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Y sí, fue Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza y Carmen Amoraga Las quinielas acertaron esta vez. Eduardo Mendoza fue el ganador del premio Planeta con la novela Riña de gatos, presentada como La muerte de Acteón. No nos sorprendamos de que el tema es la Guerra Civil Española, pos supuesto. La finalista fue Carmen Amoraga. Dice la nota en El País:

Con la misma sorpresa que generó su debut literario en 1975 con La verdad sobre el caso Savolta , Eduardo Mendoza (Barcelona, 1934) ha logrado el 59 premio Planeta con sus nada despreciables 601.000 euros. El asombro ha sido doble, porque el que puede ser tachado como uno de los grandes cronistas de la convulsa historia de Barcelona, lo hizo con una novela que presentó como La muerte de Acteón pero ambientada en Madrid pocos meses antes de la Guerra Civil, un tema que, además, no había abordado hasta la fecha. Su título, Riña de gatos. ?Tenemos que asumir la Guerra Civil entre todos?, ha afirmado Mendoza tras recibir el galardón, pues ?es un tema que sigue interesando? y ?en concreto, ahora hay toda una generación de nuevos lectores jóvenes a los que les interesa mucho?, ha defendido. En torno aRiña de gatos, ha explicado que ?no es una novela con mensaje político, sino con trasfondo político. Desde luego no es una novela sobre la Guerra Civil, sino de intriga que toca sobre todo dilemas morales?.

?Le plantea al lector qué haría si estuviéramos en esas circunstancias [las del Madrid prebélico de 1936], en las que afortunadamente no estamos?, ha remachado Mendoza, quien asegura escribir novelas ?solo para ver cómo acaban?. Pinceladas de humor pespuntean además una novela que apunta a la gama seria del popular autor y con la que Mendoza obtiene su noveno galardón, el primero, además, que implica que se haya presentado en su ya larga trayectoria desde que conectara con el público como pocos autores en el último franquismo con La verdad sobre el caso Savolta , con la que las letras españolas volvían al modelo de novelas que contaban historias por placer narrativo más que trasunto ideológico o experimental, algo que estaba deseando una nueva hornada de lectores en plena Transición política. La obra premiada lleva a este hijo de fiscal de regreso a la novela tras el pequeño paréntesis que significó su debut el año pasado en el género del relato, Tres vidas de santos. ?Era un reto y, además, deseaba reflexionar?, justificó Mendoza, cuya trayectoria ha estado marcada por la novela y, si acaso, por el teatro. Y con brillantez, porque La verdad? obtuvo en 1976 el premio de Crítica. La tensa Barcelona revolucionaria de entre 1917 y 1919 de la obra abría, amén del uso de la ironía y el humor, una especie de gran retrato de Barcelona del autor que completarían, bajo el aspecto de parodias del género policiaco, El misterio de la cripta embrujada (1979) y El laberinto de las aceitunas (1982) y que, sobre todo, culminaríaLa ciudad de los prodigios (1986), una de las grandes novelas de y sobre la capital catalana, que obtuvo el premio Ciutat de Barcelona y el de mejor libro extranjero publicado en Francia, reconocimiento internacional que le ocurriría también con Una comedia ligera (1996). La isla inaudita (1989), Sin noticias de Gurb (de 1990 y publicado por entregas en este diario, como El último trayecto de Horacio Dos, de 2002), El año del diluvio (1992, nueva parodia, ahora del folletín), La aventura del tocador de señoras (2001), Mauricio o las elecciones primarias (2006) y El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008, uno de los libros más vendidos de ese año) completan una obra que en lo teatral cierran Restauración (1990) y Gloria(2008). Un joven inglés experto en pintura española antigua que viaja a España en la primavera de 1936 para tasar un posible cuadro de Velázquez desconocido es la trama con la que arranca la novela ganadora. El sello de la casa es inconfundible: el experto se verá inmediatamente envuelto en una trama de corte policial tanto como política, con personajes reales como José Antonio Primo de Rivera y una tríada de generales que resultan ser Sanjurjo, Queipo de Llano y Franco.

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16 de octubre de 2010
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¿Y si es Eduardo Mendoza?

a Eduardo Mendoza Otro de los nombres que suenan fuerte para el Planeta de hoy: Eduardo Mendoza. Dice la nota en Publico.es:

Las clásicas quinielas previas a la concesión del Premio Planeta apuntan en esta 59ª edición al autor Eduardo Mendonza, con una novela ambientada en la Guerra Civil. En caso de que el premio cayese finalmente en sus manos el galardón recuperaría el prestigio perdido en otras ediciones, en las que ha primado la relevancia del premiado sobre la calidad de los textos. Mendoza publicó el año pasado un ?librito? de relatos: Tres vidas de santos (La ballena, El final de Dubslav y El malentendido). Su última novela la publicó en 2006 (Mauricio o las elecciones primarias) y su trayectoria está jalonada de obras cumbres de la narrativa en español de las últimas décadas: La verdad sobre el caso Savolta, La ciudad de los prodigios o las descacharrante Sin noticias de Gurb son sólo tres de ellas. Como finalista gana fuerza la valenciana Carmen Amoraga, que con Para que nada se pierda, obtuvo el II Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla y en 2007 llegó a ser finalista del Nadal porAlgo tan parecido al amor. Isaac Rosa, columnista diario del diario Público, figura como uno de los posibles ganadores. Ya obtuvo un premio íntimamente ligado a Planeta y a la familia Lara, el Fundación José Manuel Lara, por su última obra, El país del miedo (2008).  Mendoza no está solo en las apuestas. Suenan otros nombres, aunque con menos posibilidades de llevarse el botín de 601.000 euros que reporta el galardón. Varios medios apuntan a Javier Marías, pero sería incongruente que el autor se presentase al premio literario más mediático con las declaraciones previas que al autor de Corazón tan blanco ha hecho al respecto del galardón. En su favor cuenta que su último libro publicado, la última parte de su trilogía Tu rostro mañana (Veneno sombra y adiós), data de 2007.  También se ?oye? el nombre de Elvira Lindo. En este caso las posibilidades de que se imponga son aún menores que las de Marías: no hace ni dos semanas que la autora madrileña publicó su última novela Lo que me queda por vivir. 

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15 de octubre de 2010
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Mani

 

Patrick Leigh Fermor está considerado por muchos como el mejor escritor vivo en  lengua inglesa. Además, pertenece a esa  privilegiada cofradía integrada por hijos del septentrión a los que un súbito y decisivo encuentro con el Mediterráneo les cambió la vida para siempre. Él, lo cuenta en El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua, tuvo el primer atisbo de lo que era aquello a principios de la década de 1930 y entre unas cosas y otras (incluso participó en la II Guerra Mundial como oficial británico en Creta) ya no ha salido de allí nunca del todo.

A mediados de la década de 1950, partió de Esparta con intención de atravesar la cadena del Taigeto y recorrer la península de Mani, un pequeño pero accidentado territorio histórico de poco más de un centenar de kilómetros de norte a sur  y apenas una treintena de ancho y cuyo punto culminante es el Profeta Elías, un pico en forma de pirámide que alcanza los 2.410 m del altura.  Para entonces el escritor llevaba incrustado en sus botas el polvo de los más apartados caminos de Grecia. Después de incontables viajes en autobús, a pie, en mula, en automóvil o en barco, sólo o en compañía de otros (pero fundamentalmente con la fiel Joan, es decir, Joan Elizabeth Eyres Monsell, una rica y sofisticada fotógrafa londinense que también acabó hablando, vistiendo y sintiendo como una griega) tenía acumulada una cantidad de cuadernos de viaje tan inmoderada que decidió sistematizar su caótico vagar por aquellas tierras y escribir un relato ordenado y completo de sus andanzas.  Mani es el único resultado visible de aquel ambicioso intento de sistematización. Pero sobre todo es el resultado de una pasión, y el lector hará bien si retiene en mente los aspectos negativos (o de exceso) que encierra en si  misma esta palabra por lo general usada cuando se quiere hacer una valoración  muy elogiosa.

De entrada no caben sino los más encendidos elogios hacia esta falsa guía de viaje, que  además del registro autorizado por el interior de un paisaje atormentado y de una belleza muy peculiar (resulta natural que uno de los capítulos se titule "Abominación de la desolación"), es un concienzudo y muy autorizado libro de historia que narra lo ocurrido desde que andaban por allí Homero y compañía hasta la temida llegada del turismo, el último y más temible de los ejércitos invasores; es además un tratado de moral, de poesía popular y de arquitectura rural, un curso culinario de primera mano y una búsqueda continua en el paisaje  de ese misterioso vínculo que surge de pronto entre el viajero y su horizonte. Pero todo ello, repito, contado desde la más apasionada fascinación. Así, antes incluso de dar un solo paso monte arriba, el narrador no tiene inconveniente en dedicar un capítulo entero a las comunidades insólitas dispersas por el ámbito de influencia del viejo  mundo griego (y que son de una insospechada variedad, longevidad  y capacidad de resistencia).  Pero de pronto, con sólo cambiar de capítulo, se lanza a una prodigiosa descripción de la travesía a pie hasta Kardamili, una diminuta población situada en la ladera occidental de la cordillera y a orillas del golfo de Mesenia. Lo de "a orillas"  es tan literal que después de la ardua y agotadora travesía de la montaña, los viajeros llegan tan necesitados de beber y refrescarse que deciden introducir en el mar la mesa de hierro de la primera taberna que han encontrado y sentados con el agua hasta las axilas sacian su sed con las jarras  de retsina que les van aportando unos pescadores que se suman a la celebración disponiendo sus caiques en torno a la mesa como los pétalos de una margarita. El pueblo está en fiesta y según se vacían las jarras los huecos son ocupados por los platos de pescado asado que aporta un camarero metido en el agua hasta la cintura. Y eso que, según les habían prevenido antes de salir, en Mani corrían grave peligro de muerte porque la gente de Mani era terrible, salvaje, pendenciera y aficionada a esconderse tras las rocas para disparar a los viajeros.

Pero qué manera de simplificar. Mani es como un diminuto mosaico en el que conviven (casi siempre belicosamente)  la práctica totalidad de las culturas surgidas del mediterráneo. Y para un degustador como Patrick Leigh Fermor, ese arriscado lugar es un tesoro en el que mueves una piedra y das con la entrada al Hades, dormitas en el fresco interior de basílicas que son como un diminuto resumen de la historia del arte occidental o te cruzas con un pastor o un campesino y puedes presentir la presencia viva del viejo politeísmo o la época en que aquellos valles estaban repletos de gorgonas y centauros. Todo ello contado, como digo, con un entusiasmo sin medida y en alas del cual, en la página trescientas y pico, al llegar al extremo del recorrido, ese cabo de Ténaro donde el Mediterráneo se sumerge en busca de profundidades abisales, el narrador todavía parece disponer de aliento y  tiempo para describirse despaciosamente tumbado de espaldas sobre las aguas, sintiendo el calor del mar, degustando la mezcla de olores terrestres y marinos, escuchando el golpeteo de las olas contra sus costados y viendo, a través de los párpados entreabiertos, los arcoíris que crean sus propias pestañas mojadas y recortadas contra el azul del cielo. Incansable. Agotador. Magnífico. Y pensar que tenía la intención de contar así todo lo demás que sabe de Grecia.

 

Mani

Patrick Leigh Fermor

Acantilado

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15 de octubre de 2010
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El acantilado del grito

Cuando, en 1889, Edvard Munch vio cumplido su sueño de residir en Francia, gracias a una beca, se mostró más entusiasmado por las lecciones del casino de Montecarlo que por los impresionistas parisinos. No es que no le interesase Monet, sino que le interesaban aún más los jugadores de la ruleta. Entusiasta de Dostoievski, también Munch consideraba que el casino era "un castillo encantado donde se citan los demonios", afirmación del escritor ruso en El jugador. Con respecto al de Baden-Baden. Al parecer el pintor nórdico se pasaba horas y horas entre las ruletas, pero no jugando -como sí hacía Dostoievski-, sino observando los rostros de los jugadores. Decía que no había mejor modelo para captar las emociones profundas del ser humano pues apenas dejaban traslucir sus sentimientos, pero lo que aflora a la superficie era de una intensidad única: el que perdía debía permanecer casi indiferente y el que ganaba, si quería mantener las formas, también. Las caras se convertían en máscaras ("poner cara de póquer", decimos nosotros) y en esas máscaras habitaba todo el mundo.

 

Quizá fue a través de esa peculiar escuela de Montecarlo como Munch llegó a pintar toda esa serie de personajes enmascarados que conforman lo que llamó El Friso de la Vida, un conjunto de obras realizadas en la última década del siglo XIX, y a las que el artista, en forma de variaciones, retornó el resto de su vida. En ese periodo Munch descubrió que no quería representar a hombres celosos, a mujeres angustiadas o a jóvenes desesperados porque lo que, en realidad, quería era plasmar en el lienzo los celos en sí mismos, la angustia, la desesperación en su pureza. Quería ser un alquimista que capturara la quintaesencia de las emociones. Por eso no es de extrañar que August Strindberg, enInferno, uno de los libros más delirantes, identificó a Munch como un rival que quería arrebatarle los secretos de la piedra filosofal.

En esa década prodigiosa de su pintura, Munch fue de reto en reto hasta llegar al desafío más rotundo: pintar el grito. Quedaba claro para él que, como en las demás cuestiones, no se trataba de pintar la expresión de alguien que gritaba, sino el grito mismo. Curiosamente, al proponerse este objetivo, se colocaba, seguramente sin saberlo, en el otro extremo de lo que había dicho años atrás Schopenhauer. Este había hecho una extravagante apuesta con un amigo según la cual nadie, nunca, sería capaz de pintar el grito.

Y, precisamente en la dirección opuesta, Munch se lanzó a su célebre composición El Grito, de la que, como en el caso de otras obras, hizo diversas variaciones. Antes de llegar a la máscara absoluta que domina esta pintura, Munch había ido depurando su idea de enmascarar las emociones para hacerlas más descarnadas. Las calles se llenan de personajes espectrales, como los que desfilan al atardecer por la avenida de Karl Johan de Oslo, y hombres y mujeres, impulsados por fuerzas incontrolables, se funden desesperadamente en abrazos sin rostro. De esta forma, El Grito va abriéndose paso en la imaginación del artista.

Hasta que llega la fecha en la que Munch cree -muy al estilo de Strindberg- advertir la señal definitiva. De acuerdo con su testimonio era un anochecer en el que se sentía muy cansado, de modo que se creía enfermo. Sin embargo, salió a pasear por un camino de las afueras, desde el que se podía contemplar, a sus pies, la ciudad y el fiordo. Se detuvo para mirar cómo el sol se ponía en el horizonte y las nubes, según su descripción, se teñían de sangre. El fiordo estaba extrañamente iluminado. Munch anotó con relación a su paseo: "Sentí como un grito a través de la naturaleza. Me pareció oír un grito. Pinté este cuadro, pinté las nubes como sangre verdadera. Los colores gritaban".

De creerle, la señal se había producido. No obstante, faltaba lo más importante, aquello que Schopenhauer consideraba imposible: pintar el grito. Para ejecutar ese imposible, Munch construyó un espacio abismal en el que chocaban las líneas ondulantes y las rectas. Por otro lado, el camino de la barandilla -tal vez el mismo por el que estuvo paseando- se introducía diagonalmente en el lienzo hasta constituir una amenaza para la retina del espectador. Por fin, las formas arremolinadas contribuían a crear la sensación de vacío. Y, como es notorio, en un primer plano, presidiendo toda la escena, la gran máscara del grito y la ambigüedad definitiva de la propuesta: ¿es ella la que grita con pavor, o bien es poseída por el sonido terrible de un grito del que trata de defenderse tapándose los oídos? Posiblemente, si Munch ganó la apuesta a Schopenhauer es porque transmitió esa duda, y el espectador oye el grito de la máscara, la cual, a su vez, oye un grito cuya procedencia siempre será un misterio.

No es de extrañar que Edvard Munch, con posterioridad, otorgara tanta importancia a sus horas juveniles ante las ruletas del casino de Montecarlo. Cuando baila la bola en el redondel se produce un silencio peculiar, una sedimentación de los alientos contenidos, tan difícil de pintar como el grito mismo.

El País, 10/10/2010 

 

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15 de octubre de 2010
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II. Mentiras fieles a la verdad

García Márquez llegó hasta las los confines de las barberías con Cien años de soledad porque contaba fábulas del principio al fin, enseñando que la maravilla no sólo era posible, sino real, y que pertenecía a lo cotidiano, pero Vargas Llosa se presentó desde el principio como un meticuloso escritor realista, heredero del viejo Flaubert fanático de las exactitudes, que para contar mentiras tenía que ser fiel a la verdad, o sea, a la verosimilitud.

Pero La ciudad y los perros (1962), con toda su carga autobiográfica, no fue un libro para entretenerse mientras uno esperaba el turno de pasar por las manos del peluquero. Estaba armado como un mecano, en base a piezas que iban a buscar su lugar en la cabeza del lector gracias a correspondencias exactas, una lectura que podía parecer para iniciados, para escritores en ciernes que querían averiguar cómo estaban dadas las puntadas volteando la costura al revés, que es lo que yo hice entonces con ese libro, desarmarlo como un niño que prueba a meterse en las entrañas del juguete.

La ciudad y los perros revela la Lima la horrible de la que hablaba Salazar Bondy, vista por un cadete adolescente sometido a los rigores de la disciplina militar del Colegio Leoncio Prado, un libro que sufrió en su momento el obligado auto de fe de las obras que conspiran contra la santidad de las instituciones al ser quemado, y puede pasar por una novela urbana, territorio en el que Fuentes había entrado de lleno pocos años atrás con su novela, también primeriza, La región más transparente.

 

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15 de octubre de 2010
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Cine y literatura

A menudo se dice que está o aquélla novela es cinematográfica y, en no pocos casos, tal apreciación culmina después transformando  el libro en guión y el guión en cine.

La literatura próxima al estilo cinematográfico rehuye la retórica, la reflexión pausada, las consideraciones del autor que en el cine serían un anticuado recurso a  la voz en off. Por el contrario, las novelas de acción rápida, de peripecias y compuestas desde un punto de vista más objetivo hacen pensar, efectivamente, en su filmación.

 La óptica narrativa del libro, desprendida de meditaciones expresas, conduce a la lente del cinematógrafo que basa su comunicación menos en la palabra que en la imagen y  que resalta más una comunicación  escénica, compuesta por el actor y su climax que por la oralidad. Esa novela despojada de introspecciones personales pero rica en situaciones clave conviene al cine y se adapta a sus características de síntesis y eficacia con extraordinaria fluidez.

Igualmente, en sentido inverso, una película "literaria" será aquella que asume del libro los conflictos subjetivos, las dudas o vacilaciones de la mente  a través de estéticas expresionistas o,  como sucede en determinadas películas muy habladas, acentuando el interés de los diálogos y la calidad tanto de sus contenidos como de su formulación.  De este género, que ilustran tanto las cintas de Woody Allen como las de Rohmer  quedan cada vez menos ejemplos puesto que hoy los ruidosos  efectos especiales, la velocidad en los cambios de plano o la extrema brevedad de las secuencias,  se muestran incompatibles con la recreación  de  una diatriba o el desarrollo de una prolongada conversación. El cine es sintético mientras la literatura es analítica en su base fundacional. Una escena cualquiera que en el cine ocuparía apenas  dos minutos se convierte en diez o veinte páginas al escribirla sobre el papel. Una imagen dice más que mil palabras. Pero también, una palabra en medio de una secuencia oportuna,  puede lograr, gracias a las variadas técnicas del cine, un impacto emocional e informativo mayor. Cine y literatura como antes pintura y fotografía mantienen una relación dialéctica de la que nacen productos híbridos, mixtificaciones creadoras que componen hoy, junto a la televisión, los vídeos y los recursos a la realidad virtual, la múltiple y más diversa oferta, hasta ahora inédita, en el universo audiovisual.   

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15 de octubre de 2010
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Neoliberalismo

Con el comienzo de los despidos masivos, nuestras autoridades han anticipado la peor pesadilla que el propio aparato de propaganda oficial había anunciado para el día en que se produjera un derrumbe del sistema. La drástica medida ha sido justificada como parte del perfeccionamiento o la actualización del modelo económico cubano, eufemismos con los que se trata de enmascarar el aumento de las reglas del mercado en el funcionamiento de la economía. Que lo hagan los actuales gobernantes es un alivio para los políticos del futuro, a quienes corresponderá anunciar la parte hermosa de la transición, donde estarán en primer plano las libertades ciudadanas y los derechos económicos. Al revés de lo que habían anunciado los propagandistas del régimen, las rocas donde se estrellaría la nave de la revolución con todas sus conquistas a bordo no estaban en la dirección donde cantaban las sirenas del capitalismo, sino en el espejismo de la utopía.

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14 de octubre de 2010
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¿Para qué sirve la OTAN?

Es la alianza militar con más éxito de la historia, de acuerdo. Lo dice su secretario general, Anders Fogh Rasmussen. También lo dijo Barack Obama en la cumbre del 60º aniversario de la Alianza en Estrasburgo. Es una de las cantinelas más escuchadas de la historia. Pero el lucimiento de los éxitos pasados, como en los rendimientos de los fondos de inversiones, no garantiza los éxitos futuros. E incluso cabría pensar lo contrario: si se luce tanto de los éxitos de antaño es por la inseguridad sobre el presente y el futuro. Las dificultades en el avispero afgano están ahí para recordarlo: ante tanta salmodia optimista, los más depresivos consideran que el fracaso en Afganistán, de donde todo el mundo quiere irse cuanto antes, sería el final de la Alianza.

Estamos en plena convulsión geopolítica, que produce desplazamientos de poder en el mapamundi, pero también corrimientos de muebles dentro de los países e instituciones como la Unión Europea. A veces incluso en una misma organización, como es la UE, vemos cómo avanza la capacidad de gobierno económico por un lado, impulsada por las exigencias de la crisis financiera, mientras queda prácticamente paralizada la acción política por el otro. De la comparación entre la UE y la Alianza, esta última es la que de momento sale mejor parada, después de unos años en que sucedía lo contrario. Tiene en su haber la paz y la seguridad de Europa occidental hasta 1989, la ampliación de su número de socios y de su perímetro de acción y la estabilización del continente en las dos décadas posteriores. Pero las dudas sobre su futuro son compartidas, porque a fin de cuentas son dudas europeas, como lo son los 21 socios comunes. En Lisboa, donde se reunirá la cumbre de la OTAN el 20 y el 21 de noviembre, empezaremos a salir de este marasmo. Allí, su secretario general presentará un documento bajo el título de Nuevo Concepto Estratégico, el tercero desde que terminó la guerra fría, que hoy empezarán a discutir los ministros de Exteriores y de Defensa en Bruselas. El dato más importante es que la OTAN quiere seguir siendo sobre todo una alianza defensiva basada en el famoso artículo 5: un ataque a un socio es un ataque a todos. Se excluye la idea neocon de una alianza a la que se incorporan aliados occidentales de todo el planeta y que actúa como una policía mundial, incluso en funciones preventivas. Pero la dificultad del momento y de las nuevas guerras introduce muchos interrogantes. Por ejemplo: ¿En qué momento se considera que un ciberataque afecta al artículo 5? ¿Servirá Afganistán como modelo para futuras intervenciones o será la última misión de este tipo? El plato fuerte de Lisboa será la creación de un escudo antimisiles euroatlántico, en el que la OTAN quisiera incluir a Rusia, algo que Moscú observa con recelo, como todo lo que viene de la Alianza. Aunque Obama retiró el escudo antimisiles que Bush quiso desplegar en Polonia y Chequia, sin consultar a los aliados, la actual iniciativa sigue suscitando suspicacias en el Kremlin, donde es difícil olvidar que fue la OTAN quien venció en la guerra fría, desplazó sus fronteras hacia el Este y siguió presionando hasta 2008 con el apoyo a Georgia, candidato al ingreso, en su guerra con Moscú. Amarrar a Rusia a Europa es uno de los objetivos acariciados por Bruselas y Washington: el resetting en las relaciones declarado por Hillary Clinton no tenía otro objetivo. La contraoferta de Moscú es un tratado de defensa mutua que incluya un sistema antimisiles común y englobe y diluya a la OTAN. En Lisboa también se discutirá el desmantelamiento de las armas nucleares tácticas desplegadas en Europa (unas 200), que han dejado de tener sentido tantos años después de la guerra fría. El Gobierno alemán de centro-derecha va a bregar por este objetivo, que uno de sus socios llevaba en el programa electoral. Un buen acuerdo con Rusia lo facilitaría, además de abrir el camino a nuevos pasos en el desarme nuclear entre Moscú y Washington. Según Javier Solana, el abrazo de Europa a Rusia bastaría para dar sentido a la OTAN en la próxima década. Lisboa suscita en los rusos sus propios interrogantes. ¿Somos un socio o una amenaza? ¿Por qué no quiere la OTAN un tratado legalmente vinculante y se limita a ofrecer la simple cooperación entre Bruselas y Moscú? ¿Por qué se negocia en secreto la elaboración del nuevo Concepto Estratégico?

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14 de octubre de 2010
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El éxito de la serie

Todo el desprestigio intelectual de la televisión ha logrado atenuarse  gracias al lucimiento de muchas de sus nuevas series. El serial hizo a la radio más popular de lo que era y las nuevas series Las series son hoy, como casi todo, un artículo laico pero su consumo, dentro de un intervalo acotado, introduce una provisional regularidad en el desorden de la organización contemporánea. La serie reclama  atención estable y pide, en contraste con la nueva cultura, una fidelidad continuada. De este modo la vida recibe esta  oferta para la distracción que se convierte pronto en lo opuesto a un consumo distraído ya que tanto la serie como su seguidor se asocian en una peripecia que recorren tácitamente juntos.

 De este modo, impensadamente, dentro del llamado "tiempo libre", el espectador compromete su libre ejercicio a la presencia puntual con la pantalla.  Serie y espectador componen así una unidad cómplice  que, como en otras uniones, exige lealtad.

Poco a poco, la serie se convierte así en una trama donde se traban  las emociones personales y de cuya estimulación nace a la vez la  adicción a ella. La serie  demuestra  seguir adelante a pesar de que no estemos presentes algún día, y parece que seguiría  su destino  ajeno a nuestra presencia. Pero no es realmente así: la serie pervivirá sólo  en el caso en que nuestra presencia sea suficientemente grande puesto que una baja audiencia la  mataría. Una audiencia abundante, en cambio, nuestra presencia entre muchas, la vivifica y le permite  ¿Hasta cuándo? Acaso  eternamente. Capítulo tras capítulo, el fin puede aplazarse  indefinidamente y los espectadores "enganchados" a la misma historia pueden sentir que a semejanza de  la narración que no tiene incluido el final ellos mismos podrían asistir sin término a una existencia sin la muerte dentro.

 Las películas o los partidos concluyen en un par  horas, los telediarios mueren siempre con el "tiempo". Contrariamente,  los seriales empiezan pero no puede saberse cuándo acaban. Y si, encima, como va siendo el caso son productos de calidad, el disfrute inteligente mejora, la consideración personal prospera y la televisión, en fin, pasa de ser  basura a ser sabrosa.

No se dispone de tiempo bastante para seguir al final del día o en la sobremesa un film o un telefilm pero la serie, presta y lista como es, conoce que lo fragmentario es contemporáneo, lo breve es correlato de lo cambiante, y lo cambiante es la regla de la clase de vida que vivimos. Vida a saltos de serial sin desenlace pre-escrito.

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14 de octubre de 2010
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“Círculo de los filósofos”

Como casi todas las ciudades consideradas patrimonios culturales o artísticos,  Praga está marcada por la fetichización de sus lugares y personajes  emblemáticos, que a veces  sirven de coartada cultural  al ocioso consumo del llamado turismo de masas. Obviamente el significante Kafka no podía escapar a la regla, y así  los millares de personas que  hacen literalmente intransitable el llamado Puente Carlos ven en una casa de la orilla un aparatoso anuncio indicativo de que se trata de un museo dedicado a la evocación del escritor. Sin embargo, incluso en época vacacional, el lugar (que realmente posibilita una  reconstrucción subjetiva  de la atmósfera en la que transcurrió la vida del escritor)   puede ser visitado sin agobio y, a ciertas horas, es posible que el visitante recorra  las salas en solitario. En una de las mesas-vitrina, concretamente la señalada con el número 6, se exponen objetos y  documentos dispares,  cuya unidad  de significación viene señalada en el  texto informativo que reproduzco:

"El círculo de los filósofos.  En casa de los Fanta

En Praga, Berta Fanta es una suerte de Madame de Staël. La fachada de su casa tiene gravado en bajorelieve el emblema del unicornio. En ella acoge a intelectuales en veladas en las que se leen obras de Hegel, Fichte y Kant. Se escuchan asimismo conferencias sobre los grandes temas de la época, el psicoanális, la teoría de la relatividad, los números transfinitos o la teoría de los quanta. Además de Kafka se encuentran allí con frecuencia...el matemático Gerhard Kowalewski, el filósofo Christian von Ehrenfels, el físico Philipp Francis  y Albert Einstein, que en esta época era profesor en la universidad de Praga"

Y entre los objetos expuestos una edición de la Fenomenología del Espíritu de Hegel y otra de la Crítica de la Razón Pura, además de fotografías del entonces joven Einstein, Rudolf Steiner y otros de los contertulios. Volveré sobre esta afortunada intersección.

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14 de octubre de 2010
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