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El colapso de la socialdemocracia (II): hacer uno mismo lo que cabe hacer

Cuando tenía ya redactado el texto anterior leo en un diario un extracto del discurso del Presidente del gobierno en las Cortes relativo a su actitud ante el  conflicto de controladores aéreos: "Los privilegios excesivos son difíciles de erradicar, hay que tener mucho valor y mucha determinación para hacerlo".

Sin duda, y en lo esencial el señor Presidente se muestra al respecto sumamente juicioso y prudente. Pues se limita a atacar privilegios que al propio sistema no le parecen procedentes. En ningún momento ha intentado erradicar los "privilegios excesivos" que son consecuencia de los buenos servicios prestados al sistema, privilegios que resultan de haber sido el "siervo laborioso y honesto" de la parábola bíblica, que merece el reino de los cielos por haber hecho fructificar (con la ayuda de los banqueros o convirtiéndose él mismo en prestamista) los tres talentos que su Señor le había prestado. El señor Zapatero se ha limitado a ser valeroso con los controladores aéreos, anatematizados por todo el espectro de la sociedad, pero también con los parados de larga duración cuyo subsidio difícilmente podía ser considerado un "privilegio excesivo"

Señor Presidente del Gobierno: asumir que un político sólo puede hoy hacer lo que cabe hacer (que de otra forma simplemente le echarán)... !no implica que sea uno mismo quien lo hace!

Pues no deja de haber un aspecto moral del asunto. Renunciar a hacer otra cosa que  lo que cabe hacer, en el marco de la sociedad humana marcada por los imperativos del mercado, no significa que se es fiel a lo que cabe hacer en el marco de la sociedad humana pura y simple. Aquí también hay una cuestión de afirmación o nihilismo.   El análisis marxista del funcionamiento del Capital era profundamente subversivo porque, a la vez que denunciaba los sentimientos biempensantes (esa tentativa de "compensar"  lo intolerable, tentativa que constituye la esencia del funcionamiento caritativo) ponía de relieve que  el hombre en su esencia aspira a la realización de potencialidades creativas que hacen de él un singularísimo caso en la historia evolutiva. Sin esta concepción afirmativa de la esencia del hombre, no hubiera podido denunciar con tal lúcido vigor los estragos de ese prodigioso generador de alienación que es es Capital:

 Marx señalaba que, invirtiendo  su dinero  en mercancías que han de servir de materia para  un nuevo producto, e incorporando en tal labor de  la fuerza de trabajo de los hombres  "el capitalista transforma el valor, el trabajo pretérito, materializado, muerto, en capital , es decir, en valor que se valoriza a sí mismo, en una especie de monstruo animado que rompe a 'trabajar' como si encerrase un alma en su cuerpo".

Glosando este y otros textos, Javier Echeverría (con quien hoy intercambio correspondencia sobre asuntos científico-ontológicos) escribía hace ya treinta años:

"Al dar M [portador de la fuerza de trabajo convertida en mercancía] a luz una obra suya, dicho producto le es arrebatado. Nunca se sabe quién es el autor de un producto manufacturado: obra de todos, su propietario es quien ocupa el lugar correspondiente, el de dominio en el juego... Cuando las mercancías son transformadas por aplicación de una muy específica [la que constituye] la fuerza de trabajo, la vida que se enterró en ellas surge al conjuro de las nuevas manos que las modelan y transforman, hasta el punto que se produce valor...En el proceso productivo las cosas recuperan vida por un momento, renacen al contacto con el cuerpo vivo que trabaja sobre ellas. Al cabo del proceso, retornan al papel de cosas inanimadas. De la metamorfosis ocurrida en el intermedio sólo queda  como símbolo un aumento del valor que corresponde a dicho producto, valor que será materializado inmediatamente por el capitalista..."

Sin duda hoy habría que actualizar los ejemplos. La manufactura no es la expresión paradigmática de la fuerza de trabajo. Pero el proceso de rapiña de las potencialidades del ser humano no ha cambiado. Y cito aquí a Javier Echeverría en lugar de otros que han glosado a Marx, por la proximidad y la nostalgia: nostalgia de unos años en los que, fueran cuales fueran nuestros intereses filosóficos y siendo grandes nuestras diferencias políticas, estaba claro para todos nosotros  que la actitud filosófica es incompatible con la alcahuetería  o la complacencia con un sistema social sustentado en la convicción de que la vida del hombre, inevitablemente trágica, también ha de ser  miserable. Miseria que además del explotado afecta asimismo al gestor de la explotación y al propio "amo". Cito de nuevo a Javier Echeverría: "[el capitalista] no conoce a su enemigo, pues sólo trata fuerzas de trabajo". No conoce en definitiva al ser humano.      

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29 de diciembre de 2010
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II. Ojos y oídos indiscretos

Porque somos hijos de la indiscreción por naturaleza, siempre querremos saber lo que no nos concierne en cuanto a las vidas de los demás.  Es lo que el diablo cojuelo le muestra al estudiante don Cleofás, pervertido por la curiosidad que siempre nos carcome el alma. Le muestra a las gentes a la hora de irse a la cama, en camisones de dormir, o desnudos de cuerpo y alma; le muestras las pendencias domésticas, los secretos de familia, lo que cuando no está bien guardado bajo siete llaves se vuelve bochorno. Amplifica voces que susurran chismes, conversaciones en voz baja que propagan infundios o verdades enteras o a medias acerca del prójimo. Nada de eso está destinado a los oídos ajenos, mucho menos a los oídos de los agraviados, y mientras no se sepa lo que murmura o se dice en las alcobas, la paz estará asegurada. Pero para eso el diablo es el diablo, y peor si el diablo es cojo, que es, en todo caso, un diablo simpático.

El diablo puede provocar inquinas gracias a la indiscreción cuando se trata de las vidas privadas, pero ya ven lo que ocurre cuando se trata de levantar los techos de las alcobas de la política internacional donde se vive, por lo general, en falsa convivencia. Ha puesto un altoparlante a miles de conversaciones entre agentes diplomáticos de los Estados Unidos, y políticos de diversas latitudes y funcionarios de gobiernos locales, y una lupa de tamaño universal a los mensajes de esos mismos diplomáticos dispersos por el mundo, dirigidos a sus jefes en el Departamento de Estado.

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29 de diciembre de 2010
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Una de Heine

 

 

En la primavera de 1843, el Zeitung für die elegante Welt, periódico dirigido a un público adinerado y culto, publicó en exquisitas porciones Atta Troll de Heine. En la obra aparece un personaje llamado Bandidoski, que se hace escritor después de haber sido paladín del pretendiente don Carlos en la guerra de España. Y antes de que llegase la calor, cuando los trigos encañan y se pasa el arroz, el predicador Karl Marx, joven aspirante a todo, viajó a París, se presentó a Heine y, tras darle coba, le preguntó por la identidad de Bandidoski.

Heine le explicó que ése era el apodo que adjudicaba al príncipe Felix Lichnowsky, legitimista reaccionario que tenía el descaro inmenso de escribir artículos en francés y alemán, hazaña hasta entonces exclusiva del propio Heine, y, lo que era peor, los dos últimos años había publicado en Alemania dos libros de éxito, uno sobre sus andanzas en la Guerra Carlista y otro sobre su viaje a Portugal. 

Para más desdicha, la condesa Ida de Bocarmé, musa de Balzac, había traducido y preparado la edición francesa de los recuerdos españoles de Lichnowsky, dos tomos en octavo, con florones y letras de oro, que Heine no podía ver en las librerías de París sin la natural indignación poética.

Para amortiguar sus penas, el poeta solo disponía de una pensión gubernamental que le asignó François Guizot, ministro de todas las cosas y algunas más. Este Guizot fue un precursor de la política moderna. Si acaso,  desde la perspectiva de la moda actual, se le podría achacar el ser demasiado explícito. En una intervención ante la Cámara de Diputados, durante un debate sobre los fondos secretos, dijo: “Señores, no hay que ser anacrónico. Lo más peligroso en asuntos de gobierno es el anacronismo. La conquista de los derechos políticos y sociales fue un asunto de sus padres. Pasemos a otra cosa. A ustedes les toca usar esos derechos. ¡Enriquézcanse!”

En Francia regía el absolutismo atenuado por la oratoria. El censo electoral era un club de ricos y, como compensación, se habían democratizado la pobreza y la hambruna. Austria era feudal. Y Prusia estaba muy avanzada; ya se parecía asombrosamente a la de cien años después, con quema de libros y persecución de los judíos. 

Como huésped distinguido del régimen francés, Heine podía esperar, o hacer que esperaba, una revolución en Silesia o Berlín. Lo que no imaginaba es que una serie de mítines a favor de la ampliacion del censo electoral acabara por provocar algo gravísimo en Francia. No el cambio de régimen; porque todo aquello de Luis Felipe o Napoleón III, Monarquía, República o Imperio, digámoslo claro: ¿a quién le importaba? Lo verdaderamente terrible fue que, tras revolución de febrero de 1848, los republicanos fisgaron en los archivos del gobierno Guizot, y salió a relucir la pensión de Heine, pagada con los fondos secretos, que algunos malintencionados llaman “de reptiles”. ¡Se publicó en periódicos franceses y alemanes!

Un disgusto horroroso. Al tiempo que publicaba una réplica en el Ausburger Allgemeine Zeitung, Heine se desplomó en el museo del Louvre, ante la Venus de Milo: “Largo tiempo yací a sus pies y lloré tan amargamente que una piedra se hubiera apiadado. También la diosa me contemplaba desde lo alto, pero al mismo tiempo tan desconsolada como si quisiera decir: ¿no ves que no tengo brazos y no puedo ayudar?” 

La esclerosis múltiple, que en la terminología de la época se llamaba sífilis atrapada en la época de estudiante disoluto en Götingen, pasó a mayores. Y el atribulado pensionista se encamó para el resto de sus días. No escribió más de política. Estaba medio ciego; pero el mal sueño de la pensión puesta en la picota no se le iba de la vista. Se justificó en breve y en largo. Todavía en 1854, el penúltimo agosto de su vida, escribió una “Explicación retrospectiva” donde se quejaba de parecer rico y no ser creído cuando hablaba de su necesidad dineraria, porque los filisteos ignoraban al gran Cervantes, quien dijo que un poeta nunca miente en cosa de parné, que además no era mucho, sólo el trozo de pan de un poeta alemán comprometido con la revolución. Y, otra cosa, justo a su lado, en la lista de pensionistas secretos, salía Godoy, Príncipe de la Paz y enchufado de Fernando VII —a quien, por cierto, se la daba con su augusta señora, y eso no lo decía por nada en especial, sino por llevar siempre la verdad por delante—. Bien, ¿es que nadie lo había visto? ¿Por qué se metían con él y no con ese Godoy, que era un reaccionario? Él, que ya denunció antes que ninguno la corrupción de Guizot, había tenido que contener a Marx y los colegas del Neue Rheinische Zeitung, para que no replicaran fieramente, de tan indignados que estaban por la maldad que le hacían. Porque, sépase de una vez, la pensión del poeta era para sostener a los pobres camaradas del partido comunista.

 La gente ni se acordaba de aquella historieta de la pensión, ya más vieja que la peluca de Lafayette. Pero Heine no sólo insistía, sino que comprometía a Marx y al partido comunista como falsos testigos, con lo que se arriesgaba a quedar aún más en evidencia.  

La pensión de cuatro mil ochocientos francos –cuando una obrera ganaba veinte al mes y una familia proletaria de cuatro miembros gastaba cada día, sólo en pan, la mitad de sus ingresos– le suponía a Heine poco menos que el chocolate del loro. Pero estaba persuadido de que si todo el mundo, desde donde florece el limonero hasta donde se pasman los pajaricos, se creía que aquél era el único dinero del poeta, el otro, el montón principal, quedaría a salvo. No se lo quitaría nadie. Suyo para siempre. Y así fue. Pero no para siempre, sino hasta el 17 de febrero de 1856, día en que perdió su absoluta desconfianza en todo el mundo.

Esa desconfianza no le impidió escribir las más bellas canciones y poseer la mejor prosa de su siglo. ¿Impedir? Escribía así gracias a ella.

Aquel Bandidoski que creó para desquitarse de Lichnowsky tuvo su particular periplo poético, cinco años después de ser creado por Heine.

En mayo 1848, los predicadores Karl Marx, Friedrich Engels y Georg Weerth, que venían de actuar con gran éxito en Bruselas y Londres, se reunieron en Colonia, donde regía el Código de Napoleón y, en consecuencia, había libertad de prensa. Con tan fausto motivo, fundaron el Neue Rheinische Zeitung, periódico marxista auténtico. Weerth, que era poeta aunque fingía ser agente comercial, se hizo cargo de la sección de entretenimientos y comenzó la publicación de “Vida y hazañas del famoso caballero Bandidoski”. 

Bandidoski, soseras cara de corcho, aristócrata de entendederas gallináceas, viaja a España donde gobierna el rey don Paquo, empeña el reloj en Pampeluna y protagoniza otros melonadas igual de divertidas para nutrición intelectual del proletariado.

Todos los lectores sabían que Bandidoski era el príncipe Felix Lichnowsky, diputado  por el distrito de Ratibor en el parlamento de Frankfurt. El propio Weerth explicaba, en un episodio del folletín, que el apodo y el personaje salían en Atta Troll, la obra de Heine. 

El 18 de septiembre de 1848, el diputado Felix Lichnowsky y el general Hans Auerswald fueron cazados y asesinados en Frankfurt por los revolucionarios de las barricadas. El folletín con las sandeces de Bandidoski siguió publicándose en el Neue Rheinische Zeitung, hasta el año siguiente. En 1850, Weerth fue juzgado por difamación del asesinado Lichnowsky. En el juicio, el acusado sostuvo que era como si se procesara a Cervantes por difamar a don Quijote. Los jueces no fueron sensibles a la excelente comparación y lo condenaron a tres meses de cárcel. 

Desengañado de las ingratas labores poéticas y quijotescas, Weerth retomó su disfraz de comisionista y viajó a España, Portugal y Sudamérica; por fin, puso rumbo a América Central, a fin de ofrecer sus servicios a Faustino I, emperador de Haiti, totalmente negro y analfabeto, que demostraba ser tan capaz para gobernar mediante la corrupción y el terror, como si hubiera sido blanco y poeta de toda la vida. Los aduaneros haitianos no dejaron pasar a Weerth porque tenia mal color y, en efecto, poco después murió en La Habana de fiebre amarilla. 

Julius Campe, editor de Heine y Marx, publicó en 1849, en formato de libro, los episodios gaceteros de Bandidoski. En 1883, Engels seguía recomendando esa obra de Weerth, “primer y más importante poeta del proletariado alemán”. Y, pasada la Segunda Guerra Mundial, el libro se reeditó cinco veces en la Alemania comunista.

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29 de diciembre de 2010
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El mapa del poder mundial que trajo 2010 (1)

Un mundo desconfiado. Sin ideas ni líderes. En mitad de una crisis económica, la mayor de los últimos 80 años, que coincide con una insólita transferencia de poder desde Europa y Estados Unidos hacia Asia como no se había visto en siglos. Este ha sido el año en que se han hecho plenamente visibles los cambios del mundo unipolar de la superpotencia única hacia el mundo multipolar en que Estados Unidos tiene que negociar con los nuevos poderes emergentes y sobre todo, con China, cada vez más explícita en sus ambiciones.

Europa ya se ha eclipsado, sin voluntad de existir como tal, ensimismada en la identidad de sus viejas naciones y angustiada por las grietas de su Estado de bienestar. Estados Unidos ha perdido autoridad y protagonismo internacionales, al mismo ritmo en que los perdía su presidente Barack Obama, desposeído ya de la gracia celestial que le rodeó hasta bien entrado su primer año de mandato. Si hubiera que poner rostro a los nuevos poderes emergentes, servirían dos personajes como Luis Inacio Lula da Silva, que da el relevo en la presidencia de Brasil a Dilma Rouseff el último día de 2010, encumbrado en una nube de prestigio y admiración, y Julian Assange, el fundador de Wikileaks, que ha protagonizado las mayores filtraciones de documentos secretos de la historia, sobre las guerras de Irak y Afganistán y sobre las comunicaciones diplomáticas del Departamento de Estado, levantando una rebelión digital en todo el planeta contra su detención y contra el bloqueo de sus cuentas y de su site de Internet. Lula es la imagen misma del nuevo mundo multipolar, en el que ya no hay ninguna superpotencia imprescindible y corresponde un papel más que destacado a países como Brasil, con una demografía potente, una economía efervescente y una fuerte vocación de protagonismo regional y mundial. Assange es por su parte el emblema de los poderes informales no estatales que juegan también en el nuevo tablero, aprovechando la globalización económica y tecnológica para descubrir sus fisuras y debilidades. Son dos rostros emblemáticos y mediáticos. No es el caso de los desconocidos rostros de los auténticos poderes ascendentes, los de los nueve miembros del comité permanente del politburó del Partido Comunista de China, entre los que están el presidente del país, Hu Jintao, su primer ministro, Wen Jiabao, y quienes van a sucederles ordenadamente, si no media accidente, en 2012, cuando la quinta generación después de Mao Zedong llegue al poder, que son respectivamente Xi Jinping y Li Keqiang. Sus decisiones económicas, políticas y militares, tomadas por consenso con el más absoluto hermetismo, han condicionado la marcha del planeta más intensamente que cualquiera de los grandes e irresolutivos concilios internacionales. Su poder opaco tiene el correlato en la vistosidad y el ruido propios de una carrera de bólidos con que se están produciendo los relevos de poder este año. La aceleración es lo que más sorprende a todos. La caída de unos y la subida de otros es mucho más rápida de lo esperado. A mitad de 2010 China ha superado a Japón en producción de riqueza. Sólo Estados Unidos tiene todavía un producto interior bruto superior al chino. Al final de la década que ahora empieza, en 2020, los economistas prevén que se sitúe ya como el país con el mayor PIB del mundo. No es extraño: cuando todo el mundo desarrollado crece todavía muy débilmente y sigue destruyendo puestos de trabajo, China va lanzada por encima del 10 por ciento de crecimiento anual. Si sigue esta velocidad y el llamado ?mundo occidental? se embalsa en su crisis, el ?sorpasso? puede producirse mucho antes. China ya superó en el cómputo de 2009 a Alemania como primer exportador mundial y a Estados Unidos como primer fabricante de automóviles. Es el mayor importador de acero y cobre y el segundo de petróleo. Tiene cuatro de las diez mayores compañías del mundo. Y cuenta con dos palancas financieras que le proporcionan poder e influencia en la cambiante mesa de juego del poder mundial: su moneda, el yuan, que las autoridades chinas mantienen depreciada respecto al dólar, el euro y el yen para favorecer su competitividad y sus exportaciones; y sus reservas en deuda extranjera, que le han convertido en el mayor banquero de occidente y permitido echar una mano a los países con deudas soberanas corroídas por la crisis financiera. La prosperidad de la economía china en momentos de dificultades europeas y norteamericanas también impulsa la proyección mundial de sus empresas y de sus capitales, en importación de materias primas, inversiones directas e incluso la apertura de mercados al consumo de sus productos. Cae por su propio peso la traducción geopolítica de la red de vínculos que está estableciendo, tal como se ha manifestado en el boicot a la entrega en Oslo del Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo, seguido por una veintena de países de todos los continentes. El régimen de Pequín se muestra cada vez más seguro y firme en sus posiciones políticas, en clara correspondencia a la buena marcha de su economía y a la debilidad de sus socios occidentales. (Este texto es la primera parte del artículo publicado en el EPS de esta pasada semana. Enlace con el suplemento entero).

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28 de diciembre de 2010
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El pensamiento letrinal

 

 

Dícese de aquel que recalca y redunda en la fantasía de que el ser humano se origina, madura, y permanece durante meses en una letrina, rodeado de sones, tafadas y estremecidos propios del sistema cloacal, afligente circunstancia que modela y condiciona su mollera e incluso su entendimiento, por no decir cosmovisión y gustos culinarios, musicales y  político-deportivos.

La idea es más vieja que la tos, y de recurrente frecuentación por gente muy afectada por el morbo religioso. Lo han redicho santos como Tertuliano y Agustín de Hipona, papas como Aeneas Silvio, escritores como Joubert, Cioran y Ceronetti, en fin, una toda una tropa de pensadores letrinales que han ensalzado al hombre como mono ínfimo que ha permanecido meses en una cloaca y, luego, olvidando sus orígenes indelebles, pretende escupir a las galaxias.

Se trata de una misoginia de sesgo cómico porque, a ver, ¿no es la próstata, ese noble órgano donde radica el alma racional de los hombres, el artefacto más abrazaletrinas de la creación?

“Vejiga, vieja enemiga”, lirificaba Unamuno, otro destacado pensador letrinal. Una vez estaba yo de excursión con Bello Portu por Hendaya, y fuimos a ver el hotel donde estuvo exiliado Unamuno. Hay una placa con poema en la entrada y Bello Portu, que fue promotor del monumento y se sabía de memoria todos los sonetos unamunianos, me recitó unos pocos, entre ellos, el “Dónde” famoso porque fue la respuesta de Unamuno a la petición de unos estudiantes franceses que querían traducir y publicar un soneto suyo. Con unamunesca contumacia les propuso ese que justamente, me explicaba Bello Portu, era imposible de sonetear en francés, idioma más bien pobretón que apenas dispone de un de silábica viudedad allá donde el español unamuniano redondeaba sus dóndes, de dóndes, y adóndes  relativos y absolutos para envidia y desesperación de la Sorbona. También me recitó con maestría el de la vejiga, vieja enemiga, y a mí me daba la risa. Bello Portu me miraba reprobador: ríase hombre, ya le vendrá el tío Paco con la rebaja. Y, en efecto, esta misma primavera estuve en un tris de palmarla de apendicitis perforada gangrenosa, una muerte letrinal, si bien se mira. De incontinencia letrinal murió La Boetie, y la vieja enemiga acabó con Montaigne, Voltaire y Fernando el Católico.

Entonces, ¿por qué ven obsesivamente la culpa letrinal en la mujer? Quizá sea envidia sempiterna, porque se trata de una misoginia crónica cultivada por fanáticos de podredumbre con un irrefrenable gusto por el horror pestilente, una insaciable aspiración por sentirse traedor de un cadáver, ser un refinado sumiller de la supuración, un hipocondríaco del miasma, voyeur de la tragedia excretal en un universo fétido. Y con todo se trata de misóginos que a ratos tienen mucha gracia en su misma exageración, ahí tenemos a Quevedo. El pensamiento letrinal bien podría ser tan antiguo como la poesía.

 

 


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28 de diciembre de 2010
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Los mejores libros del año, 1

 


Entre los que he leído y encuentro más inventivos de forma y radicales de proyecto, doy fe de doce títulos. 

 

Francisco Márquez Villanueva: Moros, moriscos y turcos de Cervantes

Francisco Márquez Villanueva (Sevilla, 1931) es internacionalmente reconocido como uno de los mayores cervantistas. Sólo que, en su caso, el rigor académico sostiene la capacidad crítica de tramar la obra y sus contextos como una biografía intelectual de Cervantes y una historia cultural de la España de su tiempo. Desde su retiro de Harvard, ha podido culminar su larga dedicación a la obra de Cervantes y su tiempo en este libro que recupera al Quijote haciendo camino en el siglo XXI. Un Cervantes libre del oxímoron museológico o burocrático, capaz de representar el debate de su tiempo, las ideas que articulan un proyecto crítico, y el humanismo puesto al día contra los dogmas de su presente, en más de un punto lamentable, paralelo al nuestro. Publicado por Bellaterra (Barcelona), este libro revela la constelación  cervantina como matriz de lectura. Esa rearticulación crítica sitúa en el lenguaje, en la narración y las ideas la formidable experiencia cervantina de lo moderno.  Estudiando la tradición paulista, la extraordinaria significación de Ricote, y los diálogos con los erasmistas de su plazo, Márquez Villanueva nos devuelve a las encrucijadas que hicieron de la obra de Cervantes una lección de modernidad. La orilla americana asoma aquí, como otra promesa de esa latente utopía, de formas irónicas pero de impronta humanista, que le hicieron concebir, deduzco yo, el mundo americano como espacio moderno: el lugar de la mezcla. Este magnífico libro hace más nuestra la obra de Cervantes.

 

Ana Merino: Curación

La inteligencia afectiva de Ana Merino (Madrid, 1971) explora los formatos de la cultura popular, del cómic a la literatura para niños, y tiene en el taller de escritura creativa, en la Universidad de Iowa, su centro lúdico. Ella es parte de la última promoción del hispanismo trasatlántico, libre del autoritarismo y la endogamia.  En su poesía alienta el juego analógico y el drama antitético, las voces que atan y las que desatan, la fuerza de las evidencias y la inteligencia de las diferencias. La poesía, nos dice en Curación (Visor), no es sólo el cuento de la experiencia a flor de piel sino su recuento puesto a prueba en el lenguaje. El cuerpo se descubre en la enfermedad; el amor, en su ausencia; la memoria, en el olvido; y Dios, con suerte, en un gato. “Debajo de la lengua/ habita la serpiente/ del primer paraíso,” advierte. La “curación” del poema es una virtud clásica: “tragar el desafecto/con ternura” nos previene del “entramado hostil/ de las causas perdidas.” La poesía es el taller, al final, de otra libertad. No entendida como la mera autorización del yo sino como la más sana noción de sus límites, y la opción de redimirse con los otros. Un libro que reverbera con irónica simpatía.

 

Alfonso Reyes: Diario, I y II

No ha existido un autor más escrupuloso con su propia obra que Alfonso Reyes (México,1911-1959). Cultivó todos los géneros con brío, nunca fue autoindulgente, ni ofendido ni ofensor;  y seguimos conversando con él, gratuitamente. Una vez Octavio Paz me dijo que Reyes se había ocupado de los griegos para eludir la actualidad. Pero, en verdad, nos había hecho conversar con griegos y latinos para hacernos más actuales. Preparó, con minucioso detalle sus Obras Completas, pero no para configurar sus calas sistemáticas en un todo magistral; sino para darle forma a la charla con el lector. Como todo escritor serio, no escribía  para validar su yo sino para darnos turno en el  lenguaje. Su idea de sus Obras fue la de una partitura de la lectura. Contó Carlos Fuentes que la criada de Reyes recogía de la papelera los borradores descartados, los alisaba y los ordenaba en una carpeta, que tituló: “Papeles rotos de Don Alfonso.” La criada era filóloga.

La edición de su Diario empieza a ser publicada por el Fondo de Cultura Económica en México gracias a una labor de transcripción y edición cuidadosa, bajo la coordinación editorial de Mariana Flores Monroy, con el auspicio de El Colegio de México y varias universidades e instituciones culturales. El primer tomo (1911-1927), a cargo de Alfonso Rangel Guerra,  consiga las entradas más tempranas, de México y París, a donde fue como modesto diplomático luego de la muerte trágica de su padre; el segundo tomo (1927-1930), a cargo de Adolfo Castañón, incluye entradas de París y Buenos Aires. La edición está planeada en siete tomos. La lectura de estos dos es, por cierto, plena de impresiones, anécdotas y juicios.  Más que un diario íntimo es un diario de escritor, diplomático y lector . Es central el carácter de Reyes como hombre de letras dedicado a la cultura hispánica en el mundo; y sin alardes, capaz de ayudar a  los amigos y fundar una comunidad de la escritura, de la que se beneficiarían, a la hora del exilio y la pobreza, los escritores españoles.  Con humor y paciencia discurre entre las figuras de su tiempo, revelándolas en un apunte. La amistad de Reyes se nos hace más íntima en estos Diarios, no exentos de alguna nota galante. Ya se sabe que cultivaba a las musas (una vez, se repite, lo pilló su mujer, y le dijo: “Alfonso, estoy sorprendida;” “No, corrigió él, el sorprendido soy yo, tú estás estupefacta”); pero lo que no sabíamos es que en Buenos Aires, requerido por José Ortega y Gasset para un cita, le prestó su llave secreta.

 

Jorge Carrión: Los muertos

Es notable que algunas novelas (y no pocas telenovelas) hayan coincidido en el tema del protagonista que no recuerda quien es o prefiere olvidarlo, y decide buscarse a si mismo o forjarse otra identidad.  Pero no se trata de la memoria sino del lenguaje, y por eso en la excelente  Nocturama (2006) de Ana Teresa Torres,  el personaje debe leer novelas para recuperar las palabras.  Los muertos (Mondadori) es el libro más inventivo, irreverente y divertido que ha escrito Carrión; y su personaje, el Nuevo, no en vano el producto de los relatos de viaje, que Carrión ha cultivado como una pregunta pertinente por lo nuevo, llevará el tema a su disolución, tan festiva como apocalíptica. Despierta el Nuevo en Nueva York, la capital de los Otros, cuyo exceso de identidad es una oferta de precio variable, y donde hasta los mendigos le quieren vender una. “Los muertos” de Joyce despiertan en N.Y. como una serie de televisión, entre el sicodrama de ¨Sopranos” y el programa virtual “Mypain”. Los Otros no son ya los subalternos del multiculturalismo bienpensante sino la diversidad televisiva en degradado “tiempo real,” lo único vidente y actual, que da cuenta de un mundo “postraumático,” donde Hillary Clinton es afroamericana y cada novela, como ésta misma, lleva inclusa la crítica que suscita. Pero no es ésta un pastiche ni una parodia. Como las narraciones de Juan Francisco Ferré,  Germán Sierra, Agustín Fernández Mallo, Manuel Vilas, Mercedes Cebrián, Javier Calvo, Vicente Luis Mora, Imma Turbau en ésta orilla; y las de César Aira, Diamela Eltit, Mario Bellatin, Juan Villoro, Matilde Sánchez, Rodrigo Fresán, Antonio José Ponte, Cristina Rivera Garza, César Gutiérrez, Yuri Herrera, Carlos Labbé en la otra, ésta novela (que sí vela ) nos dice que nuestra noción de lo real ha caducado (incluso, tal vez ha muerto de literalidad, esa melancolía que quiso matar Cervantes), y que hay que recomenzar enterrando su lenguaje.

 

Diamela Eltit: Impuesto a la carne

Se dice que César Aira escribe libros cada vez más breves, en editoriales cada vez más pequeñas, para menos y menos lectores. Mario Bellatin, en cambio, escribe el mismo libro con distintos personajes, descontando más y mejor las historias que eluden ser contadas. Por su lado, Diamela Eltit (Chile, 1949), que reparte el año entre Santiago y  la Universidad de Nueva York, escribe una novela distinta cada vez con la misma idea de un lenguaje español en el sentido contrario, que se plantea la resta del mundo, su desacumulación. Ha resistido, con éxito, las obligaciones del mercado, haciendo de la lectura una labor crítica del lenguaje, y del libro un instrumento conspirativo contra el orden dominante. Sus libros repelen al lector de best-sellers y premios obligatorios, y convierten la lectura en una sediciosa labor clandestina, de vocación anarquista, radicalidad estética, y despojado estilo.  En Impuesto a la carne  (Santiago, Seix-Barral), que evoca la “libra de carne” imaginada por Shakespeare, ha fundido el mercado, el estado y el hospital. Para renovar la tradición satírica contra los médicos, ha hecho del oficio una corporación mundial capaz de controlar la salud para regimentar los cuerpos. Aunque Etit se formó  en el entrecruzamiento de Foucault (la sociedad es disciplinaria) y Lacan (el Ego es obsceno y feroz), su lugar está en el neo-barroco hispánico, entre Perlongher y Lemebel, y en la saga de la mujer como servidumbre del neoliberalismo manifiesto.  En esta novela se satiriza el Bicentenario de la Independencia de Chile desde el sistema hospitalario,  y se desmonta la noción neo-feminista francesa de que la melancolía es matrilineal (Kristeva). La madre y la hija yacen en el hospital donde esperan ganar un premio oficial por el Bicentenario; pero donde está prohibida la palabra HAMBRE, que terminaría con su expulsión de los fastos históricos: la función de las madres es acallar a las hijas. Eltit es la escritora más importante de la lengua, y la más crítica del español complaciente.  “Voy a escribir la memoria del desvalor,” anuncia la hija, porque ella y su madre han cumplido 200 años de chilenas y viven, operadas y cosidas, en el Hospital menos hospitalario que la sátira haya podido pagar con creces.

 

Tamara Kamenszain: El eco de mi madre

La poeta argentina más intrigante, Tamara Kamenszain en este libro hace el trabajo de luto materno: el diálogo con la madre muerta es planteado por interpósita poeta, como si el enigma de esa muerte fuese una pregunta por el yo de la hija, nacida del lenguaje. El “eco,” por ello, es la voz de las otras escritoras que ante la vejez, enfermedad y muerte de sus madres le demandaron a la lengua española explicaciones. No es la primera vez que Tamara cita al linaje del dolor en el poema, y se vale de otras rupturas del idioma, sobre todo de Vallejo, para que la cita sea a pulso. Por eso empieza El eco de mi madre (Buenos Aires, Bajolaluna) con los limites del lenguaje: “No puedo narrar.” Y añade: “la gramática se torna un escándalo,” porque la madre olvida los nombres. Sigue luego una conmovedora secuencia de diálogos con otras escritoras, que en trance semejante buscaron el mismo eco: “Coral le contrató una profesora de baile” (Coral Bracho); “la amiga de Sylvia que perdió el voseo/la desconoce hablándole de tú (S.ylvia Molloy); y “Diamela le construyó una casa atrás de la suya” (D. Eltit.). La poesía, al final, es también “un idioma para hablar con los muertos.”

 
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28 de diciembre de 2010
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Oscar Pita Grandi desde Ausonia

Oscar Pita Grandi Una novela peruana que no debería pasarse por alto durante este año es la de Oscar Pita Grandi, Paisaje habitado, editada por Estruendo Mudo. Una novela cincelada, exigente, donde el pasado, presente y futuro se une en una comunidad imaginaria llamada Ausonia, un fantasma de Italia enclavado en un lugar indeterminado de Lima. Todo es espectral, incluso las murallas reales e interiores, en Paisaje habitado.  Mientras espero postear una reseña que le haga justicia a uno de los mejores libros del 2010, les dejo esta entrevista de Miguel Angel Vallejo en El Peruano:

?¿Qué caracteriza a la comunidad de Ausonia? ?Es una especie de isla flotante, en el tema del autoencierro. Sus habitantes se están protegiendo a sí mismos. La muralla tiene una connotación por los orígenes de la cultura, muy violenta y  le permite a esa comunidad obtener un pensamiento común que  une a todos. ?Son muchos detalles típicamente italianos? ?La construcción de Ausonia como hábitat, con el detalle de sus calles y decorado, responde a mi pasión por la arquitectura. Y más todavía por las ruinas que todavía sobreviven al tiempo, adaptándose con naturalidad. Ausonia, la urbanización amurallada, anacrónica y a su vez contemporánea, no obstante su esplendor, es a fin de cuentas una ruina. Bella, pero ruinosa al fin y al cabo. ?¿Cómo se comunican esos personajes encerrados, sobre todo ?Dottore?? ?El problema de la identidad es un inconveniente personal mío, a la vez uno de los contratiempos de hoy: la incomunicación, el aislamiento. El estar reunidos en conjunto no nos hace pertenecer a un lado, siempre buscamos una comunidad con gustos similares.

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28 de diciembre de 2010
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Canetti y la carne inocente

 

No creo en muchas cosas pero creo en algunos libros. Algunos hombres. Y en muchas mujeres. Creo en Elías Canetti que vivió su larga vida como si fuera a durar más, y más. Que acumuló libros sin pensar que nunca tendría tiempo para leerlos. Se concedía esos sueños."Vivir de tal manera como si tuviéramos ante nosotros un tiempo ilimitado. Citas con seres humanos a cien años vistas". Abrir su libro "La provincia del hombre" y saber que he salvado el día, varios días, muchos días.

Estamos entrando en el "día de los Inocentes", al final del año y en medio de los excesos navideños. Yo estaba cansado de los excesos culinarios, de las buenas palabras de fin de año, de los viejos políticos y de las nuevas ministras. No conseguí volver a fumar. No por el discurso de la ministra sino por ese consejo/amenaza de esa amiga que me recordó que los besos saben mejor sin tabaco. No lo tengo tan claro. Hay besos que pueden con toda la nicotina.

Sigo leyendo en el carnet de notas de Canetti. Y me encuentro con el espectáculo de la comida y no me gusta. Creo que dejaré de comer grasas- aunque los pensamientos con grasa de Montaigne me siguen gustando- simplemente por recordar el espectáculo de los otros comiendo. Mi mismo espectáculo. Desear que llegue alguna vez ese "país en el que la gente llora cuando come".

Tengo la impresión de que si sigo leyendo a Canetti me haré vegetariano. Con lo poco que me gustan. Con lo que desconfío de los vegetarianos. No me fío de ellos, como tampoco me fío de los que no beben. Ni de los que no fuman. No me fío de mí mismo.

Vosotros seguir comiendo. Yo os recordaré otro pensamiento del judío que procedía de Cañete:

"Me da pena que los animales no se levanten nunca contra nosotros; los pacientes animales, las vacas, las ovejas, todo este ganado que ha sido puesto en nuestras manos y que no puede escapar a ellas.

Me imagino una rebelión en un matadero; desde allí se extiende a toda la ciudad; hombres, mujeres, niños, ancianos mueren pisoteados sin compasión; los animales invaden calles y vehículos; derriban portales y puertas; en su furor llegan a invadir los pisos más altos de las casas; miles de bueyes convertidos en fieras hacen añicos los vagones del Metro, y nos desgarran ovejas a quienes se les han afilado de repente los dientes"

Pues eso, que cada uno haga lo que quiera. Yo dejo la carne. Como dejé el tabaco. Brindo por el nuevo año. Nadie ha dicho nada de dejar de beber. Estoy satisfecho de mis nuevos propósitos. De esas ideas encontradas en el carnet del viejo, querido, judío.

"Puede que no sea siempre importante lo que uno piensa todos los días. Pero es tremendamente importante lo que no ha pensado"

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27 de diciembre de 2010
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Un tiempo para callar

La tentación de romper radicalmente con el mundanal ruido no es cosa de hoy, así como tampoco es cosa de hoy la convicción de que tal ruptura reportará, a quien se atreva a perpetrarla, una regalada vida. Hubo un tiempo en que romper con la vida propia e ir a buscar refugio en un monasterio para entregarse a la oración y el trabajo era una opción relativamente frecuente. Y si no frecuente, al menos era una más de las que venían a la mente del atormentado deseoso de acabar de una vez por todas con la vida que llevaba y se hacía una lista de posibles soluciones: apuntarse al ejército en ultramar, enrolarse en un ballenero, hacerse domador de caballos en la Patagonia. En fin. Ya se sabe la clase de delirios que está dispuesto a considerar como posibles alguien que está de verdad hastiado.

Difícilmente se podrá tomar Un tiempo para callar  como un panfleto financiado por algún abad imaginativo, ni es probable que después de su difusión vaya a ser motivo de un aumento espectacular de las vocaciones monásticas en España. En cambio, y justamente porque es un escrito por entero carente de intencionalidad ideológica,  permite casi casi sentir muy de cerca qué veían y qué esperaban de los monasterios quienes buscaban en ellos refugio para sus males. Y tengo la sensación de que esa falta de intencionalidad proselitista se debe fundamentalmente a la situación profesional y espiritual en que se encontraba Patrick Leigh Fermor, en adelante Paddy, cuando escribió este libro.

Después de haber vivido vagabundeando por Europa y Grecia durante los años previos a la II Guerra Mundial –o lo que es lo mismo, habiendo visto y sufrido muy de cerca el ascenso y triunfo del fascismo – y tras una estancia en filas exitosa pero agotadora, pues pasó la guerra en primera línea y llevando a cabo peligrosas misiones en Creta , parece lógico que desease cambiar radicalmente de horizontes y, sobre todo, olvidarse de la Europa en ruinas y traumatizada por la inimaginable barbarie que había supuesto el Holocausto. Además, acababa de conocer a Joan Eyres Monsell, fotógrafa y miembro de una aristocrática  familia inglesa que iba a ser su cómplice y compañera durante los cincuenta siguientes años de su vida. Y qué mejor forma de celebrar tan feliz encuentro que un larguísimo viaje por el Caribe. Al regreso del mismo, su situación sentimental estaba sólidamente cimentada pero en cambio tenía ante sí un reto que a todo escritor de raza le llena de angustia e incertidumbre: transformar las experiencias vividas en las Antillas en un libro.

En esa tesitura, y puesto que Joan tenía sus propios compromisos profesionales que atender, Padyy fue a pedir refugio en un monasterio convencido de que la paz, el aislamiento y el silencio le permitirían afrontar  sin trabas ni distracciones la intensa, y por lo general muy angustiosa, tarea de escribir un libro. Además el primero.

Resulta curioso releer hoy El árbol del viajero (aparecido en 1950 como fruto de su estancia en varios monasterios franceses) al mismo tiempo que Un tiempo para callar.  Porque el texto del primero es una explosión de los sentidos, la experiencia de un hombre joven y que ha salido milagrosamente ileso de la una guerra y que de pronto se sumerge en un mundo cálido, sensual y rebosante de colores, olores y …ese ron que tanto echará a faltar una vez sometido a la disciplina monástica. No cuesta imaginarlo paseando por el claustro envuelto en los cánticos de los monjes en la iglesia, o subir a su celda tras una frugal y silenciosa cena en el refectorio para volver de sumergirse de lleno a la rebosante sensualidad  caribeña.

Un tiempo para callar sale de las cartas que Paddy le escribía a Joan dándole noticia del lugar y sus condiciones de vida. Lo importante, para él, no eran sus propias emociones ni las pesadumbres impuestas por la vida monástica. Éstas, lógicamente, se filtran de continuo en el texto pero siempre subordinadas a la historia, la arquitectura, el ambiente y la personalidad de los mojes y sus costumbres. Podría decirse que las emociones y pesadumbres quedaban reservadas para el Caribe y que en las cartas a Joan primaba el irresistible deseo de todo viajero de dar cuenta de lo que ve y  de la influencia que ello tiene en su estado de ánimo, es decir la función del viajero como cuerda que tañe el viento a su paso por las abadías y tierras de labranza pero sin ánimo de interpretación ni afán de apoderarse de un protagonismo que corresponde por completo al viento y no a la cuerda.  El resultado es una prosa tenue como un velo que siluetease las columnas y capiteles de esos nobles edificios tan maltratados por la historia y tantas veces reconstruidos por sus moradores.  Una lectura amena, apacible y que, como digo, trasmite sin distorsiones personales todo lo que supuso para la espiritualidad de Occidente la vida monástica.   

 

Un tiempo para callar

Patrick Leigh  Fermor

Ed. Elba

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27 de diciembre de 2010
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El Boomeran(g)
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