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La resistencia

La derecha americana navega en una mar de dudas, incapaz de optar por el candidato que desaloje a Barack Obama de la Casa Blanca. La izquierda francesa se enfrentó este pasado domingo a 'l?embarras du choix' y deberá desempatar el próximo entre dos opciones, Martine Aubry y François Hollande, ampliamente vencedoras en el campo de juego virtual de los sondeos, para evitar que Nicolas Sarkozy pase junto a Carla Bruni y su bebé recién nacido cinco años más en el Elisée. La derecha española en cambio se pellizca y todavía no se lo cree; sin esfuerzo alguno, sin programa y sin promesas, sin embarazo y sin elección, sin nada, lo tiene todo: ahí está fresco y preparado el futuro presidente, listo para inaugurar la etapa de más poderío y hegemonía de toda su historia democrática, acariciando la mayoría absoluta que le proporcionan los sondeos.

El Partido Republicano ha contado con una tracción política de primer orden en el Tea Party, el movimiento de base populista que se organizó para combatir los rescates bancarios, la reforma de la sanidad y las políticas federales de gasto. Y sobre todo al primer presidente afroamericano de la historia. Su fuerza de propulsión proporcionó la victoria republicana en las elecciones de mitad de mandato del pasado noviembre, que conformaron un Congreso de composición intratable para la Casa Blanca. Pero esta misma fuerza puede llevarle a pasarse de órbita y dejar el campo libre a Barack Obama a falta de definir y apostar por un candidato republicano del gusto radical. Estos problemas son muy lejanos y ajenos al socialismo francés, a pesar de que su gesta, la organización de unas primarias por primera vez abiertas a toda la población, sea profundamente americana. En Europa, sólo la izquierda italiana ha intentado algo parecido, con resultados mediocres, en virtud de la ocupación y compra del espacio político y mediático por parte de Berlusconi: funcionó en formato minimalista con Romano Prodi, que alcanzó el Gobierno por muy escaso margen en 2006, pero no pudo ser con Walter Veltroni, después de unas primarias muy participativas, que fue derrotado en 2008. Una victoria del candidato socialista francés sobre el impetuoso Sarkozy sería un buen estímulo para quienes abogan por la democracia interna en los partidos, después de muchas experiencias de prueba y error. La más reciente y frustrante es la que ha convertido a Alfredo Pérez Rubalcaba en cabeza de cartel socialista frente a Mariano Rajoy, después de que Carme Chacón renunciara a competir en unas primarias internas que ya no se celebraron. Hubiera sido inimaginable la apertura de un proceso de primarias socialistas, no ya abiertas a todos los votantes de izquierdas, algo nunca propuesto ni experimentado en España, sino tan solo limitadas a los militantes, frente a un Partido Popular con todas sus líneas perfectamente preparadas para ganar las elecciones sin despeinarse ni bajar del autobús. Este es el milagro de la democracia, capaz de adoptar formas contradictorias e igualmente válidas según las latitudes. Lo que sería inadmisible en un país, es agua de mayo en el otro. Derrotado en dos ocasiones en unas generales, designado la primera vez a dedo por su antecesor y tolerado luego por el núcleo duro, el Tea Party interior del partido, Mariano Rajoy es ya la opción ganadora, presidente in pectore antes de abrir los colegios electorales y quién sabe si la envidia futura de los republicanos americanos y de la derecha francesa. La proeza de Rajoy tiene una explicación gallega e hispánica. ?En España, quien resiste gana?, dejó dicho Camilo José Cela. Pero tiene otra más generalizable a otros países e ideologías. También se gana por disolución, desistimiento y deserción del contrario. Aunque Obama, Sarkozy y Zapatero declinan pautas similares de comportamiento, de momento sólo Rajoy encara la demostración del teorema. Sarkozy puede todavía resucitar y los republicanos americanos encontrar finalmente a su candidato. Pero al final, nada de ello depende de las primarias o del denostado dedo dinástico, designador de los sucesores, sino más bien de la pegada de esta crisis, que va derribando todos los gobiernos y dando la vez a quien está fresco y a punto para ocupar su sitio.

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10 de octubre de 2011
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El aeródromo de la constancia

Serie de "Islas invisibles", Frederic AmatEl 7 de septiembre de 2010 un Tupolev 154, con 81 pasajeros a bordo, que cubría la ruta regular entre Yakutia, en Siberia oriental, y Moscú sufrió un colapso total de sus mecanismos eléctricos. El avión sobrevolaba la República de Komi, cerca del círculo polar. Tras los primeros fallos, y antes del apagón completo, los pilotos recabaron información a la torre de control sobre la posible existencia de algún aeropuerto cercano donde realizar un aterrizaje de emergencia. Les informaron de que no había ninguno. Solo se tenía conocimiento de un viejo aeródromo abandonado hacía más de 30 años, y que en su momento había servido para dar cobertura a una expedición de geólogos. Era una pista pequeña, de unos 1.000 metros, la mitad de lo necesario a un aparato de las características del Tupolev 154. Probablemente era inservible.

Pero no había otra alternativa. Los pilotos, tras descender a 3.000 metros de altitud, se encaminaron hacia las coordenadas indicadas, en plena taiga del Gran Norte. Durante varios minutos no divisaron nada en la espesura de colores casi otoñales. Debido a la avería las operaciones eran manuales, de manera que cualquier error implicaba la pérdida de toda opción. Después de un largo y angustioso intervalo divisaron un minúsculo rectángulo en el seno de la taiga. Era el viejo aeródromo. La primera impresión fue muy negativa pues, en efecto, aquella explanada parecía terriblemente pequeña como para tener alguna garantía en el aterrizaje. Pero, de pronto, los dos pilotos tuvieron al unísono la misma pincelada de esperanza: aquel rectángulo estaba curiosamente bien recortado en medio de la vegetación. Era sorprendente que la taiga no se hubiera tragado el aeródromo tras 30 años de abandono humano. Aunque la extraña pulcritud de la pista no aseguraba, ni de lejos, el éxito, sí, al menos, invitaba a la tentativa. En cualquier caso, las cartas estaban echadas.

El Tupolev empezó a dar vueltas alrededor del rectángulo, y a cada vuelta descendía un par de centenares de metros. Era una danza extravagante, no exenta de majestuosidad, a través de la cual los pilotos trataban de averiguar el flanco más aconsejable para lanzar el aparato hacia tierra. Decidido el lugar y la orientación llegó el delicado momento de informar al pasaje. No es que los pasajeros fueran ajenos a lo que sucedía pero, hasta entonces, junto a la noticia de la avería se había prometido un aeropuerto en condiciones para realizar el aterrizaje de emergencia. Ahora había llegado el momento de decir la verdad: no era un fiable aeropuerto, sino un pobre aeródromo olvidado el que tenía que recibirles para acoger la prueba más dramática. Como los dos pilotos estaban enteramente concentrados en las maniobras fue una azafata la que explicó la situación a los pasajeros. Nadie replicó. Un silencio abrumador se apoderó de una atmósfera que había estado cargada de susurros y de algún llanto. Con poco tiempo a su disposición, la azafata solo dio dos consejos: uno concerniente a la posición del cuerpo para paliar el choque que supondría el brusco frenado, y el otro dirigido a asegurar la rapidez de evacuación. La azafata que había dado la información y sus compañeros de tripulación se quedaron junto al pasaje. Los pilotos descendieron a menos de 50 metros. Las cartas estaban echadas.

Todo fue muy rápido e infinitamente lento. El aparato saltó varias veces sobre el rectángulo, con violentas sacudidas debido a la acción de los frenos. En cualquier momento se podía producir un giro catastrófico. Y sin embargo, el firme del aeródromo, milagrosamente bien conservado, actuó como un colchón que amortiguaba el golpe. A media carrera por la pista los pilotos ya sabían que conseguirían frenar el avión lo suficiente como para llegar muy lentamente a la emboscada de árboles que aguardaba en el límite de la pista. Y en efecto así sucedió: el Tupolev metió su cabeza en la arboleda como un pájaro que alcanza el nido tras su vuelo laborioso. Quedó detenido, con las alas reposando en las copas verdes y amarillas de los árboles del Gran Norte. La evacuación fue veloz y precisa, de modo que se salvaron los 81 pasajeros, además de la tripulación. Cuando ya se habían alejado del aparato, agrupados en el centro del rectángulo, todos, al expresar la alegría por la salvación, manifestaron su extrañeza por el perfecto estado de la pista de un aeródromo perdido de la mano de Dios.

Y entonces ocurrió algo insólito. Desde el margen contrario apareció un anciano que caminaba muy lentamente. Cuando se acercó al grupo de supervivientes advirtieron que llevaba en su mano derecha un barrilito de vodka y que cantaba con gozo indisimulado. Pronto les contó el secreto: tras la marcha de los geólogos y durante 30 años él continuó preservando el aeródromo, tal como le habían encargado. No hubo día en que no limpiara la pista, incluso durante el crudo invierno. A menudo, soñaba que algún avión necesitaría el aeródromo en un aterrizaje de emergencia. El sueño se había cumplido y el vodka era para celebrarlo.

El País, 09/10/2011 

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10 de octubre de 2011
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Niños privados

En mi niñez nadie cercano a mí iba a colegios públicos, término que yo creo que ni existía, o de existir no se estilaba; eso dará una idea de mi clase, mi clase social, y del tipo de escuela al que fui a clase. La educación primaria y los primeros cursos del bachillerato los hice en un colegio de los Hermanos Maristas que estaba, literalmente, a un tiro de piedra de nuestra casa. Yo no tiraba piedras de niño, que conste.

    Pero a dos o tres tiros más de mi colegio ‘marista' se alzaba en lo alto de un montículo el instituto, tal vez el único que existía en mi ciudad de entonces, Alicante. La gente lo llamaba "el Instituto", y lo era en mayúscula, no sólo por su mole. Estaba céntrico, pese a su colocación montañosa, y tenía unas grandiosas y no siempre limpias escaleras de acceso desde un paseo muy transitado; aun así, los niños como yo nunca subíamos esas escaleras, que tenían, tácitamente, algo de camino a la perdición. La enseñanza pública era como la mujer pública: un mal menor en un mundo que, de ser mejor, no las necesitaría, a ninguna de ambas.

    Mi familia cambió de domicilio, de colegio y orden religiosa yo, y con parsimonia llegaron cambios más substanciales, no sólo a Alicante y provincia. La España nueva que se fue dibujando en nuestro horizonte empezó a tener colegios laicos e institutos sin halo mefítico, y la enseñanza fuera del amparo o el yugo de la iglesia cobró relieve. No todos los niños y niñas que tú veías saliendo bulliciosos de algún colegio ante cuya puerta pasabas a media tarde llevaban uniforme, aunque todos iban doblados, como porteadores, por su mochila, ese bolsón dañino para el espinazo que sustituye a la cartera y el cabás (con o sin plumier dentro) de antaño.

     Hay gente de izquierdas que defiende hoy el uniforme en los niños, y yo lo entiendo, aunque mi esfuerzo mental me ha costado. En la época de lo público anatematizado, todo ser uniformado, el jesuita, el bedel, el salesiano modesto, el policía de gris y hasta el cartero cargado de su henchida saca, nos parecían -a poco que nuestra conciencia de clase hubiera dado un salto cualitativo- representantes del orden establecido y represores. Sólo se perdonaba, me parece, a los bomberos y a algunos árbitros laxos. El cambio operado en la democracia nos hizo también perder, poco a poco, la desconfianza hacia los uniformes, empezando por el de la guardia civil (que dejó de asociarse con el estribillo lorquiano) y acabando, cuando les vimos de azul, más guapos todos y más altos y con la porra menos activa, por la policía nacional. ¿Y los niños? La verdad es que están monísimos, ellos y ellas, con el mismo calcetín y la misma corbata o faldita plisada todos. Y en países donde la enseñanza no era o no es un bien común, da gusto (pienso en el sur de la India y en alguna capital del África occidental) verles con las camisas blancas y el emblema bordado que les da el rango de la escolaridad.

     Uniformado o no, el niño, y ahora hablo del niño y también del adolescente español actual, se merece más. Más de lo que tuvimos nosotros en la casi obligada enseñanza religiosa de aquellos años. Por supuesto que había curas y madres jesuitinas de gran sabiduría, y si después de darnos literatura o álgebra nos obligaban al escapulario o a la novena, bueno, uno se lo perdona retrospectivamente, siempre que no existiera lavado drástico de cerebro o metedura de mano. Pero es una infamia, un crimen de lesa autoridad, que con lo que ha costado en este país salirse (en cierta medida) del molde ultramontano en la enseñanza y diversificarla, quitarle el hisopo y la homilía contra la libre sexualidad y el libre albedrío, vengan ahora unos políticos electos (y los que vendrán el próximo mes) a abonar y regar generosamente el terreno de élite de la didáctica discriminatoria y retrógrada, tratando de que la palabra "insti" o la palabra "seño" suenen mal y esté mal visto que -en vez de quedarse dócilmente en el aula a dar el genitivo sajón bajo un crucifijo- los maestros y los alumnos saquen públicamente la angustia de su privación. ¿De su privatización?

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10 de octubre de 2011
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Sobre la división de impotencias

Ha comenzado la campaña electoral y como en cada ocasión los ciudadanos asistimos con horror a la histeria política en su máximo grado de intensidad, en tanto que los profesionales se lanzan orgiásticamente a un frenesí que adoran.

En estas lides los adversarios parecen detestarse y sin embargo sabemos que sólo se desprecian. No pueden ir más allá. Están atrapados por las mismas fullerías, manejos sucios y usos gangsteriles en los que se ha convertido la democracia mediática. Incluso en lo más enconado de la batalla no pueden dejar de mentir, ni confesar lo que saben. Finalmente son conscientes de que deben protegerse unos a otros si las cosas vienen mal dadas; derechas, izquierdas, rancios o novedosos nacionalistas, todos están impregnados por el aceite de la subvención que engrasa voluntades, doblega resistencias y aniquila ideas.

De no ser así resultaría insoportable que atacaran a la sanidad y la educación, es decir a nuestro patrimonio, el de los ciudadanos, y dejaran exquisitamente indemne su propio patrimonio, el de los políticos, del que no han suprimido ni un euro. Cálculos rigurosos demuestran que tan solo con la supresión del senado, máquina ornamental y ostentosa nacida del miedo, así como de las diputaciones, redoblamiento barroco y carísimo de la incompetencia, podría dejarse en paz sanidad y educación e incluso incrementar su presupuesto. Sin embargo, senado y diputaciones son lujosos balnearios para profesionales en aparcamiento, jubilación, uso residual o de conveniencia. Por no hablar de los expulsados al Parlamento Europeo. De todo ello no veremos ahorrar ni medio euro. En esa omertá no hay derechas ni izquierdas, nacionales o provinciales, todos luchan por mantener sus puestos de trabajo, en el caso de que semejante labor se considere trabajo.

En parte se entiende por la reunión en la democracia mediática de dinámicas que antes actuaban por separado. Una cosa era la acción de gobierno y otra su recepción. Mientras el periodismo fue autónomo y mantuvo su función, la acción ejecutiva, legislativa y judicial tenían una cierta corrección en los países libres, pero esta es una figura arcaica. La tecnificación ha unido el poder político con el económico y el mediático, del mismo modo que ha reunido en uno sólo el poder ejecutivo y el judicial.

La desaparición de espacios libres para la crítica, o lo que es igual, la seguridad de que toda la "crítica" actual es unidireccional y clientelar, conduce al repliegue de la ciudadanía que ve de año en año crecer el poder económico del consorcio político a costa de instituciones civiles fundamentales, de tal manera que si algún profesional del consorcio jura proteger a "los débiles", se sabe con certeza que no habla de nuestros débiles sino de los suyos. La paradoja es que el alimento del consorcio son los ciudadanos, los cuales están cada día más escuálidos.

Giorgio Agamben, filósofo que vive en Italia, donde el gangsterismo democrático es incluso más denso que aquí, sitúa en su posición crítica este agujero negro que engulle galaxias éticas, en un reciente libro traducido al español, Desnudez (Anagrama). Su descripción ignora pulsiones ad hominem como la codicia o la mediocridad y se remonta al doble poder instaurado por los monoteísmos.

Tanto en el cristianismo como en el judaísmo y el Islam, hay una separación tajante entre la Creación y la Redención. Si la primera es obra de Dios, la segunda es obra de sus Profetas, es decir, de los encargados de interpretar la obra divina y darle sentido. Cuando se acaban los profetas vivientes (Jesucristo es el último del cristianismo) comienza la actividad de los hermeneutas: la Torá judía, la teología cristiana y los intérpretes islámicos posteriores a su máximo profeta, Muhammad.

Esta doble función es inseparable, pero diferenciada. Sin la Redención quedaría la Creación como un monstruoso capricho de alguna divinidad malvada (que Descartes soñó) la cual habría procurado el mayor dolor posible a sus propias criaturas. La Redención es justamente la explicación de por qué la Creación no es una trampa sádica, sino un delicado mecanismo de salvación que profetas y filósofos se esfuerzan en significar. Así que la parte creativa del Padre se encomienda, para su Redención, al Hijo.

La separación de funciones toma un aspecto distinto cuando Platón la expone como razón de ser de las dos actividades humanas: las poiéticas y las epistémicas; las del arte y las de la ciencia; las obras poéticas (que incluyen todas las técnicas) y las filosóficas o críticas; la creación y su sentido. La producción de novedades, así como su inmediata interpretación o salvación filosófica, colaboraron en la representación de un mundo inteligible hasta la edad moderna. Cree Agamben que esta separación entre lo creativo y lo interpretativo se vino abajo con la modernidad. Filosofía y crítica, herederas de la obra profética de salvación de un lado, y arte y tecnología, herederas de la obra angélica de creación de otro, se con-funden. A partir de ese momento, en la modernidad los creadores proponen, en realidad, críticas, mientras que los filósofos producen creaciones.

La pretensión poética de tanto filósofo cuya obra parece obsesionada por la invención de un estilo artístico más aún que de un juicio recto; la pretensión crítica de tanto artista que expone sus obras como juicios morales, filosóficos, ideológicos o benevolentes, confunde los dos órdenes en uno que no cumple ni con la creación angélica ni con la interpretación salvadora del sentido. Hasta aquí, brutalmente resumido y en esqueleto, el ensayo de Agamben.

En su traslado a la política, se diría que la actividad técnica y productiva, fuera ésta la fundación de ciudades y sociedades justas, la redacción de leyes, su ejecución o la aplicación jurídica de las mismas que luego debía ser interpretada, explicada y criticada por los medios libres, se han fundido enteramente en un acto único. El conglomerado resultante es una máquina colosal que se autoalimenta sin finalidad ni propósito. Un monstruo sin cerebro que no sabe a dónde ir y que sólo lucha por permanecer. De ahí que los más culpables miembros del consorcio se apunten a cualquier profeta que tome por asalto la plaza pública y afirme con voz amenazadora que estamos condenados por nuestros pecados y que debemos arrepentirnos. Frente a ellos tiemblan ministros y escribas, porque su función clásica, la de producir una sociedad ecuanime, ya no figura entre los intereses del partido... y la gente se ha percatado. En consecuencia, aplauden a los profetas y dicen ser como ellos.

Ante estos fenómenos de ira popular, de inmediato la filosofía y la crítica encarnadas en los medios de difusión masiva consultan con el fragmento de consorcio que representan, a fin de tomar posición contra algo que de hecho forma parte de ellas mismas. El ciudadano sabe con toda certeza lo que va a juzgar cada uno de los profetas mediáticos a la mañana siguiente de cualquier suceso político. El aparato se autoalimenta y proseguirá su autodeglución hasta que no quede ni un gramo de sentido y la sociedad se haya devorado a sí misma por completo.

¿Podemos escapar a esta ameba monstruosa que todo lo iguala y a la que todo le es indiferente excepto la conservación de sus privilegios? Por ahora el restablecimiento de las diferencias y el regreso a la democracia parece empresa quimérica. Nada dice sobre ello Agamben sino que sólo ve sentido en el pasado, aunque no es un pasado histórico sino el pasado perpetuamente presente de la obra ya concluida.

Si bien la diferenciación crítica individual parece una fantasía, Agamben habla, en otra parte del libro, sobre el individuo intempestivo o inactual, el único auténtico contemporáneo. Es una discreta indicación, quizás sobre sí mismo. Ciertamente en algunos momentos de extremada corrupción pública parece irremediable el exilio interior de eremitas y anacoretas, como en la agonía romana. Me temo, sin embargo, que en estos tiempos incluso ellos recibirían la visita del inspector de Hacienda.

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10 de octubre de 2011
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El Diablo

Cuando toca comentar un libro de alguno de los mal llamados “escritores fascistas” siempre se cita un variopinto elenco de personajes entre los que nunca fallan, por citar de norte a sur,  el noruego Knut Hamsun, el norteamericano Ezra Pound, el alemán  Ernst Jünger, los franceses Drieu de la Rochelle y Louis Ferdinand Céline, los españoles Agustín de Foxá y Dionisio Ridruejo y los italianos Curzio Malaparte, Gabriele D´Annunzio y, faltaría más, Giovanni Papini. Habría que citar muchos más, pues aparte de que las bases ideológicas que debieran cohesionar el colectivo son muy difusas, las décadas de 1920 y 1930 fueron particularmente fecundas en lo relativo a pensadores y artistas más o menos activamente antisemitas pero que en general compartían la esperanza de que un gobierno autoritario podría poner fin a los tiempos tan revueltos como los que bajaban en aquél entonces.  Más inclinados al nacionalsocialismo los artistas y pensadores del norte, y más atraídos por la hojarasca propiamente fascista los nacidos en el sur, un rasgo que caracterizaba y unía a unos y otros era que todos ellos, incluso quienes llegaron a profesar y llevar algún tipo de carné, por lo general eran tipos montaraces, apasionados y propensos a los vaivenes ideológicos, es decir, lo menos idóneo que pueda concebirse para militar en un partido. O peor aún:  una pesadilla  que los partidos aceptaban con resignación porque se trataba de militantes de postín y que aportaban imagen, prestigio y credibilidad, pero a costa de toda clase de trifulcas disciplinarias que muchas veces acababan en traumáticas rupturas y expulsiones.

Todo lo cual viene a cuento porque, ante un libro titulado El Diablo lo primero que debe averiguar el lector es la clase de ideología que profesaba el autor en el momento de escribirlo. No vaya a ser que se trate de un tostón postconciliar.

En el caso de Papini cabe decir que la suya era una posición ambigua, pues como decía Borges de él  (y conste que lo decía con admiración) qué cabe esperar de un tipo que primero ha sido furibundamente ateo y  anticlerical y después se hace teólogo, ingresa en el catolicismo mediante el bautizo y termina haciéndose franciscano. El Diablo pertenece a la última etapa vital del autor. Para entonces ya se había enfrentado con todo el mundo directa o indirectamente porque, como dice también Borges de él, “"hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papini, en la polémica, solía ser sonoro y enfático". Ya había publicado obras como Gog, una crítica social que de hecho es un maremágnum  ideológico que no deja títere con cabeza y en el que descuartiza por igual a Ghandi que a Lenin, pero también era autor de libros de carácter progresivamente más religiosos, como  El juicio final,  Cartas de Celestino VI (declarándose partidario de  la santidad) y, ya en  1945, Miguel Ángel , Dante y San Agustín.

El Diablo lo dicta a su nieta  cuando ya es un hombre de setenta y dos años, ciego y profundamente vilipendiado. Él, que ha sido encumbrado por el partido fascista a una cátedra de filosofía cuando tenía apenas veinte años y  carecía de titulación académica; el amigo personal de Musolini y uno de los autores más vendidos y admirados de Europa, se veía de pronto reducido a vivir de la caridad y sin más amigos que los pertenecientes a la facción más integrista del catolicismo.  Es decir, que el Papini de El Diablo está más allá de toda ideología y sólo escribe movido por la curiosidad que le suscita esa figura fascinante que surge junto a la divinidad, como si fuera su sombra, y acerca de la que ha estado documentándose toda la vida.  Citando a Graham Greene, y haciendo suyas unas valientes palabras de éste, dice Papini en la introducción: “ Uno se siente tentado de creer que el Mal no es sino la sombra que el Bien, en su perfección, lleva consigo, y que un día llegaremos a comprender hasta la sombra”.

Para llevar a cabo tan urgente investigación Papini escogió un estilo agudo y ameno, recurriendo a una ingente erudición pero sin ánimo de ser exhaustivo. Así por ejemplo, un epígrafe titulado “¿Es Diablo es hijo del hombre?”,  ocupa apenas una página. Y son apenas un poco más extensos otros epígrafes titulados “La Trinidad diabólica”, “El Diablo, reverso de Dios”, "El demonio de los griegos", “¿Los demonios crucificaron a Cristo por ignorancia?”, “El Diablo y Miguel Ángel”, “El Diablo y Don Juan” o “Libros inspirados por el Diablo”. Dicho de otro modo: se trata de un libro muy entretenido, curioso y tremendamente sugerente. Y para quien no  crea mucho en tan ensalzada como vilipendiada criatura, he aquí otra cita, esta vez de alguien tan poco sospechoso de frecuentar sacristías como fue  Baudelaire: “La mejor treta del diablo es la de convencernos de que no existe”.

 

El Diablo

Giovanni Papini

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10 de octubre de 2011
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El casino de las transiciones árabes

Las transiciones a la democracia requieren pesadas inversiones. Los partidos no se crean o refundan de la noche a la mañana. Tampoco los futuros cuadros políticos. La preparación de las reformas y de las elecciones, con sus correspondientes campañas, tienen altos costes. Todo esto requiere muchas inversiones, una gran perspicacia en las apuestas y también un buen nivel de control público y de transparencia, si se desea evitar la corrupción y asegurar unos sólidos cimientos de estos futuros sistemas políticos.

En la financiación de las transiciones se juega en parte la orientación geoestratégica de los países en proceso de cambio. Los países excomunistas recibieron una copiosa financiación de fundaciones, partidos y 'think tanks' americanos. En la transición española destacó notablemente la financiación de los dos grandes partidos alemanes. Y ahora, con las transiciones de los países árabes, se abre un auténtico casino político en el que van a apostar y competir fuerzas, partidos y países en muchos casos rivales e, incluso, enemigos a muerte. Las apuestas no van a esperar a las citas electorales, sino que funcionan desde el primer momento en la actitud de los medios de comunicación, en la ayuda a los organizadores de las revueltas y a los partidos ya constituidos, e incluso en la participación en operaciones militares en apoyo de los rebeldes, como es el caso de Libia. Casi todos los países con vocación de potencia regional, como Turquía, Arabia Saudí o Irán, participan en la enorme ronda de apuestas que han abierto las revoluciones árabes. Pero hay también países pequeños que juegan con bazas y desenvoltura de potencias, como es el caso de Qatar. La televisión catarí Al Yazira basta para definir el enorme radio de acción y la influencia del emirato en esta crisis. La cadena panárabe ha tenido tanta o mayor influencia que las redes sociales en la organización de las protestas en Túnez y Egipto, pero con su canal en inglés ha obtenido credibilidad incluso en Estados Unidos. Pero Qatar, además, ha desempeñado un papel primordial en Libia, con la participación de su aviación en el dispositivo de la OTAN, duplicada militarmente por la ayuda, entrenamiento y quizás la intervención directa de sus fuerzas especiales. Puede que también pujen europeos o americanos en esta mesa de juego sobre el futuro, pero esta no es su ruleta. Lo que en buena parte se dilucida en esta partida es cómo serán estas sociedades que quieren ser a la vez democráticas e islámicas. Dos de los tres modelos que compiten, el iraní y el saudí, son abiertamente autoritarios, y solo el turco permanece abierto, a pesar de todas las dudas que suscite. Pero el mejor y más democrático de los modelos será el que sean capaces de construir los ciudadanos de cada país despegándose de las inversiones e intereses exteriores.

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9 de octubre de 2011
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Sigan el Hay Festival Xalapa 2011

Hay Festival Xalapa 2011 Como saben, hasta el domingo estaré en el Hay Festival Xalapa 2011, encargándome del blog del Festival. He subido varios post y les dejo aquí los enlaces de algunos de ellos, que les pueden resultar de interés.  La dirección del blog es esta.  Aquí dejo las entradas de los eventos a los que pude asistir y algunas informaciones o anécdotas. - Con Bryce Echenique en el aeropuerto. - Road Movie veracruzano. - Roncagliolo, el aburrido - El Hay Festival de Sergio Pitol - Adiós Félix Romeo - Detener. La novela única de Francisco Goldman - Genio y figura de Martín Caparrós. - El viaje interior de Mario Bellatin - La Gran Novela Americana - Piglia y Rey Rosas: especulaciones sobre el cuento - Sergio Ramírez gana el premio José Donoso. - Humores y temblores de Alfredo Bryce Echenique. - La revolución sexual según Martin Amis

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8 de octubre de 2011
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En memoria de Félix Romeo (1968-2011)

En abril del 2008 publiqué en este blog un texto sobre Félix Romeo. Como pequeño homenaje a su memoria, lo vuelvo a publicar ahora.
 
Conocí a Félix Romeo hace diez años, en un congreso organizado por la editorial Lengua de Trapo en la Casa de América en Madrid. Me sorprendió lo cariñoso que era a pesar de su facha de bouncer de discoteca. Defendía sus ideas con pasión, y era capaz, literalmente, de bajar al ruedo por ellas: en una de las mesas, como no llegaba a un acuerdo con alguien del público, Félix saltó sobre la mesa y en un segundo se le encaró al impertinente. Los guardias de seguridad tuvieron que intervenir para evitar los golpes. En mi larga carrera de congresos y ferias del libro, era la primera (y hasta ahora, única) vez que veía a un escritor dispuesto a ir más allá de las palabras por un argumento.

Félix escribió un par de novelas publicadas por Anagrama y luego, si bien siguió escribiendo reseñas y animando la vida literaria española, dejó de publicar libros. El año pasado me anunció que pronto publicaría un texto “menor”, dedicado a rememorar a un amigo que se suicidó cuando vivía con él en Barcelona, quince años atrás. Ahora que he leído ese libro, Amarillo (Plot, 2008), descubro la modestia de Félix: el libro es breve, pero no menor. Chusé Izuel es el amigo que se suicidó por una pena de amor. Chusé era un escritor y crítico con mucha proyección; cuando mostraba su amargura ante ese amor que lo había abandonado, Félix, al igual que Bizén (el otro amigo que vivía con ellos), pensaba que Chusé exageraba, que algún día despertaría de ese dolor y volvería a la normalidad. Pero Chusé no despertó, y Félix debió quedarse a lidiar con el fantasma de la culpa.

Félix no intenta escribir una biografía de Chusé. En realidad, Félix no intenta muchas cosas, y ésa es su salvación y la grandeza de este libro. Las frases cortas, el tono lacónico, nos hablan de la difícil lucha con la pérdida, y de cómo el ser humano es un misterio. Las respuestas fáciles están excluidas, y en la escritura, Félix no hace más que apilar preguntas. Félix recuerda, pero es más lo que no recuerda. Félix sabe, pero es más lo que no sabe. Y así, a través de esos silencios, escribe una de las mejores elegías que he leído a la muerte de un amigo. A la muerte de alguien. A la pérdida. No es casual que varias veces, mientras leía el libro, yo pensara en Manrique, en las Coplas por la muerte de su padre..   

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7 de octubre de 2011
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IV. Un cisne entre gavilanes

En su delicioso libro Lectura y locura, el gran humorista y narrador inglés G.K.Chesterton cita una frase de Víctor Hugo: "se dice despectivamente que el poeta está en las nubes; pero el rayo también lo está". Muy apropiada llamada de atención. El nefelibata que fue Rubén también soltaba desde las nubes rayos, a la manera olímpica del viejo padre Zeus, como en su muy mentada Oda a Roosevelt. Y en su prólogo a Cantos de vida y esperanza afirma que se ocupa de la política, porque la política es universal. Y humana. Y como al viejo Terencio, nada de lo que es humano le podía ser ajeno.

            Sus escritos sobre política son muchos, y dan para un libro entero, pero el suyo fue un asunto de opinión, nunca de participación. Menos en su tierra natal, donde los gourmands de la política, glotones de marca mayor, han comido toda la vida a dos carrillos. A esos comelones sin medida, Rubén los comparaba con Falstaff, el insaciable personaje de Shakespeare, y con Sancho, el fiel pero tragón escudero de Don Quijote.

            Cuando regresó en triunfo a Nicaragua en 1907, un club de artesanos de la ciudad de León tuvo la ocurrencia de lanzar un manifiesto proclamándolo candidato a la presidencia de la república. A los escritores se les suele juzgar aptos para ser presidentes en tierras de nuestra América, lo que no pocas veces resulta en graves equivocaciones. Mi maestro el doctor Mariano Fiallos Gil, recordando el mencionado episodio, escribiría años después: "¿Qué hubiera sido del pobre cisne entre tantos gavilanes?".

            Ya podemos imaginarlo. Se lo habrían comido crudo y sin recato.

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7 de octubre de 2011
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Petrarca no subió al Mont-Ventoux

 

El otro día, en una cena de amigos, surtió la gran cuestión que divide a la intelectualidad del momento: ¿Subió o no Petrarca al Mont-Ventoux? Por casualidad llevaba conmigo unas notas al respecto y, sin miramientos por el abuso, las leí después del postre, y ahora reincido escribiéndolas para ti:

Alejandro no habría sido Magno, si no hubiera tenido noticia de los héroes homéricos. Los hombres aprenden lo que pueden ser, cuando son aleccionados sobre las más eminentes posibilidades humanas. Las historias de dioses, héroes y artistas, han promovido nuevos modelos ejemplares que, a su vez, han dado que hablar. 

Filipo V de Macedonia tenía que emular a Alejandro Magno, que sometió al mundo, y a Aníbal, que entonces atacaba a los romanos en el mismo corazón de su imperio. Así que concibió el propósito nunca oído de ascender, con todo su ejército, a la más elevada cima de Tesalia, el monte Haemus, desde donde era fama que se divisaban el mar Negro, el Adriático, los Alpes y el Danubio. Allá, teniendo ante la vista el mundo, pensaba celebrar consejo para escoger la mejor ruta y auspiciar la gloriosa guerra contra Roma.

Como le dijeron que no era posible que un ejército tan numeroso subiera a la cumbre, decidió hacerlo con unos pocos escogidos y apartó de la expedición a su hijo Demetrio, sospechoso de simpatizar con los romanos, y con ello lo condenó a muerte. Tras la subida penosa y el regreso, el rey Filipo no desmintió la creencia común sobre lo que alcanzaba a verse desde el Haemus, y tampoco narró la experiencia. Tito Livio supone que no vio más que nubes, y que no lo admitió para no ser objeto de burla por la vanidad de haber hecho semejante camino creyendo que efectivamente había un lugar desde donde podían verse tantos mares, montes y ríos.

Petrarca, que conoció la versión de Tito Livio y también la descripción geográfica de Pomponio Mela insistente en el extraordinario panorama mundial visible desde el gran Haemus, decidió atribuirse una ascención memorable. Pero habiendo aprendido, de la experiencia del rey Filipo, las consecuencias perniciosas que puede tener para la reputación el descuidar la descripción de una hazaña real, puso toda su solicitud en la narración de una experiencia imaginada. Además, debía tratarse de una vivencia desarrollada en dos ámbitos: el interior, donde se libra el drama de la salvación del alma, y el exterior, donde tiene lugar la caducidad mundana. Se trataba por lo tanto de emprender una obra con aspiraciones de totalidad y no menos ambición que, por ejemplo, la Divina Comedia. Porque Petrarca, aunque ya era poeta oficialmente laureado y rondaba los cuarenta años, aún no había compuesto nada digno de su fama. El primer esbozo de la carta que narra la subida al Mont-Ventoux lo hizo en Aviñón en 1342-3, hizo una primera remodelación en 1349, y una postrera en 1353, cuando ya vivía en Italia y hacía años que había muerto el destinatario de la epístola, el fraile Dionigi de San Sepolcro, amigo que le gestionó la coronación laureada y le regaló el libro de Agustín. Mientras redactaba la versión final de la subida al Mont-Ventoux, trabajaba en otra carta poética y montañera sobre Montgenèvre.

Para el ascenso al Mont-Ventoux, primero escogió una fecha adecuada. El día 26 de abril de 1336, designado para pisar la cima, fue viernes, día de redención, por aquello de la muerte de Cristo en la cruz. La fecha fue sugerencia de Agustín de Hipona, selecto acompañante de Petrarca en el ámbito interior, y cuya experiencia de conversión también sucedió justo antes de entrar en su trigésimo tercero año de vida, la misma edad que tenía Petrarca el día de su poética expedición, y también la de Cristo cuando ascendió al Gólgota, reputado sepulcro de Adán, el viejo hombre superado.

La vertiginosa caída en el ámbito interior queda esbozada con la primera palabra de la carta que se refiere al dramático ascenso en el ámbito exterior: altissimum, superlativo de altus, que en latín conlleva el doble significado de “alto” y “profundo”. Es una carta con doblez, que habla simultáneamente de ascenso y descenso, de pasado y presente, de mundo y alma.

Petrarca pretende hacernos creer que ha llevado el texto al papel con mano aún temblona por la emoción y el cansancio de la excursión, en una habitación apartada del albergue, mientras los criados preparan la comida reparadora. Las vivencias interiores puestas por escrito de modo espontáneo,  o sea, traspasadas al ámbito exterior, antes incluso de sedimentarse como recuerdo y reflejo. Ese rasgo es un reflejo de su descubrimiento de las cartas ciceronianas en 1345, las mismas que propiciaron la conversión de Agustín e hicieron que Petrarca decidiera distinguirse en el género epistolar. Además de las reminiscencias de los modelos ciceroniano y agustiniano, hay guiños a Tito Livio, como cuando mira desde la cumbre y de entrada no ve más que nubes: Respicio: nubes erant sub pedibus.

El escogido acompañante en el ámbito exterior es su hermano Gherardo, que para entonces ya se había hecho cartujo, de ahí que ascienda hacia la cumbre con recta facilidad y sin zizagueos, mientras Petrarca busca el trazado más fácil y se distrae. Casualmente lleva consigo el libro décimo de las Confesiones agustinas y abriéndolo al zar da con el pasaje: “Van los hombres a admirar las alturas de los montes, los ingentes oleajes marinos, el flujo de los amplísimos ríos, el ámbito del océano y las órbitas de los astros, y se dejan a sí mismos”. Petrarca vuelve entonces hacia sí los ojos interiores y asegura que ya nadie le oyó hablar hasta completar el descenso, o sea, hasta que nos escribe la experiencia.

De entre quienes leyeron lo doble y premeditado como si fuera simple y espontáneo, el historiador Burckhardt fue sin duda el más influyente. Su Petrarca subió al Mont-Ventoux para ver el paisaje, igual que si se hubiera asomado a un cuadro de Friedrich. Aquella mirada petrarquiana era una novedad absoluta, que rompía con el medioevo y  significaba la irrupción de la modernidad. Como consecuencia de la interpretación de Burckhardt y en un rápido ascenso hacia la excelsitud, Petrarca fue nombrado padre del humanismo, del alpinismo y del ciclismo.

En noviembre de 1901, tres admiradores de Burckhardt y Nietzsche emprendieron una expedición memorable al monte Urbión. El líder era Paul Smichtz, suizo de Basilea, enamorado del tipismo español y nietzscheano entusiasta. Con él iban los hermanos Baroja. Por entonces, Pío empezaba a colaborar en Los Lunes del Imparcial, púlpito literario del momento, y el motivo elevado de la excursión era escribir un reportaje. Como lectores de Burckhardt y románticos rezagados, no solo creían a pies juntillas que Petrarca subió al Mont-Ventoux, sino también que era el venerable inventor del paisajismo. Y así como Petrarca llevó consigo un libro de Agustín, por su parte Baroja llevó un Séneca para redondear el reportaje con alguna reminiscencia lectora.

Llevaban una carta de recomendación para la Guardia Civil de Covaleda, de modo que les acompañó una pareja de la Benemérita, lo que daba a la expedición un perfil absolutamente español para especial satisfacción de Schmitz. Subieron primero al Muchachón, el espolón de la sierra que mira a Covaleda, y luego al Urbión. Baroja estaba exhausto y quería pararse a comer y descansar. Los guardias civiles y Schmitz, experto alpinista que había ascendido al Jungfrau, le decían que ni hablar, porque iban a quedarse pasmados, y que era preciso bajar hasta algún lugar de abrigo.

Por fin llegaron al Raso de Zamplón, que los expertos de la expedición habían designado como lugar para detenerse y descansar. Ateridos de frío, recogieron algunas ramas y se aplicaban a encender el fuego, cosa nada fácil por la humedad reinante. Entonces, Baroja sacó su Séneca y lo quemó en la base del montón de leña, ante la admiración de los presentes. Tuvo así lugar “una alta hoguera religiosa en medio de un bosque de pinos”, según informa Los Lunes del Imparcial del 16 de diciembre de 1901. Y de ese modo se cumplió otro lance de la cadena de emulaciones que venía de los héroes homéricos, de Alejandro Magno, del rey Filipo de Macedonia, de Cicerón, de Agustín de Hipona y de Petrarca.

 

 

 

 

 

 

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7 de octubre de 2011
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El Boomeran(g)
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