Félix de Azúa
La inteligencia, que hoy parece determinada económicamente (quiero decir: que está allí donde la pagan), ha sido hasta hace pocos años un fenómeno geográficamente misterioso. Aparecía donde menos se la esperaba. Como dice el célebre poema:
“Nuestro Señor Jesucristo
nació en un pesebre.
Donde menos se piensa
salta la liebre”.
¿Cómo pudo acumularse tal cantidad de talento en la Viena de Francisco José, aquel reino de opereta, podrido, momificado? La lista de nombres, de Loos a Wittgenstein, de Musil a Klimt, de Kraus a Schoenberg, es apabullante. Claro que, a pesar de todo, estamos hablando de la capital de un imperio, por muy acabado que estuviera.
Más sorprendente aún es que en la provincial Basilea del siglo XIX, una ciudad chiquita de unos veinte mil habitantes, archiconservadora, levítica, mercantil, coincidieran Bachofen, Burkhardt y Nietzsche, tres cabezas cargadas de dinamita.
¿Y la coincidencia de Ortega, Falla, Valle, Unamuno, Machado et álii en la miserable corrala madrileña de los años treinta?
Quizás había una fuerza de atracción inconcebible que forzaba la concentración de los espíritus, como el campo magnético que arrima las virutas de hierro. Una atracción por simpatía intelectual que no dependía del dinero. Quizás, simplemente, resultaba más emocionante, divertido o estimulante vivir entre buenas cabezas que con idiotas.
Como cuando vivían en Barcelona García Márquez, Mario Vargas, Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, Sergio Pitol… Siempre me olvido de alguien. Claro, era bastante más interesante que participar del villancico borreguil de nuestros días.
Ahora, sin embargo, parece imposible que se produzca un fenómeno semejante y que el talento se concentre en un lugar inesperado. No sé: en San Marino, de repente. ¿Será que el talento se ha hecho mercenario y ya no atiende al atractivo anímico, sino sólo al económico? No lo creo. Poner al dinero en su lugar, muy por detrás del intercambio y la contienda entre iguales, es algo ínsito al talento.
Por cierto, tal y como están las cosas, llamo “talento” al sentido común cuando no se dedica tan sólo a la supervivencia.