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Filosofía y derechos humanos

La  Organización de las Naciones Unidas para la Educación invitó el pasado 17 de noviembre  el día mundial de la filosofía. Con tal motivo me pareció útil recordar en un artículo del diario "El Pais",  el artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos en el cual se precisa  que "la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad"

Lo difícil de todas las proclamas cargadas de buenas intenciones es que se den las condiciones sociales de su cumplimiento. Baste mencionar el articulado de la Constitución Española según el cual todo ciudadano tiene derecho a una vivienda digna. Sin embargo tratándose del evocado derecho universal  se da el problema añadido de que ni siquiera se toma realmente en serio lo que implica una educación integral, una educación que garantice el desarrollo efectivo de la personalidad.

 Pues bien, nada más adecuado al respecto que recordar  la tesis platónica según la cual la educación no ha de sustituirse a las capacidades innatas sino fertilizarlas, ayudar  a que  se desplieguen  las facultades intelectivas y creativas que caracterizan al ser humano entre las demás especies animales. Sin duda no todo ser humano puede consagrar su vida a la investigación científica o a la tarea artística, pero sin embargo todos y cada uno de los humanos se halla concernido por ellas, y tiene derecho a que se le ayude a reconocer que efectivamente es así, que lo que se dirime en estas tareas del espíritu  también es cosa suya.  Entre otras cosas, misión de la filosofía es recordar este derecho.

El motor de la filosofía no es tanto explorar desconocidos rasgos del mundo como restaurar una actitud ante aspectos (del entorno o de nosotros mismos) que eventualmente pueden ser ya conocidos, pero que no por ello dejan de ser sorprendentes.  Para un investigador en física  los principios del formalismo cuántico pueden constituir algo sabido, pero el simple ciudadano al que se ha dicho que en tales principios  se pone  en tela de juicio la idea que nos hacemos del mundo, tiene todo el derecho a exigir una educación general que no los obvie, que le haga partícipe de lo que en ellos se juega.  

Afirmar la universalidad de la disposición filosófica  implica que las interrogaciones fundamentales, que tantos por circunstancias sociales se han  visto forzados a repudiar de sus vidas,  están al alcance de toda persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno. No se exige de entrada ser una persona culta y menos aun una persona eruditaLa filosofía tiene sus  problemas específicos, archivados en los grandes textos de  su historia, pero tales problemas son el resultado de que el ser humano  ha experimentado siempre una suerte de estupor ante la naturaleza y ante su propia existencia, estupor que le lleva a interrogarse, traduciendo sus vacilaciones y respuestas en conceptos y símbolos. 

Pues,  al igual que Descartes,  Kant,  Heisenberg o Einstein ¿quien no se ha preguntado alguna vez si hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras su eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, los cuales en apariencia  tienen una percepción de tal realidad coincidente con la suya? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas  y han sido esgrimidos como armas por algunos de los eruditos más importantes. Pero la pregunta sigue siendo elemental y toda persona  es susceptible de sentirse interpelada por la misma,  hasta el punto quizás de que, si su vida material  se lo permitiera, acuciada por tal interrogación, empezaría a dotarse de los elementos de información precisos para abordarla.  Cosa que  ya ha hecho alguna vez, al menos en una etapa tan ingenua como luminosa en la que la vida no estaba extraviada entre querellas evitables y expectativas ilusorias.

Es un desprecio a los ciudadanos considerar  la vida del espíritu como cosa de minorías exquisitas y designar para el común la alternancia entre un trabajo puramente mecánico (cuando lo hay) y un ocio estéril. Obviamente asunto tiene  implicaciones políticas y por eso el mero hecho de reivindicar una educación que empuje a una actitud filosófica es ya  una cuestión de compromiso. Cuando hace unos meses un importante Consejero de  gobierno autonómico   promulgaba una educación superior pública adaptada al mercado,  explicitando que el propenso al estudio de la cultura griega habría de "pagarse el lujo",  no sólo estaba despreciando a Eurípides y Aristóteles, sino también a Euclides, es decir, la matriz de nuestra cultura. Curioso contraste con la actitud que pude percibir recientemente en Brasil, país en el que  se piensa como comprador potencial de deuda y refugio para diplomados víctimas del desempleo en la Europa meridional, pero en el que un congreso dedicado a la recepción de la cultura helena reunía a 900 universitarios de todo el país. Brasil con  la cuna de la filosofía, cabría decir, en un momento en que Grecia sólo es evocada para repudiar su pretendida falta de rigor en la aplicación de los dictados del poder de las finanzas. 

Por cierto que en un paseo junto   cercano al barrio cariota de Catete, se  despliegan a intervalos,  en paneles fijos, los artículos fundamentales de la declaración de derechos humanos,  incluido el referente a la educación al que arriba aludo. Desgraciadamente en Brasil tampoco se cumpla tal articulado. La misma ciudad de Río no sólo mantiene bolsas gigantescas de indigencia material, y con ello inevitablemente espiritual, sino que se halla amenazada por el espejismo -vinculado a acontecimientos deportivos- que convirtió en su día a Barcelona en uno de los faros mundiales de la especulación,  pero     el mero hecho de que  se recuerde en una vía pública incita quizás a la resistencia, resistencia a un mundo que esclaviza,  empantana en problemas sin sentido (agigantando por ejemplo lo aleatorio de un resultado deportivo) y excluye de nuestras vidas las interrogaciones esenciales.

Lo democrático de la filosofía reside la tesis, enunciada por Aristóteles, de que todos podemos instalarnos en la actitud interrogativa, a poco que nos liberemos de las barreras sociales que lo dificultan y que impiden realizar nuestra naturaleza de seres tallados por la razón y el lenguaje.

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6 de diciembre de 2011
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Desgracia y muerte de Pilar Donoso

 

El único diario personal que vale la pena creer es el que ha sido escrito para no ser publicado. Los dietarios, las memorias, las confesiones que vemos anunciadas como la obra de un autor decidido a compartir su intimidad pueden ser excelentes piezas literarias pero por lo general tan sólo prolongan el simulacro narrativo de una invención. En lugar de elaborar ficciones con argumentos imaginarios, el dietarista deja por un momento de escribir novelas y se encubre bajo una máscara que siempre tiene algo de noble y elegante. Es la moderna ficción del yo que tantas identidades ha salvado en este mundo voraz y descreído.

El dietario verdaderamente personal, íntimo, discreto, es el que escribe un autor para saber de sí mismo, para explorar los confines de una personalidad desconocida. No hay afán artístico en un ejercicio de escritura concebido como cirugía, como inquisitiva búsqueda de lo más extraño que hay en uno mismo.

Un texto elaborado en estas condiciones de ocultamiento nunca se envía al editor y no tiene por qué ser virtuoso ni loable. Al contrario. Siendo el lugar de la confrontación de un hombre con sus miedos, miserias y fantasmas, odios y avaricias, el dietario suele mostrarnos el lado oscuro y tenebroso del autor. Esta confesión suele ser compatible con sus logros sociales, el atractivo de su figura y la reputación de su nombre, pero precisamente por eso es perturbadora.

José Donoso escribió durante décadas uno de estos dietarios verdaderos, sin censurarse los sentimientos que brotaban de su mente convulsa, desconfiada, recalcitrante y hostil. La más ruda sinceridad rige esta conversación y nada parece deslizarse para consolar o mejorar la idea que Donoso tiene de sí mismo. Los juicios que profiere no son agradables y son muchos los personajes citados (empezando por su esposa y su hija Pilar) que se descubrirán con decepción en la memoria del que trataron como familiar, amigo o colega.

Un par de años antes de abandonar para siempre la redacción de estos voluminosos cuadernos de bitácora -que relatan el viaje de un espíritu al fondo de los infiernos-, Donoso imagina el argumento para una novela que nunca escribió: un escritor lega sus diarios a la universidad y fallece, la hija los recupera, los lee, e incapaz de soportar lo que su padre pensaba de ella, se suicida.

Pilar Donoso, la hija adoptiva de José Donoso, leyó, efectivamente, los diarios de su padre y redactó un libro para exorcizar los demonios de odio y rencor que la torturaban. Creyó que sólo podría liberarse de la descarnada brutalidad del padre, de sus escalofriantes confidencias, si compartía con el mundo su turbación.

Dijo Pilar Donoso en el prólogo a "Correr el tupido velo" (podría haberlo titulado "Descorrer el tupido velo") que no se había cumplido la profecía de su padre: "al parecer he logrado zafarme del fatal destino que él me asignó en su diario del 23 de abril de 1993. Aunque nadie sabe si uno es realmente un personaje y ese designio es insalvable".

A Pilar Donoso la encontraron muerta en su apartamento de Santiago de Chile hace dos semanas. Tenía cuarenta y cuatro años. Después de haber publicado el libro, Pilar se separó de su marido y sus tres hijas. La prensa dice que fue una de ellas la que encontró el cadáver de la madre. Pero el diario La Segunda cuenta que fue su tía Luz Larraín, "hermana de Lucha, su suegra", la que entró en la casa, pues era la única que tenía las llaves. "Estuve por lo menos una hora y media sola, sentada en el apartamento", le dice Luz Larraín al periodista.

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5 de diciembre de 2011
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Autómatas

Desde niño me han fascinado los autómatas, esos parientes lejanos de los robots. El autómata de Hugo, la nueva película de Scorsese, es un muñeco de bronce, menor en tamaño a un ser humano promedio. Es una de las pocas cosas cosas que a Hugo, el niño huérfano, le quedan de su padre, y por ello hace todo por repararlo; cree que en el autómata se cifra un mensaje de su padre. En uno de los momentos más inquietantes de la película, Hugo tiene un sueño en el que se ve a sí mismo como un máquina, un autómata con un mecanismo de relojería en el lugar del corazón; el autómata es lo uncanny, aquello que se parece tanto a nosotros que se convierte en algo que produce temor (Freud desarrolló su teoría de lo uncanny a partir de "El hombre de arena", un relato gótico de Hoffmann que trata del amor de Nathanael por Olimpia, de la que él no sabe que es una autómata).

Hugo me hizo pensar en Eduardo Holmberg, un escritor argentino precursor de la ciencia ficción en el continente y autor de uno de los primeros cuentos latinoamericanos que giran en torno a la figura del autómata (no es que haya muchos). Nacido en 1852, publicó "Horacio Kalibang o los autómatas" en 1879. Cuando Horacio Kalibang aparece por primera vez en el relato, su rostro es descrito como si acabara de "salir del molde de una fábrica de caretas... Sus pupilas no se alteraban como el punto de mira; eran como la de esos retratos que fijan al frente y que tanto pavor causan a los niños que por primera vez los observan". Aparte de ese rostro de espanto, el personaje tiene la peculiaridad de desafiar las leyes físicas: carece de centro de gravedad, por lo que su cuerpo puede inclinarse sin problemas mientras camina. Todo es extraño, pero su parecido a un ser humano es tan sorprendente -tan uncanny-- que nadie sospecha que es un autómata fabricado por el constructor Oscar Baum. Holmberg, sin embargo, no es un escritor sutil, por lo que desde el principio sabemos que el cuento se dirige hacia el descubrimiento de la verdadera identidad de Kalibang. En una escena brillante en un salón poblado de autómatas, estos se ponen a hacer cuadros de todo tipo, imitando batallas, bailes, escenas amorosas, etc.

Hay sugerencias interesantes en el cuento de Holmberg. Por un lado estos simulacros han alcanzado un grado de perfección tal que andan por todas partes reemplazando al hombre ("Tengo el mundo en mis manos", dice Baum, "porque lo manejo con mis autómatas"). Esto suena mucho a Philip Dick, aunque los autómatas de Holmberg todavía no son capaces de pasar la prueba moral (si un guerrero huye o un patriota engaña, son pruebas contundentes de que se está lidiando con son autómatas). Por otro lado, en el positivismo furioso de la época, el hombre también llega a ser entendido como una máquina: "¿Qué es el cerebro, sino una máquina, cuyos exquisitos resortes se mueven en virtud de impulsos mil y mil veces transformados? ¿Qué es el alma sino el conjunto de esas funciones mecánicas?" El problema no es que el el autómata se parezca al hombre, sino que el hombre se parezca al autómata.  

En la película de Scorsese, el autómata vuelve a funcionar y escribe y dibuja mensajes (la clara inspiración es Pierre Jacquet-Droz, que a principios del siglo XVIII creó autómatas de más de seis mil piezas, capaces, entre otras cosas, de dibujar y escribir en inglés y francés y mover los ojos). Hay en Hugo una visión benigna de la tecnología, que permite la comunicación entre los hombres, el desarrollo de la creatividad y la magia. Los hombres no son máquinas; son mejores gracias a ellas. Homberg podía pensar de igual manera y era capaz de imaginar a un autómata amable, al servicio del hombre ("esa máquina  humana les enseñará... lo que deban aprender... Aunque con forma de hombre, es un libro"). Sin embargo, su cuento también pertenece a la familia de esas distopías del siglo XX que insinuaron que gracias a la tecnología algún día sería posible la peligrosa confusión entre el hombre y la máquina ("si son ellos los autómatas o si lo somos nosotros, no lo sé"), y que eso podría producir resultados nefastos. Ese "algún día" está cada vez más cerca.

(La Tercera, 3 de diciembre 2011)

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5 de diciembre de 2011
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El viaje de Mastorna

En 1965 tuvo lugar un sincero pero fallido intento de colaboración entre Dino Buzzati y Federico Fellini.  Pese a la fama universal que le había valido su novela El desierto de los tártaros (1940), el primero continuaba siendo un hombre huraño y extrañamente reacio a ser considerado un escritor. “Sólo cuento historias”, solía decir. Una de ellas, El extraño viaje de Domenico Nolo, era la que había atraído la atención de Fellini y la causa del fallido intento de colaboración.

 

Pero se trataba de un proyecto maldito y desde el primer momento dio lugar a situaciones imposibles. Aunque visualmente los universos de Buzzati y Fellini sean opuestos, hay una extraña lógica en el planteamiento vital de ambos: para los dos, el mundo es un extravagante lugar regido por una misteriosa ley universal que puedes cuestionar e investigar, y que permite incluso intuir sus mecanismos, pero da lo mismo porque la suerte está echada y el desenlace final se escapa a todo intento de  control”. Sin embargo, y pese a la coincidencia de fondo, la concreción de las peripecias de Domenico Nolo, al que Fellini le cambió el nombre por el de Guido Mastorna, se revelaron imposibles de compaginar y el novelista se retiró.

También hubo una extraña interrupción de la colaboración con Tullio Pinelli, el compinche con el que Fellini había urdido todas sus películas, desde ”I Vitelloni" (1953) hasta “Giulietta de los espíritus”, de ese mismo año 1965. Por alguna razón no bien explicada, tan fructífera colaboración se interrumpió para siempre. Fellini mientras tanto estaba tan  lanzado con el proyecto que embarcó a Dino de Laurentis para que construyese todos los escenarios donde tendrían lugar las diferentes secuencias de la película para la que llegó a estar  contratado Marcelo Mastroianni. Para dar una idea de a qué nivel iban los dos, en algún estudio de Cinecittá ha persistido una piscina repleta de aviones hundidos, uno de los cuales lleva el nombre de “Mastorna”.

Por eso, cuando por alguna otra razón tampoco bien explicada (la leyenda más repetida asegura que una vidente vaticinó a Fellini que moriría si pretendía realizar la película) el cineasta se negó a culminar el proyecto De Laurentis se lo tomó muy a mal y a resultas del juicio subsiguiente Fellini vio embargados todos sus bienes. Años más tarde el dibujante Milo Manara hizo una versión en cómic que está muy bien en sí misma y tuvo mucho éxito, pero que apenas si tiene nada que ver con la idea original porque las muy eróticas y estilizadas figuras femeninas del dibujante son lo más opuesto que se puede imaginar a esas mujeres desbordantes de carnes y deseos que tanto gustaban a Fellini.

Ahora Backlist reedita el guión de esa película maldita, ligeramente reelaborado para que se pueda leer como una novela. Y es “un fellini” en estado puro. Una vorágine de procesiones de  obispos encabezadas por el papa, saltimbanquis, forzudos, mujeronas inmensas y demás personajes habituales encadenando escenas en las que todo lo que se dice en ellas es de inmediato negado por la “realidad “ posterior. “Volábamos sobre los Alpes”, dice uno de los pasajeros del avión de la secuencia inicial. “Pero hemos aterrizado ante la catedral de Colonia”, dice otro. “¿No íbamos a Florencia?”, remata un tercero. La vida, la muerte, el deseo, el sueño y la obsesión por el destino se entrecruzan en un lenguaje cinematográfico que recuerda mucho a lo que Fellini hizo después en “8 y medio”.  Y el texto está  entreverado de frases en las que resuena una extraña sinceridad: “La verdad es una aprehensión directa: no se llega a ella subiendo por una escalera de conceptos mentales”, dice uno de los muchos alter egos del narrador. El mismo que poco antes, hablando de su ex mujer, ha dicho  con irreverente respeto:  “ Una mujer excelente, pobrecilla, sigue dando clases de Historia de las  Religiones, pero en la cama, me cago en la leche, era como el Mesías, nunca llegaba”.

Que, después de tantas pistas falsas  y situaciones imposibles (por ejemplo el avión en el que escapa, atado con alambres y conducido por una niñita china) el bueno de Guido Manara culmine su destino y termine donde debía y haciendo lo que se disponía a hacer es uno más de los muchos guiños con los que Fellini, un maestro de las situaciones desesperadas, dirige al lector para tranquilizarlo. No es más que un cuento, parece decir el bueno de Federico.

 

El viaje de Mastorna

Federico Fellini

Backlist

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5 de diciembre de 2011
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Voces europeas

De las palabras a los hechos. De los discursos de la pasada semana a los hechos de la semana que hoy empieza. En los últimos siete días hemos escuchado varias voces destacadas: el viernes, las de la canciller Angela Merkel en una sesión de explicación sobre la próxima Cumbre Europea en el Bundestag y del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en su primera comparecencia ante el plenario del Parlamento Europeo; el jueves la de Nicolas Sarkozy en un mitin ante 5.000 militantes y simpatizantes en Toulon; y el lunes la de Radoslaw Sikorski en una conferencia organizada por el diario Die Welt y el think tank Deutschen Gesellschaft für Auswärtige Politik (DGAP) con motivo del final de la presidencia polaca de la UE. A partir de hoy, además de las voces, empezaremos a encontrarnos ya con las propuestas, que culminarán, esperemos, en la Cumbre de los días 8 y 9.

Merkel explicó las líneas generales y objetivos de la propuesta que discutirá hoy con Sarkozy en París y llevará luego a la Cumbre. Se trata de reformar los tratados europeos para avanzar en la unión fiscal dentro del marco institucional de la UE, es decir, bajo control de la Comisión y jurisdicción del Tribunal de Luxemburgo. La dureza de su mensaje es bien clara: primero, las normas están para cumplirse; segundo, el cumplimiento debe ser controlado estrechamente; y tercero, quien no cumpla debe ser sancionado. Merkel descarta totalmente los eurobonos que casi todos los otros socios defienden y lo hace por varias razones: cree que más deuda no va a solucionar un problema de endeudamiento; que tampoco resuelve el problema de falta de competitividad de las economías meridionales; y que manda una pésima señal a los malgastadores de que alguien se hará cargo del gasto. Destaca el énfasis de Merkel en la independencia de los tribunales y del Banco Central Europeo, algo que va más allá de la crítica al manoseo que suelen sufrir este tipo de instituciones en boca de muchos políticos. Aseguró en su discurso que nada dirá ni censurará de estas instituciones y mucho menos sobre qué tienen que hacer, porque está en juego no tan solo su credibilidad sino también el funcionamiento entero del sistema. La UE es una unión de derecho y si el actual funcionamiento de las instituciones es imperfecto lo que hay que hacer es cambiarlo y mejorarlo pero no criticarlo desde los gobiernos. Hay un problema en la actitud de Merkel ante esta larga crisis, que ya ha producido enormes desperfectos con Grecia: su lentitud de reacción, su incapacidad para combinar la actuación urgente a corto plazo con las reformas a largo plazo de la UE. Sikorski casi dio con todos los argumentos en dirección contraria. Alemania es el primer beneficiario del euro tal como funciona ahora y no es ?una víctima inocente del despilfarro de los otros?: también rompió el pacto de estabilidad y sus bancos se cargaron de bonos de riesgo, mientras que ahora sus inversores pueden endeudarse a bajo coste después de vender los bonos de los países más expuestos. Advirtió del riesgo de una implosión de las economías vecinas que también afectaría a Alemania y señaló, con gran tino, que ?a pesar de su comprensible aversión hacia la inflación, el peligro de colapso es ahora una amenaza mucho mayor?. Apeló, finalmente, a la responsabilidad alemana, que considera ?especial?, pues están en juego, literalmente, ?la paz y de la democracia del continente?. Los discursos de la pasada semana se hallan en resonancia entre sí. Draghi manifestó su confianza en que ?el nuevo marco de vigilancia (presupuestaria y financiera) restaurará la confianza con el tiempo?, pero a la vez pidió ?una señal creíble?, que ?servirá para dar una seguridad definitiva en el corto plazo?. Merkel, en cambio, rechazó la posibilidad de que cupiera esperar un Big Bang, porque se trata de un proceso largo, comparable a correr una maratón, en la que alcanzar una gran velocidad al principio no garantiza que se llegue a la meta. Sikorski defendió dos valores complementarios como la responsabilidad y la solidaridad: ?Nuestra responsabilidad en las decisiones y procesos, y nuestra solidaridad a la hora de compartir las cargas?, frase de la que se hizo eco cinco días después la señora Merkel: ?No hay solidaridad europea sin responsabilidad nacional?. También resuenan, aunque de forma especial, las voces de Sarkozy y Merkel. La primera, en eco ampuloso de la segunda. Después de refundar el capitalismo ahora vamos a por la refundación de Europa. Da toda al impresión de que el presidente francés está preparando a sus electores para que encajen lo que será finalmente una aceptación casi íntegra del proyecto alemán. Algo que le va a doler por dos flancos sensibles: por un lado, el del Estado colbertista francés, acostumbrado a los déficits perpetuos, de tan buen rendimiento electoral; por el otro, el del soberanismo de matriz gaullista, que necesariamente debe resistirse a una entrega de poder fiscal a Bruselas y a sus instituciones y preferiría compartirlas ?a dos? con Alemania en un directorio europeo. Merkel destacó por su vestido negro y su sobriedad expresiva de Señora No: no a los eurobonos, no a un BCE que sea prestador de último recurso, no a la compra masiva de deuda soberana. Draghi, por su elegante rechazo de la propiedad conmutativa en la salida de la crisis; el orden de los factores sí altera en este caso el producto: primero el Pacto o Unión Fiscal y luego ya llegará la actuación del BCE. Sarkozy destacó por lo que destaca siempre: no puede salirse del papel que la vida política le ha asignado en este guión. No habló de Europa, sino de sí mismo, el presidente que dice siempre la verdad, que todo lo sabía y que siempre acierta. Y no propuso un plan para salir de esta (eso quien lo hace es Merkel) sino un plan para ganar la elección presidencial toreando el lío europeo en el que está metido. Sikorski fue entre todos los gobernantes el más agudo y certero de la semana, porque les dijo a los alemanes lo que nunca habían oído de boca de un polaco: que la principal amenaza para Polonia ya no eran ellos sino un colapso de la eurozona y que un polaco como él empezaba a temer ?menos el poder de Alemania que la inacción de Alemania?. ?Ustedes son la nación europea indispensable?, aseguró en su conferencia berlinesa. Estas cuatro voces contrastan con el silencio oficial español, del gobierno que se va y del gobierno que va a entrar, del presidente saliente y del presidente silente. En mitad de la niebla que ha caído con el traspaso de poderes la única voz que se oye, ayer domingo en EL PAIS, es la de Javier Solana, imagen todavía de la UE a ojos de mucho aunque no tenga cargo alguno, y su advertencia a Rajoy para que se ponga ?las pilas a la velocidad de la luz?. Una vez pasadas las elecciones, derrotado el PSOE y con Zapatero de despedida, ya se puede decir con claridad, como hace Solana, que a diferencia de la crisis anterior ?muchos de nuestros problemas están en Europa? y que por ello es indispensable ?encontrar los consensos nacionales? y ?volver a tener iniciativa en Europa?, algo para lo que se necesitan ?contactos y amigos?, contar con ?una buena red?, y sobre todo que ?España no puede limitarse a quedarse como observador?. Que no le tomen mal los nuevos, pero ahí está la clave del asunto. Con tan espeso silencio, la sospecha es que nadie ha hecho los deberes en cuanto a contactos, conversaciones y mensajes. Nada más que decir: que los hagan esta semana aunque sea a toda prisa y que los hagan bien. Por ejemplo, como los amigos polacos, los más lúcidos europeístas en esta época de ofuscación antieuropea. (Una voz aparte, sabia y escuchada, es la de Helmut Schmidt, el Viejo Canciller, que también habló ayer domingo, desde su silla de ruedas, ante el congreso federal del SPD, el partido socialdemócrata alemán, para exaltar la razón europea pero a la vez reclamar a los alemanes una corazón europeo y compasivo hacia los socios y vecinos. Pocos personajes han analizado con mayor precisión y coraje la actual situación de Europa, continente que envejece, se encoge e incluso se empobrece a ojos vistas, sin que a la vez sepa reaccionar de la única forma posible para evitar el declive: mediante una unión cada vez más estrecha. Schmidt criticó la nueva arrogancia de un cierto tipo de discursos alemanes que amenazan con terminar con Europa. Su discurso se titulaba "Alemania en, con y para Europa?, la diana fue ?el matón alemán? y el lugar donde se pronunció, atención al detalle, Berlín, la ciudad donde más discursos sobre Europa se han pronunciado esta semana). Enlaces: con los discursos de Sikorski, Sarkozy, Draghi, Merkel y Schmidt, y con la entrevista a Solana.

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5 de diciembre de 2011
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El siglo XXV: una hipótesis de lectura

En el segundo capítulo de ‘Verano', novela biográfica en la que J.M. Coetzee escribe sobre sí mismo a través de personas, reales o figuradas, que le retratan y le maltratan, una de ellas, Julia, mujer casada que habría tenido con él una belicosa historia de amor, relata al biógrafo ficticio que hace las entrevistas una de sus muchas discusiones con John (Coetzee), en este caso sobre literatura. John le dijo en cierta ocasión, según cuenta Julia, que a la gente del futuro "tal vez seguirá gustándole leer libros que estén bien escritos", a lo que la mujer le respondió: "Eso es absurdo. Es como decir que si construyo una buena radio en miniatura la gente seguirá usándola en el siglo veinticinco. Pero no lo harán. Porque las radios en miniatura, por bien hechas que estén, para entonces serán obsoletas. No le dirán nada a la gente del siglo veinticinco" (cito por la traducción de Jordi Fibla, Mondadori, 2010). La discrepancia entre los amantes culmina con la exclamación del hombre, entre arredrado e irónico: "Tal vez en el siglo veinticinco aún habrá una minoría que sentirá curiosidad por escuchar cómo sonaba una radio en miniatura de fines del siglo veinte". La mujer se muestra taxativa, usando para esos posibles seres del futuro dos demoledores calificativos: "Coleccionistas, aficionados".

      Aumenta por doquier el número de lectores de libros electrónicos, de dispositivos ‘ad hoc' y de grupos editoriales o empresas tecnológicas que ofrecen a este nuevo público hijo de su tiempo la posibilidad de descargarse, legal o ilegalmente, novelas y hasta ensayos o poemas. La piratería, ese ‘heroísmo' de la vida moderna que acabó fraudulentamente con el disco de música y la cinta fílmica, ya está enfilando sus naves sin bandera hacia el cargamento escrito, pero tal latrocinio no es el asunto que aquí trato hoy. Como en toda iniciativa osada y debatida, el libro electrónico cuenta también, además de la patulea de los corsarios, con un creciente número de paladines bienintencionados, que, siendo alguno de ellos proveedor de la propia materia legible, confiesa sin rubor no ya la comodidad sino la infinita superioridad de este nuevo modo de leer los libros que nos gustan, los pasados, los presentes y los todavía por escribirse en cualquier esquina del mundo. El último defensor de esa causa ha sido un admirado novelista (y amigo), Jorge Volpi, al que me gustaría replicar su artículo ‘Réquiem por el papel' (colgado en su blog de El Boomeran pero antes publicado en papel, o al menos leído por mí en papel en las páginas de opinión de El País).

      El argumento de Volpi en favor del ‘e-book' trasluce el consuetudinario optimismo de quienes, desde una atalaya cerrada al ‘déjà vu', avistan un inédito territorio de progreso y anuncian al resto de los mortales la buena nueva: "una transformación radical de todas las prácticas asociadas con la lectura y la transmisión del conocimiento [...] la mayor expansión democrática que ha experimentado la cultura desde...la invención de la imprenta". Y en razón de ese imparable progreso Volpi ve a los actuales editores, impresores, correctores de pruebas, distribuidores y libreros como vates o practicantes de una religión supersticiosa y regresiva que las avanzadas corrientes de la creencia progresista confinará al basurero (o bueno, a las polvorientas estanterías) de la historia. Imagen recurrente en el texto ‘volpiano' es la de los copistas medievales, aquellos monjes de buena letra que pasaban las horas muertas practicando un arte, el de la caligrafía y la iluminación, que a su vez murió con la llegada de las prensas y otras formas de producción en serie del libro. Persistir en la fabricación o lectura del libro impreso en papel sería así pues un gesto empecinado de nostalgia, una labor de ilusos, o, sacando de nuevo a colación a la articulada Julia Frankl de ‘Verano', de meros coleccionistas o aficionados, es decir, ‘amateurs'.

      Como quiero poner mis cartas sobre la mesa, digo antes de seguir que yo soy las dos cosas, ‘amateur' del libro y coleccionista, aclarando al tiempo que mi coleccionismo libresco, empezado en la primera adolescencia y proseguido con incluso mayor afán en la segunda o quizá ya tercera madurez, se basa en la curiosidad y la promesa de una inmediata o futura prestación, no en la incunabilidad, si bien la edad, la amistad y la muerte habrán convertido seguramente algunos de esos libros de mi biblioteca en ejemplares valiosos. O no tanto, si aceptamos el universo fantacientífico que nos pinta Volpi, con las grandes bibliotecas, muchas de ellas verdaderas obras de arte en sí mismas, transformadas en "distribuidores de contenidos digitales temporales para sus suscriptores". Qué grima da esa perspectiva, comparada con la de pasar una tarde amena en la sala de lectura de una ‘public library' bien provista y cómoda, que no tiene porqué tener la grandiosidad de la sala principal de la Nacional de Madrid o la del Trinity College en Dublín, por citar dos ejemplos cimeros.

      Amenidad, proximidad, sensualidad. Espacio real. Parece como si Volpi y quienes como él rechazan la coexistencia del ‘ebook' y el libro de papel olvidaran o desdeñaran la función complementaria que las cosas y los gestos desempeñan en nuestra vida, para ensancharla. Su dictamen: "tanto para el lector común como para el especializado, el libro-electrónico ofrece el mejor de los mundos posibles: el acceso inmediato al texto que se busca por medio de una tienda online", me parece reduccionista y en cierta medida falsificador de la realidad. Olvida por ejemplo el autor de ‘En busca de Klingsor' que en países como la India, China y algunos de los que conozco en el continente africano el precio de los ejemplares en las lenguas propias de cada lugar, pero también de los allí editados (legalmente) en inglés o francés, es notablemente inferior al de los que se venden en Occidente, y por ello bastante asequible para el comprador local, estando por otro lado muy limitada la capacidad de acceso electrónico, por no hablar de la de subscribirse a refinados programas digitales. Son además frecuentes, en vastas extensiones de ese pujante y no tan pujante Tercer Mundo, los apagones y desconexiones de energía, que dejarían en un limbo sideral esas galácticas tiendas online del idílico paisaje anticipado por Volpi. 

      Pero hay otros valores que me sorprende no ver reconocidos por un escritor de su fuste. Volpi parece sólo primar la necesidad, la eficacia, la prontitud, nociones sin duda muy útiles para los estudiantes y los estudiosos, una parte, menor o mayor, del cuerpo universal de los lectores. Leer por gusto, para matar el rato y así ganarse tal vez la eternidad, ha sido siempre el motivo de esa búsqueda de la felicidad y el conocimiento que es la lectura, y como en todos los actos humanos innecesarios o superfluos -a la vez que trascendentales- el acompañamiento personalizado, irrepetible (aunque tu ejemplar sea uno entre un millón que otros desconocidos leen en ese momento), fungible, de un libro ‘fisico', añade al acto de leer un componente sensual y sentimental infalible. El tacto y la inmanencia de los libros son, para el ‘amateur', variaciones del erotismo del cuerpo ‘trabajado' y manoseado, una manera de amar tradicional que, justo es reconocerlo, no pocas personas rechazan, prefiriendo el contacto sexual con aparatos, figuras de holograma y voces pregrabadas, lo que antes se conocía como "telephone sex" y pronto será, no lo dudo, "digital sex", seguramente operado, como la telefonía móvil de alta gama, sin manos.

     Al final de su artículo el novelista mexicano anima a superar, para que la revolución del e-book "se expanda a todo el orbe", la nostalgia del libro, comparándola con la que podrían haber sentido los lectores medievales al ver ‘Las muy ricas horas del Duque de Berry'. Pero ese maravilloso trabajo de iluminación de un libro de horas, encargado por un noble y compuesto en el taller de los Limbourg en torno a 1410, fue un ejemplar único, y pocos seres vivos de la época pudieron sentir nostalgia y menos aún tocar con sus dedos tan refinada y elitista obra de arte. Filigranas como aquella siguen produciéndose hoy, ilustradas por artistas contemporáneos, pero naturalmente los aficionados al papel nos conformamos con comprar por menos de lo que cuestan un par de copas, bautizar con el nombre propio, anotar al margen, dedicar a veces, alinear en nuestra pequeña o grande biblioteca unas palabras impresas que no se apagan nunca, aunque eso sí, tienen la misma costumbre que sus dueños. Envejecen, y pueden un día dejar de vivir.

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5 de diciembre de 2011
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De qué va esto

No poca gente cree que la pintura se inventó para colgarla de la pared. Muchos entienden que una casa sin cuadros es como una reina de Inglaterra sin sombrero. Es comprensible, pero eso no evita que se trate de un error.

    La pintura es un modo de conocimiento, como la matemática o la química, aunque no tenga un prestigio tan asentado. También es cierto que por la pintura conocemos asuntos que ni la biología ni la astronomía son capaces de explicar. Es un conocimiento, por otra parte, indemostrable, como casi todos los conocimientos importantes.

    Así, por ejemplo, en las cuevas prehistóricas están pintados nuestros primeros conocimientos que, como es lógico, muestran lo que teníamos delante de las narices, pero era muy difícil de ver: bisontes, caballos, cérvidos y también cazadores o parturientas. La selección nos ha de hacer pensar en lo que entonces conocíamos. No aparecen, por ejemplo, la luna o el mar.

    Todo lo que hay de importante en nuestras vidas lo hemos pintado para ver si podíamos verlo. Es como aquel verso de Machado, cuando se pone las gafas y dice: "Ahora verás si veo". Un desafío paradójico, pero llevado con gran bravura.

Podemos darle la vuelta a la idea y decir que todo lo que hemos pintado es lo realmente importante en nuestras vidas. Y lo que no hemos pintado, la verdad es que no pinta nada.

    Esta reflexión de paseante ocioso viene a colación de una de las mejores exposiciones que he visto en Madrid, la que el comisario Delfín Rodríguez nos ha donado bajo el título "Arquitecturas pintadas". Una exposición en la que, lo sé de buena tinta, el comisario ha puesto su vida entera. La muestra es muy extensa y se reparte entre la Fundación Thyssen y la sala de Cajamadrid.

    Si al principio pintábamos bisontes, ¿cómo no íbamos a pintar los lugares donde nos dedicábamos a pintar, además de a otras actividades como comer, reproducirnos o morir? El cambiante lugar que hemos habitado a lo largo de miles de años ha sido una y otra vez pintado. Gracias a eso sabemos que no siempre hemos vivido igual. Es más: que nunca hemos vivido del mismo modo.

Vean ustedes, la pintura moderna comienza con el cristianismo, una religión que se basa en un relato y que por lo tanto no puede expresar su conocimiento de la pasión y la muerte mediante la escultura. De modo que lo pinta. Al pintar el relato de la muerte (y la resurrección, pero esa parte tiene menos recorrido) del Dios humano no tiene más remedio que ponerle un escenario. ¿Y qué puede haber en ese escenario si no son paisajes y edificios?

    Dicen los expertos, y entre ellos Delfín Rodríguez, que una de las fuentes más ricas de arquitecturas pintadas tiene lugar obligadamente por la célebre escena del descanso durante la huida a Egipto. Recordarán que, para salvar a su hijo, María y José huyen de la matanza ordenada por Herodes, pero en el largo trayecto se detienen de vez en cuando para descansar, comer unos dátiles o pasar la noche. ¿Dónde la pasan? En ese punto las escrituras son parcas, Mateo informa tan sólo de la huida, Marcos nada dice, Lucas habla del nacimiento que es asunto enteramente distinto, y Juan comienza con Jesús ya hecho todo un hombre. Sin embargo, los pintores saben más que los evangelistas. En esta exposición pueden verse descansos que toman como refugio viejos palacios romanos en ruinas o monumentos paganos cuyos ídolos yacen por tierra. El niño librado de la matanza iba a precipitar la ruina de la religión antigua y el pintor así nos lo hace saber.

    Fabulosas son también las pinturas que muestran el conocimiento del más odioso de nuestros defectos, la soberbia, antes reservada a los poderosos y hoy democráticamente esparcida. Persuadidos de que todo lo podíamos, comenzamos la construcción de una torre que debía llegar hasta la morada divina, seguramente porque en un ejercicio de arrogancia técnica nuestros ancestros creían posible subir hasta allí como por una escala y así guarecerse del siguiente diluvio. Naturalmente el inquilino de las alturas no lo permitió y no sólo derribó la torre sino que nos condenó al conflicto lingüístico que tanto entretiene incluso hoy día.

    Las Torres de Babel pintadas llevan consigo el testimonio de la técnica. En los campos adyacentes se encuentran grupos de herreros, carpinteros, albañiles, estereótomos, maestros de la poliorcética y de los polipastos, arquitectos y demás ingenios con los que nos hemos protegido de la intemperie y levantado escalofriantes construcciones. Todos aquellos técnicos descendían de Caín y por lo tanto estaban marcados  por una falta originaria que hasta el día de hoy hace de todo lo técnico una potencia grandiosa, pero funesta. La técnica permite hacer más benigno el habitar, pero no es salvífica, más bien lo contrario.

    Viene también la gran fantasía de los palacios y basílicas y abadías que muestran la imaginación simbólica del poder, el cual, a pesar de nuestra nefasta experiencia, no siempre ha sido malo y dañino. Aquí cada pintura es una novela, a veces épica, a veces cómica, siempre dramática, porque todo príncipe construye su casa como espejo de sus virtudes, de manera que podemos saber cómo son los poderosos de aquí o de allá con sólo ver sus palacios e iglesias. Así, de paso, constatamos que no podían ocultar sus defectos.

También las ciudades, esa obra de arte extraordinariamente compleja que hoy aglomera a la mayoría absoluta de la población del globo y que dentro de pocos siglos sufrirá un colapso agónico, tienen su representación. A diferencia de los palacios, las ciudades no facilitan conocimientos sobre el soberano, sino sobre los ciudadanos. Como vio con agudeza Calvino, hay ciudades habitadas por malvados, ciudades de población aromática o tullida, ciudades de una feminidad turbadora, ciudades que aún no saben cómo se llaman, ciudades rubias y ciudades ladronas. En la exposición hay varias de ellas y en especial unos retratos apoteósicos de Nápoles, que es capital del harapo, del lujo, del llanto, de las gargantas más finas, de los asesinos, ciudad madre, ciudad prostituta.

    Poco espacio tengo aquí (leer en pantalla fatiga) para seguir. Valgan estas apresuradas líneas como invitación a la visita y testimonio de entusiasmo. A lo mejor regreso un día de estos y acabo el relato.

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5 de diciembre de 2011
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¿Ignorantes pero felices?

Por fin, y desde la ciencia, alguien se dedica a indagar en una vieja leyenda: «La ignorancia es felicidad». En cuatro palabras se representa un mundo donde los sentimientos son músculos anestesiados y la conciencia un pájaro volando. La incómoda sensibilidad ante los problemas ajenos que distrae del propio oficio del vivir. Cinco estudios realizados por la Sociedad Americana de Psicología en plena bofetada de la crisis financiera revelan que mucha gente prefiere ignorar los problemas sociales y que esa es la mejor forma de confiar ciegamente y depender de sus gobiernos. Sorprende, por un lado, la ausencia de un espíritu crítico, pero sobre todo la falta ya no de compromiso con el bien común, sino de curiosidad. Vivir en la inopia, desatender los lazos con un mundo desajustado e incluso evitar estar informados en la era de la información parecen actitudes inmaduras y poco ejemplares, aunque enraizadas e incluso aceptadas en sociedad. Me llegan los ecos de aquellos debates de bachilleres que nos apasionaban y nos hacían tomar partido: el arte comprometido frente al arte por el arte, la sed de justicia social o la torre de marfil, Bertolt Brecht o Thomas Mann. Mientras algunos biólogos sostienen que el altruismo está programado en los genes, como recuerda Richard Sennett en El respeto ?una lectura de máxima actualidad a pesar de que el libro tenga ocho años?, muchos son los filósofos que han demostrado que no puede haber compasión sin solidaridad. Cierto es que la compasión nunca debería sustituir a la justicia, y que la piedad a menudo significa desigualdad como manifestaba Hannah Arendt, quien dedicó su tesis doctoral a san Agustín y los significados del amor al prójimo, la caridad y la benevolencia como formas de acercarse a Dios. O de amarse a uno mismo. En la calle, algunos indigentes empiezan a robar comida. No tiran de los bolsos ni buscan el iPhone, tan sólo un par de bolsas del supermercado que te arrebatan de las manos. A los comedores sociales, que este año han duplicado su demanda, como el de San Vicente de Paúl en la calle Martínez Campos de Madrid, cada vez acude más gente en traje y corbata. La fragilidad con la que se mece el Estado de bienestar prepara de nuevo el camino hacia la caridad de los nuevos pobres. Las sociedades modernas se han acostumbrado a que la prosperidad sea lo natural, también los servicios públicos, sin cuestionar su utilización y las trampas habituales que se cometen contra el sistema, desde un dinerito en negro hasta eliminar el IVA. Ignorar el sufrimiento ajeno se inscribe en la dinámica de la fatiga de la compasión; el engorroso asunto de la injusticia mundial empuja al sálvese quien pueda. Pero cerrar los ojos para ser más felices representa uno de los mayores insultos, no sólo hacia los demás, sino hacia la propia inteligencia. (La Vanguardia)

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5 de diciembre de 2011
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Nicanor Parra semblanza

Nicanor Parra Estupenda la semblanza del reciente Premio Cervantes de Literatura, Nicanor Parra, realizada para ?Babelia? por Leila Guerrero. Se titula ?El aire de poeta? e incluye un retrato de la cotidianidad del poeta, opiniones contundentes sobre poetas latinoamericanos y su método de escritura (un lapicero -birome para Leila- sobre cuadernos simples).  Aquí algunos fragmentos de la extensa nota, que no tiene pierde:

Las Cruces es un poblado de dos mil habitantes protegido del océano Pacífico por una bahía que engarza a varios pueblos: Cartagena, El Tabo. La casa de Nicanor Parra está en una barranca, mirando el mar. En el antejardín, una escalera desciende hacia la puerta de entrada en la que un grafiti, pintado por los punkis locales para que nadie ose tocarle la vivienda, dice: ?Antipoesía?. En el pasillo que conduce a la sala, anotados con fibrón en la pared con su caligrafía de maestro, los nombres y los números telefónicos de algunos de sus hijos: Barraco, Colombina. -Adelante, adelante. El pelo de Nicanor Parra es de un blanco sulfúrico. Lleva la barba crecida y no tiene arrugas: sólo surcos en una cara que parece hecha con cosas de la tierra. Las manos bronceadas, sin manchas ni pliegues, como dos raíces pulidas por el agua. Sobre una mesa baja está el segundo tomo de sus obras completas -Obras completas & algo (1975- 2006)- publicado cinco años después del primero por Galaxia Gutenberg, una edición a cargo del británico Niall Binns y del español Ignacio Echevarría, con un prefacio de Harold Bloom, que dice ?(?) creo firmemente que, si el poeta más poderoso que hasta ahora ha dado el Nuevo Mundo sigue siendo Walt Whitman, Parra se le une como un poeta esencial de las Tierras del Crepúsculo?. A fines de los ochenta, cuando aún vivía en Santiago, Parra dejó de dar entrevistas y, aunque siempre ha habido excepciones, las preguntas directas lo disgustan de formas impensadas, de modo que una conversación con él está sometida a una deriva incierta, con tópicos que repite y a los que arriba con cualquier excusa: sus nietos, el Código de Manú, el Tao Te King, Neruda. -Hombres del sur. ¿Cómo se decía hombres del sur? A ver, a ver? Echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos, repite el mantra perentorio: -A ver, a ver? ¿Cómo se llaman los pueblos del sur originarios de Chile? Antes se llamaban onas, alacalufes y yaganes? -¿Selk?nam? -Eso, eso. Selk?nam. Hay una frase. ?La tierra del fuego se apaga?. Autor: Francisco Coloane. Una gran frase. Pero él era un personaje bastante antipático, ¿ah? Insoportable. (?) Nicanor. Nicanor Parra. Escribe con birome común en cuadernos comunes, toma ácido ascórbico en dosis masivas, come siempre lo mismo: cazuelas, arrollados, sopas. Fue varias veces candidato al Nobel, sempiterno al Cervantes. Hace tiempo le propusieron filmar una publicidad de leche y, como Shakira formaba parte del proyecto, pidió cobrar lo mismo que ella. Dizque le pagaron treinta mil dólares por medio minuto de participación y que, desde entonces, repite que su tarifa es de mil dólares por segundo. Tiene dos casas en Santiago, una en Las Cruces, otra en Isla Negra. Nadie sabe qué hace con aquellas que no habita. (?)

El proceso de las obras completas llevó casi una década. En noviembre de 1999, Ignacio Echevarría y Roberto Bolaño, que se había transformado en un gran impulsor de la obra de Parra (?escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado?, escribió), fueron a visitarlo. -De regreso en Barcelona -dice Ignacio Echevarría-, Roberto me sugirió que hiciera las obras completas de Parra. Todos me dijeron que era imposible, pero se lo propuse y dijo que estaba dispuesto. Claro que luego yo le enviaba un contrato, él lo tenía seis meses y me decía que lo había perdido, y había que hacer todo de nuevo. Tres años pasaron hasta que, luego de la muerte de Bolaño, viajé a Chile, lo visité y me dijo: ?Voy a firmar el contrato. A Roberto le hubiera gustado, ¿verdad? Vamos a hacerlo por Roberto?. Pero he ido sintiendo un escrúpulo cada vez mayor por haber obligado a Parra a hacer algo que él no quería hacer. Él concibe la antipoesía como algo que se escribe en un muro, en una servilleta. Y creo que la idea de las obras completas le repugna. (?)

 En la sala, Parra toma té y recita en griego los primeros versos de la Ilíada. Después, echa la cabeza hacia atrás y se coloca la bolsa de té sobre el ojo derecho. -Tengo algo en el ojo. Con esto se cura. La vez pasada me fui corriendo de la clínica, en Santiago. El urólogo me dijo: ?Preparesé, compadre, porque mañana es la intervención quirúrgica. Una simple sistología?. Y entonces le dije: ?Prefiero morirme. Deme de alta o salto por esa ventana?. Y yo iba a saltar. Acabo de descubrir en mi biblioteca un libro que se llama El libro del desasosiego. -De Pessoa. -Ya no corre. Ese chiste de los heterónimos. Ya, compadre, ya. Tiene un poema que es insuperable. Dice: ?Todas las cartas de amor son ridículas. Si no fueren ridículas no serían cartas de amor?. Y sigue, ?yo también en mi tiempo escribí cartas de amor, como las otras, ridículas?. Mire usted las volteretas que se da. Como esas poetisas argentinas. La María Elena ? la María Elena? -¿Walsh? -Claaaro. A ver, hay otras. -¿Alejandra Pizarnik? -Ah, la Pizarnik. Fantástica. ¿Y cuál de ellas es la autora de La vaca estudiosa? María Elena Walsh se dedicó, aunque no únicamente, a escribir para niños, rama en la que tuvo el más alto de los prestigios pero, en cualquier caso, es dueña de una obra muy distinta a la de Alejandra Pizarnik, una poeta oscura que se suicidó en 1972. La vaca estudiosa es una canción de María Elena Walsh, que cuenta la historia de una vaca que quería estudiar. -Ah, qué maravilla. Y para matar el aburrimiento la vaca se matricula en una escuela. Y a los niños les llama la atención, entonces ella dice: ?No, yo me comprometo a ser una vaca estudiosa?. No, la María Elena. Estamos cien por ciento con ella. (?)

-¿Le conté la historia de la huiña? La huiña es un gato salvaje, de monte. Parra abre la puerta que separa la sala del balcón y señala un trozo de tierra entre las plantas del jardín trasero. -Era arisca. Pero un día se acercó y la pude tocar. Y al otro día estaba muerta. Le molestó que yo la tocara. Se sintió desvirgada. Está enterrada ahí. Le hicimos los funerales. De regreso en la sala se pone una chaqueta verde, un sombrero de paja. -Vamos a almorzar. En el auto, camino al restaurante, mira por la ventanilla y dice, divertido: -¿Usted es de Buenos Aires? Una vez a Borges le preguntaron qué pasaba con la poesía chilena y dijo: ?¿Qué es eso??. Y le dijeron que ahí estaba un premio Nobel que era Pablo Neruda. Y dijo: ?Ya lo dijo Juan Ramón Jiménez, un gran mal poeta?. Y eso que Neruda todavía no había descubierto el kitsch. Y le preguntaron por Nicanor Parra. Y dijo: ?No puede haber un poeta con un nombre tan horrible?. (?) La conversación deriva hacia algunos poetas chilenos, hacia la visita que la fotógrafa argentina Sara Facio hizo en los años 50 a su casa de Isla Negra para hacerle un retrato. -Con lo de la Sarita hubo un punto de inflexión. Una revista puso en la portada una foto que decía: ?El poeta de Isla Negra: Nicanor Parra?. Neruda vio eso y dijo ?Esta es la cabeza de una maniobra internacional antineruda, pero yo voy a descargar todo mi poder en la cabeza de Nicanor Parra?. Y dicho y hecho. Descargó todo el poder del PC internacional. -¿Se acuerda de ese verso de Neruda, ?dar muerte a una monja con un golpe de oreja?? -Un poeta, Braulio Arenas, me enseñó que cada diez versos hay que tirar uno oscuro, uno que no entienda nadie, ni uno mismo. Y ahí se arregla la cosa. Después, de regreso a su casa, desde el auto, señala una colina. -Ahí hay un desarmadero de automóviles. A veces voy. Me gusta ese sitio. -¿Está contento con las obras completas? -Sorprendido. Yo leo esos poemas y no me siento el autor. Pienso que nunca fui el autor de nada porque siempre he pescado cosas que andaban en el aire.

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4 de diciembre de 2011
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El caso Neruda

Los últimos días de Neruda ¿Habrá sido Neruda asesinado? Rocío Montes Rojas, en un extenso artículo para El País, comenta la posibilidad. Dice la nota:

El certificado de defunción de Pablo Neruda indica que falleció por cáncer de próstata el 23 de septiembre de 1973, 12 días después del golpe militar que derrocó a Salvador Allende. Es lo que ha quedado establecido en la historia oficial. Pero no es la versión que defiende Manuel del Carmen Araya Osorio, chileno, taxista de 65 años y chófer personal del poeta durante sus últimos meses de vida. Este hombre sostiene que el premio Nobel de Literatura fue asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet. (?) Manuel Araya recuerda que el 23 de noviembre, el escritor le pidió a él y a Matilde que viajaran a Isla Negra. El escritor quería que rescataran algunos objetos personales que pretendía llevarse a México. ?A eso de las cuatro de la tarde, mientras guardábamos las cosas, recibimos una llamada telefónica. Era Neruda. Nos pidió que regresáramos de inmediato a Santiago porque se sentía muy mal. Dijo que, mientras dormitaba, un médico había entrado a su habitación y le había puesto la inyección. Regresamos de inmediato a la clínica. Lo encontramos afiebrado, rojo, hinchado?. El chófer relata que, en ese instante, uno de los médicos se le acercó para pedirle que saliera de la clínica para comprar un fármaco necesario para el poeta. ?Me dijeron que no iba a encontrar el medicamento en el centro y que debía ir a la periferia de la ciudad. Aunque me extrañó, seguí las instrucciones. Estaba en juego la vida de Neruda?, explica Araya. En medio del desplazamiento, dos coches interceptaron su vehículo. Un grupo de hombres lo sacaron a la fuerza. Lo tiraron al suelo y lo patearon. Le pegaron un balazo por debajo de la rodilla. ?Todavía conservo la marca de aquella herida?, dice levantándose el pantalón. Luego lo llevaron al Estadio Nacional, uno de los centros de detención y tortura instalados por la dictadura. Según lo que ha establecido el juez Carroza en su investigación, Araya salió de la clínica por orden de Matilde Urrutia y no del médico. El objetivo era comprar agua de colonia para hacerle fricciones al poeta en sus piernas, que a sus 69 años sufría de gota. El magistrado, no obstante, confirma que Araya fue apresado, tal y como relata, ese día y a esa hora. Años después, la viuda del poeta mencionó este episodio en sus memoriasMi vida junto a Pablo. ?Ya se acercaba la tarde y mi chófer no había aparecido (?) Él había desaparecido con nuestro coche y con él yo perdía la única persona que me acompañaba en todas las horas del día?. A las 22.30 de ese 23 de septiembre, el poeta Pablo Neruda fallecía en la clínica Santa María. La prensa local informó de que había muerto por un shock sufrido tras una inyección. Manuel Araya se enteró del deceso del poeta varios días después, en prisión. Cuando lo dejaron libre, a fines de octubre, pesaba 33 kilos. -¿Por qué tardó 38 años en denunciar el presunto asesinato? -Durante todo este tiempo toqué mil puertas y nadie me quiso escuchar. Tras el retorno a la democracia, fui muchas veces al Partido Comunista de Chile. Pero nunca me hicieron caso. Lo único que quiero es que el mundo sepa que Neruda fue asesinado. Matilde Urrutia, fallecida en 1985, se refirió en varias ocasiones a la causa de la muerte del poeta. En una entrevista concedida al diario español Pueblo, publicada el 19 de septiembre de 1974, dijo que ?la verdad única es que el duro impacto de la noticia (del golpe de Estado) le causó que días más tarde se le paralizase el corazón. El cáncer que padecía estaba muy dominado y no preveíamos este desenlace tan repentino. No alcanzó ni a dejar testamento, pues la muerte la veía aún muy lejos?. Rodolfo Reyes, sobrino del poeta y representante legal de los herederos, ha señalado que apoya la investigación que lleva a cabo la justicia. Lo secunda el presidente del partido comunista, el diputado Guillermo Teillier: ?Pinochet cometió crímenes contra personas que podrían hacer daño a la dictadura desde el extranjero. En 1974 asesinó al general Carlos Prats en Buenos Aires. En 1976, al canciller Orlando Letelier en Washington. Y el poeta habría sido un formidable representante de la resistencia?. La Fundación Neruda, sin embargo, ha negado la hipótesis del homicidio: ?No existe evidencia alguna ni pruebas de ninguna naturaleza que indiquen que Pablo Neruda haya muerto por una causa distinta del cáncer avanzado que lo aquejaba?, señaló un comunicado recientemente difundido. El juez Mario Carroza, tras meses de investigación, determinó judicialmente en julio pasado que el expresidente Salvador Allende se suicidó en La Moneda. Hoy en día lleva adelante la causa por la muerte del general Alberto Bachelet, padre de la expresidenta de Chile, que falleció en 1974 tras ser torturado por sus propios compañeros de armas. Respecto al caso Neruda, el magistrado ha interrogado a numerosos testigos, entre ellos al propio Manuel Araya. En los próximos días prestará declaración el entonces embajador de México en Chile y el médico Sergio Draper, quien atendió al escritor en la clínica Santa María el día de su muerte. Además de los interrogatorios, Carroza y sus equipos han intentado reconstruir el historial médico de Neruda. Lo han hecho en Chile y en Francia, donde se le trató por primera vez el cáncer. La clínica donde falleció, sin embargo, explicó que no conserva la ficha del escritor ?atendido el tiempo transcurrido?. Como sea, el juez intenta tener la mayor cantidad de antecedentes posibles para que el Servicio Médico Legal determine si hay necesidad de exhumar el cuerpo. ?Los restos del poeta ya están reducidos?, explica Carroza. ?Si consideramos además el tiempo que ha transcurrido, es necesario establecer muy bien si este procedimiento nos va a entregar alguna evidencia explícita?. -¿Existen posibilidades de que nunca se sepa cómo murió Neruda? -Podría ocurrir.

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4 de diciembre de 2011
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