Lluís Bassets
Tres son los requisitos que debe cumplir un cambio como este. Debe abrir las puertas a la libertad de los ciudadanos. Todos los ciudadanos deben acceder a la igualdad ante la ley. Difícilmente se puede hacer sin un sentido de respeto y de fraternidad mutua que vincula a unos ciudadanos con otros.
No hay libertad más difícil y sensible que la de expresión. La prueba de que el cambio ha alcanzado sus objetivos es que todos puedan expresar sus opiniones libremente y que nadie utilice excusas ideológicas o religiosas para exigir el regreso de la censura.
La igualdad ante la ley afecta ante todo a los poderosos, que siempre consiguen ser más iguales que otros. Pero la piedra de toque la proporcionan las mujeres. Allí donde han conseguido la igualdad después de que se abrieran las puertas a la libertad, cabe pensar que el cambio prometido ya se ha alcanzado.
La fraternidad entre ciudadanos libres e iguales se basa en el respeto a lo que son y lo que piensan unos y otros, lo que sienten y lo que creen otros y unos. La mayor prueba de fraternidad la proporcionan cuando los creyentes de una religión están dispuestos a defender y sacrificarse por los creyentes de otra que son atacados en sus derechos o en sus vidas.
Donde haya medios de comunicación libres, mujeres en pie de igualdad con los hombres y creyentes e increyentes respetuosos y fraternales unos con otros, se habrá alcanzado el ideal de la ciudadanía por el que tantos combaten.
Los jóvenes de la plaza de Tahrir y de la avenida Habib Bourguiba querían la libertad, la igualdad y la fraternidad. Son las tres pruebas de la revolución árabe, ahora bajo amenaza. No las podrá pasar un régimen que no asegure previamente la división de poderes, la primacía del poder civil sobre el militar y la plena separación entre los poderes religiosos y los poderes del Estado.