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Poesía del avión

Llegué a Barajas después de un vuelo de doce horas en un avión llamado Vicente Aleixandre. El nombre del poeta lo había visto en un costado del morro, junto a la cabina de los pilotos, antes de embarcar, y me dio paz, sobre todo en las turbulencias sufridas durante el cruce del Atlántico, cerca de las costas de Mauritania. Llegamos a Madrid a la hora prevista. Antes de descender del avión, una de las azafatas, habiéndole mostrado mi curiosidad poético-aeronáutica, me contó la historia de las relaciones de Iberia con la literatura.

       Sabía yo de antemano que nuestra compañía de bandera es, si no siempre puntual en los horarios, muy cumplida en las cosas de la nomenclatura. Tenía en mi memoria, por ejemplo, el recuerdo de un vuelo a Lanzarote en el avión Timanfaya, el parque volcánico semi-extinto de aquella hermosa isla; son muchos los aviones nombrados según la geografía del país, desde los que incorporan accidentes de montaña a los que designan ciudades. También me acordaba de otro trayecto en la aeronave Avutarda que hizo honor al nombre de estas aves zancudas de pesado vuelo y, tras un despegue abortado y una diferida aproximación al aeropuerto de destino (congestión aérea, el mal de nuestros cielos), nos plantó en Alicante con dos horas y media de tardanza. Un ecologista convencido me explicaría después, con cierto orgullo de clase, que Iberia había dado a una parte de su flota los nombres de la fauna nacional, buscando para cada uno el apoyo moral de personas de reconocida valía; mi viejo amigo Joaquín Araujo fue el padrino del avión Águila Imperial Ibérica, y Odile Rodríguez de la Fuente la madrina del Halcón Peregrino.

     Pero vuelvo a lo mío. La azafata literariamente bien informada me puso al corriente de lo muy antigua y persistente que es la presencia de los artistas españoles en nuestra aviación civil. Se empezó por lo visto con los pintores y los músicos (yo no llegué a montarme en ninguno de esos aviones), y en 1970, al primer Boeing B-747 de la compañía se le llamó Miguel de Cervantes, y varias de esas grandes naves, popularmente conocidas como los Jumbos, llevaron el nombre de Calderón de la Barca, Lope de Vega o Francisco de Quevedo. Años más tarde, y no sé si la democracia tuvo algo que ver con los cambios en esa fe de bautismo, llegarían los aviones Miguel de Unamuno, Federico García Lorca, Pío Baroja y Jacinto Benavente, así como, en una iniciativa que excede felizmente todo cupo de atención feminista, los Airbus A-340 puestos bajo la advocación de Rosalía de Castro, Concha Espina, Teresa de Ávila, Emilia Pardo Bazán o, volviendo la mirada al pasado clásico, María de Zayas y Sotomayor y la palpitante monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. Al hilo de esa lista de grandes damas de las letras me vino a la cabeza el día en que volé, sin saber que formaba parte de una serie, en el avión de María Moliner, la autora del maravilloso Diccionario de Uso del Español, tal vez el libro que más veces he tenido en las manos a lo largo de mi vida. Se me hizo corto aquel vuelo, pasado en un ensueño de palabras sacadas del tesoro que nos dejó la lexicógrafa aragonesa.

     Hay por cierto otra tres ‘marías' en el acervo de la compañía Iberia: la heroína María Pita, la actriz María Guerrero y la filósofa María Zambrano, un ejemplo, esta última, asombroso de inspiración para los responsables de nuestros medios de transporte, ya que la autora de ‘Claros de bosque' honra con su nombre, además de un avión, la estación del AVE en Málaga. ¿Le habría gustado a esa maestra del pensamiento calmo verse conectada para la eternidad con un lugar de tanto trasiego? ¿Le gustaría a Picasso dar nombre al aeropuerto de la misma capital andaluza? ¿Estaría feliz Aleixandre, malagueño de espíritu, de prestar el suyo al avión que me trajo el otro día desde América Latina?

     Es curiosa nuestra relación con los muertos ilustres. Les ponemos placas y calles, no siempre muy transitadas, y damos a las escuelas, a las bibliotecas y los centros culturales la impronta de su prestigio, sin importarnos mucho la continuidad de nuestro apego. El caso de Aleixandre es sintomático, y conviene comentarlo una vez más por escrito: su casa de la calle Vicente Aleixandre (ex-Velintonia), en la zona del Parque Metropolitano cercana a la avenida de la Moncloa, sigue abandonada y derrelicta, en medio de una disputa entre unos herederos y una administración que no se ponen de acuerdo en el dinero que costaría adecentarla y convertirla en un centro de estudios poéticos o residencia de jóvenes creadores. En Montevideo, la ciudad de la que yo volvía precisamente en ese largo vuelo en el Airbus Vicente Aleixandre, me dijeron que quizá pronto se le de el nombre de Mario Benedetti a la plaza próxima al modesto piso de la calle Ramos Carrión, en el barrio madrileño de Prosperidad, donde vivió tantos años el poeta y narrador uruguayo. ¿Y Onetti? Cada mañana paso por delante del ático donde este compatriota suyo vivió exiliado hasta su muerte, y veo la lápida que lo recuerda. No sé si me gustaría volar en una nave espacial con el nombre de ese genio tumbado que, después de crear el país de Santa María, no se asomaba al final de sus días ni a las ventanas.

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20 de septiembre de 2010
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Un recuerdo que he olvidado

No recuerdo dónde leí hace poco, seguramente en una antología con el lomo pelado, una de esas que hace veinte años compré en la estación ferroviaria de Oxford, pero que nunca leí porque en el trayecto me encontré con otro profesor del departamento, Eric Leery-Stout, un hombre resabiado, de malévolo ingenio, y ya no dejamos de hablar sobre la escasa sutileza de los colegas hasta llegar a Victoria Station, pero era un cuento americano (que era americano lo recuerdo perfectamente) en el que alguien recordaba a aquella chica con carita de muñeca, muy atenta con todo el mundo en la ventanilla de la universidad, pero con una pierna más corta que la otra, a la que su padre acompañaba cada año al baile de Primavera o de Fin de Curso (eso no lo recuerdo) y se sentaban ambos en un banco, junto a la pared, y allí estaban toda la noche mirando con una expresión de atenta curiosidad a la gente y a las parejas que bailaban, e intercambiaban a veces comentarios sobre alguna de las preciosas muchachas vestidas con ligeros trajes azules y amarillos, o los movimientos tan torpes como encantadores de los chicos más deportivos de las clases superiores, y así transcurría la velada hasta que poco a poco la sala iba quedando vacía de modo que se levantaban sonrientes, el padre estiraba un poco los brazos como a veces hacen los perros, y aunque jamás, en siete años que viví allí, nunca nadie, jamás, jamás, la invitó a bailar, salían comentando jovialmente lo bien que lo habían pasado y lo bonitas que eran estas fiestas y lo amables y guapos que eran los jóvenes del instituto y qué buena noche hace, qué te parece, ¿vamos caminando hasta casa?, ¿te ves con ánimo?, ¡qué dices, papá!, pero ¿acaso me tomas por una inválida?, ¡cariño, si yo soy el tullido...!, y oía sus risas tan bien entonadas como los dúos de la radio alejándose hacia la oscuridad, mientras la noche se cerraba sobre el pueblo como un enorme manto de olvido y caía luego sobre mi de repente.

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20 de septiembre de 2010
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Investigaciones sociológicas

 

Estaba escrito, se dice, y con eso se alude al problema fatal por antonomasia, el destino. Desde que se inventó la escritura y, con ella, un nuevo orden del universo, existe la “tableta de los destinos”, que registra la suerte particular de cada ser inscrito en ella. La mitología mesopotámica consiste esencialmente en la particular guerra que desencadena la posesión y manejo de esa tableta que asegura el poder supremo al dios que la retenga.

La del censo es una cuestión tan antigua y delicada como la que representan la autoridad o el monopolio de la violencia. Cuando el dios de Moisés le ordena censar a los israelitas (Éxodo, 30, 11-12), sobre el mandato se cierne un peligro algo más que tácito: cada empadronado deberá pagar el rescate por su vida; de otro modo, Jahvé cuadrará las cifras mediante una plaga. El trabajo de campo que debe realizar Moisés será anotado por su dios en la tableta de los destinos. Así que, cuando el profeta ve que su pueblo se ha entregado a la idolatría mientras él se reunía en la cumbre divina, pide a su dios que perdone al pueblo, o si no, “bórrame del libro que has escrito”.  Jahvé le replica que no admite sugerencias ni solicitudes en lo tocante al manejo del censo.

El pasaje del censo de David (Samuel II, 24) también es explícito sobre la naturaleza del monopolio: “Ardió de nuevo la ira de Yahvé contra los israelitas e instigó a David contra ellos diciendo: ‘Anda, haz el censo de Israel y Judá’”. Hacer el censo era una ofensa gravísima que lesionaba las prerrogativas divinas, porque Jahvé edita y posee en exclusiva el registro de los vivos, y, si se ganan las batallas, no es por superioridad numérica, sino porque a Jahvé le sale de las narices. Si David quiere hacer el recuento de sus fuerzas armadas, es porque desconfía de su dios. El atrevimiento, que el propio Jahvé ha incitado, quizá porque se aburre, se castiga mediante una terminante corrección divina del censo cuya naturaleza se permite elegir a David: tres años de hambruna, tres meses de derrota en la guerra, o tres días de peste. 

Ya en latín, el verbo “censeo” presenta la doble acepción que da lugar a censo y a censura en las lenguas romances: estimar y evaluar, de entrada, pero también juzgar y opinar. Censor en latín es tanto quien elabora el padrón, con el recuento y reparto de cargas, como quien censura y critica, porque la clasificación censal conlleva la imposición de un orden ideal.

Esa doblez procesal se ejercita hoy mediante artefactos ilusionistas como el Centro de Investigaciones Sociológicas, cuya misión es ficcionar el reflejo de la opinión, con la esperanza de mejorarla y, donde haga falta, crearla. Según su reglamento, el CIS tiene como finalidad “el estudio científico de la sociedad española”. Esa empresa tiene un contratante único, que es la presidencia del gobierno, su procedimiento es “negociado sin publicidad”, y despacha servicios del tipo: “El voto flotante: análisis temporal desde un enfoque cualitativo”. El otro día, el gobierno cesó a la presidenta del CIS, para corregir la feísima aberración de hacer saber al público que una mala parte del mismo se entrega con terquedad a la idolatría de no venerar al gobierno. Hay una comicidad irreductible en definir como “estudio científico de la sociedad española” la finalidad de un “organismo autónomo” del que se exige la conducta de un lacayo de cámara. Y no puede ser de otra manera, por la propia índole del censo como propiedad e instrumento irrenunciable del poder.

Luis XIV tenía, en efecto, un lacayo de cámara que se encargaba de lo del CIS, y ni siquiera lo hacía con dedicación exclusiva. Era privilegio exclusivo del primer lacayo de cámara poder hablar dos veces al día, cara a cara, con su amo. Este servidor se acostaba en la habitación del rey, en una cama turca montada rápidamente a los pies del monarca. Él era quien despertaba al rey por la mañana, después de plegar y hacer desaparecer su cama turca. También se ocupaba de las bujías y la colación constantemente preparada durante la noche. En el momento de acostarse, también era él quien tendía al rey las reliquias con las que su majestad dormía. Una vez retirado todo el mundo, el rey charlaba  libremente con su servidor y entonces éste le daba cuenta de su estudio científico de la sociedad palaciana, recibía órdenes secretas y pasaba informe de los rumores flotantes.

Saint-Simon nos dejó una pintoresca descripción de los “suizos del primer lacayo de cámara”, que “estaban secretamente encargados de recorrer día y noche las escaleras, corredores, pasillos, patios y jardines, y de patrullar, esconderse, emboscarse, anotar, seguir a la gente, y ver de dónde entraba y salía, qué decía antes y después de la audiencia, y hacer saber todos sus descubrimientos.” 

Luis XIV tenía una percepción justa de su papel cuando llamaba al conjunto de sus súbditos, no pueblo, ni franceses, sino simplemente “público”: Les Rois doivent satisfaire le public, era su lema. Y el público debía ser censado, interrogado e inquirido con solicitud y diligencia, por su bien. Así se conocía en qué medida se aproximaba al grado de satisfacción que se esperaba de él.

Hasta Cristo tuvo su propio CIS, que le estudiaba científicamente la parroquia. Lucas, el evangelista más atento a los detalles, dice que interrogaba a sus muchachos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo? […] Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

 

 

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20 de septiembre de 2010
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Móvil-activismo

URL de la imagen: http://twitpic.com/2pqj3q Pasos para activar el servicio de MMS: 1. Escribir el código *#06# e inmediatamente el teléfono mostrará su código IMEI que es un número de 16 cifras. 2. Enviar los 8 primeros dígitos del IMEI por SMS al número 4222. 3. Se recibirá un SMS que dirá si el modelo del teléfono acepta o no la activación del MMS. No funciona para Blackberry ni iPhone, por lo que se recomiendan Motorola K1, Motorola U6, Motorola V3 y los modelos de Nokia no demasiado modernos. 4. Si el móvil acepta el servicio MMS, se recibirá un segundo mensaje que dirá ?Aceptar? o ?Instalar?. En caso de que al dar una de esas dos opciones nos pidiera un código, debemos marcar 1234. 5. Una vez instalada esa aplicación, quizás debamos apagar y encender nuevamente el móvil. 6. Al encenderlo, veremos aparecer al lado de la señal de cobertura, si se trata de un Motorola un par de rombos verdes, si se trata de un Nokia aparecerá en esa misma zona una ?G? mayúscula. 7. A partir de ese momento se podrá enviar imágenes por MMS a otro móvil cubano que ya tenga activado el servicio MMS por un costo de 30 centavos el mensaje. 8. También se puede enviar imágenes a un email por el costo de 2,30 CUC. Esta opción resulta de mucha utilidad para mandar imágenes hacia el extranjero. Fuente del texto: http://twitpic.com/2pqktq

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19 de septiembre de 2010
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Nueva traducción de Pasternak

Boris Pasternak Galaxia Gutemberg ha decidido publicar una nueva traducción, directamente del ruso y por Marta Rebón, de la novela de Boris Pasternak El doctor Zhivago. Las traducciones anteriores habían sido tomadas de la edición italiana de Feltrinelli en 1957.

La primera traducción de Doctor Zhivago al castellano es de 1958, en Noguer, obra de Fernando Gutiérrez a partir del texto italiano de Feltrinelli. El mismo nombre aparece en multitud de ediciones posteriores, desde Orbis a Anagrama. ?La versión -dice Marta Rebón? era siempre la misma, aunque algunas como Cátedra hicieron correcciones?. ?Me parecía increíble ?dice Joan Tarrida, responsable de Galaxia Gutenberg? que no hubiera una versión directa del ruso. Esta traducción forma parte del proceso que empezamos con El buen soldado ?vejk, que tradujimos del checo, y Vida y destino?. La historia de los manuscritos de la obra maestra de Pasternak da material para una novela. Desde los años cuarenta corrían por Rusia y por los círculos de exiliados capítulos y poemas de un libro que Pasternak iba constantemente revisando a partir de las copias pasadas a máquina por Marina Baranovich. En diciembre de 1955, Pasternak dio por concluida su obra y encargó a otra mecanógrafa varias copias para los diarios Znmya y Novy Mir y para sus amigos, incluyendo aún en ellas diversas correcciones. Este galimatías es el que años después convertiría en un rompecabezas la fijación del texto definitivo en ruso. En 1956 la novela se había convertido ya en una leyenda para los editores europeos. Feltrinelli logró por medio de Silvano d?Angelo, un joven periodista italiano que trabajaba como corresponsal en Moscú, una copia no corregida por el autor. No era la única. Había más en Checoslovaquia y en Polonia. Isaiah Berlin manejaba otra, los amigos de la familia en Oxford habían dado el texto a traducir al inglés, mientras el propio Pasternak había facilitado una más a Jacqueline de Proyart para la versión francesa. En 1956 había estallado la revolución de Hungría y el revuelo en la URSS en torno a un libro crítico con los sóviets iba adquiriendo dimensiones sumamente peligrosas para Pasternak.Novy Mir había rechazado publicar la novela por antisoviética y los gerifaltes comunistas intentaban con falsas promesas que aplazara la edición de la obra. Los amigos del escritor temían por su vida y buscaban también una dilación. Pero era ya imparable. Publicaciones de emigrados rusos y semanarios polacos estaban publicando fragmentos, mientras Feltrinelli se ponía cada vez más nervioso. Quería abanderar el libro antes de que se le adelantaran otros editores. Doctor Zhivago salió en librerías el 22 de noviembre de 1957 entre el estruendo publicitario y de la polémica. El éxito ?excepto el varapalo de Nabokov? fue clamoroso y Pasternak fue propuesto para el Nobel. ?La novela ?dice Marta Rebón? es muy complicada de traducir. Pasternak era un poeta que se pasó la vida soñando con escribir una gran novela antes de irse a la tumba. Invirtió más de diez años en escribirla y hay pasajes escritos veinte años atrás. Es una novela de amor, claro, pero ni mucho menos se queda ahí. Volcó muchos intereses. Él era muy religioso y le impactó que su padre se pasara del judaísmo al cristianismo ortodoxo. Hay una atmósfera densa, mucho simbolismo y metafísica, con el telón de fondo de la historia trágica de Rusia, narrado con un estilo intimista, lírico y una estructura compleja de 16 capítulos. El último son poemas que me he atrevido a traducir yo misma para mantener la unidad del libro, ya que cada poema está relacionado con un pasaje de la novela?.

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19 de septiembre de 2010
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Tilman Rammstedt reseñado

Tilman Rammstedt El alemán Tilman Rammstedt, de 35 años y premio Ingeborg-Bachmann, se estrena en castellano con la novela Nos quedamos cerca, editada en Argentina por Eterna Cadencia. La reseña en ADN Cultura habla de ?una especie de viaje iniciático, pero no ya como pasaje de la infancia a la adultez, según el modelo tradicional, sino de la adolescencia tardía, demorada y a veces fatalmente eterna a una adultez incógnita y sin referentes?. Dice la reseña:

En la novela del alemán Tilman Rammstedt, Nos quedamos cerca , el timón de la narración lo lleva Félix, un médico que roza la treintena y que cuenta en primera persona la historia de su amistad amorosa con Katharina y Konrad. El relato arranca en un punto climático cercano al desenlace: tres años después de haberse desbaratado el triángulo que los unía, Félix y Konrad reciben la invitación de Katharina a su inminente boda con un tal Tobías Ottensen. Los despechados vuelven a ponerse en contacto y deciden viajar de Berlín a Hamburgo para secuestrar a su antigua amiga y llevársela lejos, en auto, hasta un lluvioso balneario de la costa normanda. Se trata de una jugada inconsistente y desesperada, y la imprecisión del móvil va quedando en evidencia a medida que pasan los días y se acerca la fecha del casamiento, entre reproches silentes, acercamientos extemporáneos y paseos por la playa. Katharina no desespera, pero al mismo tiempo querría saber cuál es el plan de sus captores, sus condiciones, o al menos el precio simbólico que debería pagar por su propio rescate. Detenido en punto muerto en ese presente cuasi delictivo que quema como una papa caliente, Félix llena las lagunas del pasado y nos cuenta el origen y apogeo del triángulo romántico, cuando Konrad y él compartían a Katharina, aparentemente, en una perfecta y dichosa entente cordiale . Sin embargo, como también la verdad está cautiva de la primera persona de la narración, poco a poco nos enteramos de que el acuerdo no era tan cordial y de que Katharina funcionaba como hábil mediadora entre los varones, dosificando la información que recibían y manejando los hilos de la trama. Los detalles escabrosos nunca llegan y el morbo del lector se ve, quizá felizmente, frustrado. De vuelta al presente, la vaguedad de propósito de los secuestradores conduce a un final igualmente vago, regreso a Alemania mediante, pero la excusa argumental sirve de sostén para el desarrollo de tres personajes marcadamente generacionales, una especie de análisis etario, aunque circunscripto a las manadas despreocupadas de jóvenes adultos europeos que pueden desaparecer de sus lugares de trabajo durante diez días sin que pase nada, al menos según esta novela.

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19 de septiembre de 2010
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Hoy no estoy de buenas

 

 

Se nos jodió el buen fin de semana. Acabo de enterarme de la muerte de José Antonio Labordeta. Lo siento por muchas cosas. Porque era fácil, amable, divertido y tranquilamente sincero. Lejos de cualquier afectación, lleno de humor, dispuesto a la charla y la barra, a la noche y al camino. Yo no era de sus músicas, pero su voz conseguía que nos levantáramos para tomar la última colina para nuestra República. Una República que solo existía en nuestros deseos. En los deseos de muchos dispersos. Y en los deseos de la "tribu" aragonesa. Sus "nietos", que libres, que obstinados, que aragoneses, que cantarines. Noches con Labordeta, "el abuelo", para terminar cantando y golpeando las mesas de Casa Emilio. Noches con Luis Alegre, Félix Romeo, Antón Castro, Miguel Pardeza, Joaquín Carbonell o Ignacio M Pisón y otros muchos, y muchas, que hoy imagino mosqueados con la roñosería de la vida y hasta con la Virgen del Pilar, ¡que tampoco es para tanto!

Días y noches paganos que se nos quedan sin uno de los santones. Labordeta era lo contrario del Papa. Lo contrario de este melifluo cobarde u mentiroso que tapa las miserias de los suyos. Lo contrario de esa hipocresía de los que cantan bajito. Hoy Labordeta- perdón a los de Santander- se merece que el Zaragoza gane el partido. Y de paso que lo haga el Atlético, que también era equipo de Labordeta. El futbol tan unido a nuestras pequeñas historias, a nuestras emociones y tristezas de tantos domingos.

Precisamente en una tarde fútbol, y viendo al Zaragoza, murió otro Labordeta, el gran poeta Miguel. Un equipo que tiene muchas deudas con los Labordeta.

Siento no haberle visto más. No haber reído, discutido, bebido más con él. Y lamento no haber cumplido con algo que me pidió hace poco, una copia del documental sobre el aragonés Pepín Bello. Quise dárselo en persona, nunca lo hice. Con algunos amigos nos tomamos esas confianzas, esos errores y nos permitimos el lujo de aplazar las cosas, los regalos, los abrazos. Una torpeza. Se los daré a sus hijas, a la escritora Ángela. A la actriz, Ana. A su mujer. A sus nietos.

Otro de sus mejores amigos, José Carlos Mainer - en el excelente prólogo de la novela "En el remolino" que rescató Anagrama y que es una desgarradora historia que José Antonio Labordeta hizo sobre un pueblo y las miserias de sus habitantes en los días de la Guerra Civil - decía con toda la razón que la popularidad simplifica cuanto toca. Y la fama de Labordeta como personaje mediático a su pesar tapó al Labordeta escritor y poeta. Deberíamos quitarles mochila y simplificaciones a los Labordeta.

Dice Mainer: "Ser un personaje popular es una esclavitud para un hombre mucho más solitario de lo que parece y mucho más rutinario de lo  que le permite su agenda. Hoy es mucho más conocido que su hermano Miguel, el poeta y esto es algo que no entiende ni acepta. Difícilmente nos explicaríamos muchas cosas de nuestro Labordeta sin la sombra afectuosa y grandota de aquél hermano mayor, al que ha celebrado en alguna hermosa canción y que murió antes de cumplir los cincuenta en 1969"

Antes de rescatar un poema de su hermano Miguel, que fue una guía para José Antonio, recordar ese partido imaginario al que muchos quisimos pertenecer, aunque poco nos gusten los partidos y que no pudimos, y no por ser de Aragón, sino porque no admitía a nadie. Un partido para él solo que llamó IDA, izquierda depresiva aragonesa. No tuvo fortuna, terminó en otro partido pero sin que se le notara.

El poema de Miguel, que tanto gustaba a José Antonio se llama: "Escucha joven poeta inadvertido"

 

"escribe para todos / es decir para nadie

no lo olvides / del pueblo vienes

y el pueblo es tu raíz / en consecuencia

no hagas caso del pueblo

vuelve sagrado cuanto toques

natural

cuanto toques sagrado

vuélvelo natural

es decir

haz lo que te dé la gana

quema estas advertencias por favor

es mi consejo póstumo"

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19 de septiembre de 2010
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Rebeliones antiprogres

La preocupación alcanza incluso a Karl Rove, el brujo electoral de las victorias de George W. Bush al que se le están escapando sus diabólicas criaturas de la retorta. Rove, especialista en ganar elecciones mediante la polarización política, ha manifestado su desagrado con las victorias del Tea Party, el movimiento radical republicano que está arruinando a los candidatos oficiales en las primarias de numerosos Estados y dibujando a la vez la posibilidad de que la derrota demócrata en las elecciones legislativas de noviembre no sea tan amplia como pronosticaban inicialmente los sondeos.

No es muy original lo que está sucediendo en Estados Unidos, a pesar de que allí adopte el nombre de las revueltas antibritánicas contra los impuestos conocidas como Tea Party, que empezaron con el lanzamiento de un cargamento de té al mar en Boston en protesta por un aumento de los impuestos y terminaron conduciendo a la guerra de Independencia. Las peores fibras extremistas de las sociedades occidentales se han tensado en los últimos meses, tanto en Europa como en EEUU, ante los devastadores efectos de la crisis económica sobre el empleo, la inversión pública o el bienestar en general. En todas partes avanzan los ultras a caballo del antiprogresismo y el populismo, la antipolítica y la xenofobia, que se convierte en muchos casos directamente en islamofobia. Y donde no progresa la extrema derecha, como ocurrirá este domingo electoral en Suecia, son los propios Gobiernos los que metabolizan sus planteamientos y los convierten preventivamente en políticas propias para impedir que se le vayan los votos por el flanco ultraconservador. El caso más flagrante es el de Sarkozy, con sus expulsiones masivas de gitanos rumanos, ordenadas mediante circulares que vulneran la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea y la libertad de circulación del mercado interior europeo. Encuestas en mano, el presidente francés no duda en agitar los sentimientos xenófobos con la vista puesta ya en su reelección en 2012, aun a costa de sembrar de nuevo la cizaña entre los europeos. En EEUU, en cambio, la pulsión extremista puede permitir que los demócratas salven los muebles en las elecciones de noviembre y que las previsibles dificultades de un Obama sin mayoría demócrata en el Congreso queden atemperadas gracias a los extremistas. Las rebeliones antiprogres, al margen de sus efectos electorales, dividen y polarizan todavía más a las sociedades occidentales en un momento de crisis económica, cambio geopolítico y desplazamiento de poder hacia los países emergentes. A pesar de la arrogancia de sus militantes, son en el fondo un signo de división y por tanto de debilidad y decadencia.

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19 de septiembre de 2010
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Elogio a "La casa verde"

primera edición de la novela Hace unos días, comenté la presentación del libro de Víctor García de la Concha Cinco novelas en clave simbólica, que contó con las palabras de dos de sus autores comentados: Antonio Muñoz Molina y Mario Vargas Llosa.  La novela de Vargas Llosa La casa verde es una de las analizadas. Y Muñoz Molina, en ?Babelia? aprovecha la oportunidad para decir cuánto le debe a esa novela. Un elogio absolutamente justificado, creo yo, para una novela indispensable de la literatura en castellano. Dice Muñoz Molina:

Y al verme sentado allí, la cercanía física me devolvió una conciencia más clara de mi deuda personal con Vargas Llosa y precisamente con la misma novela elegida por García de la Concha, La casa verde. Más que con Cien años de soledad,aunque me gustó tanto cuando la descubrí, y desde luego mucho más que con Volverás a Región, que sinceramente siempre se me quedó muy lejana, tal vez porque ya era lector devoto de William Faulkner cuando encontré a Juan Benet, y porque su huella en español me llegaba mucho más a través de Juan Carlos Onetti. En cuanto a la otra novela, Madera de boj, de Camilo José Cela, la verdad es que no la he leído. (?)  Da un poco de vértigo pensar en el juego de las influencias y las resonancias mediante el cual se va tejiendo un destino, las conexiones invisibles de las que está hecha la vida. En el Círculo de Bellas Artes me acordé del impacto de la primera lectura de Cien años de soledad, pero también comprendí que en mi formación había sido mucho menos decisiva que La casa verde, y que mi idea de lo que es un novelista la había aprendido mucho más de Mario Vargas Llosa que de García Márquez.  (?) En Vargas Llosa lo que uno descubría era el tesón diario del trabajo de novelista. Una novela no procedía de una iluminación arrebatada, sino que era el resultado de una construcción cuidadosa y metódica, en la que el escritor actuaba al mismo tiempo como arquitecto y como albañil y cantero, con una perseverancia que tenía algo de dedicación artesanal y de arduo ejercicio de ascetismo. Por la misma época en la que yo leía y releía La casa verde y Conversación en La Catedral examinándolas por dentro para saber cómo estaban hechas -por algún motivo, uno no se hacía esas preguntas con Cien años de soledad- cayó en mis manos un ejemplar de Cuadernos para el Diálogo en el que venía un largo ensayo de Vargas Llosa dedicado a Flaubert y al proceso de escritura de Madame Bovary. Su efecto fue tan poderoso como el de los cuentos de Borges o los de Onetti, o como el de la primera lectura de Absalom, Absalom o Santuario. Recorté aquellas páginas de la revista y las leí no sé cuántas veces, subrayando casi cada frase con aprobación fervorosa. Lo que hacía Vargas Llosa en aquel ensayo que luego se convirtió en uno de sus mejores libros, La orgía perpetua, era estudiar Madame Bovary desde el interior de la conciencia del novelista que la iba escribiendo, sobre todo a través de las cartas de Flaubert a Louise Colet, y trenzar el relato y el análisis con una confesión personal: la del joven escritor, él mismo, que alimenta su vocación de novelista leyendo una novela suprema e identificándose con el tormento, la exasperación, la contumacia solitaria de su héroe. Había que saber a lo que uno se arriesgaba si elegía ese oficio: el precio de lograr una novela podía ser la propia vida. Flaubert había dedicado cinco años de la suya aMadame Bovary, y más tiempo todavía a La educación sentimental. Escribir sería encerrarse en el cuarto de trabajo como en una celda y no tener nunca asegurado no ya el resultado final, ni siquiera la próxima página, la próxima frase arrancada al vacío del papel con un esfuerzo agotador. Joven y desconocido, extranjero, Vargas Llosa había leído Madame Bovary en un cuarto de hotel barato de París en los años cincuenta. Yo leía su ensayo en una habitación de estudiante en Granada veinte años después. No tenía ninguna perspectiva razonable de convertirme en novelista, pero tampoco él las había tenido a esa misma edad. Uno escribe los libros y no puede saber el lugar que a veces llegan a ocupar en las vidas de otras personas. Las influencias van modelando el estilo, pero también afectan a veces el curso de la vida. Sentado cerca de Mario Vargas Llosa la otra tarde -él en un extremo de la mesa, yo en el otro, acompañando a Víctor García de la Concha- pensé con gratitud, y lo dije en voz alta, que sin el ejemplo de esos dos libros suyos probablemente yo no estaría allí.

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19 de septiembre de 2010
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EN MITAD DE LA NOCHE UN CANTO por Jiri Kratochvil

RESEÑA SIN PLUMAS por: Iván Thays HISTORIA DE DOS CIUDADANOS Petr es un niño que vive con su madre en la ciudad convulsionada de Brno, nacido en la segunda mitad de los años 40, cuando Checoslovaquia inicia la Tercera República y va poco a poco ingresando al régimen comunista. Su padre, un ornitólogo famoso, es perseguido por las nuevas fuerzas comunistas y debe huir del país. Su hijo lo espera, lo busca, trata de encontrar claves en los pocos objetos que dejó, mientras su madre va cayendo en la desesperación, el intento de suicidio e incluso la locura. Petr camina por una ciudad espectral, oscura y violenta, un estado militarizado, oyendo voces, siendo testigo de atrocidades y confirmando su condición de marginado, o más bien exiliado dentro de su propia ciudad natal.  Petrik no sabe quién es su padre, aunque sabe que su nacimiento coincide con el día de noviembre en que Checoslovaquia es liberada, a la luz de los proyectiles como si fueran fuegos artificiales, pues su madre es violada por una pandilla de soldados en fila. Sin embargo, Petrik sabe que ninguno de esos soldados es su padre, sino un hombre que pasó por ahí y con suma rapidez se metió en la cola, aprovechó la situación y dejó a la muchacha (virgen, de 16 años) embarazada. Su padre, piensa Petrik, es un gran mago extranjero que intenta conversar con él a través de las voces de los moribundos.  Mientras que la novela que nos narra Petr es desoladora, aunque con grandes momento de lirismo, la historia que nos cuenta Petrik es humorística, esperpéntica, fantasiosa. Petr es un huérfano solitario y frágil, Petrik es un pícaro que tiene poderes sobrenaturales y consigue lo que se propone, como casarse con la hija de un mafioso millonario de Brno.  Por otra parte, el relato de Petr avanza como una novela convencional, realista, apenas con el detalle de los comienzos de párrafo en minúscula. La de Petrik es una novela kunderiana (aunque también se nota la influencia de Hrbal) en la que el narrador es consciente de que está haciendo literatura, conversa con el lector, hace obvias sus técnicas literarias y se plantea si los hechos contados son los correctos e incluso introduce en un capítulo un narrador testigo. SIn embargo, ambas historias se alternan (los capítulos pares para Petr y los impares para Petrik) en la novela del checo Jiri Kratochvil En mitad de la noche un canto, la más celebrada del autor. La contiguidad de ambas historias nos permiten concluir que la historia de Petrik es un proyección real-maravillosa y picaresca de Petr. La orfandad y la búsqueda del padre que acosan ambos protagonistas, sumada a la constante referencia a la inestable situación política de Checoslovaquia comunista, le da a la novela una lectura alegórica que, para mí, resulta un lastre. Me hubiera gustado leer la poderosa imaginación y la extraordinaria prosa de Kratochvil al servicio no de una alegoría política sino de una novela que vaya profundizando cada vez más (sin necesidad de apelar a alegorías) en el tema de la identidad privada y colectiva. En la mitad de la noche un canto Jiri Kratochvil Impedimenta, Barcelona, 2010

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18 de septiembre de 2010
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El Boomeran(g)
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