Félix de Azúa
Es uno de los mayores misterios, pero pasa inadvertido: nuestros gobiernos admiten unas muertes pero rechazan otras. O lo que es igual, dividen las muertes en honestas y pecaminosas. Luego distribuyen los fondos según mueras bien o mal. Las razones son siempre disparatadas, pero de aspecto razonable.
Así, por ejemplo, está permitido matarse con el coche. Los miles de muertos que adornan con sus huesos las carreteras, sólo consiguen de vez en cuando una campañita publicitaria que engrasa algún bolsillo desvalido. Las autoridades bostezan.
En cambio está totalmente prohibido matarse a cigarros. Si quieres hacerlo, tendrá que ser en tu casa, como si te inyectaras heroína. Hay cursillos para dejarlo, ayudas médicas, psiquiatras de acompañamiento, enfermeras a domicilio, premios, tómbolas, ferias, circos. Es una muerte muy mal vista por las autoridades.
Y lo mismo sucede con las grandes cifras. Ayer decía el diario que la malaria mata cada año a un millón de personas, “la mayoría niños menores de cinco años”. Es una cifra considerable, incluso sin el añadido piadoso. Sin embargo, no sólo es una muerte aceptada y bendecida sino que además el Banco Mundial se embolsa parte del dinero destinado a las ayudas hospitalarias porque le parece un despilfarro.
Durante el almuerzo, un experto de la Organización Mundial de la Salud, Jorge Alvar, me informaba ayer sobre otra muerte consentida, la que produce una enfermedad conocida como leishmaniasis, la cual mata dos millones de personas al año y produce una agonía espantosa. En España hay ciento cincuenta casos anuales.
Como sólo afecta a los pobres, ya que mata a quienes tienen un sistema inmunológico raquítico, y como no la ha adoptado ningún cantante rapado, modelo de corsetería o deportista de purpurina para hacerse publicidad, no llama la atención de los medios de comunicación. Son ellos los que deciden qué enfermedades son chulas y cuáles no, de cuáles hay que sacar foto y cuáles aburren a la clientela. En consecuencia, ellos deciden las muertes que el estado luego permite o prohíbe.
Sin embargo, no lo deciden en conciliábulo y con sulfúrica malignidad, por ejemplo eligiendo aquellas muertes que afecten sólo a los parias del mundo, ni siquiera es eso, sino la dejadez, la chapuza, que ni se enteran, que les importa un pito, que hoy hay partido, que el ministro del ramo no sabe escribir ese nombre tan raro, y otras cosas semejantes.
Las razones de la muerte siempre son de este calado. Totalmente idiotas.