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Otra librería muerde el polvo

Librería cerrada The Travel Bookshop tenía 35 años en Londres, y gracias a la película Nothing Hill (con Julia Roberts y Hugh Grant), que tiene como locación principal esa librería, se volvió un souvenir, un lugar de visita turística. Pero de nada sirve esa celebridad, igual cierra sus puertas, porque el hijo del dueño no quiere hacerse cargo. Otra librería que muerde el polvo. Dice la nota en el ABC:

La librería de viajes que inspiró la popular película «Notting Hill»cerrará después de 32 años, a pesar de haberse convertido en una auténtica atracción turística de la capital británica. «The Travel Bookshop», toda una institución del pintoresco barrio de Notting Hill, dejará en dos semanas de vender biografías de intrépidos exploradores, libros de viajes y guías de los cinco continentes, según confirmó un responsable de la librería. El colorido establecimiento se había convertido en un lugar de peregrinación para los miles de aficionados de la película, que recaudó tras su estreno en 1999 más de 253 millones euros en todo el mundo. La comedia romántica cuenta la inesperada historia de amor entre una famosa actriz, interpretada por Julia Roberts, y el librero londinense William Thacker, al que dio vida el actor Hugh Grant. Precisamente, la pareja se conoce cuando la estrella de Hollywood entra en la librería de viajes, propiedad del despistado Thacker, para comprar un libro sobre Turquía. Aunque en la película no aparece el mismo local que ahora cierra sus puertas, «The Travel Bookshop» sirvió de inspiración para sus guionistas, lo que la convirtió rápidamente en uno de los lugares imprescindibles para los turistas que visitan el barrio londinense de Notting Hill. La cinta hizo también mundialmente famoso al multicultural y carismático vecindario de la capital británica del que toma su nombre y disparó sus alquileres, sobre todo por la fiebre que generó entre los estadounidenses que se mudaron a Londres. Aunque decenas de pequeñas librerías locales se han visto obligadas a dar el cierre en todo el Reino Unido por la competencia de las grandes cadenas y las ventas por internet, éste no parece haber sido el motivo que ha forzado a vender el icónico establecimiento. Su propietario desde hace 25 años reside en Francia y ha decidido desprenderse de «The Travel Bookshop» ya que su único hijo no quiere hacerse cargo del negocio.

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23 de agosto de 2011
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Sergio Pitol reseñado

carátula del libro ?Leí este libro y aprendí? dice J. Ernesto Ayala Dip en su reseña en ?Babelia? de Una autobiografía soterrada (Anagrama), el libro de recuerdos -más que de memorias- que ha publicado Sergio Pitol. Lo leí también y aprendí. Es una coda a sus memorias, un pie de páginas, pero no por eso deja de ser un libro maravilloso. Dice la reseña:

La obra de Sergio Pitol (México, 1933) transita, además de la traducción, por diversos géneros literarios: novela, cuento y ensayo. En todas estas tareas el premio Cervantes deja su impronta de creador cuidadoso en el arte de la heterodoxia. En su tríptico novelístico (formado por El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal) ya hay claras muestras de su manera distintiva de mezclar y reunir en una nueva unidad narrativa todas las posibles procedencias genéricas de las que se nutre. Entre la crítica no faltan colegas que ya han distinguido dicho tríptico como una obra posmoderna. En todas sus novelas, no sólo en el Tríptico, Sergio Pitol convierte cada solución narrativa en una reflexión narratológica. No porque la explicite, sino que queda incorporada en la textura de sus ficciones. Para el escritor mexicano el lugar de la ficción no es nunca un lugar sagrado, el espacio pétreo de la norma y la convención. Sus atajos, las sinuosas líneas de la intriga, las sombras que desparrama sobre sus novelas y cuentos son parte de su estrategia de composición. Los asuntos que trata, bajo el prisma de este personal método formal, desenmascara en parte la historia de México, a la vez que el propio ejercicio novelesco como mecanismo de interpretación de esa parte del territorio de la realidad que no tiene respuesta. Lector fervoroso del teórico ruso de la novela, Mijaíl Bajtín, Pitol sabe que no hay manera de acercarse a ninguna realidad sin que el arte salga indemne. No se sale como se entra. Una vez dentro de ella, la novela cambia, sus leyes ya no son las mismas. La publicación de su nuevo libro, Una autobiografía soterrada, además de una investigación del espíritu, es la confirmación de las leyes de la distorsión artística que practica Pitol. Estamos hablando de una autobiografía en donde los libros y las lecturas que se han hecho son su materia angular. Si en El viaje (2001), el autor mexicano revivía (a la vez que reflexionaba) su experiencia soviética (en calidad de agregado cultural en la Embajada de su país) y, además, descubría el lado más horrible del estalinismo en la carne de los escritores rusos más emblemáticos, en Una autobigrafía soterrada asistimos a la disección del propio escritor como sujeto de invenciones. Pitol desmenuza su arte poética. Rinde con su escritura clara, homenaje a la claridad de Alfonso Reyes, a la potencia descifradora de Bajtín. Destripa sus propias obras. Se suma a Quiroga y Piglia con su abc del cuento. Explica las razones que lo llevan a urdir esas zonas de nadie y de nada que nos confunden adrede en sus novelas y cuentos. Leí este libro y aprendí. Este lúcido libro sobre seres de papel y seres de carne y huesos.

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23 de agosto de 2011
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"Como un juego secreto y obsesivo"

Blanca Varela El domingo pasado la edición de El Dominical estuvo destinada a homenajear a la poeta peruana Blanca Varela, fallecida en el 2009, a 85 años de su nacimiento. Entre los textos aparecidos destaco uno muy especial, una suerte de autobiografía que la poeta escribió y que ha sido poco difundida. La poesía, dice ahí, empezó de niña como un juego secreto y obsesivo. Pero es solo el comienzo. Dice además:

En mi caso particular todo comenzó desde muy niña, como un juego secreto y obsesivo. Recuerdo claramente que no me gustaba mucho lo que me rodeaba y que, al mismo tiempo, me gustaban demasiado las palabras, su sinsentido, su música. Recuerdo, también, que podía y solía repetir una misma palabra durante mucho rato, palabras especiales que tenían una rara fascinación en mis oídos y en mi mente. Las repetía si fatiga, las decía al revés, tan rápido como me fuera posible o demasiado despacio, alargándolas, estirándolas, adelgazándolas. También podía usarlas para lo que no se debía, o invertía sus sílabas o cambiaba sus acentos, sin otra regla que mi humor o mi voluntad. Más tarde, cerca de la adolescencia, estas palabras ?no las de todos los días, sino las de mi pequeño juego? comenzaron a adquirir su propio sentido y, cuando no lo encontraban, a reclamarlo. Vinieron las frecuentes y numerosas preguntas de esa edad, y la evidente sorpresa de los mayores. Nada ni nadie conseguía aplacar mis temores ni satisfacer mis dudas. Entonces, opté por responderme a mí misma, buscándole una variación a mi viejo juego: escondiéndome en lo que se podía llamar mi propio discurso, trataba de confundirme con algo o alguien diferente y de hablar con otra voz en la que me esforzaba en no reconocer la mía. Así, poco a poco, me fui aventurando en una región cada vez más imprecisa y delgada de mi pensamiento. Siempre movida por estas pequeñas palabras y sonidos que inventaba, aprendía a irme cada vez un poco más lejos de los objetos y de los gestos, y también aprendí a regresar acompañada por pequeños objetos, extraños restos, fragmentos de cosas misteriosas y aparentemente irreconocibles. Con estos intentos de poemas en mis cuadernos, pasé por la escuela y llegué a la universidad. (?) He mencionado París, que fue una etapa definitiva de mi aventura. A partir de allí, de París, ya no pude volver atrás. Tuve la suerte de toparme durante aquel frío y oscuro invierno de un París de posguerra con una persona como Octavio Paz. Sin su ejemplo, jamás hubiera perseverado en mi empeño de escribir poesía, o tal vez hubiera pasado a su lado maltratándola, confundiéndola, traicionándola. Y en verdad no me estoy refiriendo en absoluto a los resultados, sino a la intención que se puede o debe tener frente a ella. Intención presentida ya en la actitud de Westphalen. (?) Sumé mi pequeña voz a ese coro de los mejores. Los imité. Desentoné como se debe, seguí escribiendo. Si es cierto que conocí al Breton de los libros y los manifiestos por obra de Westphalen, la amistad de Paz me permitió acercarme a él de otra manera y sentarme a su mesa en el café de la Place Blanche. Allí pude escucharlo a mis anchas y admirar la majestad leonina de sus gestos y de su mirada. Pero París tenía que acabarse. Era como si se hubiera terminado, agotado un tiempo, un ciclo, y que, en otro lado del mundo, justamente desde donde había partido, en el Perú, me estuviera esperando lo que precisamente había salido a buscar. Florencia fue la ciudad de salida, la de los adioses, la de las mejores revelaciones, que siempre son las últimas. Pero no se trata de un regreso forzado, sino de una elección alimentada por un propósito. Propósito de preservar una recién nacida identidad, que tenía que ver profundamente con lo que estaba tratando de expresar con mis poemas. Fue también por eso, seguramente, que ya desde antes había estado tratando de no perderme en el vértigo de aquellos tiempos, de no ser devorada por un mundo que me era extraño, con otra lengua, otras costumbres, otros dioses y otros muertos. En aquel trance había echado mano a lo único que, en ese magnífico caos, reconocí como mío: mi memoria. Y traté de recordar los cantos peruanos, lejanísimos y misteriosos de Arguedas, y de nombrar y recrear mis paisajes de infancia, y llevar mis animales y mis astros, enormemente altos y distantes, hasta mi pequeña ventana de la Rue de Laneau, en pleno Barrio Latino. Lo que pasó después, lo demás, si no está escondido entre mis poemas, está entonces definitivamente perdido. Hablo de lo que hace la vida de cualquier persona, de cualquier mujer, como es mi caso. La casa, el amor, los niños, la lectura, la música, los viajes, la ciudad, y también el tedio, el dolor, la impotencia, la soledad y el silencio.

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23 de agosto de 2011
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Un vocablo español

Como guerrilla, torero o pronunciamiento, también indignado está convirtiéndose en un vocablo español adaptado y pronunciado en todas las lenguas.

Los indignados son hijos de la época de los derechos universales, que han quedado largamente insatisfechos. Compraron la utopía y al enchufarla no funciona. Quieren otra nueva o al menos que les reparen la vieja. Una mutación de las pasiones se ha producido en los corazones ibéricos. La indignación, la santa indignación, era el anuncio de cataclismos y amenaza de persecuciones inquisitoriales. Ahora es una pasión fría y tranquila, que se contiene y gradúa, que persevera y calcula estrategias, y por eso es ensalzada por todos.

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22 de agosto de 2011
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Birmajer y los libros usados

Un libro robado y no recuperado Buenos Aires, para mí, siempre será un sinónimo de librerías. Y más aun de librerías de viejo. En todos mis viajes a esa ciudad (el primer país que visité, siendo aun un adolescente) siempre he pasado largas horas saltando de librerías en librerías. Y aunque comprar libros usados no es lo mío, no puedo evitar entrar en las librerías de viejo de Buenos Aires (como en las de Montevideo o de Bogotá) para ver si algo encuentro. Marcelo Birmajer, al parecer, sí es un apasionado de las librerías de viejo. En Revista Ñ comenta su historia, que comienza 25 años antes, con el robo de un libro prestado: Williard y sus trofeos de bolos, de Richard Brautigan. Dice la nota:

Del mismo modo yo comienzo esta crónica con el recuerdo de aquel libro robado para llegar a nuestros días, veinticinco años después, específicamente al momento cuando viniendo de mi casa, en Constitución, rumbo a mi oficina, en el Once, creo divisar la colección completa de los viejos libros blancos y colorinches de Anagrama. La colección completa es un decir: son muchos, blancos, uno al lado del otro. En ese momento no tengo tiempo de detenerme, pero lo registro en mi memoria. Dentro de un par de semanas debo compartir una mesa redonda con Sasturain, en Rosario: un homenaje a Fontanarrosa. ¿Qué tal si me aparezco, un cuarto de siglo después, con el recuperado libro de Brautigan? Mi vida oscila entre la sobreocupación y el ocio malsano. Hay semanas en que no alcanzo a completar el trabajo que se me pide, otras en que no me alcanzan las manos para rascarme. La semana siguiente al descubrimiento del botín de los viejos de Anagrama en la librería de usados sobre la avenida Entre Ríos, es de esas en que me pregunto cuál es mi función en la vida. ¿Para qué sirvo? ¿Por qué no estoy haciendo algo útil? Mejor salir en busca de aquel libro robado. Pero cuando llego, la colección de Anagrama no está. El vendedor no es el mismo, pero parece saber que alguien pasó y se llevó todos los ?libros blancos?. Tiene que ser obra de un malhechor. Finalmente, aquel ladrón era un hechicero y me ha perseguido en el tiempo, hasta mi penosa adultez. Las cosas que ganamos, las ganamos sólo por un tiempo. Pero las que perdemos, las perdemos para siempre. Y es un consuelo estúpido, cobarde, recitar en tono plañidero el adagio: ?Si lo perdiste, nunca fue tuyo?. Por supuesto que se pierde, por supuesto que fue tuyo, por supuesto que nunca más lo recuperarás, por supuesto que nunca más te recuperarás.

En la misma librería encuentro una edición incunable de El Príncipe y el Mendigo, de Mark Twain, del tamaño de la palma de mi mano, con dibujos de Carlos Freixas y traducción de Elsa Oesterheld, la ahora viuda y por entonces esposa del autor de El Eternauta. Se lo llevaré a Rosario, a modo de indemnización, a Sasturain, por el libro de Brautigan robado en segunda instancia por el hechicero. El día no se ha salvado, pero tampoco hundido. En una editorial a la altura de la avenida Independencia me aguarda un cheque. No es gran cosa, pero yo tampoco soy gran cosa: de modo que los pequeños cheques y yo nos entendemos. Otra librería de usados, sobre la calle Montevideo, una cuadra antes de llegar a la avenida Rivadavia, exhibe un álbum de historieta más poderoso que cualquier evento presente Superman vs Muhamad Alí , Deluxe Edition, dibujo: Neal Adams, guión: Denny O`Neil. Leí esa historieta hace 34 años, en castellano. Aunque nunca fui devoto de los personajes de la DC, ese episodio en particular me fascinó. Los extraterrestres, como siempre, quieren destruir la Tierra, pero nos darán una última oportunidad: nuestro principal gladiador debe luchar contra el mejor de ellos. Sin embargo, ¿quién es el mejor representante de la Tierra para este combate, Superman o Muhamad Alí? Alí pretende imponerse con el argumento de que no sólo es el mejor, sino de que, a diferencia de Superman, él es terráqueo. Superman contrapone que él es naturalizado terráqueo, y que se ha jugado por la Tierra tantas veces que tiene el mismo derecho que Alí a defenderla. Finalmente juegan una semifinal ?Superman despojado de sus superpoderes? en la que triunfa Alí. Es un episodio majestuoso. 34 años después, perdido ese volumen por la acción del tiempo, en la puerta de vidrio de la librería cuelga un cartelito que reza: ?Enseguida vuelvo?. ¡Enseguida vuelvo! Eso fue lo mismo que me dijo la historieta el día en que la perdí. Lo mismo que me dijeron cada una de las cosas que perdí en mi vida. Pero igual que el dueño de esta librería, no vuelven. Todavía no volvieron. Lo espero, pero no más de lo que me permite el horario de la editorial: puedo pasar a buscar el cheque de 11 a 12.30, y yo nunca hago esperar a un cheque. Me marcho con la esperanza de que la historieta de Alí contra Superman no me haga el mismo chiste que la colección blanca de Anagrama; de que los poderes del hechicero no lleguen tan lejos, de que se haya despojado de ellos como para librar una batalla justa entre mi persona, en representación del recuerdo, del sedimento, de la decencia; contra el olvido, los ladrones y los falsos progresistas. ¡Qué suelte su rodillo y pelee como un hombre!. En la editorial no sólo me aguarda el cheque, sino la posibilidad de cambiarlo de inmediato y, dadas las coordenadas geográficas, premiarme con una visita al restaurant del centro cultural japonés, sobre la avenida Independencia. Pero llegando a destino, no casualmente por la calle Estados Unidos, descubro, al 600, una librería de usados en inglés, Walrus. Desde la vidriera me recibe un libro de conversaciones con Truman Capote. Subrayo ?con?, porque he leído muchos reportajes de Truman Capote ?a?, por ejemplo, Brando; o la aguafuerte sobre Marilyn Monroe. Pero este libro son reportajes que le han hecho a Truman Capote, él como entrevistado. Todavía no entro. Voy al restaurant japonés, me pido un sashimi teishouko, dejo el abrigo en la silla, y regreso a la librería. ¡Podré mirar libros mientras me preparan la comida! ¡No padeceré ansiedad ni hambre anticipada! El día está muy cerca de ser un éxito. El sedimento es pulpa que precipita. Atiende la librería un joven de no más de veinte años. Hace cerca de tres meses que terminé de leer el segundo tomo, y yo creía que último, de las memorias de Kissinger. 1.062 páginas cada uno. Pero la ineludible Internet me revela una cuenta pendiente: hay otras 1.062 páginas, Years of Renewal , la administración Ford. El libro es inconseguible. En Amazon lo ofrecen solamente usado, y no lo envían a la Argentina. Pero ya que estoy en la librería en inglés, le preguntaré al librero, seguramente un analfabeto que no sabe siquiera quién fue Kennedy, si tiene algo de Kissinger. El muchacho se lleva una mano al mentón y me recita, en tono casual, sin pretensiones, los títulos de los tres, repito, los tres, tomos de las Memorias de Henry Kissinger. Son muchos milagros en un solo momento: el librero, de no más de veinte años, es un erudito, un genio, un prodigio. El Mozart de los libreros. Me avergüenzo de mis prejuicios contra la juventud. El libro sale nada más que 75 pesos, menos de la mitad de lo que me hubiera costado en Amazon, si me lo hubieran querido vender. Felipe, se llama el librero. Es mi nuevo ídolo. Para encontrarle un título a mi nota, unifico todo este episodio ?el encuentro casual de la librería, el librero prodigio, la aparición del libro? en un solo milagro. El siguiente es cuando, caminando de regreso a mi barrio, paso por la librería de usados de la calle Montevideo, y aún están allí Alí y Superman, a punto de pelear, de representar, 34 años después, una vez más su papel por la supervivencia de la Tierra. Tal vez nunca consigan salvar este planeta. Pero, por hoy, me salvaron a mí.

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22 de agosto de 2011
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Contra Jeremías

Hoy sopla de nuevo el viento del sur. Durante unos días, casi una semana, aquí la vida ha sido soportable gracias a una temperatura europea. Hoy ha entrado el siroco y hemos regresado a nuestra indiscutible identidad, la de africanos levemente domesticados. El viento abrasador trae efluvios de cactus y esqueleto, de camello pestañero y mozas que se juntan en el pozo para comparar sus cántaros; perladas por el sudor del agua, ostentan las ondulaciones ante el extranjero que se aproxima para abrevar la caravana. Allí los patriarcas de Israel elegían esposa, aquilatada según su capacidad para darles aquella descendencia que, en obediencia de Yahvé, cubriría la haz de la Tierra.

    El viento africano sopla en nuestra plaza y seca de golpe las verduras de los huertos como rozadas por los cintajos de Madame Lamort cuyo tocado llegó a entrever Baudelaire antes de caer fulminado por un ictus. El desierto avanza y devora todo lo que de fresco y vivaz nos quedaba. Tan triste como ver una noble berenjena perder su tersura, palidecer el tornasol episcopal de su piel hasta convertirse en una vejiga hueca, es observar cómo se abrasan los dineros y las haciendas, los puñaditos de monedas, los paquetes de tiesos billetes, sometidos al soplo infernal de la ruina. Es el viento que achicharra los bonos de la deuda, la prima de riesgo, los enteros bursátiles, elementos todos de retorta alquimista, bonos, primas, enteros. Hay que cubrirse con un cucurucho para mentarlos.

    Porque puede parecer que esta devastación se debe a algo llamado cobardemente "economía" o incluso con mayor afectación "mercados". Nadie sabrá decirnos quiénes son ni dónde están los mercados. Juran que hay unas gentes (algunos diarios las dibujan como tipos gordos con puro y gafas de sol) cuya riqueza aumenta gracias a nuestra ruina, como si no aumentara también con nuestra ganancia. Nadie sabe su nombre, ni dónde viven, ni para qué amontonan sus caudales. Se parecen sospechosamente a Satán.

    No es posible creer ni una sola palabra de quienes invocan "mercados" y "capitales"; son saduceos que de tanto admirar a los poderosos los toman por amos del Destino. Afirmar que son "los mercados" o "el capitalismo" o "los poderosos" quienes producen el viento infernal que agosta campos, sembrados, viñas, higueras y ahorros es usar con mucha molicie un cerebro enclenque. Y sobre todo es una petulancia propia de aquellos que quieren creerse inocentes y así se proclaman. ¡No he sido yo!, protestan. ¡Han sido los mercados!

    Las fuerzas que producen elevación y derrumbe no las lleva nadie de un ronzal o no serían tan poderosas; nadie puede torcerlas porque nadie las orienta, así como nadie enciende los volcanes o abre la tierra con temblores siniestros. La maquinaria hipertécnica está por encima de nuestros mezquinos deseos. Negociemos un acuerdo. Estas fuerzas pueden parecerse a nosotros mismos proyectados hacia afuera en forma de colosos destructivos ante los que quedamos petrificados. También el paranoico cree verse a sí mismo bajar por la calle y saludar de un sombrerazo al cruzarse consigo. Fantasmas producidos por una culpa recóndita, la de creer que hay "razones" para lo que pasa y para lo que es, como si la vida de la especie o el cosmos mismo atendiera a razones humanas y diera explicaciones. Digámoslo con mayor brevedad. Pasó ya el tiempo de la riqueza inmerecida y ahora llega el tiempo de la pobreza que nos corresponde. Todo lo demás es petulancia y perseguir viento. Ni nos habíamos ganado la riqueza anterior, ni ahora sabremos qué hacer con la pobreza.

    El viento del desierto nos coloca en nuestro lugar antiguo, el que hemos ya vivido un sinnúmero de veces. Quienes tenemos una edad juiciosa no hemos olvidado que hace treinta años los autobuses vomitaban nubes de humo negro, el teléfono a duras penas conectaba, los comercios eran raquíticos y los precios colosales; acudir a la seguridad social era una humillación que había que llevar con modestia a riesgo de caer mal y que te dejaran morir en un pasillo; acercarse a una ventanilla era topar con la venganza del parásito; había que esconderse para leer libros, los periódicos eran sarnosos, los mozos corrían riendo como idiotas delante de un toro, pero aún les gustaba más apedrear a los desdichados que se atravesaban en su borrachera; en fin, el mundo arcaico y quizás barroco, que es el nuestro y siempre lo ha sido, regresa hoy empujado por un viento abrasador.

    Ahora veremos de nuevo a los profetas salir de debajo de las piedras como escorpiones armados con un palo, escupiendo el veneno que mejor se vende entre los pobres, el odio. También volverán los frailes entusiasmados por el clima de desesperación y nihilismo blandiendo un crucifijo navajero; veremos a las turbas de creyentes que se reúnen en plazas y foros para celebrar juntos su inutilidad y arrojar el resentimiento contra los policías, sus hermanos.

    Hace unos días andaba yo escuchando la misa grande de Bach interpretada por un grupo de gentes iluminadas y sublimes que venían de Escocia, lugar muy puesto en Longino. Cuando sonaba en su metálico esplendor el Gloria cayó un ángel de las bóvedas aún tiznadas por el hollín de la guerra civil, o así lo veía yo en aquella vieja iglesia catalana. Empuñaba la espada flamígera con la que expulsó a nuestros primeros padres de un jardín ameno. Nosotros, los hijos de Caín, seremos siempre expulsados de todos los paraísos, el de la infancia encantada, el del ardor adolescente, el de la esperanza juvenil, el de la digna lucha de los adultos, el de la templanza y la justicia de los mayores, el de la sabiduría de los ancianos. Siempre expulsados, siempre a nuestras espaldas la verja se cerrará como aquella Puerta de la Ley que estaba destinada a cada uno de nosotros, pero que nunca pudimos franquear.

    No siempre, sin embargo, no siempre. De vez en cuando, cíclicamente y con perfidia, se nos vuelven a abrir las puertas del Edén y vivimos por sorpresa un breve lapso de vida verdadera, como la que el otro día abrió el ángel caído de la bóveda. De pronto, sin aviso ni mérito, mientras suena la música nos sentimos a la sombra de los frutales y acariciamos al sumiso cordero, antes de que el ángel decapite a los escoceses. Si no fuera por esa experiencia del Edén no sabríamos lo que es la expulsión y el castigo, de modo que siempre, inevitablemente, regresamos a algún Paraíso, admiramos a las doncellas que regalan el agua de sus rotundos cántaros, oímos voces celestiales y vemos crecer la mies. Sólo para ser de nuevo expulsados, ensordecidos, castigados y ver cómo se agosta la labranza. Hay un tiempo para amar y un tiempo para morir.

    Ahora sopla un viento que llega de África, ahora es el tiempo del desierto, el exilio y el crimen, pero una voz nos dice: trabajad y parid, no reneguéis del sudor y del dolor, del sacrificio y la perpetuación, porque son nuestras armas y son poderosas; con ellas se empuja la rueda del tiempo cuya demora supone la aniquilación. No os detengáis para llorar y mirar hacia atrás porque ya luego volverá, forzosamente, el Jardín y de nuevo olvidareis vuestra culpa. Ni te quejes ahora, dice, ni luego te ufanes de algo que hoy no te mereces, pero antes tampoco. Empuja la rueda del tiempo y deja de lamentarte.

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22 de agosto de 2011
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Claire Denis

‘Una mujer en África' es para mí uno de los títulos esenciales del año cinematográfico, y el segundo de Claire Denis en aparecer, si no me equivoco, en las pantallas españolas, aunque Denis, antigua ayudante de dirección de Rivette y Jarmusch, entre otros, debutó como directora en 1988. ¿Le debemos al ‘star system' que ‘Una mujer en África', que es una producción del año 2009, se estrene en España? Si así fuera no debe importarnos. Isabelle Huppert tiene aquí un amplio club de fans, al que pertenezco, y por ello observo y me felicito de que al socaire de su nombre nos lleguen una gran parte de sus extraordinarias interpretaciones, aunque no ha llegado aún una de las últimas, ‘Copacabana', de Marc Fitoussi, donde encarna con una gracia arrasadora a una madre un poco ‘hippie' y muy cantamañas de la que se avergüenza su modosa hija, interpretada por la propia hija de Huppert, Lolita Chammah.

      ‘Una mujer en África' es una película nada tranquilizadora ni condescendiente en el tratamiento del tema racial, y en ese sentido y en alguno de sus pliegues argumentales me recordó la obra maestra de Coetzee ‘Disgrace'. La evocación impresionista, cómica y erótica, que Denis (crecida en diversos países del África central siguiendo los destinos de su padre, geógrafo al servicio del gobierno francés), hacía del Camerún en su excelente ‘opera prima' ‘Chocolat' aquí se ha transformado en una mirada acre y afligida. Aun así, está justificado decir que la Maria de ‘Una mujer en África' podría ser la Marie France niña y adulta de ‘Chocolat', que ha decidido no regresar a Europa, se ha casado con un blanco de su país, ha plantado cafetales y, en medio de las guerras civiles y las rupturas amorosas y familiares, no desea eludir su destino africano.

     Como una Marguerite Duras (la Duras cineasta) sin letanía literaria, Claire Denis, que ha escrito el guión de esta película en colaboración con la muy interesante novelista franco-senegalesa Marie N´Diaye, habla en los títulos de su filmografía que conozco de personajes expatriados y extraterritoriales, evitando siempre sentar doctrinas, dictar sentencias o repartir simpatías de consuelo. ‘Una mujer en África' es, de ese mismo modo, la impasible historia cruzada de unos seres a la deriva, enfrentados a la violencia, cansados de su resistencia o su lucha y sujetos al recelo que produce la materia blanca (el título original del film es ‘White material', que es como llaman un tanto despectivamente los nativos a los colonos) en un continente donde lo negro fue, por muchos siglos, pura materia desprovista de espíritu.

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22 de agosto de 2011
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Indignados y encuadrados

Un indignado es todo lo contrario de un encuadrado. Este atiende obedientemente al catecismo y al magisterio y es una fabricación de la sociedad jerárquica. Los encuadrados siguen al Che o a Cristo, mientras que los indignados huyen de santurrones y redentores como gatos escaldados. El indignado solo atiende a su propio criterio y, sobre todo, a su indignación, y la única jerarquía que admite es la que se impone en la espontaneidad de la plaza. A veces manipulada, claro está, porque nada es más deslizante que la democracia directa, capaz de convertirse en la fórmula secreta del autoritarismo para meter en el redil a esas ovejas descarriadas e indignadas.

Clericalismo y anticlericalismo regresan de la mano, azuzados sobre todo por esos obispos que no saben acostumbrarse a una sociedad que sigue su trantrán sin contar con ellos, sin hacerles caso y ni siquiera tomarse el tiempo y las ganas para detestarles como estaban acostumbrados cuando eran fuertes, crueles y poderosos. De su regreso los viejos prelados sabrán sacar jugosos y nada espirituales beneficios. Nadie como ellos sabe convertir el despecho por la hegemonía perdida en chantaje para seguir manteniendo sus arcaicos privilegios. Jóvenes felices y bien encuadrados nos cuentan el cuento de un mundo que de pronto regresa al viejo orden moral y a la jerarquía cálida de la familia y de los bondadosos pastores espirituales. Convocados por unos jerarcas ancianos que se regalan con la ficción de unos baños de juventud en vísperas de su extinción, biológica e incluso ideológica, recuerdan el Berlín de aquel octubre de 1989, poco antes de que cayera el Muro, cuando Gorbachev le dijo a Honecker la frase inolvidable: la historia castiga a quienes llegan demasiado tarde.

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21 de agosto de 2011
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Ignacio Padilla, premio La Otra Orilla

Ignacio Padilla El prestigioso premio La Otra Orilla, de la editorial Norma, en su tercera edición, tiene un nuevo ganador: el escritor mexicano Ignacio Padilla y su novela . El premio le será entregado en Bogotá. Ignacio Padilla, quien junto a Jorge Volpi y otros escritores mexicanos pertenecen a la Generación del Crack, ha declarado que se siente ?estimulado? con el premio y anuncia algo sobre el tema. ¡Un enorme abrazo al buen Nacho, que no se cansa de ganar premios, y mis felicitaciones! Dice la nota:

El escritor, periodista y catedrático mexicano Ignacio Padilla calificó  de ?estimulante? el haber conseguido el premio de novela La otra orilla 2011, puesto que el galardón tiene la finalidad de promocionar la lengua española.?Es estimulante porque viene de Colombia, un país que tanto se preocupa por ello y de una editorial legendaria como es Norma?, dijo.Además, se confesó especialmente orgulloso de haber recibido un premio por un género que no le es muy familiar. ?Me considero contador de historias que de vez en cuando deja los cuentos y se detiene para escribir una novela?, explicó. La novela se titula ?El daño no es de ayer?, como un verso de Luis Cernuda, y aunque Padilla reconoce lo difícil de enunciar la trama de algo que ha escrito la define como ?una novela de búsqueda en un tono paródico, en un ambiente en donde concluyen una serie de obsesiones? que le han invadido ?y que están también en la sociedad?.Ejemplos de esas obsesiones son el espiritismo, los fantasmas o las abducciones extraterrestres. ?Es un viaje a lo oculto, a un mundo que se presta a una parodia tan cervantina como uno pueda hacer?, explicó.?Es una reflexión sobre la imposibilidad de contar con un narrador profundamente infiable e inseguro que trata de contar lo inenarrable?, concluyó. El escritor logró el galardón, dotado con $100.000 (69.507 euros), sobre un total de 468 manuscritos de todo el continente y de España que participaron en la edición.

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21 de agosto de 2011
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De lágrimas y santos

 

 

"Por el beso culpable de una santa, aceptaría yo la peste como un a bendición"

No diría yo tanto pero pocas cosas hay tan gratas como la sensación del pecado. Del dulce pecar. De un pecado de esos de excomunión. Don Juan conquistaba novicias. Casanova monjas. Cioran quiere más, quiere, el beso culpable de una santa. Al autor rumano, ese civil contra toda pazguata civilidad, ese exiliado de todo que supo hacer el camino solo- o en compañía de algunas queridas y unos pocos amigos- es el pensador espiritual que necesitan estos jóvenes tan melifluos que recorren, toman, ocupan Madrid y lo hacen menos amable.

Creo que la mayoría ya están perdidos para la espiritualidad, para la lágrima verdadera y, por supuesto, para la santidad. Hay que saber resistir las lágrimas, cambiarlas por pensamientos o bien dejar que broten y no soñar con besos culpables. Cioran tuvo sueños eróticos con Santa Teresa. Con esa Teresa de Ávila, fuerte, con ganas de bailar después de una aparición, con su clara manera de contar lo oscuro. Y le hubiese gustado ser amigo de Juan de la Cruz, ese joven de un pueblo castellano que se encontró con la madura y famosa Teresa. El apasionado Juan que supo escribir los mejores versos de nuestra poesía. Un trío con el que perderse, encontrarse sin nada que ver con este encuentro madrileño, dónde lo espiritual no se deja ver por tanto sponsor y tantos coros y danzas.

Me gusta verles pasar, a unas más que a otros, y pensar en posibles besos culpables con algunas de esas nínfulas católicas. Yo soy pecador. Y siento mucho que la imaginación no delinca. Delinquir, pecar, besar, esas cosas que nos mantienen tan vivos. Tan espirituales.

Volver a Cioran. Ese sería un buen consejo para estos jóvenes tan poco descarriados, tan paseantes en rebaño, tan sin corderos, tan sin Dios, con tanto Papa.

"Que la especie humana haya resistido sin corromperse a las profundidades del cristianismo me parece ser la única prueba de su vocación metafísica. Pero hoy el hombre no soporta ya el terror de las postrimerías. El cristianismo ha legalizado sus angustias y lo ha mantenido en tensión. Sólo un descanso de algunos milenios podría remozar a ese ser devastado por tantos cielos"

Para los jóvenes- y mayores- que quieran saber más, "De lágrimas y de santos" E. M. Cioran, en Tusquets de bolsillo y por un poco menos de siete euros. De nada.

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20 de agosto de 2011
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El Boomeran(g)
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