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Dos historias ejemplares

Hay que tener coraje para competir en una carrera que tiene como máximo trofeo y honor convertirse en la persona más odiada del país. Así sucede en la mayoría de nuestras democracias, según comenta con agudeza Aditya Chakrabortty en la primera página de The Guardian de este pasado viernes a propósito de la campaña británica. El trofeo al más odiado es el envés del story telling, la narración como mensaje político. Gana quien construye mejor el cuento, quien sabe armar una historia humana capaz de convencer al mayor número de ciudadanos electores. Todo se juega en el mundo de los caracteres personales, los sentimientos, las proyecciones autobiográficas, las identificaciones y, finalmente, los valores difusos, mejor que las ideologías, programas y propuestas políticas concretas. Quien quiera convertirse en el más odiado debe, previamente, alcanzar la condición de personaje de una narración, casi de una novela, con la aspiración de convertirla en la historia inclusiva en la que se inserten sus seguidores.

Las primeras elecciones que tenemos ahora a la vista, las catalanas, con el acicate del misterio sobre la sentencia del Estatuto de por medio, nos han ofrecido estos días dos buenos frutos primaverales del story telling, compitiendo en el Día del Libro como si fuera la primera jornada de confrontación electoral. Se trata de Descubriendo a Montilla, del reportero Gabriel Pernau y de La máscara del rey Artur, de la ex diputada, columnista y tertuliana Pilar Rahola, que es quien ganó en cifras de ventas, libros que tienen muchas más cosas en común de lo que las apariencias indican, empezando por cuestiones elementales como que son encargos de la misma casa editorial, RBA; cuentan o contarán con ediciones en catalán y castellano, y en ambos se trasluce una similar inspiración. Sin El alba la tarde o la noche, de Yasmina Reza, el libro que la escritora francesa escribió sobre la campaña presidencial de Nicolas Sarkozy, no se habría producido ninguno de los dos encargos. Hasta tal punto es así que Rahola cita a Reza hasta cuatro veces y una sola, aunque muy significativa, lo hace Pernau. No hay dudas sobre el juego de identificaciones por motivos distintos: si Rahola se ve como Reza por la voluntad literaria, es Montilla quien se identifica con Sarkozy como hijo de la inmigración que alcanza la cima política. El story telling es bien claro en ambos casos. El Artur Mas de Pilar Rahola es un hombre que presenta como mérito mayor haberse emancipado de quien lo nombró (Pujol) y de quienes lo promocionaron (el núcleo soberanista de Convergència). Y el José Montilla de Gabriel Pernau es un político que encarna el sueño de ascensión social del inmigrante, consistente en alcanzar lo más elevado de la escala institucional del país que le acoge después de subir uno detrás de otro todos los peldaños desde la administración local. Son dos personajes muy distintos, uno independentista catalán y el otro federalista español, pero una lectura atenta les sitúa a ambos, al igual que sucede con las dos narraciones, en una contigüidad mucho mayor de lo que las apariencias indican. Los dos libros quieren superar los tópicos y las caricaturas para descubrirnos unos personajes desconocidos y ocultos. Los dos nos dan retratos favorecidos, aunque ambos autores reivindican la ausencia de limitaciones y la independencia con que han actuado. Aparentemente, como Yasmina Reza, ha sido absoluta la libertad con que Rahola y Pernau han preguntado y observado. Motivo de más para que sea aconsejable la lectura en paralelo, no sólo porque Mas y Montilla se enfrentarán en las elecciones lo más tarde en noviembre, sino por el interés intrínseco de un combate tan cerrado. El primero es un político que va a intentar por tercera vez, y probablemente la última, alcanzar la presidencia catalana después de haber quedado en cabeza en dos ocasiones, pero sin mayoría para gobernar; y el segundo es un jugador tenaz que nunca se rinde mientras la bola siga rodando. Hay un favorito, que es Mas, con unos sondeos clamorosos en su favor, pero Montilla es el titular y el partido ni siquiera ha comenzado. (Enlace, con los artículos de Chakrabortty.)

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3 de mayo de 2010
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El fracaso político del euro

En el principio siempre hay decisiones políticas. Políticas fueron las decisiones monetarias de Helmut Kohl y políticas son las indecisiones monetarias de Angela Merkel. El canciller de la unificación alemana tomó dos decisiones monetarias: fijó el cambio del marco oriental por marcos occidentales en la paridad de uno a uno hasta el límite de 4.000 y de dos orientales por uno occidental a partir de dicha cantidad; y luego accedió con el Tratado de Maastricht a que su país perdiera la moneda sobre la que se había construido el milagro alemán, a cambio de que el resto de Europa aceptara la unificación y sus consecuencias.

También fueron políticas las decisiones que se tomaron alrededor del euro. Sin una firme voluntad política de los países que querían incorporarse, encabezados por los dos grandes, Francia y Alemania, es decir, el presidente de la República Jacques Chirac y de nuevo el canciller Kohl, el euro habría quedado reducido a una unión monetaria franco-alemana, con la adición de Holanda, Bélgica y Luxemburgo. El propósito, netamente político, de los fundadores fue incorporar el máximo número de países, cumpliendo las reglas o criterios llamados de Maastricht naturalmente (pertenencia al sistema monetario europeo, limitación de los niveles de inflación, déficit y deuda, y convergencia de tipos de interés), pero con una cierta manga ancha, que permitió algunos apaños en las cuentas públicas, que en el caso de Grecia, incorporada algo más tarde, fueron, como se ha visto, escandalosos e incluso fraudulentos. La nueva moneda nació con un problema político serio. No había gobierno económico ni departamento del Tesoro que funcionaran como interlocutores de las autoridades monetarias del Banco Central Europeo. Pero su aparición y consolidación llevó a presagiar unos futuros efectos políticos, que conducirían a solventar el problema de la gobernanza, a introducir criterios de armonización fiscal e incluso incrementos del presupuesto. No tan sólo no ha sucedido, sino que las cosas han ido en dirección contraria, justo cuando la moneda común supera ya su primera década de vida. Angela Merkel arrastra ahora los pies y prefiere esperar a que vayan a las urnas los votantes de Renania Westfalia, país de 18 millones de habitantes y uno de los motores políticos germanos, antes que ayudar a Grecia, con sus 11 millones. Se escuda también en los reproches que pudiera hacerle su Tribunal Constitucional, siempre vigilante ante las cesiones de soberanía, en su momento con ocasión del euro y ahora con el Tratado de Lisboa. Pero sobre todo quiere convencer a sus conciudadanos de que ayudando a Grecia se ayudan a ellos mismos. Porque la peor consecuencia política de un euro sin gobierno político es que ha convertido a la europeísta Alemania en un nuevo socio euroescéptico.

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2 de mayo de 2010
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Por Cuba

 

Me permito sugerirte un poco de paciencia con la dificilísima apertura propuesta por el gobierno de Obama en Cuba.

Te lo digo con la libertad que me da no deberle un café a la Revolución cubana. Pero también con la deuda contraída por la amistad de Antonio Benítez Rojo, Jesús Díaz y Severo Sarduy, cuyas furias y penas compartí en algún tramo de “la gran habladera del exilio”, que dijo García Márquez. Ninguno de ellos ofició de víctima ni de inquisidor, ni tuvieron que demostrar fácil puntería con el cadáver de una revolución.
 
Distintas agencias de negociación trabajan en este proceso, desde las asociaciones de jóvenes empresarios cubano-americanos hasta un reciente bufete de asesores para inversionistas en la Isla. Sobran razones para el escepticismo, incluso alimentadas por las pautas del excepcionalismo cubano, cuya trama internacional ha revelado con detalle Joaquín Roy.  La muerte de Orlando Zapata pone al centro la cuestión fundamental de los derechos humanos y civiles, haciendo más urgente su demanda de futuro.
 

Las transiciones requieren mediadores capaces de desencadenar no sólo los cambios sino los intercambios.  Si uno no se permite el sobresalto democrático por excelencia, la incertidumbre, seguramente dará toda esperanza por perdida. Pero si las posibilidades de un cambio (reforma, proceso) negociado se abren, creo que hay tres lecciones ejemplares para  quienes gestionan las aperturas y relevos.
 

La primera lección es el feroz ejemplo de la transición rusa. Los sovietólogos estadounidenses no creyeron que la Guerra Fría terminaba y se negaron a darle capacidad de acción a Gorbachov. Aún no han dado explicaciones, mucho menos excusas, por su intransigencia. Vale la pena recordar  la desconfianza encarnizada en la Perestroika y la argumentación de esos especialistas negándose a apoyar un cambio gradual porque, según ellos, el Partido o los militares tomarían el poder para destruir un proyecto que sancionaron inviable. Creyeron que la destrucción del estado soviético les daba la razón. Pero estos becarios de la Guerra Fría se quedaron sin juego y no pudieron reclamar el jaquemate. Sus libros terminaron en una nueva sección de saldos de las librerías: Former USSR. No tardarían mucho, eso sí, en reciclarse y pasar de los búnkers del “interés nacional” a los think tanks de la “defensa nacional.”
 

La segunda lección es el ejemplo de la transición española. Por mucho tiempo fue el paradigma académico de las transiciones negociadas, aunque hoy corremos el peligro de perder la memoria de esa transición. El borrón y cuenta nueva, la pala de tierra (ese golpe completamente serio, que dijo Machado) se han convertido en formas políticas del olvido, presuntamente reparador. Nos hemos adaptado a convivir con el anacronismo y la trivialidad, aunque la violencia contra las mujeres y los inmigrantes demuestra que la sociedad de bienpasar no siempre se exige el bien. La crisis económica, además, alimenta la revancha autoritaria de las ideologías arcaicas.  La pérdida de veracidad en los discursos públicos está mejor documentada por el buen periodismo, el autocrítico,  y por la literatura de alarma que le debemos  a la nuevos escritores, los que ahora mismo inventan al lector futuro.  
 

Pero lo tercero, y más importante, son los cubanos mismos. El otro día en la tele una mamá cubana le decía a su pequeña cubanoamericana: “Recemos por tu abuelita, que está en el cielo”. “¿En cuál cielo —preguntó la niña —, el de Cuba o el de Miami?” Y la madre respondió: “El de Miami, m’hija”. Al menos no dijo: en Cuba no hay cielo. Pero si hay dos, podría haber puente aéreo, digo yo.
 

Acabamos de dedicarle en mi Universidad el Quinto Congreso de Estudios Trasatlánticos a la magnífica poeta Reina María Rodriguez, cuyos espacios de comunicación cultural forjados en La Habana son ya un territorio del porvenir. La extraordinaria austeridad y dignidad de su trabajo son una lección esperanzada. Uno cree reconocer en ella la genealogía de la conversación que alentó la obra de José Lezama Lima y Cintio Vitier, esa fe en la palabra como la trama duradera de la humanidad cubana.
 

Se discute en los foros de expertos si el modelo cubano será el capitalismo chino o el vietnamita. ¿No podría Cuba forjarse uno propio? No para exportarlo esta vez, sino para democratizarse. Lo mejor que ha exportado, al final, es su extraordinaria riqueza cultural. Valiosos científicos, intelectuales y escritores han elegido quedarse en Cuba, es cierto. Pero no pocos prefirieron el exilio, no sin buenas razones, aunque los mejores han sido capaces de demostrar su vocación democrática, solidaridad y buena fe. Acordar desacordar será difícil, pero tendrá futuro.
 

En una encuesta me preguntan cuál debería ser el papel de los intelectuales en un eventual proceso de cambios en Cuba. La respuesta es obvia: el que decidan, libre y responsablemente. Libres, primero, del autoritarismo que ha creado —dentro y fuera— pequeños napoleones y feroces josefinas.  Cada quien es responsable de su lugar y turno:  la transición empieza en casa, y pasa del monólogo a las varias voces.
 

Esperemos, eso si, que los expertos respondan por sus opiniones. Y que esta vez  se paguen el café.

 

 

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2 de mayo de 2010
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La brevedad de las consignas

Hoy me desperté con el ruido de los altavoces gritando consignas y el claxon de los ómnibus que devolvían a sus provincias a miles de participantes en la manifestación del primero de mayo. El desfile fue anunciado durante semanas por todos los medios oficiales como ?una digna respuesta a la campaña mediática? contra el gobierno cubano. En los centros laborales todos tuvieron que poner por escrito su compromiso de asistir, de no ausentarse a la cita ?con la Patria?. Muchos estudiantes de pre universitario y tecnológico durmieron ayer en las escuelas para ser llevados ?muy temprano? a la Plaza de la Revolución, pues nada podía quedar al azar en esta congregación por el día de los trabajadores. Curiosamente, no se vieron pancartas pidiendo mejorías salariales o criticando las radicales reducciones de personal que se suceden por estos días. Durante toda esta jornada, he estado evocando a Baby y Pablito, que en los años anteriores agitaban sus banderitas de papel en aquel enorme complejo arquitectónico donde los seres humanos nos vemos tan pequeños, tan anónimos. Recuerdo que iban con sus pulóveres rojos y antes de salir del barrio tocaban a las puertas para que nadie pudiera evadirse de sus responsabilidades con la Revolución. Fue precisamente en la sala de su casa donde se puso aquel libro que 8 013 966 cubanos tuvieron que firmar para hacer el socialismo irreversible*. Los vendedores ilegales evitaban llamar a su puerta y los vecinos ?al hablar de este matrimonio? se daban un toque con los dedos índices y del medio sobre el hombro, señal que indica en Cuba que alguien pertenece a las filas militares o al Ministerio del Interior. Hace apenas unos meses, nos enteramos que la activa pareja emigraba hacia Estados Unidos pues se había ganado un cupo en la lotería de visas de ese país. Ella entregó el cargo de vigilancia que tenía en el CDR y él se libró del carnet del Partido Comunista en una reunión donde todos se quedaron boquiabiertos ante la noticia de la partida. Comenzaron a comprar públicamente leche y huevos en el mercado negro y unos días antes de partir regalaron parte de su ropa, incluyendo aquellos atuendos de colores intensos con que desfilaban. Subieron al avión y dejaron atrás una piel ?o una máscara? que habían llevado encima largos años, pues desde Hialeah ahora siguen a la blogósfera alternativa cubana, están alarmados por lo que le ocurre a las Damas de Blanco y ya no hablan con veneración ?sino con irritación? de nuestros gobernantes. Su incondicionalidad ideológica fue tan breve como el color de las banderitas de papel que quedan en el suelo de la plaza y sobre las que cae el empecinado aguacero del primer día de mayo. En junio de 2002 el gobierno cubano hizo firmar a la población ?violando todos los requisitos que las leyes establecen para hacer un referéndum? una modificación constitucional que convertía en irreversible el sistema socialista. El argot popular y académico la llamó ?la momificación constitucional?.

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1 de mayo de 2010
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Ya está todo listo para el FESTIVAL DE LA PALABRA en el…

Ya está todo listo para el FESTIVAL DE LA PALABRA en el iluminado San Juan de Puerto Rico. A partir del martes 4 de mayo y durante una semana, 65 autores, entre internacionales y portorriqueños, hablarán en torno a la palabra, la literatura, el castellano. Como ven en la foto, el Festival ha tomado directamente las calles y comercios está por todos lados (en un par de días, por cierto, estaré en ese Centro Comercial rumbo a mi nueva MacBook Pro). Si quieren saber más del Festival, pueden ir a la página  http://www.festivaldelapalabra.net/.  Para conocer la lista completa de autores participantes hacer clic en este enlace. Para conocer el Programa Completo, hacer clic en este enlace.

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1 de mayo de 2010
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Donde no habita el olvido

 

 

 

Dice  Felipe Benítez Reyes en su poema "Catálogo de libros raros, agotados y curiosos: "Todos los libros llevan un estigma de olvido". Para espantar esos olvidos, para espantar ese estigma, convoco en este pregón a los que aman los libros. A  los que han sabido hacerlos llegar a ferias cómo esta para  que otros, como nosotros, los rescaten de su olvido.

No puedo recordar cómo empezó esta pasión tan duradera, civil y benigna, este voluntario oficio de buscador por casetas,  estanterías, mesas, rastros o trastiendas de  libreros de viejo, de antiguo o de ocasión. A veces los recuerdos son cómo notas a pie de página, cómo esas leves e impulsivas escrituras en que armados de lápiz y apuntando en los márgenes, dejamos en los libros que hemos leído: el tiempo las va desdibujando o, sencillamente, lo que un día señalamos con pasión, se transforma en algo críptico e incomprensible también para nosotros que creímos dejar esas marcas contra el olvido.

La plácida enfermedad del buscador, y poseedor, de libros suele manifestar sus primeros síntomas en edad temprana. Crece con los años, se va haciendo más compleja, tiene brotes incontrolados, es resistente a tratamientos y, finalmente, queda estigmatizada como una rara e incurable enfermedad.  Un apacible malestar con el debemos saber vivir. De la misma manera que hay que saber convivir con nosotros mismos: los acumuladores de libros. Y, lo que no es tan fácil, hay que enseñar a otros las maneras de poder compartir la vida con gente como nosotros y nuestras circunstancias. Con nosotros y nuestras amantes: los nuevos y viejos libros. Con los libros encontrados, desordenados, que habitan en montañas caseras, salen de las estanterías, avanzan por los pasillos, se cuelan en espacios privados y aprenden la convivencia con algún orden o en perfecto estado de desorden. Ese caos ordenado con el que debemos convivir.

Entre mis recuerdos infantiles conservo algunos momentos, algunas mañanas, en las que mi padre me había soltado la mano: estaba buscando entre esos montones de la mesa de ofertas algún libro de ocasión en la Cuesta de Moyano. Era maestro y le gustaba leer. Es decir... estaba condenado a comprar entre los libros de saldo. Que la vida era un saldo lo empezamos a comprender más tarde. Entonces solamente éramos un niño al que han soltado la mano, al que han otorgado unos momentos de libertad, en medio de un mundo rodeado de libros y de tebeos. Ilustradas historias que nos llevaban al misterio, las aventuras y a los imaginarios placeres de creernos libres y con un futuro apasionante.

Yo entonces prefería los quioscos, espacios emocionantes como ancladas naves piratas, de tentaciones sin banderas, dónde, además de conseguir pipas, palomitas o chicles se podían cambiar cuentos que olían a nuevo los días de fiesta; o que tenían el pedigrí de las cosas usadas, y abusadas, los días de diario y calderilla. Cuentos de nuestra infancia, universos poblados de historias bélicas, detectivescas, familiares, legendarias o aventureras.

Después de haber pasado horas felices entre universos contados en viñetas, deseabas seguir leyendo, querías más, querías otras dosis, otras fugas. Había llegado la televisión y, aunque muy divertida y sorprendente, entraba en conflicto con nuestro deseo de continuar las lecturas, fueron las dos grandes tentaciones que convivieron en nuestros años adolescentes. Había otras, pero nos desviarían por paraísos perdidos, nos perderíamos entre añoranzas de inocentes novias de nuestro pasado efímero. Los libros eran más nuestros. Más míos, más independientes y más fáciles de manejar que una televisión que tantas veces se compartían con familia y vecinos.  Los libros eran unos cómplices, unos amigos que servían para salir de viaje, de acompañarte al baño, aislarte en el salón o seguir con ellos hasta que, a escondidas, terminabas por llevártelos a la cama. Fieles amigos que comparten sus secretos con los tuyos en aquellas horas de nocturnidades,  de luces apagadas y linternas bajo las sábanas.

La televisión era una luz social que comenzaba a colarse en nuestras vidas. Era lo comunal, vecinal, familiar, abierto y, por suerte, con sus horas limitadas. Nosotros, los lectores de Zipi y Zape, de la familia Ulises y de Tintin, los amigos de las aventuras, teníamos que continuar nuestras búsquedas entre líneas para seguir tras tesoros, espejos, islas, naves, estepas, praderas o ciudades en las que alguna vez seríamos felices.

Nuestros libros eran  nuestras propias habitaciones con vistas. Ya no teníamos que caminar de la mano de nuestro padre. Incluso ya éramos aquellos descubridores de algunos secretos de nuestros padres que se pretendían ocultar en el  apasionante mundo de los libros prohibidos. Entonces ni era raro, ni difícil, estar prohibido. El primer libro que me hizo comprender que mi padre, entre saldos y libros de viejo, entre cuestas, rastros y ferias, lo que de verdad pretendía con aquellos libros era encontrarse con un mundo en que no fueran la prohibición, el control o la desconfianza de tus vecinos, el espacio común de su vida, fue un libro de Darwin. Entre los libros que no estaban a la vista, descubrí una edición de los años treinta de "El origen de las especies". Entonces comprendí que aquellos libros de viejo estaban contándonos que había otros mundos, que existieron otros tiempos, otras libertades, otros pensamientos que nada tenían que ver con el pensamiento único y domesticado de la vida de un joven lector en tiempos franquistas.

Pronto quisimos entender el dulce sabor de la trasgresión. Borges nos confirmó que desde la juventud había que saber viajar y estar preparados para peregrinar en busca de un libro. La lectura de algunos libros ha sido experiencia tan intensa, tan importante como otras grandes emociones de nuestras vidas. Seguir el viaje. Seguir buscando los libros, el libro. Nunca sabremos bien cuál es, ni cuando llegará. Seguir navegando. Navegar es preciso. De aquél libro de Darwin nos fuimos a los libros eróticos; de los poetas del veintisiete a los narradores del exilio; de las ediciones argentinas a las mexicanas y de los rusos a los parisinos del Ruedo Ibérico. Un viaje detrás del rescate de los libros del pasado que por arte de birlibirloque iban conviviendo en nuestras estanterías. Llegaban de los puestos del Rastro, de librerías de la Cuesta o de trastiendas que nos hacían reconocer y  encontrarnos con los nuestros. Con esa "masonería" de los buscadores de libros.

Desde hace ya unas décadas, con llegada de primavera estas librerías viajeras que cada año recalan en un paseo que parece diseñado para el diálogo del ejército civil de los rastreadores de libros, hacen que nuestros habitantes de la galaxia Gutenberg sigan creciendo en contra de todos los pronósticos del fin de esa Era.

Siempre seremos uno de esos que van componiendo una biblioteca que comenzó llenando huecos emocionales, siguió atendiendo a nuestros desiertos políticos, supo burlar los hurtos de la censura y toda una tropa de escritores borrados,  escondidos, tapados, expulsados,  o ignorados.

Y quisimos más. Una vez encontrado el placer del texto, había que gozar con el placer del contexto. Un día nos encontramos pasando de las ediciones utilitarias a ser cazadores de regular fortuna, y escaso poder económico, a la busca  de  hermosas, raras o singulares piezas. Alguna hemos podido conseguir, lo que no impide pertenecer a una tribu que cuenta la forma de una ciudad por la forma de sus librerías. A una pandilla que pasa de conformarse con cualquier edición a la captura de la primera edición.

Del libro anónimo al libro con señales, dedicatorias y vidas anteriores. Somos guardadores de algo con un valor ni muy exacto, ni  muy tangible. Abiertos a ser herederos de placeres ya fueron experimentados por otros. No seremos muchos, pero somos legión. Somos de la estirpe que comparte sensaciones, hallazgos y alegrías que no cotizan en ninguna bolsa. Que no nos hace ni ricos, al contrario; quizá ni listos,  pero si nos permite el orgullo de pertenecer un clan de benéfica y pacífica gente que no quiere perderse placeres que otros supieron contar. Somos restos de una especie que resistirá a la extinción. Saboreadores de placeres de una galaxia que no quiere terminar. Penúltimos amantes del universo de Gütenberg que hemos sabido aguantar bajo las catastrofistas bombas informativas como el pueblo de Madrid supo resistir bajo bombas reales en tiempos de guerras. Perderemos pero no nos derrotarán. Las luces, la razón, hasta el erotismo en sus muchas posturas, están de nuestro lado. Saber vencer contra  lo prohibido para poder llegar al placer de rescatar vida de lo perdido. No se nos anulará con un golpe digital. Somos desorganizados, pero resistentes.

Nunca fuimos "trapiellos", ni "bonets" madrugadores de ésta república; ni somos "chusvisores"o "garcias monteros"  empeñados amigos, tan bibliófilos, tan bibliómanos con los sudores de sus frentes. Ni mucho menos somos unos "sabinas": filobiblón cargado de cultos y letraheridos euros, por la gracia de sus cantes y sus versos. Somos, soy, de los que siempre llegan cuando ya han pasado nuestros amigos más madrugadores o más pudientes, esos nuestros semejantes, nuestros hermanos más sabios de la cofradía de los libros de viejo.  Y, además, cuando llegamos a Nueva York, Abelardo ya había estado  allí. Nosotros hemos sido, seguimos siendo, simplemente, constantes en nuestra inconstancia.

No me niego a encontrar los libros por Internet, esa enorme y útil librería y biblioteca universal, pero no es placer comparable con el de una tarde en una librería de viejo. La emoción de tropezarnos con algo que no buscamos. Con un libro del que no conocíamos siquiera su existencia. Ese inesperado placer no se  encuentra en ningún servidor de la red. El azar está del lado de los libreros de viejo y de sus buscadores. Acabo de leer un hermoso libro de publicación reciente- uno  puede tener dos amores a la vez- escrito por un buscador de libros, un escritor francés llamado Jacques Bonnet, se titula "Bibliotecas llenas de fantasmas", habla de nosotros mismos, de nuestros males y nuestras alegrías. Dentro de poco, como todo libro interesante, lo podremos encontrar entre vuestros libros de saldo. Comienza con esa confesión de Juliano- el querido apóstata- : "Unos aman los caballos, otros los pájaros y otros las fieras; yo, desde niño, estoy poseído por un terrible deseo de poseer libros". Hace un recorrido por pequeñas historias que nos recuerdan a nosotros mismos. Y termina reflexionando de ésta manera: "Los libros de mi biblioteca son como casas antiguas, llenas de presencias de hombres y  mujeres que vivieron en ellas en el pasado, con su lote de alegrías y aflicciones, de amores y odios, de sorpresas y decepciones, de esperanzas y renuncias. Pensándolo bien, sólo he vivido en casas viejas..." Yo estaba pensando en mis amigos letraheridos, ellos también viven en casas viejas, en  casas que como sus libros, como los míos, también conocieron otras vidas. ¿Seremos raros, excéntricos, antiguos y extinguibles? ¿Terminaremos siendo como nuestros libros?

¿Nos pasará aquello que le ocurrió a José Emilio Pacheco con un libro: " Lo compré hace más de quince años. Pospuse la lectura para un momento que no llegó jamás. Moriré sin haberlo leído. Y en sus páginas estaban el secreto y la clave" Ojalá el libro que encontremos, hoy mejor que mañana, el libro que nos está destinado.

Somos, unos más que otros, discretamente pobres y conocedores de nuestras limitaciones. Estamos preparados  para no conseguir ser los primeros en atrapar las gangas que algunos, notables y ya citados inspectores de nuestras alcantarillas de libros antiguos, viejos, raros o descatalogados, son capaces de encontrar incluso antes de que la Feria esté inaugurada. Nosotros, los modestos rastreadores, seguiremos buscando por ferias y casetas, por cuestas y parques, por lejanas provincias o por Madrid que es nuestro pueblo. Seguiremos buscando porque nosotros no solo buscamos un libro. Es el libro el que nos encuentra. Y para eso hay que seguir viajando por ferias cómo esta.

Este año volveremos a encontrarnos con conocidos, con amigos desde ya hace ya unas décadas- ¡de casi todo hace ya más de treinta años!-, volveremos a pelearnos amablemente por conseguir un espacio de privilegio en los estantes interiores, por hacernos un hueco en el mostrador rodeados de mirones como nosotros, por intentar llegar antes de los conocidos sabuesos, esos que olfatean el libro desde que doblan por Cibeles. Como tantas primaveras volveremos a los mismos ritos, a las contadas alegrías de los encuentros casuales y al placer de regresar a casa para desenterrar nuestros tesoros que ya han tenido otras vidas, otros dueños, otras islas. Este año volveremos a ser felices en este paseo con libros y libreros...pero también éste año será el primero en mucho tiempo en que no podremos disfrutar de la educada tranquilidad, de la memoria lúcida y de la vida llena de libros, de paisajes y paisanajes, de un hombre que conoció mejor que nadie el dulce vivir entre libros. Por supuesto estoy hablando de Pepe Berchi. Ya no estará en esta feria como cada primavera desde hace 34 años. Ya no está pero él sabe, como lo supo Charles Nodier, que "después del placer de poseer libros, poca cosa hay más dulce que hablar de ellos". Pues eso, con los libreros y los libros antiguos y de ocasión hasta la muerte. Pero ni un paso más. 

 

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1 de mayo de 2010
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Silja

 

 

Hay autores, y curiosamente no siempre son los de mayor prestigio ni tampoco los más comerciales, que tienen el privilegio de poder ser leídos varias veces a lo largo de sucesivas generaciones. Uno de ellos es Frans Eemil Sillanpää, un novelista finlandés nacido en 1888 y que a duras penas si salió nunca de su aldea natal, un remoto lugar llamado Yla-Satakunta. Desde su primera novela (La vida y el sol, 1916), Sillanpää tuvo la suerte de atraer la atención pública y ello le permitió dar por terminada su etapa de formación y refugiarse en la casa que construyeron sus antepasados y en la que él nació y vivió hasta el fin de sus días. Allí, con envidiable empuje y constancia, se dedicó a escribir novelas (15) y engendrar hijos (8). En 1939, cuando ya era una auténtica gloria nacional, su labor le fue oficialmente reconocida mediante la concesión del premio Nobel de Literatura de ese año. Durante los 25 años que le restaban de vida aún tuvo tiempo de crear una nueva familia y seguir escribiendo. Pero tanto su apetito genésico como su voracidad creativa se habían amortiguado y aparte de no engendrar nuevos hijos a  duras penas si alcanzó a escribir dos novelas más, su autobiografía y una recopilación de ensayos y relatos de viaje. Todo lo cual fue recibido con una indiferencia que apenas se rompió cuando le sobrevino la muerte, en 1964.

Mientras ello ocurría en la remota Finlandia, el saludable ambiente intelectual que se vivió en España a lo largo de los años 20 y 30 propició que incluso unos escritores de temáticas y sensibilidades narrativas tan ajenas y lejanas como podían ser las que caracterizan a los escritores nórdicos (Ibsen, Pontopiddan, Hamsum y el propio Sillanpää, entre otros) fuesen traducidos aquí y gozasen de una meritoria aceptación. Tras el paréntesis de la Guerra Civil española y la larga marcha hacia la nada impuesta por el franquismo, los escritores nórdicos antes citados, pero también autores como Rabindranath Tagore, Theodor Momsen,  Herman Hesse, Gerhart Hauptmann, Sinclair Lewis y tantos otros recibieron una segunda y espléndida oportunidad de ser leídos gracias a la colección de Premios Nobel de Aguilar. Según la propia editorial, aquellos benéficos libros poseían  "una excelente encuadernación de lujo en tapas blandas de cuerina azul con estampados en el frente y filigranas doradas en el lomo".  En la práctica,  quién no lo recuerda, la "cuerina azul" resultó ser un plasticazo imitando piel y con unos cantos durísimos que se te clavaban en la palma de la mano cuando llevabas un rato sosteniendo uno de aquellos volúmenes que pese a tener papel biblia sumaban más de 1300 páginas y pesaban lo suyo. Para compensar, las ediciones estaban tan cuidadas que a veces resultaban incluso excesivas en relación al valor real del autor elegido. Por ejemplo Tagore, cuyo tomo de Obras escogidas lo abría un Epistolario laminar de Ortega y Gasset, un Colofón Lírico de Juan Ramón Jiménez y un Prólogo de Agustí Caballero, con el remate que implicaba el que la traducción fuese de doña Zenobia Camprubí.

O sea que fuimos muchos quienes  leímos casi juntos a Knut Hamsum y Frans Eemil Sillanpää, por lo que, inevitablemente, al releer ahora Silja viene de continuo a la memoria el Hamsum de la Trilogía del Vagabundo. Porque, aun siendo de países vecinos,  el paisaje en uno y otro es el mismo, aunque con una diferencia. En Hansum la naturaleza es un todo con el narrador, que se funde en los espacios abiertos y considera que el frío y la nieve son unos complementos tan indispensables en su cotidianidad como indispensables son las estrellas en una noche de otoño o el crepitar de la leña dentro de una choza mientras fuera la nieve golpea contra las paredes y el techo a impulsos del viento. En Sillampää, en cambio, la naturaleza sólo es un marco (un marco que conoce y describe con asombrosa precisión porque nació en ella y vivió en ella hasta que le sorprendió la muerte). Sin embargo, los personajes, primero los progenitores de Silja, más tarde ésta en compañía de su padre ya viudo, y finalmente ella sola, se mueven por impulsos de su vida interior y la naturaleza, cuando interviene, siempre es un complemento ajeno, exterior y a veces incluso hostil. Kustaa, el padre de Silja, malvende la granja de sus mayores porque es un falso campesino, un hombre que ha sufrido la pérdida de aquellos valores que hubieran guiado su vida como guiaron las vidas de las generaciones que le precedieron; debido a ello, su atormentada relación con la tierra es perversa y hostil, y tan destructiva que no sólo acaba perdiendo la granja y, de paso,a su esposa y los demás hijos que ésta le ha dado, sino que transmite el germen de su destrucción a Silja, un pobre ser que va de una granja a otra zarandeada y empujada hacia el abismo por la maledicencia, la mezquindad y la falta de solidaridad de una sociedad  que asimismo ha perdido los valores ancestrales y no ha sabido sustituirlos por otros nuevos.  Sin estridencias ni desgarros autocompasivos. Pasado el verano alegre y luminoso de la juventud, los  personajes se encaminan hacia la dura noche invernal conscientes de que no les serán concedidos nuevos amaneceres. Silja sabe ser el último eslabón de una cadena y que, al cerrar los ojos, detrás no quedará nada de ella. Nada. Y sin embargo, ochenta años después de ser escrita, una nueva generación tiene la oportunidad de leerla, esta  vez sin riesgo para las palmas de las manos.

Silja

Frans Eemil Sillanpää

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Una mala generación de hombres

Maryann Burk Carver y Ray en 1972. Fuente: Gary McNair/From ?What It Used to Be Like Raymond Carver. A Writer?s Life de Carol Sklenicka, una biografía extensa del gran cuentista norteamericano, centrada especialmente en su relación con su milior fabro Gordon Lish, ha sido comentada por Stephen King. El mismo, no es un error y no se sorprendan que todo puede pasar. La revista Ñ ha traducido la reseña del Señor best seller sobre el Señor long seller. King resume varios ítems que recorre Sklenicka. El más interesante para mí (un poco harto, la verdad, del tema Lish-Carver) es el relativo a la imagen absolutamente inolvidable de su primera esposa, Maryann Burk Carver, envasando fruta durante dos semanas para comprarle una máquina de escribri a Ray. Ya no hay mujeres así (da lo mismo, mientras exista Mastercard todo bien). Dice la nota:

Era Maryann Burk Carver la que ganaba el pan en aquellos años mientras Ray tomaba, pescaba, estudiaba y empezaba a escribir los relatos que una generación de críticos y docentes calificaría erradamente de ?minimalistas? o de ?realistas sucios?. El talento literario suele tener sus propias reglas, pero los escritores cuyo trabajo deslumbra por su profundidad y misterio a menudo son monstruos prosaicos en su casa. Maryann conoció al amor de su vida ?o su calvario; Carver parece haber sido ambas cosas? en 1955, cuando trabajaba en un Spudnut Shop de Union Gap, Washington. Tenía catorce años. Cuando ella y Carver se casaron en 1957 le faltaban dos meses para cumplir 17 años y estaba embarazada. Antes de cumplir 18 descubrió que estaba embarazada otra vez. Durante los siguientes veinticinco años fue camarera en bares y restaurantes, vendedora de enciclopedias y maestra. Poco después de casarse pasó dos semanas envasando fruta para comprarle a Carver su primera máquina de escribir.Ella era hermosa; él era tosco, posesivo y, en ocasiones, violento. Carver consideraba que sus propias infidelidades no justificaban las de ella. Cuando Maryann incurrió en un ?flirteo? luego de haber bebido un poco en una comida en 1975 ?época para la cual el alcoholismo de Carver se encontraba en su apogeo?, la golpeó en la cabeza con una botella de vino. Le cortó una arteria cerca del oído y casi la mata. ?Necesitaba ?una ilusión de libertad??, escribe Sklenicka, ?pero no podía soportar la idea de que ella estuviera con otro hombre?. Es uno de los pocos momentos en que Sklenicka da muestras de solidaridad con la mujer que mantuvo a Carver y que nunca pareció dejar de amarlo. Si bien Sklenicka transmite cierta veneración por Carver escritor y sin duda entiende la influencia destructiva que tuvo el alcohol en su vida, prácticamente no abre juicio en lo relativo a Carver como borracho desagradable y marido desagradecido (además de, en ocasiones, peligroso). Cita a la novelista Diane Smith (Letters from Yellowstone), que dijo ?Fue una mala generación de hombres?, y deja las cosas ahí. Cuando cita declaraciones de Maryann, que se calificaba de ?Cenicienta literaria que vive en el exilio en aras de la carrera de Carver?, la primera esposa aparece sólo como una ex mujer quejosa. Ray y Maryann estuvieron casados veinticinco años, y fue durante esos años que Carver escribió el grueso de su obra. El tiempo que pasó con la poeta Tess Gallagher, la única otra mujer importante de su vida, fue menos de la mitad que eso.Sin embargo, fue Gallagher la que cosechó los beneficios personales de la sobriedad de Carver (dejó de tomar un año antes de que ambos se enamoraran), así como también los económicos. Durante el juicio de divorcio, el abogado de Maryann dijo ?eso me incomoda y en cierto grado atenta contra mi capacidad de disfrutar de los cuentos de Carver? que sin un acuerdo judicial digno, la vida de Maryann luego del divorcio sería ?como una bolsa de picaportes que no abrirían puerta alguna?.La respuesta de Maryann fue: ?Ray dice que va a mandar dinero todos los meses, y yo le creo?. Carver cumplió la promesa, con cuotas de protesta. Cuando murió en 1988, sin embargo, la mujer que lo había sostenido económicamente descubrió que había quedado al margen del cobro del producto de la venta de los populares tomos de cuentos del escritor.

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30 de abril de 2010
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El juez de la horca

 

En el suplemento de libros de Le Monde leerás la reseña que Emilie Grangeray dedica al libro de Thomas Buergenthal, juez de la Corte Internacional de Justicia. L'Enfant de la Chance lo dedica el autor a los hijos y nietos "para restablecer el vínculo entre el pasado y el futuro".

Entre nosotros lo publicó Testimonio con prefacio de Miquel Roca i Junyent. A pesar de sus cuatro ediciones no parece haber alterado la confianza de los españoles en la doctrina del olvido benéfico. La buena memoria del juez que sobrevivió a Auschwitz no ahuyenta al miedo camuflado en la asustada memoria española.

 Buergenthal trabaja hoy a favor del marco legal internacional que hará "cada día más difícil la violación de los derechos del hombre". Entre nosotros, estas razonables palabras sonarán como la airada amenaza de un vengador. Y eso ya nos da una idea de cuál es nuestro problema.

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30 de abril de 2010
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El Boomeran(g)
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