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En la avenida Telegraph

Lo primero que recuerdo de Berkeley es el C'est Café, en la esquina de la avenida Telegraph y Bancroft Way. En ese café nos reuníamos los estudiantes del doctorado de literatura latinoamericana; servía como lugar de discusión para las últimas ocurrencias teóricas de nuestros célebres profesores -Antonio Cornejo Polar, Julio Ramos, Francine Masiello--, y también como una suerte de oficina improvisada donde recibíamos a los estudiantes de la licenciatura en Español, de quienes éramos sus profesores de lenguaje. Pero había más: las ventanas de ese café eran un lugar privilegiado para ver pasar la fauna que discurría por Telegraph, la avenida más emblemática y concurrida de la ciudad. En ese entonces, principios de los noventa, Berkeley ya no era del todo una ciudad hippie, la cuna de la contracultura de los sesenta, aunque todavía no había muerto ese espíritu: circulaban por ahí chicos y chicas en tye-dyes, voluntariosos deadheads (groupies de The Grateful Dead). Pero los hippies también competían con los punks, que ofrecían su mercancía en las veredas -botas militares, manillas de metal, cadenas, pipas para fumar yerba-, los goths, que se apoyaban desganados en las vitrinas de las tiendas, y una nueva tribu que iba apareciendo, los estudiantes con pantalones de franela que le hacían a la música grunge y pronto convertirían algunas canciones de Nirvana en himnos generacionales. Telegraph, ahora que lo pienso, era un muestrario de la cultura juvenil de la segunda mitad del siglo XX: solo faltaba el estilo James Dean para estar completos.
 
Telegraph era una avenida muy larga, pero todo se concentraba en tres cuadras que iban desde una de las entradas al campus de la universidad hasta las librerías Cody's y Moe's; Cody's era la de prestigio, en esa época en la que no había Amazon, con una sección muy bien provista de literatura internacional, y un segundo piso en el que había presentaciones diarias de escritores conocidos (allí vi a Martin Amis y Carlos Fuentes, y quise ver a Karl Vonnegut pero no pude porque subestimé su popularidad y cuando llegué ya no había espacio); Moe's era de libros usados, y tenía una gran selección de libros académicos y siempre estaba promocionando a un autor entonces desconocido que se llamaba Jonathan Lethem y que había trabajado allí. Moe todavía existe; Cody's cerró hace tres años después de más de medio siglo de existencia.
 
En esa avenida también estaban dos disqueras célebres: Rasputin y Amoebas. Un martes de septiembre de 1991 recuerdo haber visto en las vitrinas de una de ellas múltiples copias de un solo disco de una banda de la que no sabía nada (Nevermind, de Nirvana). Al final no lo compré, pero tampoco era necesario: en las radios de Berkeley comenzaron a pasar sus canciones sin descanso (también predominaban otros grupos grunge como Pearl Jam y Soundgarden, y de los ingleses el ethos de la ciudad se quedaba con The Smiths). Una vez, al salir de una de esas tiendas, me topé con un adolescente desnudo (solo llevaba sandalias y una mochila) que caminaba con toda normalidad por Telegraph. Luego me enteraría que se llamaba Andrew Martinez y que era conocido en el campus como The Naked Guy. Martinez era un estudiante de Berkeley que creía que la ropa era una forma de opresión burguesa y había decidido no usarla; como ni la universidad ni la ciudad tenían leyes que prohibieran andar desnudo, Martinez, durante todo el semestre de otoño del 92, fue a clases así (se sentaba en la parte de atrás del aula, para no llamar demasiado la atención). La universidad prohibió la desnudez pública en diciembre del 92, y Martinez, en vez de adaptarse, prefirió dejarla; siguió viviendo en Berkeley hasta que la ciudad también prohibió la desnudez pública en julio del 93. El final del Naked Guy fue triste: se convirtió en un personaje de reality shows en la televisión, posó en Playgirl, se le diagnosticó esquizofrenia, y se suicidó en el 2006, a los 33 años.
 
Cuando veíamos al Naked Guy o a los múltiples predicadores que pasaban por la esquina de Telegraph y Bancroft camino a la plaza pública en el campus, mis compañeros y yo, con el tiempo, aprendimos a no sorprendernos. Decíamos, como en una letanía, "Estas cosas solo ocurren en Berkeley". Por supuesto, estas cosas ocurren en todas partes, pero en ese alucinado principio de los noventa, yo creía que el mundo y sus rarezas podía condensarse en la avenida Telegraph. 

 

(El Semanal, La Tercera, 30 de octubre 2011)

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31 de octubre de 2011
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Saudiólogos

En los mismos días en que Túnez celebraba las primeras elecciones democráticas en la historia de los países árabes y los rebeldes libios culminaban su victoria sobre Gadafi, incluidos su linchamiento y ejecución sumaria, acaba de producirse un relevo de significado político mayor en otro país árabe, Arabia Saudí. En este caso no es producto de movimiento popular alguno, sino crudo resultado de la acción de la biología sobre una casta real gerontocrática y enferma. El viejo rey Abdalá, nacido en 1923, ha visto morir a su sucesor, el príncipe heredero Sultán (1924), y ha nombrado al príncipe Nayef (1933) como nuevo heredero.

Arabia Saudí acumula una cuarta parte del PIB del conjunto del mundo árabe, tiene el poder y la legitimidad que le dan los santos lugares del Islam, de los que su rey es el Guardián Oficial, y ha demostrado durante la primavera árabe que es una superpotencia regional con energía y estrategias propias, hasta el punto de que se ha hecho cargo, mediante la invasión e intervención armada en Bahrein, de que la revuelta no se extienda en el entorno de su territorio. Su pacto con Washington, por el que ha venido suministrando petróleo a cambio de seguridad durante 60 años, se halla prácticamente roto. A Estados Unidos no le interesa depender del petróleo saudí ni que dependan sus aliados, y los saudíes confían cada vez menos en los estadounidenses, tanto en el flanco exterior, frente al Irán nuclear y al Israel de los asentamientos, como en el interno, donde Washington se pone al lado de los revoltosos y de la democracia en vez de la estabilidad y los autócratas como había hecho en el pasado. El relevo plantea, en cualquier caso, la cuestión esencial de la estabilidad monárquica en unos regímenes que ni siquiera tienen la pauta de la sucesión reglada. En 2006, el actual rey quiso introducir la apariencia de un poco de orden y probablemente evitar que Sultán nombrara libremente a su heredero, y creó para ello un Consejo de la Lealtad para asesorar al monarca en ejercicio en este nombramiento. A pesar de todo, sigue siendo un misterio la organización del poder de la casa de Saud, estructurada como un predio familiar en el que no debe entrometerse nadie. Los miembros de este Consejo de la Lealtad son, en su mayoría, viejos como cardenales. Pero, a diferencia de los príncipes romanos, los saudíes son prolíficos como conejos, siguiendo el buen ejemplo del fundador del reino y padre de casi todos ellos Abdelaziz ibn Saud. Mientras en China en 2012 va a llegar al poder la quinta generación después de Mao, pautada rigurosamente por la edad biológica, en Arabia Saudí están todavía en la primera, puesto que todos los reyes y príncipes herederos hasta ahora han sido hijos del fundador del reino Abdulaziz bin Saud. Claro que Saud tuvo 22 mujeres legales de las que se conocen 37 hijos varones reconocidos engendrados en una horquilla de 50 años, sin que cuenten para nada ni las hijas ni las concubinas y los hijos fuera de matrimonio engendrados con ellas. Nadie se ha atrevido, en todo caso, a la maniobra modernista que significaría nombrar heredero a un nieto de Saud de media edad en vez de otro anciano achacoso y rodeado de hijos ansiosos que esperan su encumbramiento. Los misterios e intrigas del Kremlin soviético y del Zongnanhai posmaoísta quedan cortos al lado del Palacio Real saudí, donde el hermetismo y el secreto son inigualables, el poder es como el de las monarquías absolutas europeas y el rigorismo religioso extremo, aunque naturalmente con la debidas exenciones para la vida privada de los príncipes multimillonarios, que pueden escapar fácilmente de las imposiciones y extravagancias del wahabismo oficial en sus mansiones privadas o en el extranjero. Una de las claves del éxito saudí en su ejercicio del poder sin control alguno es la incapacidad de los medios de comunicación para penetrar en el oscuro laberinto de la familia reinante, algo en lo que ha sido decisiva la complicidad occidental, pero que inevitablemente obligará cada vez más a intentar romper el muro de incomunicación con que este país se mantiene a resguardo de los efectos de la globalización. Y el primer paso es que cunda el interés y que empiecen a proliferar los saudiólogos, especialistas en desenmarañar estos ovillos de poder como sucedía durante la guerra fría con las intrigas y las sucesiones dentro del aparato del Partido Comunista soviético.

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31 de octubre de 2011
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Un paseo por el lado salvaje

En cierto modo Un  paseo por el lado salvaje es como una novela picaresca (a lo siglo XX) entreverada de un sibilino humor rabelesiano. “No conozco mucho a las mujeres”, dice Dove Linkhorn tras salir trasquilado de uno de los burdeles de ínfima categoría que él frecuenta, “pero si Dios ha hecho algo mejor que ellas yo no lo conozco”. O también:”A veces creo que si no hubiese nacido tendría más dinero que ahora”.

El lado salvajes es el que le ha tocado vivir a Dove Linkhorn, miembro de eso que ahora se llama una familia desestructurada, sin madre a la vista, con un padre enloquecido por la religión y un hermano que las horas del día que no las pasa borracho es porque  anda hasta los topes de maría. Entre predica y prédica, al padre Linkhorn se le ha olvidado mandar a su hijo a la escuela, por lo que cuando éste se harta de la vida en familia y decide vivir su propia vida tiene que ser una medio prostituta mejicana quien le enseñe unos rudimentos de lectura que serán su único medio de defensa cuando, una vez puesto en la calle por su peculiar protectora, deba enfrentarse a la turba de desheredados que pulula por los trenes de mercancías yendo de población en población en un peregrinaje sin final porque las poblaciones los arrojan a un camino que lleva a otra población donde también serán expulsados o encarcelados o ambas cosas. Putas, timadores, drogadictos, tahúres, chulos y descuideros se mezclan con vendedores puerta a puerta, lavaplatos y cocineros de chigres, todos ellos de ínfima categoría, y en los que la supervivencia, el llegar vivo al día siguiente, es la única ley respetada.

Es de resaltar que no hay la menor intención moralista en la narración de Algren.  Así son las cosas y así las cuenta, entre otras razones porque muchas de ellas proceden de su experiencia personal. Y se nota. No hay piedad ni compasión para los marginados y perdedores.  Ni en la vida ni en la literatura de Algren. Los personajes aparecen y desaparecen sin dejar el menor rastro de nostalgia ni deseos de volver a verlos. Bueno. No del todo porque, al cabo de tantas peripecias, Dove Linkhorn decide volver al origen aunque no a la casa del padre sino al mugriento local regentado por aquella medio prostituta que le medio enseñó a leer.

El caso de Algren es notable porque, mitad por destino y mitad por elección personal, vivió una trayectoria que empezó en el mismo medio en el que se desenvuelven sus personajes (cuando estaba trabajando en una remota gasolinera de Texas se le ocurrió que quería ser escritor pero no se le ocurrió mejor cosa que empezar su nueva vida robando una máquina del escribir, hecho que le costó unos meses de cárcel aunque también le aportó un montón de experiencias que luego usaría en sus escritos). Y terminó (su trayectoria) la víspera de que fuera a ser admitido en la Academia, momento en que cayó fulminado por un ataque al corazón atribuible a sus viejos excesos por la bebida. Además de beberse y jugarse a los naipes todo el dinero que ganaba con la literatura y el cine (tanto El hombre del brazo de oro como Un paseo por el lado salvaje fueron llevadas al cine proporcionándole tantos disgustos como alegrías) Nelson Algren se ganó la animadversión de los bienpensantes porque, por ejemplo en las novelas ambientadas en Chicago, no  mostraba el lado más sonriente y triunfador de la ciudad sino las backstreets pobladas de frikis y desheredados. O porque  escribía novelas como The Devil´s Stocking (la última), en la que contaba la vida de Rubin “Hurricane” Carter, el boxeador injustamente condenado por un triple crimen que no cometió y al que también Bob Dylan le dedicó una canción de combate. Dichos bienpensantes se la guardaron a Nelson Algreen hasta el extremo de que, una vez muerto,  obligaron a quitar su nombre a la calle que le había dedicado la ciudad de Chicago.

Otra causa que explica la vida semi marginal de Nelson Algren es la mala suerte de haber coincidido en su trayectoria profesional con monstruos mediáticos de la talla de Hemingway, Fitzgerald, Steinbeck, James T. Farrell  o Faulkner, quienes le oscurecieron con sus propios resplandores. Muy a su pesar, gran parte de su fama en Europa se la debe a Simone de Beauvoir, con la que mantuvo un ardoroso romance inicial que luego se prolongó en el tiempo porque (en opinión del propio Algren) ella se estuvo valiendo de él  como contrapeso a las infidelidades de Sartre. El problema es que se sirvió de ello públicamente (en sus escritos) y Algren, después de suplicarla que se fuese a vivir con él a Estados Unidos, acabó acusando acremente a Simone de Beauvouir y Sarte de servirse de sus clientes como las putas y los chulos se sirven de los suyos. Lo que de se dice, un amor con mal acabar.

 

Un paseo por el lado salvaje

Nelson Algren

Galaxia Gutenberg

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31 de octubre de 2011
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‘Mylfs’ y ‘cougars’

Oí por primera vez la palabra ‘mylf' en labios del hijo de una querida amiga, atractiva viuda próxima a cumplir los sesenta que ha llenado su vida de estímulos intelectuales y cuidados corporales. La escena sucedía en la cocina de un piso de París, aun no siendo ninguno de los presentes estrictamente francés; el hijo, un estudiante de periodismo, nos hacía a mi amiga y a mí la revelación de que un compañero de similar edad a la suya (‘veintipocos') había pronunciado en voz baja ese acrónimo de origen norteamericano al conocer a esta hermosa madre, una madre con la que uno querría fornicar ("Mothers You´d Like to Fuck"). El chico lo contaba en la cocina  -donde había un perro muy atento a las incidencias de los humanos-  sin sombra de reproche; más bien con un asomo de vanidad filial.

       Poco tiempo después alguien me informó de la existencia de otro término igualmente asociado a la mujer y a la sexualidad, ‘cougar', que, menos explícito que el primero, tal vez contenga una mezcla de prestigio y desdoro, ya que una ‘cougar' (puma en inglés) es la mujer mayor que se tira  -como las panteras se tiran en la maleza sobre su presa- a hombres mucho más jóvenes que ella. Entiendo que esta nomenclatura figurada, no siendo las actividades a las que se refiere totalmente novedosas, supone, en su creciente uso, un formidable avance: el reconocimiento de que, por perogrullesco que resulte lo que voy a decir, las mujeres también pueden, como los hombres que gustan de hacer el amor con chicas que podrían ser amigas de sus hijas, sentir y cumplir sus deseos fuera del cauce marcado por la edad y las conveniencias sociales.

     Nadie ignora, sin embargo, que la fenomenología del ‘viejo verde' ha sido, desde el tiempo de la comedia grecolatina, una fuente de bromas y burlas. El teatro, la ópera, la poesía satírica, el cine y en menor medida la novela seria han tomado con invariable frecuencia el prototipo del anciano rijoso que, tras mil añagazas y estando por medio a menudo el monto de una herencia o una fortuna fabulosa, obtiene su castigo en el desenlace, quedando con el rabo entre las piernas, desposeído del dinero y viendo con rechinar de dientes cómo las parejas adecuadamente jóvenes triunfan en el amor, en el altar y en el aplauso de los espectadores. Tampoco me siento original (aunque ahí sean muchos los discrepantes) al afirmar que una parte considerable del odio suscitado por DSK tenía que ver con el hecho de que el titular de este nombre acrónimo es un viejo salido millonario.

     Me asombra aún hoy que, en esa ‘cause célèbre', tanta y tan respetable opinión pública y escrita aceptase de entrada, sin asomo de duda, la versión victimaria de la limpiadora guineana, negándose en todo momento a reconocer que Strauss-Kahn ha sido la única víctima ‘probada' del caso, puesto que desde el primer instante de la sospecha fue detenido, sacado a la fuerza de un avión, esposado, maltratado, fotografiado en comisaría de frente y de perfil, encarcelado, desposeído de sus cargos públicos, eliminado de la carrera política a la que legítimamente aspiraba, y, siempre como figura de escarnio o desprecio, prejuzgado por el testimonio de una persona tan lábil y falible como cualquier otra y por la evidencia de unas manchas en el suelo alfombrado de un hotel de lujo. Que su riqueza y sobre todo la de su esposa Anne Sinclair le permitiera capear con comodidad ese cúmulo de desgracias, la mayoría de ellas irreversibles, no altera la condición de chivo (o macho cabrío) expiatorio de DSK. Respecto a la evidencia recogida en la suite neoyorkina del Sofitel, se supo después, demasiado tarde, que, si la mentirosa Nafissatou Diallo mentía también en eso, los restos orgánicos bien podían deberse a una eyaculación pactada por ambas partes.

       El puritanismo, ajeno a la debida repugnancia que debe suscitar un intento de violación en el que casi nadie cree hoy, tiene su abono en esas gotas de semen que un hombre indudablemente priápico derramó en una alfombra. Tras pagar un dinero, con mucha probabilidad. Se une a ese primer puritanismo de base sobre la lubricidad del vejete, otro integrismo peor, cada vez más manifiesto incluso en sociedades y gobiernos progresistas, el sueco, el español de Zapatero: el de entender que todo tipo de intercambio sexual negociado es una forma de atropello criminal, no en los flagrantes casos de explotación y trata de blancas (o negras), sino en aquellos en que las mujeres y hombres adultos que venden su cuerpo están haciendo uso de una prerrogativa que no nos corresponde a los demás, bajo ningún concepto, prohibir, vilipendiar, y mucho menos condenar.

      De las cosas dichas sobre el ‘affaire' DSK (algunas, he de confesar a título personal, escritas por periodistas españolas que admiro profundamente y fueron muy decepcionantes para mí) destaco las que profirieron dos mujeres francesas a raíz de la liberación del antiguo director del Fondo Monetario Internacional. La primera, ex-ministra y diputada comunista cuyo nombre no recuerdo, declaró que el sobreseimiento sin cargos del sumario abierto a DSK, y esto sí lo cito literalmente, era "un día triste para la justicia y para las mujeres", mientras que la segunda, ni más ni menos que Martine Aubry, una de las candidatas socialistas a la presidencia de Francia, manifestaba compartir "la opinión de muchas mujeres sobre el comportamiento de Strauss-Kahn".

       Las mujeres, en efecto, han de hacer valer con todo el empuje del mundo sus opiniones y sus reclamaciones, su indignaciones y el conseguimiento de sus derechos; en cualquier asunto  -también esto es evidente- exceptuando, me atrevo a señalar, aquellos en los que el reprender o el dictaminar significa ponerse del lado del mismo poder que a ellas secularmente las ha postergado. La lucha femenina es desigual, y su dimensión distinta. En unos lugares las mujeres tienen aún que bregar por lo básico, por lo irrenunciable: no sufrir mutilaciones corporales, no verse obligadas a matrimonios amañados contra su voluntad, no someterse al arbitrio del tirano o del patriarca, poder conducir, cantar, pasar la noche solas en un hotel, llevar el pelo suelto sin constreñimiento, bañarse en la playa como les plazca, casarse o tan solo vivir con el hombre al que aman. En otros, por suerte, han conseguido no ya más conciencia sino el modo de expresarla, con una libertad gestual que los estamentos habitualmente sospechosos y muy en especial las iglesias, capitaneadas todas por hombres, tratan de recortar, empleando el mismo afán justiciero con el que tratan de imponer sus anatemas a ciudadanos y grupos minoritarios enfrentados al monopolio de la moral.

     Esa libertad de la mujer, todavía vista con recelo o violentamente negada, incluye, por supuesto, las distintas formas de la voluptuosidad, una pasión que malamente admite preceptos, definiéndose al contrario por su licencia. La de amar o simplemente fornicar con hombres que podrían, por edad, ser sus hijos, sin que, al hacerlo a las claras, la maquinaria del humor rancio empiece a elaborar chistes hirientes contra las "viejas verdes".

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31 de octubre de 2011
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Fuerzas oscuras

Una vez más la ejemplar editorial Acantilado rescata un título de alta tensión para hacernos felices. Se trata de "Los náufragos del Batavia" relato absorbente de un singular escritor, Simon Leys, de quien Acantilado ya había publicado el exquisito "La felicidad de los pececillos".

    Ahora nos cuenta la historia de un naufragio verdadero que tuvo lugar en 1629 en las costas inexploradas y mortales que forman una barrera de arrecifes coralinos en el sur de Australia. Este episodio fue uno de los más terroríficos de la muy accidentada y bien documentada historia marítima del barroco, pero yo creo que lo más cautivador del breve relato de Leys es su mirada intelectual. Sobre este naufragio ya había publicado Lumen el definitivo estudio de Mike Dash, modelo de trabajo histórico cabalmente documentado y bien escrito. A Leys no le mueve la voluntad histórica, sino la curiosidad por una nube de perversión que se fue cerniendo sobre los cientos de supervivientes hacinados en los islotes coralinos y que estalló en una tormenta de atrocidades por causa de un personaje digno de Dostoievsky, el siniestro Jeronimus Cornelisz.

    Suele despacharse este individuo con la etiqueta de "psicópata", pero es tan solo un velo que encubre el auténtico enigma del personaje. No quiero narrar el terror que desató con gran eficacia Cornelisz entre los pobres náufragos porque castraría al librito de su componente emocional. No obstante, me interesa remarcar que para Leys la posible enfermedad mental del criminal no justifica dos evidencias capitales: su capacidad organizativa y eficacia indudable, así como el atractivo que ejercía sobre la pobre gente. En este sentido Leys presenta a Cornelisz a la manera de un arcaico precedente de modernos tiranos como Hitler y Stalin. Buena parte del montaje criminal de Cornelisz en los islotes del atolón es similar a la KGB y sus consecuencias conforman una primitiva Auschwitz.

    Dicho con mayor impudor: cree Leys que el mal, la malignidad, los individuos malvados, esa potencia negativa convertida, desde Freud, en una enfermedad o como mucho en una "desviación", no sólo es una constante perfectamente habitual de nuestra existencia, sino que asombrosamente obtiene un seguimiento alucinado por parte de las masas cuando las circunstancias invitan a la histeria. ¿Cómo pueden poblaciones enteras caer subyugadas por el encantamiento de genocidas como Stalin, Hitler, Mao o Fidel? El pequeño experimento del Batavia ofrece algunas claves sobre la sumisión y el mal.

    No es caprichoso que en nuestros más antiguos relatos aparezca siempre un Dios del Mal a quien nunca faltan ejércitos de seguidores. Algo que, en principio, parece que la evolución genética, por lo menos, debería haber corregido. ¿Qué clase de suicidio busca el individuo que se deja arrastrar por la belleza del mal? Y sobre todo, ¿cómo es ello posible y en qué consiste esa seducción?

La explicación "psicopática" sólo retrasa la pregunta. ¿Por qué llamamos de ese modo a algunos individuos con extraordinaria capacidad de dominio y fuerte voluntad, que se deleitan en la destrucción de sus semejantes con las más diversas excusas? ¿Qué hemos explicado cuando le damos ese calificativo a Himmler o a De Juana Chaos que encargaba ostras y champán cuando ETA asesinaba a alguien? ¿Y a sus adictos, los que llevan su foto como si fuera la de la novia? ¿Psicópatas? La palabra "malvados" me parece más digna de consideración y plena de sentido. O el antiguo y hermoso apelativo de "mala entraña". Cornelisz era un malvado difícil de olvidar porque, de hecho, forma parte de nuestra vida cotidiana.

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31 de octubre de 2011
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Lo que parecen los pobres

 

El hombre sin dinero es semejante al hombre invisible. Nada ni nadie se dirige a él: prensa, televisión, publicidad, compradores, vendedores… Ningún tema de los que se tratan en los medios de hipnosis masiva tiene que ver con él: la bolsa, los coches, la oferta cultural, el estado de bienestar, el fraude fiscal, las vacaciones, el futuro… Nada es para él: carreteras, casas, ministerios, universidades… A donde quiera que mire, todo es lo mismo, gasolineras, comercios, restaurantes, estaciones… todo forma parte del gigantesco, ubicuo, inviolable, inexpugnable sobrentendido de que los demás cobran. Y es igual que él hable o esté callado: no se le ve, ni se le oye.

Cuentan que un sabio famoso que se paseaba por una calle llena de tiendas tuvo la audacia de decir: ¡cuántas cosas no necesito! Pero nadie parece haber reparado que se basa en el sobreentendido de que quien lo dice podría adquirir esas cosas. Si un indigente hablara así, no se le reconocería ningún mérito. Así pues, incluso para acceder a la virtud estoica es preciso tener dinero. 

Lo que sucede en esa calle de las tiendas y su paseante virtuoso se hace más patente si reparamos en la perspectiva del vendedor de cosas. Este, mirando a la muchedumbre transeúnte, podría decir: ¡cuántos hombres no necesito! En esa calle, la verdadera cara de la gente no empieza a verse cuando uno no necesita cosas, sino cuando los vendedores de cosas no lo necesitan a uno. Es decir, cuando uno, por indigente, se vuelve hombre invisible.

Cuando preguntaron a un colega del virtuoso paseante de la rúa comercial quién era sabio, respondió que el sabio se distinguía de los demás en que seguiría haciendo lo mismo aunque no hubiera leyes. Mientras los demás hombres serían distraídos por la apertura de una nueva vía más expeditiva para vengarse, robar, temer y desear, el sabio dice que él mantendría la pose. Pero una selección más drástica y reveladora, una buena piedra de toque, sería aplicar al presunto sabio la prueba de la invisibilidad. De modo que el sabio sería aquél que siguiera opinando igual y continuara oficiando su pose sapiencial, aunque dejase de cobrar. Considérese cualquier sabio en su perorar, en su actitud docta, en la tele, en la prensa, en la cátedra y supóngase que dejara de cobrar en dinero y especie. Sin sueldo y sin techo, el sabio comenzaría velozmente a deteriorarse y a adquirir invisibilidad. Al poco de iniciar el experimento, al sabio no lo conocerían ni sus más allegados y, pronto, nadie lo podría ver. 

Por otra parte, cuando los ricos, de dinero e ingenio, miran a los pobres, ven visiones: “He ahí que Louvois ha muerto, ese gran ministro, ese hombre tan considerable que tenía tan alto puesto, y cuyo yo, como dice Nicole, era tan extenso que era el centro de tantas cosas […] hay que reconocer que tenemos un yo demasiado extenso, en comparación con quien no se sujeta a nada, que es como un pájaro, que no posee más un espacio necesario, y cuyo espíritu debe ser tan libre como su cuerpo.” Madame de Sévigné veía a los pobres como envidiables seres felices a causa su yo reducido.

Otro sabio que observaba con envidia a los pobres fue Séneca. Desde luego, era una envidia desconfiada. Uno de sus pasajes más divertidos es cuando decide viajar como pobre y a la incomodidad rebuscada se le añade el inconveniente vergonzoso de que lo vayan a identificar. En su Consolación a Helvia, hace una de sus reflexiones sobre los pobres donde anticipa con gracia el moi étendu de Sévigné: Aspice quanto maior pars sit pauperum, quos nihilo notabis tristiores sollicitioresque diuitibus: immo nescio an eo laetiores sint quo animus illorum in pauciora distringitur (“Fíjate cuánto mayor es el número de pobres a quienes en nada notarás más tristes y preocupados que a los ricos. Incluso no sé si son más felices a causa de que su espíritu se sujeta a pocas cosas”).

Mi amigo Pablo Acarreta decía que los pobres parecen locos. Y no decía parecemos, por no presumir.

 

 

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31 de octubre de 2011
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La tenia solitaria de la literatura

Mario Vargas Llosa firmando autógrafos en Murcia Mario Vargas Llosa estuvo en Murcia, en la UMU, para cerrar una cátedra dedicada a él, y agitó por completo la apacible tranquilidad de la ciudad (que tiene un premio literario que lleva su nombre, por cierto). Más de 100 personas se quedaron fuera del auditorio, sin poder escucharlo, mientras al interior el entusiasmado Javier Polo (presentador del premio Nobel) se precipitaba: ?perdonen si se me quiebra la voz, pero es que estoy al lado de Dios? ¡Asu Mare! Vargas Llosa dijo lo que siempre dice, desde luego, qué más va a decir, acerca del escritor comprometido y la felicidad del lector, pero la prensa ha resaltado dos ítems sobre todo: ?Desconfío del escritor que está en su escritorio todo el día, yo soy un escritor de la calle? (refiriéndose a su vocación periodística) y que el escritor está  oprimido por un bicho en su estómago ?una solitaria que se devora todo lo que leo y lo que vivo, es una imagen un poco chusca para explicar la entrega total a la literatura? admitió. Me pregunto si en Murcia entendieron qué significa la palabra ?chusca?.  Dice la nota de Julio Albaladejo en La Opinión de Murcia:

Pide perdón Mario Vargas Llosa por la comparación «un poco chusca y fea» cuando asegura que la vocación de escritor es como tener la solitaria, «un bicho en las entrañas» que devora todo. «Es lo único que representa esa idea de entrega total», se justifica. Recordaba ayer el Premio Nobel ante los murcianos que pudieron entrar al Aula CAM ?donde se clausuró el congreso que sobre su obra ha celebrado la UMU? que un amigo que tuvo una tenia le contaba que todo lo que hacía: ir al cine, a un museo, conversar, leer? todo era para la solitaria. «No me olvido ni un segundo del bicho y él se alimenta de todo lo que hago», le decía al escritor, quien tiene «una sensación similar» cuando la obra en la que trabaja empieza a tomar forma: «Todo lo que hago es para ella, hasta lo más tonto se lo traga la historia que estoy creando».Sigue el autor peruano la máxima de Flaubert de que «escribir es una manera de vivir» y se revela metódico y disciplinado. «Mi vida se organiza en torno a la escritura y trabajo todos los días», cuenta, aunque apunta que «es injusto utilizar la palabra trabajo porque es un enorme placer». Y asevera a continuación que «aprender a leer ha sido lo más importante» de su vida. En Cochabamba fue donde aprendió esa «operación mágica» que convertía las letras en imágenes que le hacían vivir mil historias, y recuerda que «leía en estado de trance a Salgari, Verne y Dumas». «Seguramente mi vocación de escritor nació de ese placer formidable, porque mi madre contaba que antes de los diez años ya escribía las continuaciones de los libros o cambiaba el final cuando no me gustaba», rememora el autor, quien dice también estar «marcado profundamente por Neruda». Al autor chileno lo descubrió también de niño, leyendo 20 poemas de amor y una canción desesperada tras ´robárselo´ a su madre: «Me decía que no era un libro para niños y eso despertó una curiosidad voraz. Mi cuerpo de labriego salvaje te socava y hace saltar el hijo del fondo de la tierra? ?recita Vargas Llosa? Ahí pasaba algo raro, yo no lo entendía muy bien, pero la prohibición de mi madre debía de venir por ahí», contaba riendo a un público entregado que fotografiaba y grababa sin descanso al escritor ?con cámaras, móviles y hasta ´tablets´?, cuya conferencia era narrada por más de uno en Facebook en tiempo real.Javier Polo fue el encargado de acompañar al autor de La ciudad de los perros, Conversación en la catedral y La fiesta del chivo en el coloquio que cerró el congreso. «Discúlpenme si se me quiebra la voz, pero es que estoy al lado de Dios», dijo parafraseando a Fernando Trueba. A su lado, el Nobel afirmó que «una vocación no solo es una predisposición, sino también una elección», y recordó que, en su juventud, «no era fácil ´elegirse´ como escritor; no era una actividad alimenticia y no me atrevía a pensar que algún día sería un escritor de verdad, y no uno ´de domingos´». A pesar de su «gran pasión», el autor peruano revela que no le ha gustado nunca «ser solo un escritor». «La calle es lo que me alimenta y por eso sigo haciendo periodismo», explica «el autor más relevante de la lengua española», según lo definió el presidente de la Comunidad, Ramón Luis Valcárcel, quien subrayó en la clausura del simposio ?junto al coordinador, el catedrático Victorino Polo? que «más allá de las modas y las ideologías, Vargas Llosa ha demostrado ser un escritor de pulso firme, imaginación fecunda y lenguaje preciso». El autor, humilde, dice que la suerte siempre le ha acompañado y se mostró ayer «agradecido de todo corazón» a Murcia por el reconocimiento. Y de nuevo aprovechó la oportunidad para reivindicar la literatura, que es ahora «más necesaria que nunca porque nos enseña a dominar un idioma, a pensar, a expresarnos, y estimula nuestra imaginación? Es un buen entrenamiento para ir por la vida de forma creativa». Consciente de que «la felicidad es un estado transitorio» y de que «solo los tontos son felices siempre ?porque se resignan?», el autor vivió ayer uno de esos «instantes que nos desagravian y recompensan»; en una ciudad cuya universidad le nombró Doctor Honoris Causa en 1995, y con la que tiene «muchas deudas». «Cada vez que vengo recibo tanto cariño que me voy abrumado», dijo, y agradeció a la UMU su trabajo para acercar España y Latinoamérica y descubrir a los murcianos «que lo que nos une es mucho más que lo que nos separa»; una relación que ?alerta? «hay que cultivar y renovar constantemente».

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30 de octubre de 2011
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Friedrich Christian Delius, premio Georg Büchner

El premio más prestigioso de Alemania fue a dar a manos de Friedrich Christian Delius. Un escritor comprometido. Me gustaría leer su novela sobre el Mundial del 54. Dice la nota:

El escritor Friedrich Christian Delius, de 68 años, fue galardonado hoy con el Premio Georg-Büchner, la distinción literaria de mayor prestigio en Alemania, que otorga la Academia de Lengua y Literatura desde hace 60 años y está dotado con 50.000 euros.En su fundamentación, el jurado calificó al autor de ?El paseo de Rostock a Siracusa? de ?observador crítico, ingenioso e inventivo que sondea en sus novelas y relatos las dimensiones históricas profundas de nuestro presente?, según informó DPA.Delius es autor desde hace 40 años de una vasta obra en la que narra la historia de Alemania desde los antecedentes de la era nazi, pasando por la división del país hasta la actualidad.Conocido como FC Delius, el escritor ahondó en temas como la Alemania durante el terrorismo de izquierda o el mito de la victoria alemana en el Mundial de fútbol de 1954.En su discurso de agradecimiento, Delius aludió a temas de actualidad y cosechó grandes aplausos al llamar la atención sobre la indiferencia de los alemanes ?cuando se trata de destruir la democracia delante de nuestras puertas, en Hungría e Italia?.El galardonado nació el 13 de febrero de 1943 en Roma, pero creció en el estado de Hesse y reparte hoy su vida entre Roma y Berlín.El Premio Büchner ha sido otorgado a grandes autores de la literatura de habla alemana como el suizo Friedrich Dürrenmatt, y los Nobeles Heinrich Böll, Günter Grass y Elfriede Jelinek.

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30 de octubre de 2011
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Europa, esa desconocida

La amenaza es de destrucción, declinada en todas sus variantes. Y a cámara lenta, por cierto: a la crisis de nunca acabar se suma la lentitud exasperante con que se van trenzando los debates y desgranando las decisiones. Empezó con ?Si cae el euro, cae Europa? y ahora estamos incluso en ?Si cae el euro cae Alemania?. En el último episodio los conservadores británicos han llegado a tomárselo en serio: ¡Qué caiga! El euro, Europa, todo junto.

La realidad, en cambio, lleva desmintiendo tales amenazas. Todo va virando al sepia años treinta, cuando aquella Gran Crisis que terminó tan mal, pero ya se ve que el euro aguanta. No aguantan los Estados de bienestar. No aguanta el empleo. Ni las empresas. Menos aún la paciencia de los sufridos ciudadanos, que se indignan por un lado y votan a la oposición por el otro. Pero el euro y la Unión Europa sí aguantan. No hay destrucción, sino cambio. Cuando termine, todo será distinto. Y no solo serán distintos el euro y la Unión Europea, sino todos sus socios, las relaciones de poder entre ellos y la influencia y papel de los europeos en el mundo. Hace algo más de un año había dudas sobre si el FMI debía acudir al rescate de Grecia o era tarea exclusiva de los europeos. Ahora ya se trata de pedir a China que haga su aportación a la financiación de los rescates. Entonces todavía se hablaba de un directorio de los países más ricos que marcaba el paso a los periféricos, pero al poco quedó reducido a dos, Sarkozy y Merkel, y ahora a uno solo, la canciller, que discute y vota en su parlamento por la mañana lo que obligará a aceptar a los 17 socios del euro por la tarde. Las instituciones europeas han quedado profundamente modificadas por toda esta tormenta. Desde que entró en vigor el Tratado de Lisboa, a finales de 2009, hasta ahora, han crecido más las estructuras de gobierno del euro que en sus diez años anteriores: Autoridad Bancaria Europea, presidencia de la Cumbre del euro, Junta Europea de Riesgo Sistémico? Las recién creadas ?presidente del Consejo Europeo, alto representante de Política exterior?, y las que ya había ?la Comisión?, no han terminado de encontrar su papel. Y no sabemos en qué terminará y cómo se gobernará el invento: si habrá algo parecido a un Tesoro o a un alto representante del Euro. También están cambiando los países. La crisis coloca a cada uno en su sitio. El peso del tribunal constitucional, parlamento y cancillería alemanes supera al de sus homólogos de cualquier otro país, incluidos sus correspondientes de la UE, que apenas tienen vela en este entierro. La presidencia francesa, excepcional en sus poderes inventados por De Gaulle, puede morir en el intento. La del Consejo de Ministros italiana ya lo ha hecho. Con el resto, España incluida, no hay problema: a obedecer y callar. Cuando termine todo, habrá que hablar de nuevo de democracia.

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30 de octubre de 2011
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Intelectualidad abertzale: resumen de fuentes

 

La autoagresión, uno de los cultos más antiguos y persistentes, pervive hoy en incontables manifestaciones saludables y modélicas. Puede que esa perversión irreductible no solo esté en el software de la especie, sino que también sea justo lo que la convirtió en especie. De ahí la antiquísima explicación poética que habla de aplacar divinidades vengativas, y la fe terca y lamentable en la utilidad del dolor como ofrenda de resarcimiento. 

Juvenal (XII, 81-82: Tunc, stagnante sinu, gaudent ibi vertice raso / Garrula securi narrare pericula nautae) habla de los marineros que después de haberse rapado el pelo, como solía hacerse de puro pánico ante un temporal para calmar a las divinidades enfurecidas, se recrean narrando con garrulería desbocada los peligros pasados, cuando ya están en la dársena más interior y abrigada del puerto. Narrar con garrulería también quiere decir mintiendo a todo meter. 

El poeta celebra el regreso de su amigo Catulo, que lo tiró todo y hasta abatió a hachazos el palo mayor del barco, y recomienda llevar consigo hachas para empuñar en hora de tormenta y, si fuera preciso, mutilar el propio barco.

Aquí, cuando se dice que ya ha pasado lo peor de la tormenta etnócrata y asesina, se nos ofrece un edificante tema de meditación contemplando los cogotes pelados de los supervivientes y escuchando su verba de pretensión feliz, pero todavía por el hielo atada. Cuánta narración sin explotar yace en el testimonio mudo de las conductas reconvertidas para sobrevivir, desde el campeón deportivo al gran escritor, y también en el etnócrata correcto que nunca temió porque tormenteaba para los demás, y en los incontables que se hicieron un nuevo look con tal naturalidad temerosa y rebañiega que ni lo recuerdan. Y ahora que aún se perciben bien los rastros de la intimidación en todas las caras, se puede echar la vista atrás y ver en qué escasez intelectual ha medrado la etnocracia de matones. 

El primer manifiesto proviolencia racista vasca se publicó en febrero de 1953. Se titulaba Euskaldun gudu-zalduntza baten beharrkiaz (“De la necesidad de una aristocracia guerrera vasca”) y lo firmaba Jon Mirande. “Las democracias han ganado la guerra, pero los vascos que lucharon a su lado y pusieron su esperanza en ellas no son más libres por eso […] bajo el dominio de un Estado que dice ser garante de la libertad y que en todas las cumbres internacionales condena el asesinato racial, mientras su política va liquidando las culturas de todas las razas blancas, negras y amarillas de las que se adueña”. Tras explicar que los vascos maravillosos de la antigüedad tardía y el primer medioevo obedecían a líderes guerreros germánicos que fueron el fermento de la bendita guerra racial y recordar que sin aquella aristocracia guerrera germánica no habría pueblo vasco, concluía: “La historia de nuestro pueblo, y la de los demás, prueba que la fuerza siempre ha convertido el rebaño humano amorfo en sociedad organizada mediante la violencia. Eso es justo, porque la violencia es patrimonio del más fuerte. De modo que, teniendo en cuenta la actual situación crítica de Euskalherria, es evidente que nos hallamos en la necesidad de una aristocracia guerrera semejante. Nuestra calidad de pueblo va a morir, y no de la muerte honorable del guerrero, sino de la muerte por degeneración racial, y no hay cosa más vergonzosa. Hemos perdido la libertad y los extranjeros gozan de la riqueza de nuestra labor. Pero, lo que es más, la integridad de nuestra etnia se está perdiendo a causa de la emigración de nuestros elementos vascos puros y su sustitución por elementos de otra raza poco beneficiosa para nosotros. Los matrimonios con extranjeros nos presentan el problema de los mestizos que alguna vez habremos de resolver , pero ¿cómo? (no digo que todos los matrimonios con extranjeros sean perjudiciales: algunos cruces de sangre nos pueden aportar algo bueno y los necesitamos; los que desestimo son aquellos que se hacen sin tener en cuenta la raza de los contrayentes). Esa degeneración racial de los vascos deriva sin duda de la situación política (aunque también del complejo de inferioridad que afecta a la mayoría de los vascos) y es lícito buscar un remedio político en su contra. […] Es evidente que los abertzales no han podido ofrecer a los vascos, sobre todo a los jóvenes, una meta lo bastante elevada […] No sirve pedir lo que nos corresponde en justicia: para conseguir algo, tenemos que pedir más de los que nos corresponde, teniendo como tenemos mejores argumentos que los legales, quiero decir, argumentos de fuerza. Creo que uno de los medios más adecuados para dar a los vascos el complejo de superioridad racial y el idela de fuerza que precisan es la creación de una nueva aristocracia guerrera. De paso, esa aristocracia tendría el cargo de velar por la pureza de sangre de los vascos y para eso quizá nos conviniera usar blasones y otros emblemas heráldicos.”

Mirande fue también el inventor de la prosa moderna vasca y el introductor del género literario que él llamaba paidophilia erotica, y en el que hizo la concesión de sustituir a su verdadero objeto amado, que era un niño vasco puro, por una niña de lechosidad céltica. Federico Krutwig lo conoció en París y, seducido por su ideal etnocrático, escribió en 1964 un Manifiesto Etnocrático, que Mirande rechazó por estar saturado de logomaquia marxista y porque “Nos parece insensato que un líder, por dotado y meritorio que sea, que se reclama de la etnia europea más antigua, anterior incluso a la llegada de los conquistadores arios, no tenga en definitiva la mínima gota de sangre vasca en las venas. Y, bien pensado, su herencia familiar lo vincula con cierta raíz étnica totalmente ajena al Volkstum europeo occidental. En consecuencia nos parece del todo abusivo que dicho camarada, no contento con militar, por su conocimiento de la lengua euskariana, en las filas de esta antigua etnia, ahora desee encabezarla, e incluso, so pretexto de una “manifiesto etnocrático”, elevarse descaradamente a la dirección del conjunto de etnias más representativas de Occidente, las únicas que han permanecido, en medio de la degeneración moderna, cercanas al ideal natural del Urvolk. […] Desde todo punto de vista, es lástima que nuestro amigo no haya aplicado su talento “dialéctico”, que es grande, a pueblos menos caracterizados que las etnias extremo-occidentales en cuestión (vascos, bretones, frisones, sardos) y no se haya dirigido, por ejemplo, a los camaradas anarco-sindicalistas de Barcelona, o a los neocastristas de Caracas o Tehuantepec… O, aún mejor, que no haya pensado en beneficiar de su savoir-faire a los irredentistas de Richon le Sion, ni los kibboutznikim del Negev. […] No se puede negar en definitiva que el libro Vasconia, hábilmente presentado y bien editado, haya carecido de un efecto a veces saludable en los soñolientos de la causa “euskadiana”, demasiado ligados a las formas legales de la democracia capitalista. Pero de ahí a pasar pura y simplemente bajo las horcas caudinas de la ideología marxista, hay un mundo… Non possumus.”

Y no hay mucho más, en la logorrea de Vasconia mamaron, casi siempre de segunda boca, las neuronas acubilladas bajo la boina, y de ahí vienen estos pelos que traemos y estas razones cobardes que nos gobiernan.

 

 

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30 de octubre de 2011
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