las bases rítmicas de los hablantes. Los modos griegos, por ejemplo, o la respiración de los neumas gregorianos. Incluso el estridente maullido de algunas músicas chinas es similar a la entonación hablada, como comprobamos cada vez que vemos películas con banda original.
¿Primero cantamos y luego hablamos, o fue al revés?, no lo sabemos. Esa carrera no la va a ganar nadie. Puede que el lenguaje derive de la música o que la música imite al habla, el caso es que ambos se construyen mediante la lucha de dos fuerzas opuestas, el ritmo (el sistema métrico) y la altura tonal que ordena secuencias y sitúa notas en una escala (la melodía).
Una estructura fija y otra abierta. Una parte de razón y otra de pasión. Orden y arrebato. Danza y canto. Apolo y Dionisos.
Tiene gracia, como digo, que la severa ciencia cognitiva confirme al teórico de la dinamita ideológica, al lírico Friedrich Nietzsche.