Vicente Verdú
Decía Lévy Strauss en El pensamiento salvaje, me parece que todo modelo reducido tiene una voluntad estética. Querría decir, por ejemplo, aunque no creo que fuera un ejemplo suyo, que los bebés a todos nos parecen bonitos y encantadores. Y tan sólo, si hablamos en general, porque son pequeños o menudos, menudencias. Algunos de los bebés desmienten desde luego este postulado con su tremenda fealdad pero las excepciones, también aquí, afirmarían la regla.
Los cuadros, por ejemplo. ¿Quién duda a la primera consideración que un bodegón de tamaño inferior al natural tiende a ser más bonito que sui fuera su copia dimensional exacta? Y lo mismo, naturalmente ocurre con los paisajes, los montes y los mares. Pero hasta los perros, los caballos o las personas parecen más bonitos en su proporción reducida. La misma palabra bonito se corresponde con la de cute o pequeño, encantador, candoroso e inocente. No podría decirse que una figura a tamaño natural es fea pero sí que roza el límite de la fealdad porque un paso más, si la figura es mayor a la original, empeora la estética de la obra. Lo grande no es feo por sí pero su majestad lleva a otros diferentes puntos de vista.
Toda estética incluye cariño y respeto, admiración y deseo de apropiación. Es decir, la estética, para ser efectivamente sentida, necesita creer abarcar la contemplación del objeto. Una pieza mayor que, desde su tremendo natural, despide autoridad crea incómodas objeciones a su dominio. El observador se complace en la belleza de la creación cuando el mismo puede crear ensalzándola. Por el contrario, el contemplador se hunde y ve aplastado su placer bajo el peso incuestionable de una escala superlativa. Existe por tanto una relación muy delicada entre el tamaño de los cuadros y sus temas. Todo lienzo exagerado arruina los detalles o los subraya al punto de dejar sin palabras propias al ojo que observa. Más o menos ,lo bonito proviene de haber contribuido con nuestra pupila a la bondad terminada del cuadro. Al participio pasado de lo bonito que se halla así no sólo determinado sino que impone el valor incalculable de nuestra bondad estética. Para nosotros es bonito y luce
. Cuando una ciudadela, un templo, un palacio unos jardines naturales son hermosos desdeñan la visión personal del esteta y se convierten en ejemplares de la avalancha turística.
Finalmente: la escala puede transformar el suave deleite en angustia y el gozo íntimo en la angustia de la atracción pública.