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SECRETOS INUTILES de Mirko Lauer

RESEÑAS SIN PLUMAS Por Luis Hernán Castañeda HUMILLAR Y SER HUMILLADO El quehacer intelectual de Mirko Lauer, polifacético escritor peruano nacido en Checoslovaquia en 1947, abarca disciplinas y medios diversos: el periodismo, la docencia universitaria, los estudios literarios, las ciencias políticas y la crítica de arte son algunos escenarios de esta labor. En el campo de la creación literaria su perfil ha sido, desde la aparición en 1966 de su primer poemario, el perfil del poeta. Sin embargo, Lauer cuenta con un puñado de interesantes textos narrativos. En 1991 apareció la nouvelle Secretos inútiles, inaugurando una trilogía que prosiguió, catorce años después, con Orbitas.Tertulias, galardonada con el Premio Juan Rulfo en el 2006, y se cerró en el 2010 con Tapen la tumba. A pesar de la calidad literaria de estas obras breves, varios factores han concurrido para que la recepción del público y la  respuesta de la crítica hayan sido, hasta el momento, minoritaria y parca respectivamente. No son los menos desdeñables de ellos el alto nivel de exigencia que los textos imponen al lector, así como su deliberada vocación discreta y excéntrica. Por deseo expreso del autor, la suerte de ambos libros ha discurrido por los márgenes del circuito editorial comercial. Secretos inútiles, Orbitas.Tertulias y Tapen la tumba conforman un proyecto literario de gran coherencia interna. Los tres textos participan de un mismo universo ficcional, habitado por personajes que aparecen y reaparecen en constante gravitación alrededor del puerto y balneario peruano de Cerro Azul. Esta localidad sureña aparece dotada de un espesor histórico que abarca la totalidad del siglo XX, y que incluso alberga la memoria de un pasado precolombino. En este espacio denso, al que todos los miembros del elenco ficcional están inextricablemente vinculados, se dramatiza una compleja exploración de los significados del origen y de las modalidades del arraigo. En  Secretos inútiles, la exploración asume la clave del espectáculo; la novela investiga el sentido de la peruanidad a finales del siglo pasado. Secretos inútiles se presenta como la transcripción de una larga conversación nocturna que mantienen, en la ciudad de San Francisco, dos personajes: Mirko Lauer, un periodista y crítico literario; y Clayton Archimbaud, un anciano magnate anglo-peruano radicado en California, heredero de una familia de propietarios, que fue dueña de grandes extensiones de tierra agrícola en el valle de Cañete durante las primeras tres décadas del siglo XX. Como informa Lauer en Orbitas.Tertulias, este diálogo ocurre en 1988. Lauer, irónico y agudo narrador de la historia, está interesado en la vida y obra de la escritora Miranda Archimbaud, sobre la cual está realizando una investigación académica. Clayton es primo de Miranda, pero también ha sido su amante: existe entre ellos una relación turbia y compleja. Inicialmente, Lauer decide entrevistar a Clayton para obtener información biográfica que ilumine la pesquisa crítica. Pese a la formalidad de la situación, Lauer nunca deja de desconfiar de su informante -que le provoca desagrado y fascinación simultáneos-, pues los datos que este podría brindarle amenazan con insertarse en la esfera del chisme y la revelación escabrosa. En efecto, a medida que va avanzando la noche, la entrevista va derivando hacia la confidencia personal, exasperada por el alcohol. La dicción íntima, confesional y procaz de Archimbaud señala un deslizamiento hacia un modelo discursivo que no es el académico, un registro popular en el cual la curiosidad malsana alimenta el deseo de infiltrarse en la vida privada de los personajes públicos -de las ?estrellas?, podríamos decir-, para destapar sus secretos perversos. No cabe duda de que estamos en el universo de la prensa sensacionalista: ?Usted ha venido hasta aquí buscando datos fuertes, revelaciones impúdicas, confesiones malditas, primicias, verdades y mentiras?, le dice Clayton a Lauer. Esta forma de voyeurismo pertenece al periodismo de espectáculo y, específicamente, al subgénero de la confesión. Por ser Clayton el descendiente de una familia adinerada, lo que algunos llamarían un ?gran señor?, su confesión remite a las páginas sociales, y, cuando se descubre su condición de asesino, también a la crónica roja. Progresivamente, Lauer se va dejando arrastrar por el morbo. Afirma el mismo narrador: ?Por eso decidí escribir sobre el gringo mismo que era, como ya dije, flor de borracho malediciente y tenía su propia historia, llena de interesantes y descaradas mentiras que contar?. Así, el foco de interés inicial -la vida de Miranda Archimbaud- se ve desplazado por los recuerdos del propio Clayton, quien utiliza la entrevista como una excusa para prorrumpir en insultos, maldiciones y groserías, pero también para reconstruir el mundo de su infancia y pubertad en Cerro Azul en la década de 1920. A esta reconstrucción de la propia biografía subyace un motivo recurrente: Clayton es un hijo de ingleses nacido en el Perú, y su relación con la peruanidad no es asunto casual y superficial, sino más bien complejo y turbulento. A pesar de haberle manifestado a Lauer que ?todo el tema de lo peruano le era indiferente?, el crítico queda intrigado por la devoción que Archimbaud profesa por Cerro Azul, sentimiento que supera en intensidad y en extrañeza las formas convencionales de la nostalgia. Es evidente que no estamos frente a un extranjero cuya relación con el país que lo acogió haya sido epidérmica y azarosa; antes bien, nos encontramos frente un hombre que fue marcado traumáticamente, en los primeros años de su vida, por cierta experiencia particular de lo peruano. A pesar también de los intentos frustrados de sus padres por reproducir un estilo de vida británico en la casa familiar, impermeable a toda influencia del medio, Clayton establece conexiones duraderas con los moradores de Cerro Azul. Su relato explora una forma de relacionarse con el entorno social y de existir en la comunidad nacional que se despliega entre las coordenadas trazadas por el crimen, el erotismo y el espectáculo.  El vínculo más duradero que Clayton establecerá en Cerro Azul -más allá del que tendrá, durante toda su vida, con Miranda- no se dará con personajes peruanos. Se dará con los trabajadores chinos traídos a las haciendas de su padre en calidad de peones. Entre ellos, el personaje más destacable es Jack Wu, mayordomo, con quien los primos establecen una amistad íntima y clandestina, que empieza en la infancia y termina en la adolescencia. Con Jack Wu, la pareja de primos se recluye en una covacha donde, lejos de la autoridad paterna, se dedican a escuchar los intrincados relatos del mayordomo, cuyos argumentos son reformulaciones de novelas chinas clásicas. A medida que transcurren los años, y conforme los chicos van adentrándose en la adolescencia, el vínculo con Jack Wu incorpora un nuevo componente: el erótico. Es entonces cuando acontece un siniestro hecho de sangre. Existen versiones contrapuestas de lo ocurrido: la primera de ellas es que Jack Wu seduce a Miranda, lo cual despierta los celos de Clayton; de acuerdo con la segunda versión, son Clayton y Jack Wu los que se involucran eróticamente, generando la ira y el rencor de Miranda. Lo cierto es que se conforma un trío amoroso, en el cual uno de los integrantes se ve despreciado. Este móvil pasional empuja al excluido, cuya identidad el lector ignora, a perpetrar una venganza indirecta: le revela, al padre, la existencia de la relación prohibida entre amo y criado. El terrateniente, aprovechándose del poder casi absoluto que su posición social le confiere sobre sus sirvientes, manda ejecutar a Jack Wu. En la escena más memorable de la nouvelle, Clayton y Mirando se lanzan en una excursión nocturna a través del desierto bañado por la luna, hasta descubrir el cadáver de Jack Wu en un arenal, convertido en un banquete para los gallinazos. Este evento marcará para siempre la vida de Clayton. Pese a que resulta imposible determinar con certeza que haya sido él el culpable indirecto de la muerte de Jack Wu, por soplón y delator, Clayton se comporta como tal, y asume el pago de una deuda vitalicia. Cuando sus padres lo envían a vivir a Lima, el muchacho empieza a incursionar en los fumaderos de opio, ambientes sórdidos donde, inesperadamente, decide ofrecer un espectáculo peculiar: transvestido como una doncella oriental, Clayton danza y actúa, siguiendo los libretos de óperas chinas. El nombre artístico que asume es Mei You Ai, cortesana asiática descrita como ?una de las hadas que baja a la tierra para pagar con lágrimas una deuda de lágrimas?. Despúes de afincarse en San Francisco, adonde emigra forzado por amenazas de su familia, Clayton continúa con la costumbre de disfrazarse para actuar. Su deseo más ferviente, el que orienta su dedicación a la danza, es el de encontrar un público que aprecie su arte; sin embargo, se anima a confesarle a Lauer que jamás logró ganar este añorado aplauso. En San Francisco, se ve obligado a pagar con su propio dinero para presentarse en un teatro de variedades del barrio chino, el Doble Dragón, como un espectáculo cómico-grotesco que es recibido con burlas, insultos y rechiflas. Confiesa Archimbaud que, con el paso de los años, empezó a comprender que el rechazo y el desprecio le provocaban una íntima satisfacción: ?Cuando comencé, en el barrio chino de Lima, yo estaba estúpidamente convencido de que era el aplauso del público lo que perseguía, y eso me produjo innumerables frustraciones. Aquí en San Francisco descubrí que lo que yo buscaba realmente de ese público era la incomprensión, la distancia, la burla. ¿Se le ocurre una relación más distante, más cruel, que la del humor involuntario? Comencé aprendiendo a identificar el desprecio sin malicia que había detrás de las carcajadas del público, y de allí pasé a reconocer que mi personaje comenzaba su vida allí donde terminaba mi amor propio?. En determinado punto de la madrugada, cuando está lo suficientemente ebrio, Clayton se disfraza de Mei You Ai para enseñarle a Lauer su danza. Clayton realiza sus confesiones mientras baila y evoluciona, con torpeza, por la sala de su casa, donde monta un espectáculo privado para un perplejo y burlón Lauer. Al describir esta escena, la entonación de Lauer es de un sarcasmo feroz, un desprecio que mezcla la carcajada y la repugnancia. La atmósfera reinante es la de una fiesta esperpéntica. A pesar del clima cómico, resulta innegable que esta performance es una irradiación de un núcleo traumático profundamente alojado en su memoria: la muerte de Jack Wu. El disfraz, el baile y la culpa están ligados en un ritual de expiación, bastante estrambótico, a decir verdad. La persecución de la ignominia y de la sordidez como ideales del arte, se halla reproducida y dramatizada en el vínculo que se establece entre el actor que danza, mientras va contando su historia, y el periodista que, incrédulo, lo contempla y describe. El objetivo de Clayton es exponerse deliberadamente al ridículo, a costa de su amor propio: ser agredido, en un vínculo masoquista, por su espectador. De forma complementaria, también busca sorprender y perturbar a quienes lo observan, es decir, agredir a su auditorio. De esta suerte, la relación entre el actor y el público es representada como un lazo violento, perverso y maldito, que implica agredir y ser agredido, ser humillado y humillar; un lazo que no entraña una conexión empática, un intercambio y una comunicación, puesto que rompe todo sentido de comunidad y abre una brecha insalvable que daña y menoscaba a los participantes. Ahora bien, resulta difícil no vincular esta descripción con la observación que hace el mismo Archimbaud sobre la naturaleza de la sociedad peruana, a la que define como un conjunto de ?personas mansas e involuntariamente crueles, maltratándose unas a las otras?. Al disfrazarse de doncella oriental para cantar y bailar, Archimbaud produce, a través del discurso y del espectáculo, una imagen poderosa y visceral sobre una particular experiencia traumática de la peruanidad, definida por la violencia y la humillación. A pesar de que el personaje afirma sentir indiferencia por el Perú, lo cierto es que experimenta un frío desprecio que entraña una atracción perversa por lo bajo y lo degradado. Reveladoramente, existe una afinidad perturbadora entre la muerte del sirviente Jack Wu, que fue decretada ç por el padre de Clayton, y la historia de Mei You Ai, heroína esclavizada por su señor. Podría decirse que, cuando se disfraza de Mei You Ai, Clayton asume, ritualmente, la posición humillada de su viejo amante, al mismo tiempo que dramatiza su propia pertenencia a una colectividad fracturada, sacudida por un humor perverso y destructivo. El estilo de filiación y afiliación de esta colectividad puede ser representado como una cadena de abusos y vejaciones, perpetrados sin cesar y sin sentido, contra el otro y contra uno mismo. En virtud de lo dicho hasta aquí, la obra de Lauer se inserta, excéntricamente, en la gran tradición narrativa peruana, en la cual la humillación suele aparecer representada como una forma de socialización: basta pensar en el cuento Paco Yunque de César Vallejo, un ejemplo fundacional, pero también en Los ríos profundos de José María Arguedas, El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría y La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez. El tratamiento de la humillación es peculiar en Lauer, ya que en los textos citados la posición del humillado está ocupada por un personaje popular, sea indio o mestizo. También para Archimbaud, hijo de un terrateniente, experimentar el arraigo es una forma de hacer el ridículo. Lo que este corpus parece sugerir es que para ser peruano, en cualquier clase social, el requisito básico es vejar, y ser vejado. En mi opinión, el valor de Secretos inútiles reside, precisamente, en la postulación imaginaria de un vínculo entre el individuo y la colectividad, que, como vimos, consiste en la humillación cómica modulada en clave espectacular.  En la articulación de lo privado y lo público que nos presenta Secretos inútiles, la condición de ?evento?, marcada por la fugacidad y la singularidad, tiñe por completo la asociación que se establece entre compatriotas. Dicho de otro modo, antes que producir un sistema eslabonado y coherente de relaciones sociales, lo que la novela recrea es un conjunto destrabado y desarticulado de eventos singulares, que se configuran a través de un lenguaje quebrado. Antes que un orden de nexos y ligaduras, lo que vemos es una intensificación radical de la descomposición y la fragmentación como únicos modos de pensar lo colectivo. Esto ocurre porque la singularidad del evento impide traducir la calidad única, la textura específica de cada experiencia, al lenguaje terso y coherente de las abstracciones alegóricas. Vale decir que el significado del vínculo entre sujeto y colectividad se consume en cada representación, en cada escena concreta y plástica. Consecuentemente, el rito espectacular del vejamen, el cual, dentro de una alegoría nacional, vendría a suministrar el plano literal, satura la semántica del texto y niega la posibilidad misma de albergar un plano figurado. En el universo ficcional de Lauer, la alegoría se ha tornado inimaginable por efecto de dos fenómenos conjuntos: la hipertrofia, por diseminación, del plano literal, y la consiguiente cancelación del plano figurado. Existe una escena de Órbitas.Tertulias que cifra la reflexión sobre la peruanidad presente en la primera novela corta del Ciclo de Cerro Azul. En Órbitas, descubrimos que Clayton Archimbaud tiene la costumbre de comprar objetos relacionados con el Perú y de archivarlos en el ?rincón peruano? de su residencia en San Francisco: ?antiguos mates burilados ayacuchanos, un retablo, un huaco nazca, un rey mago montado sobre un elefante, en piedra de Huamanga?. Más que una colección de souvenirs, se trata de una acumulación desordenada, con la cual Clayton no mantiene esa relación íntima y vital que es propia del coleccionista genuino: sus objetos no constituyen un patrimonio, son fragmentos vacíos y degradados de una coherencia ausente. Dentro de esta acumulación de objetos olvidados y polvorientos, ninguna pieza particular encaja ni tiene lugar, ninguna se integra a una armonía declaradamente imposible; tampoco existe una pieza central, un objeto valioso que pueda singularizarse como la clave para descifrar el conjunto. Sin embargo, tal vez sea posible identificar, en esta colección de vestigios, residuos y despojos, el síntoma revelador de la mirada que congregó estos fragmentos sin concierto. Finalmente, se trata de la misma mirada sarcástica que fragua espectáculos perversos en Secretos inútiles. En un momento de lucidez, Alejandro Chumpitaz, personaje que se gana la vida como curandero y como traficante de cerámicas precolombinas, explica el carácter sintomático de esta mirada especial. En un español peruano muy particular, que metaboliza ecos de la sintaxis quechua, Alejandro Chumpitaz afirma, refiriéndose a Lauer, y también por extensión a todos sus compatriotas: ?La migrantez está en su mirada, que se detiene más de lo que se usa, una mirada que siempre está extrañando, aunque no lo sepa, siempre está pidiendo lugar?.

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11 de noviembre de 2010
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Los colores del nuevo mundo

El futuro ya es hoy. Nuestras retinas estaban acostumbradas a rostros de hombres blancos, en escenarios históricos de la vieja Europa como protagonistas predominantes de las noticias de actualidad. Pero cada vez más deberán acostumbrarse a imágenes como las que nos llegan estos días desde India e Indonesia. Hemos pasado de los rostros pálidos y los colores grises y oscuros a una paleta viva y variada, en pieles y vestidos. El color café con leche de Obama es una excepción en las reuniones atlánticas y en sus periplos occidentales. Pero en su gira asiática no solo no desentona sino que está perfectamente a juego con los colores emergentes, que pertenecen a este futuro que ya está aquí.

No son meras imágenes coloreadas. También hay intereses, por ejemplo. O ideas y valores, por supuesto. En Asia es donde Estados Unidos se juega el todo por el todo de su futuro como superpotencia. Obama ha visitado dos grandes potencias asiáticas emergentes como India (1.140 millones de habitantes) e Indonesia (240 millones de habitantes), recién incorporadas a los proyectos de gobernanza económica mundial a través del G-20. Tienen en común con Corea del Sur y Japón, economías emergentes de oleadas anteriores, que conforman un abanico de alternativas al modelo central asiático, el de China, en el que el mercado libre y el crecimiento son perfectamente compatibles con la dictadura del partido único y la ausencia de libertades. Entre las muchas diferencias respecto a China y también a otras potencias asiáticas destaca la diversidad cultural y religiosa de sus poblaciones y el peso del islam, que ocupa el primer y tercer lugar en el mundo en población musulmana: Indonesia con 200 millones de musulmanes e India con 180 millones. Si fue Bush quien ató corto a India al sistema de alianzas norteamericano, sobre todo a través de un acuerdo de cooperación nuclear, Obama ha culminado la operación al abrirle las puertas como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, para disgusto de sus vecinos Pakistán y China, y también de las potencias medianas como España que aspiran a un sistema rotatorio que las incluya. Al actual presidente norteamericano le corresponde, por obligación biográfica, estrechar también las relaciones con Indonesia, el variopinto país y enorme archipiélago de su infancia, con el que Estados Unidos comparte incluso el sentido del lema nacional: unidad en la diversidad; E pluribus unum (de muchos, uno). Si Obama quiere alejar a los 1.500 millones de musulmanes que hay en el mundo de las siniestras propuestas terroristas de Al Qaeda y convencerles de que su país no está en guerra con el Islam, lo tiene mucho más fácil en estos dos países que en toda la franja de dictaduras y monarquías despóticas que se extiende desde el Magreb hasta Irán. Así, entre Mumbai y Yakarta las palabras y los gestos de Obama dibujan simultáneamente dos alternativas. Una: la democracia no debe ser un obstáculo para la prosperidad, como pretende China. Dos: hay que combatir la idea de un choque de civilizaciones entre los musulmanes y Occidente, como pretenden Al Qaeda y la extrema derecha europea y norteamericana. Pero el despliegue asiático no se resuelve en las fórmulas ideológicas de sus brillantes discursos. No será un camino de rosas para el presidente norteamericano. Debe equilibrar el peso de China mediante alianzas con sus vecinos democráticos sin incomodar a su banquero y principal socio comercial y económico: a ese G-20 que empieza su reunión hoy en Seúl le sobra el cero para expresar la cruda realidad de la marcha de la economía global. Está obligado a dar toda la pista a India, el principal de estos vecinos y el de mayor futuro económico y demográfico, pero sin desestabilizar al enemigo de su rellano inmediato que es Pakistán, pues es el socio incómodo e indispensable para cualquier solución al avispero de Afganistán. Pero el obstáculo mayor para la recuperación de la confianza entre los países islámicos y Washington es el conflicto de Oriente Próximo, que no puede faltar a la cita en un viaje como este. En esta ocasión ha sido el propio Netanyahu quien ha metido el palo en la rueda presidencial con el anuncio de una nueva oleada de construcciones en territorio palestino en exacta coincidencia con el discurso de Obama a los musulmanes de Indonesia. Según Obama, "hay una conexión entre la prosperidad de las familias en Chicago y en Yakarta". También sucede con la paz y la estabilidad: entre Jerusalén y Kabul, entre Mumbai y Barcelona. Las dificultades internacionales que tiene ante sí este presidente son enormes, probablemente por encima de sus capacidades. Pero el viaje de Obama tiene una ventaja, y es que no se agota en Asia, sino que se aventura en el futuro global, que ya es presente. Y en este otro viaje, Europa está en orden disperso, que es una forma de ausencia.

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11 de noviembre de 2010
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El fin de las solteras

Con un nombre que es en sí mismo una promesa novelesca, C.H.B. Kitchin resulta algo más que un excéntrico de talento. Tuvo una vida (entre 1895 y 1967) llena de incidencias, en la que tal vez la literatura no fue lo crucial. Como a Lord Berners, con quien tiene otras afinidades, la música le ocupó tanto como la prosa, y también parecen importantes su vida social, en los aledaños de Bloomsbury, y su vida sexual, en la ‘coterie' gay formada con sus amigos Francis King y J.R. Ackerley, escritores más substanciales que él. ‘A toda vela', su primera novela, traducida aquí recientemente por Periférica, la publicaron (en 1924) Leonard y Virginia Woolf, a pesar de que la autora de ‘Orlando' se muestra despectiva al describir a Kitchin, diez años después, en una entrada de su diario: "un hombre más bien engreído y susceptible, supongo; tiene una buena opinión de sí mismo y es ligeramente vulgar". La Woolf, que aparte de editarle dos libros le trató bastante, bien podía tener razón, pero a juzgar por ‘A toda vela', su autor da la impresión de persona de refinada cultura, de una mordacidad inteligente ("Yo he ido a Copenhague nueve veces -añadió la señorita Gweller-. Una menos que a Madame Butterfly") y un temperamento con toda la melancolía y toda la insolencia del ‘fin de siglo'; más que del grupo de Bloomsbury, parece un rezagado del Decadentismo, algo así como un Ronald Firbank con la gracia para dialogar y el oído ‘social' de Ivy Compton-Burnett.

    La novela nos cuenta (y es un decir, pues Kitchin no relata: esboza) la frustrada y a la postre trágica historia de amor que una joven independiente, Lydia Clame, siente por un huidizo caballero, Geoffrey Remington, sin por eso dejar de moverse intensamente en sociedad dentro de un círculo de señoritas de sobrados medios. El mundo de las solteras emancipadas y locuaces es muy sugestivo, hay una sub-trama de referencias culturales, que cubren desde Goethe a Mallarmé, pasando por Saint-Simon, Leopardi y Richard Strauss, pero hacia el final del libro, como si Kitchin quisiera mostrarnos que su tejido de novelista no se detiene sólo en el bordado, hay un capítulo, el XVIII, vigoroso, trepidante y de un patetismo verdadero. Es muy interesante asimismo el uso de una tercera persona narrativa que a veces se explaya en la digresión, en el comentario al margen de la peripecia y en una forma de monólogo interior sin conciencia que enriquece notablemente el trazo de los personajes.

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11 de noviembre de 2010
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El futuro es un presente enfermo

 

 

Desde que hay autoridad razonada, se vio que establecer un pasado como referente y definir la perspectiva temporal vinculante era aún más importante que la defensa de las fronteras del reino y la obediencia de los súbditos. No había condición más básica. Los sofistas y oradores ambulantes griegos fueron los inventores del método que aseguraba ese monopolio; ellos fueron los primeros en utilizar la demostración deductiva, el procedimiento decisivo para que, según la preceptiva que rige desde entonces, su discurso se pudiera considerar científico. 

El acta de nacimiento de la ciencia moderna son una cincuentena de versos de Parménides donde prueba de manera deductiva que el ser es único, quieto, y de forma semejante a la masa de una esfera bien torneada. Su adversario Heráclito, quien aseguraba que el ser caduca y se desparrama, no aportaba ninguna prueba deductiva. Los de la peña de Parménides siguieron alumbrando ciencia, y un preclaro miembro, Zenón el dialéctico, a los pocos años de la invención de la demostración deductiva, probó que nada puede suceder, y provocó que durante veinticinco siglos se haya estado intentando refutarlo, habiendo participado en la empresa lumbreras como Aristóteles, Hobbes, Kant, Hegel, Stuart Mill, Bergson o Russell. Por si fuera poco, al calor de la reiterada lid, se han ideado maravillas como la lógica matemática o el cálculo infinitesimal. 

Pero la irresistible ascensión de la demostración deductiva ocurrió casi un milenio después de Parménides. El edicto de Milán significaba la llegada al poder del cristianismo, una secta que reparó antes que nadie en la importancia del arma de la demostración deductiva y que hizo su más efectiva utilización. En ese momento, la Iglesia necesitaba formar su corpus doctrinal y jurídico que, por primera vez, no tenía que estar orientado a corromper desde la clandestinidad, sino a dominar desde la cúspide de la vida pública. Esa fue la labor de la patrística y se llevó a cabo, de manera ejemplar, por los Padres de la Iglesia, todos ellos estudiosos y conocedores de la filosofía griega. Con implacable lógica helena, se fija el dogma fundamental: el devenir del tiempo mundano. Y, a continuación, la organización de la estructura jerárquica y la santa legitimación de la persecución del impío y el hereje.  

Más tarde, con la invención de la escolástica, se dio un paso más y la deducción fue declarada monopolio de la autoridad. Se necesitaba para la importante ciencia jurídica. Ésa es el acta de nacimiento del Estado moderno. Desde entonces se sabe que un cronista oficial, un legislador o un juez, cuando ejercen su función, ostentan la representación de la Demostración Deductiva. 

La prestación principal de la escolástica es la reunión de toda la realidad, presente, pasada y futura, en compendios, llamados summae en la jerga, y construidos matemática y arquitectónicamente. Todo lo que queda en el exterior es irreal. El juez, y sólo él, demuestra y establece lo que sucedió; el legislador, y sólo él, declara lo que deberá suceder. Todos los miembros de la república han de vivir dentro de la realidad así deducida. Los índices de precios, los números de la opinión pública, el campeonato de liga, la termodinámica, la entropía o el nivel de los pantanos son capítulos y artículos del compendio cívico. 

La primera vez que se reparó en la importancia de establecer la relación exhaustiva de lo habido y por haber con la misión de definir la realidad fue en Mesopotamia. Los grandes mojones, llamados kudurru, plantados en el campo o depositados en un santuario, además de públicos registros de la propiedad, eran informes que contenían relaciones minuciosas, y creaban una realidad que ya no se distinguía esencialmente de la actual irradiada por los medios de comunicación. Las listas y catálogos mesopotámicos, que podríamos llamar enciclopédicos, eran la concreción del saber y el modelo perfecto al que se debía circunscribir la realidad.

Pese a los meritorios asertos de Newton o Einstein, la ley física nunca podrá determinar un suceso pasado ni predecir uno futuro, de manera tan absoluta como la ley jurídica. A la hora de crear realidad, la ciencia física es siempre menos eficiente que su maestra la ciencia jurídica. El primer científico moderno, Galileo, no es más que un escolástico, un epígono de la escolástica más tardía. En el fenómeno que los físicos anteriores denominaban impetus y consideraban en precario como un efecto sin causa numerable, inventó la inercia: una causa numerable mediante la deducción. La inercia no existía antes de ser deducida, y su deducción fue una creación de realidad. Tras los trámites y plazos pertinentes, fue declarada real en el compendio cívico, unos años más tarde. En ese mismo sentido, Newton creó la gravedad. 

En el compendio aristotélico, se demuestra por deducción la realidad de cuatro causas y la de cincuenta y cinco motores inmóviles. Más tarde, en el compendio tomista, se demuestra que lo real es una causa y un motor inmóvil. El siglo pasado, en el compendio einsteiniano, el motor y la causa quedaron contaminados de ficción al inventarse la realidad de que materia y energía solo tienen una diferencia modal. 

El futuro es un presente enfermo. Prevenir ya es enfermar, y prever ya es padecer. Cuando el hombre se hizo civilizado, su presente se hizo neurótico porque levantó un cerco en torno a sí que no estaba hecho de piedras ni madera, sino de la terrible lógica del encadenamiento al pasado y el miedo al futuro. Una lógica muy antigua, pero que hasta entonces no había figurado de un modo tan exclusivo en lo más alto de la escala de valores.

Con el asentamiento de la promesa como forma de agresión que consuma el cierre completo del cerco civilizado, se prima el encadenamiento al pasado, y la obsesión por la genealogía, el parentesco y la propiedad. El hombre civilizado es aquel cuyo presente depende de promesas anheladas y temidas de futuro, seguridad, salud, solvencia, vejez y muerte. 

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11 de noviembre de 2010
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Cuando es el científico quien meramente roza la filosofía

Una precisión en relación a esta correspondencia sobre la exigencia filosófica y la actitud que han de tener los filósofos en relación a la ciencia. José Lazaro que anatematizaba la  verborrea superficialmente científica de los filósofos, no era en su escrito mucho más comprensivo con los científicos que se acercan a la filosofía. Cito uno de sus párrafos:

"Y además ese esfuerzo debe también pedírsele también a los científicos con respecto a las discusiones de los filósofos que les concierne directamente. Pero el problema está en los resultados exigibles al esfuerzo, porque si damos un vistazo, por ejemplo, al 99% de lo que están publicando los científicos sobre el problema teórico de las relaciones cuerpo-mente, la conclusión es que más valdría que se hubiesen abstenido de entrar en la filosofía y se hubiesen dedicado a seguir haciendo experimentos concretos en su laboratorio."

Como puede ver el lector el problema de las relaciones entre filosofía y ciencia presenta aristas por todas partes. En cualquier caso, embarcados Javier Echeverría  José Lazaro y yo mismo en estos intercambios que no se si puedo llamar epistolares, se añadió al coro el psiquiatra y catedrático de la UAM, Enrique Baca con un largo escrito que sintetizaré aquí en el próximo texto.

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11 de noviembre de 2010
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De la limpieza

La limpieza de la superficie es semejante al vacío que acoge el espacio tridimensional. Paralelamente, el plano halla su máxima faz en la limpieza separada de la ganga y el poliedro halla su alma primordial en el vacío completo. Sobre la faz más límpida vibra su luminosa potencialidad. A partir de esa plataforma nace su esencia atómica y mediante su palpitación puede edificarse la retórica abultada de la estatua. Sin ese vacío superficial la escultura deja de pertenecerse y deriva desde su base en una posible anfractuosidad que, aun invisible o mínima, entorpece el trazo. 

Igualmente, sin vacío absoluto en la teoría todo deviene en conclusiones vacilantes Al punto de que el descubrimiento de la imposibilidad del vacío absoluto desploma las creencias y la crisis actual comportaría la consecuencia de haber perdido el orden de la transparencia.

Todos los órdenes afectados por la imperfección del vacío imperfecto, afeados por residuos de suciedad, acaban fragmentándose,  sustituyendo la totalidad por el caos y el sistema por el accidente.

De ahí que la pulcritud, tanto del vacío tridimensional como del plano  requieran llegar hasta su nivel cero. Aquello que en su desarrollo no conquistara la radicalidad del detritus cero sería cimiento ni morada fiables. Uno y otro se craquelarían en gravas  y arena.

Ser limpio de corazón es por tanto el tropo que alude a una personalidad cimentada en el honor y la ecuanimidad garantizada.  La limpieza en estos casos funda la altura de la construcción y la mantiene enhiesta. La firmeza del metal, la sagrada belleza de una bóveda anticipan la importancia de los elementos netos  y hacen, a su vez de su desnudo natural, en las piedras o en la carne el símbolo de la pervivencia.

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10 de noviembre de 2010
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I. La muerte, tan callando

El miércoles 27 de octubre las calles de Buenos Aires amanecieron desiertas de tráfico y de gente, con todos los negocios cerrados, hasta los restaurantes, de modo que buscar donde comer se volvía una pequeña odisea para los visitantes que como yo habían desembarcado recién la noche anterior. Parecía un viernes santo en plena primavera austral, bajo el asueto causado por el censo nacional que tocaba ese día, y que obligaba a todo el mundo a quedarse en casa en espera de los encuestadores; pero yo tenía entrevistas de prensa en el hotel esa mañana, y fue una periodista la que me dio la noticia de que el ex presidente Néstor Kirchner había muerto súbitamente en su residencia de El Calafate, muy al sur del país, y entonces, el aire de extrañeza y ausencia que pesaba sobre la ciudad, pareció redoblarse.

            Una sensación de ausencia y extrañeza, pero también de desasosiego e inquietud por el futuro, según fui calando en las opiniones a partir de entonces. No se trataba de la muerte imprevista de un ex presidente jubilado, de quien solamente toca contar su historia en tiempo pretérito, ya sin consecuencias, sino de alguien que al término de su período había entregado la banda presidencial, y el bastón de mando, a su propia esposa, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner; nunca había dejado de manejar los más delicados hilos del poder, un poder matrimonial compartido, y ya se preparaba para presentarse de nuevo como candidato presidencial del peronismo en las elecciones del año 2012. Un bastón de mando que, de acuerdo a sus intenciones y ardides, porque nadie niega que fuera sabio en ardides, estaría pasando siempre del esposo a la esposa, y viceversa, hasta que llegó la muerte, tan callando, a arrebatarle su sueño de eternidad en el mando.

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10 de noviembre de 2010
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Michelle y las monjas

Millones de telespectadores de todo el mundo han podido ver las imágenes de estas mujeres. En una de las secuencias aparece Michelle Obama, descalza y rodeada por niños, con los que danza una de estas divertidísimas melodías rítmicas que ha popularizado el cine Bollywood. En la otra, aparecen cuatro mujeres de nombre desconocido, con velo en la cabeza todas ellas, vestidas con uniforme oscuro, en el momento en que limpian y secan el aceite sagrado que Benedicto XVI ha vertido previamente sobre un altar de porfirio. Son dos escenas que ocurren a millares de kilómetros de distancia y con escasas horas de diferencia: la primera el sábado, en la Biblioteca de Mumbai, donde niños de la calle y huérfanos danzaron con la primera dama de Estados Unidos; la segunda, en el templo de la Sagrada Familia de Barcelona, el domingo, donde el Papa celebró una solemne ceremonia de consagración del altar y de la soberbia construcción de Antonio Gaudí.

Veamos ahora otro contraste. Michelle Obama asistió a esta fiesta, mientras su marido se reunía con un grupo de empresarios indios. Las cuatro monjas de Barcelona fueron, junto con la organista y una de las lectoras, las únicas mujeres que tuvieron algo de visibilidad en una ceremonia presidida y protagonizada íntegramente por hombres de una institución de jerarquía nenteramente masculina. La revista Forbes, permanentemente ocupada en realizar las listas de los más ricos y los más poderosos, sitúa a Michelle Obama en lo más alto de su lista del poder femenino. Su marido Barack, en cambio, ocupa el segundo lugar en la lista de los hombres más poderosos detrás de Hu Jintao, el presidente de la China de meteórico ascenso. La derrota demócrata en las elecciones de mitad de mandato y las dificultades políticas de Barack Obama le han llevado a esta situación insólita para un presidente americano, menos poderoso que el jefe del Estado chino según el juicio de Forbes. Benedicto XVI ocupa un destacadísimo quinto lugar en la lista, detrás del rey saudí, Abdula bin Abdulaziz, y de Vladimir Putin. Dejo a la consideración de los lectores las ecuaciones que puedan establecerse entre el lugar que ocupan los dos emperadores (el romano, heredero de los emperadores latinos y cabeza visible del mayor imperio espiritual de la historia, y el norteamericano, jefe de la mayor superpotencia económica, científica y militar de la historia) y las mujeres que les rodean (en el caso de Obama, la propia, en cabeza de las mujeres más poderosas del planeta, y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, en el quinto lugar de esta clasificación; y en el caso del Papa, el último y más invisible, que corresponde a las tareas de la cocina y de la limpieza del hogar, única tarea en la que emplean a las mujeres que le rodean y le ayudan, como sucede asimismo con su entero colegio cardenalicio y todos sus obispos y sacerdotes). Estas dos imágenes de Barcelona y de Mumbai son emblema de dos mundos. Uno que se va y otro que llega, uno que mira al pasado y otro al futuro, el declive de Europa y la pujanza de India, un lugar en el que las mujeres no merecen consideración alguna si no es como subalternas de los hombres y otro en el que tienen la oportunidad de luchar y de llegar hasta lo más alto de las escalas de la excelencia y de las responsabilidades. (Enlace con Times of India sobre el baile de Michelle Obama).

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10 de noviembre de 2010
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El arte de decir sin decir

Cuando se crece descifrando cada línea aparecida en los periódicos, se logra encontrar en medio de la retórica el grano de información que la motiva y la pizca de novedad que ésta oculta. De ahí que los cubanos seamos sabuesos de lo no expresado, peritos en descartar la palabrería y hallar ?muy en el fondo? las reales razones que la mueven. El Proyecto de lineamientos para el VI Congreso del Partido Comunista es un buen ejercicio con el que afinar nuestros sentidos, un ejemplo paradigmático para evaluar la práctica de decir sin decir, que se ha constituido aquí en discurso de estado. En sus más de treinta páginas el texto sólo contiene propuestas de tipo económico, más adecuadas para un ministerio de finanzas que como brújula de un partido político. Es cierto que carece de ese lenguaje de barricada que lo resuelve todo a base de consignas, sin embargo peca de ser el edulcorado listado de lo que podría llevarse a cabo si el sistema realmente funcionara. Para los que creen que exagero en mi escepticismo, échenle una ojeada a los puntos del congreso pasado y comprueben cuántos de ellos realmente se materializaron. Separando la hojarasca, es positivo que vaya a retirársele peso al sector presupuestado, a esa colosal sanguijuela que se alimenta de mí, de ti, de todos nosotros. Ampliar el escenario para el trabajo por cuenta propia también es reconfortante, pero siempre que le pregunto a alguien si sacará una licencia, me responde que no piensa ?morder la carnada? de comenzar a tributar. La desconfianza es difícil de vencer y si un gobierno hunde una economía nacional con su voluntarismo y sus descabellados programas, tiene poca credibilidad al anunciar que quiere salvarla. Decepciona que ni una línea refiera a la ampliación de derechos civiles, entre los que se incluye la erradicación de las limitaciones migratorias que sufrimos los cubanos para entrar y salir de nuestro propio país. Tampoco hay una palabra sobre la libertad de asociación o de expresión, sin las cuales las autoridades se seguirán comportando más como los capataces de una fábrica que como los representantes de su pueblo. El PCC se reunirá en abril, se aprobarán unos lineamientos muy parecidos a estos del folleto y dentro de un año o dos, estaremos preguntándonos qué pasó con tanta tinta sobre el papel ¿Qué fue de aquel programa donde se decía perfeccionar y mejorar en lugar de cambiar o terminar?

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10 de noviembre de 2010
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Una defensa de la admiración

 

Huíamos tratando de salvar una rara obra de arte.  Una columna de un metro de alto, de alambre tejido, y una bola de papel maché: una suerte de signo de exclamación, camuflado en un tubo y una bolsa.  Es la obra de un pintor de la vanguardia heroica convertida en mensaje rebelde, que debemos proteger. En  la bahía nos esperaba el oscuro barco del exilio.

Por fin alcanzamos el muelle,  y bebemos aprisa en una terraza. Un hombre alto, con pinta de oficial de aduanas, nos aborda amablemente y se ofrece a ayudarnos. Por lo pronto, nos persuade de que es mejor transportar la pieza en la bolsa de plástico que despliega como una bandera negra.  Pero en cuanto camina hacia la orilla y avanza contra las olas con la bolsa en las manos, me doy cuenta de que es un ladrón disfrazado de aduanero, y nos ha timado. No podremos acudir a la policía, no sabemos qué hacer.

La obra, en efecto, es un estrafalario signo de admiración. Tú y yo teníamos la tarea de salvar ese emblema, ferozmente perseguido por la policía secreta, que pretendía suprimirlo del lenguaje. Los últimos defensores de la admiración habían sido calumniados y  desterrados a países bárbaros, donde no se usan exclamaciones.

Me habían llegado rumores a la pequeña editorial, donde trabajo de corrector de estilo, acerca de funcionarios secretos que se infiltraban en los periódicos, las casas editoras y las imprentas con el insólito propósito de robar y eliminar estos signos. Primero desapareció el signo de apertura, que yo siempre vi como la señal  que las palabras reciben para apurar el paso. Los restituía pacientemente, resignado a la influencia de otras lenguas y al predominio de Internet, gramática universal que al escribirlo todo sin pausas prescinde de los signos con los que hemos aprendido a hablar. Pero un día, al abrir una carta vi en la página el dibujo feroz de una exclamación partida por la mitad: su delicada cabeza yacía a un lado; su cuerpo esbelto, al otro. Una frase brutal cruzaba la página: “Muera la admiración”. No pude refrenarme y la corregí: puse los signos en su sitio. Y escribí, abajo, escondido por las minúsculas: ¡no pasarán! Tragué las lágrimas, y sentí que mi vida tenía propósito.

¿Cómo podría yo haberte escrito sin signos de devoción?  Es probable que yo abusara de las exclamaciones; y seguramente, luego de años de corregir estilos, de ponerlos al día con las virtudes de la prosodia, debo haber terminado escribiendo como nadie habla y hablando como todos escriben.  Hablando mal y escribiendo peor. Pero no por ser yo un gramático de provincias, que considera el Paraíso en la forma del salón de actos de la Academia. Más bien, por aceptar que todos los estilos son posibles, como si todos los escritores fueran verosímiles. Pero cuando recibí una caja envuelta como regalo, y al abrirla me encontré con un manojo de signos de puntuación rotos y menguados; salí de mi cubículo, empuñando esos cadáveres, y con voz serena, apenas exclamativa, desafié a mis cubiquenses: “¡Si alguien ha perdido sus admiraciones, aquí se las guardo!” Fue una declaración literal. Empecé a atesorarlas, en un archivo de la memoria histórica de la admiración tachada.

Comprendí que yo no era el único misionero. Un día me encontré con un signo de admiración perfectamente refugiado en un cuadro de Tàpies, y sentí que ese mensaje era para mí.  Estudié el arte de Luis Gordillo, seguro de que entre sus cuadros se recomponía la magnificiencia del punto y la raya.  Descubrí que Cristina Iglesias había construido con estos signos la materia de la casa original. Me di cuenta de que Frederic Amat, a su vuelta de la India, dibujó trazas y gotas cuya danza de tinta celebraba al lenguaje.  Sonreí, reivindicado, cuando en una instalación de Francesc Torres comprobé que las herramientas de su gabinete son formas exclamativas.  Ya no me extrañó que José Tola pintase los retratos de mis signos con ojos desmesurados. Tampoco, que Helena Arellano dibujara un bosque de admiraciones sutiles.  El profesor Luis Girón me había explicado que en la iconografía de las Tablas de la Ley hay una firma: la raya y el punto, otro nombre de aquel que no lo tiene.

Pero el ominoso domingo, dedicado a celebrar el fútbol universal, en que comprobé que no había un solo signo admirativo en ninguna página del diario, concluí, sin horror, que la conspiración había tomado esa plaza y que  ahora actuaría en las editoriales, donde ya se premiaban novelas incapaces de un par de admiraciones. Mis signos estaban contados. Tendría que planear su traslado clandestino a una isla remota.

¡Ay, lengua española, me decía, prestándome la dicción del siglo XVIII, tan admirada por otros y tan maltraída por tus hijos! 

Por eso, el día que recibí la llamada en que se me invitaba a colaborar con una instalación de nuevo arte gráfico en una isla Atlántica, acepté de inmediato, seguro de que el futuro me ofrecía una ruta encantada. Llevaría conmigo mi puñado de signos abolidos para sembrar, en tierra favorable, las semillas del arte mayor.

De pronto, me llamaste (casi con pausas versales y puntos suspensivos), dando saltos en la playa. Sí, era cierto, las olas daban cuenta del ladrón del fuego sagrado y su presa, en la bolsa negra hecha para desaparecer rebeldes, nos era devuelta intacta a la orilla.

Busqué en la memoria los gritos triunfales que solían alzar la voz: ¡Evohé! ¡Aleluya!

No en vano aprendimos, dijiste tú, que la tierra es clásica y el mar barroco.

Y nos hicimos a la vela, con la admiración desplegada.

 

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10 de noviembre de 2010
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