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Contra Jeremías

Por 22 de agosto de 2011 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Hoy sopla de nuevo el viento del sur. Durante unos días, casi una semana, aquí la vida ha sido soportable gracias a una temperatura europea. Hoy ha entrado el siroco y hemos regresado a nuestra indiscutible identidad, la de africanos levemente domesticados. El viento abrasador trae efluvios de cactus y esqueleto, de camello pestañero y mozas que se juntan en el pozo para comparar sus cántaros; perladas por el sudor del agua, ostentan las ondulaciones ante el extranjero que se aproxima para abrevar la caravana. Allí los patriarcas de Israel elegían esposa, aquilatada según su capacidad para darles aquella descendencia que, en obediencia de Yahvé, cubriría la haz de la Tierra.

    El viento africano sopla en nuestra plaza y seca de golpe las verduras de los huertos como rozadas por los cintajos de Madame Lamort cuyo tocado llegó a entrever Baudelaire antes de caer fulminado por un ictus. El desierto avanza y devora todo lo que de fresco y vivaz nos quedaba. Tan triste como ver una noble berenjena perder su tersura, palidecer el tornasol episcopal de su piel hasta convertirse en una vejiga hueca, es observar cómo se abrasan los dineros y las haciendas, los puñaditos de monedas, los paquetes de tiesos billetes, sometidos al soplo infernal de la ruina. Es el viento que achicharra los bonos de la deuda, la prima de riesgo, los enteros bursátiles, elementos todos de retorta alquimista, bonos, primas, enteros. Hay que cubrirse con un cucurucho para mentarlos.

    Porque puede parecer que esta devastación se debe a algo llamado cobardemente "economía" o incluso con mayor afectación "mercados". Nadie sabrá decirnos quiénes son ni dónde están los mercados. Juran que hay unas gentes (algunos diarios las dibujan como tipos gordos con puro y gafas de sol) cuya riqueza aumenta gracias a nuestra ruina, como si no aumentara también con nuestra ganancia. Nadie sabe su nombre, ni dónde viven, ni para qué amontonan sus caudales. Se parecen sospechosamente a Satán.

    No es posible creer ni una sola palabra de quienes invocan "mercados" y "capitales"; son saduceos que de tanto admirar a los poderosos los toman por amos del Destino. Afirmar que son "los mercados" o "el capitalismo" o "los poderosos" quienes producen el viento infernal que agosta campos, sembrados, viñas, higueras y ahorros es usar con mucha molicie un cerebro enclenque. Y sobre todo es una petulancia propia de aquellos que quieren creerse inocentes y así se proclaman. ¡No he sido yo!, protestan. ¡Han sido los mercados!

    Las fuerzas que producen elevación y derrumbe no las lleva nadie de un ronzal o no serían tan poderosas; nadie puede torcerlas porque nadie las orienta, así como nadie enciende los volcanes o abre la tierra con temblores siniestros. La maquinaria hipertécnica está por encima de nuestros mezquinos deseos. Negociemos un acuerdo. Estas fuerzas pueden parecerse a nosotros mismos proyectados hacia afuera en forma de colosos destructivos ante los que quedamos petrificados. También el paranoico cree verse a sí mismo bajar por la calle y saludar de un sombrerazo al cruzarse consigo. Fantasmas producidos por una culpa recóndita, la de creer que hay "razones" para lo que pasa y para lo que es, como si la vida de la especie o el cosmos mismo atendiera a razones humanas y diera explicaciones. Digámoslo con mayor brevedad. Pasó ya el tiempo de la riqueza inmerecida y ahora llega el tiempo de la pobreza que nos corresponde. Todo lo demás es petulancia y perseguir viento. Ni nos habíamos ganado la riqueza anterior, ni ahora sabremos qué hacer con la pobreza.

    El viento del desierto nos coloca en nuestro lugar antiguo, el que hemos ya vivido un sinnúmero de veces. Quienes tenemos una edad juiciosa no hemos olvidado que hace treinta años los autobuses vomitaban nubes de humo negro, el teléfono a duras penas conectaba, los comercios eran raquíticos y los precios colosales; acudir a la seguridad social era una humillación que había que llevar con modestia a riesgo de caer mal y que te dejaran morir en un pasillo; acercarse a una ventanilla era topar con la venganza del parásito; había que esconderse para leer libros, los periódicos eran sarnosos, los mozos corrían riendo como idiotas delante de un toro, pero aún les gustaba más apedrear a los desdichados que se atravesaban en su borrachera; en fin, el mundo arcaico y quizás barroco, que es el nuestro y siempre lo ha sido, regresa hoy empujado por un viento abrasador.

    Ahora veremos de nuevo a los profetas salir de debajo de las piedras como escorpiones armados con un palo, escupiendo el veneno que mejor se vende entre los pobres, el odio. También volverán los frailes entusiasmados por el clima de desesperación y nihilismo blandiendo un crucifijo navajero; veremos a las turbas de creyentes que se reúnen en plazas y foros para celebrar juntos su inutilidad y arrojar el resentimiento contra los policías, sus hermanos.

    Hace unos días andaba yo escuchando la misa grande de Bach interpretada por un grupo de gentes iluminadas y sublimes que venían de Escocia, lugar muy puesto en Longino. Cuando sonaba en su metálico esplendor el Gloria cayó un ángel de las bóvedas aún tiznadas por el hollín de la guerra civil, o así lo veía yo en aquella vieja iglesia catalana. Empuñaba la espada flamígera con la que expulsó a nuestros primeros padres de un jardín ameno. Nosotros, los hijos de Caín, seremos siempre expulsados de todos los paraísos, el de la infancia encantada, el del ardor adolescente, el de la esperanza juvenil, el de la digna lucha de los adultos, el de la templanza y la justicia de los mayores, el de la sabiduría de los ancianos. Siempre expulsados, siempre a nuestras espaldas la verja se cerrará como aquella Puerta de la Ley que estaba destinada a cada uno de nosotros, pero que nunca pudimos franquear.

    No siempre, sin embargo, no siempre. De vez en cuando, cíclicamente y con perfidia, se nos vuelven a abrir las puertas del Edén y vivimos por sorpresa un breve lapso de vida verdadera, como la que el otro día abrió el ángel caído de la bóveda. De pronto, sin aviso ni mérito, mientras suena la música nos sentimos a la sombra de los frutales y acariciamos al sumiso cordero, antes de que el ángel decapite a los escoceses. Si no fuera por esa experiencia del Edén no sabríamos lo que es la expulsión y el castigo, de modo que siempre, inevitablemente, regresamos a algún Paraíso, admiramos a las doncellas que regalan el agua de sus rotundos cántaros, oímos voces celestiales y vemos crecer la mies. Sólo para ser de nuevo expulsados, ensordecidos, castigados y ver cómo se agosta la labranza. Hay un tiempo para amar y un tiempo para morir.

    Ahora sopla un viento que llega de África, ahora es el tiempo del desierto, el exilio y el crimen, pero una voz nos dice: trabajad y parid, no reneguéis del sudor y del dolor, del sacrificio y la perpetuación, porque son nuestras armas y son poderosas; con ellas se empuja la rueda del tiempo cuya demora supone la aniquilación. No os detengáis para llorar y mirar hacia atrás porque ya luego volverá, forzosamente, el Jardín y de nuevo olvidareis vuestra culpa. Ni te quejes ahora, dice, ni luego te ufanes de algo que hoy no te mereces, pero antes tampoco. Empuja la rueda del tiempo y deja de lamentarte.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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