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La acusación de Rushdie

salman rushdie Hace unos días, una noticia anunciaba que Salman Rushdie había sido amenazado por una asociación de ortodoxos, que pretendían impedirle asistir al Festival de Jaipur, en la India. Ahora el caso ha dado un vuelco. Esto es lo que dice Rushdie:

El escritor británico de origen indio Salman Rushdie aseguró que la policía de India ?inventó una conspiración? para mantenerlo alejado del festival de literatura de la ciudad de Jaipur, India. El ganador del premio Booker manifestó ayer que se siente ?indignado y muy enojado? porque la policía de Rajastán, según él, dio falsa información para que no acudiera al evento, uno de los festivales literarios más importantes de Asia. ?He investigado y creo que realmente me mintieron?, afirmó el escritor del controvertido libro Los Versos Satánicos. Por su parte, el gobernador de Rajastán, Ashok Gehlot, defendió a la policía y dijo que el gobierno local nunca pidió a Rushdie que no acudiera al festival y preparó los dispositivos de seguridad para su visita.

De todos modos, Rushdie estará presente pero a través de una videoconferencia.

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23 de enero de 2012
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Cuando en Hunstville

A fines de los ochenta fui a estudiar ciencias políticas a Huntsville, una ciudad de ciento cincuenta mil habitantes en el norte de Alabama. No sabía mucho del sur de los Estados Unidos, excepto que el peso de la derrota en la guerra civil había hundido a sus estados económica y moralmente. Todavía había tensiones raciales; quizás siempre estarían ahí, las heridas eran profundas ("el pasado no está muerto; ni siquiera es pasado", escribió Faulkner).

Huntsville era muy diferente a lo que imaginaba: un polo de desarrollo avanzado, en el que se apostaba por la tecnología de punta; en la universidad predominaban las carreras de ciencias y la mayoría de los edificios tenía paredes espejadas, como si fueran de una gran corporación. La ciudad era una de las cinco de los Estados Unidos con mayor consumo de comida chatarra (una buena proporción de sus habitantes eran científicos sin mucho tiempo para la cocina).

No solo la universidad atraía a los científicos; Huntsville también era sede de un centro espacial de la NASA y del arsenal militar Redstone, con una historia fascinante: durante la segunda guerra mundial fue una fábrica de armas químicas -entre ellas el gas mostaza--, y a partir de 1950 se dedicó al desarrollo de cohetes y misiles. El legendario científico alemán Wernher von Braun había llegado ese año a Huntsville y vivido allí durante dos décadas. Una vez mis amigos y yo nos topamos con un refugio antibombas en los alrededores del arsenal; a la entrada un letrero ordenaba no acercarse. Quisimos forzar la puerta pero no pudimos; nos quedamos con la curiosidad, pensando en quién habría sido el paranoico capaz de imaginar que los Estados Unidos podría ser víctima de un ataque aéreo.       

La ciudad era una meca científica, per en materia de cultura era un páramo. El cine solo ofrecía los típicos estrenos de Hollywood; la película más arriesgada que vi fue una de Woody Allen. En el centro comercial había una librería de literatura chatarra. En las discusiones de política en clases, mis compañeros se ofendían ante cualquier cuestionamiento del patriotismo y el excepcionalismo de los Estados Unidos; ante una decisión francesa de mostrar su independencia en política exterior, una pelirroja sugirió que había que invadir Francia. Quizás me había equivocado; a Huntsville no se iba a estudiar carreras de humanidades.

La ciudad había sido construida para los autos; casi no había aceras para peatones. Debía caminar al supermercado bordeando una carretera, y no faltaban los insultos: ¡consíguete un auto! En esas caminatas descubrí una cantidad impresionante de iglesias de todo tipo de denominaciones, compitiendo por los feligreses con anuncios que prometían salvación y amenazaban con el infierno; algunos tenían luces de neón. Poco después salí con una chica que era hija de un pastor evangélico y me sentí en el mundo gótico sureño de Flannery O'Connor. Billy Ruth ayudaba a su padre en la misa de los domingos, pero durante la semana se emborrachaba a conciencia -más de una vez debí meterla casi inconsciente a su cuarto en la madrugada, procurando no hacer ruidos que despertaran a sus padres--. Soñaba con ir a Los Ángeles y posar desnuda para Playboy.

Trabajaba medio tiempo en la biblioteca, y allí hice amigos, entre ellos el único goth que conocí en mi estancia, un chico que se vestía a la manera del cantante de The Cure. Yo jugaba por el equipo de fútbol de la universidad y en pocos meses aprendí a tenerle cariño a ese lugar de costumbres raras. Viajaba por el Sur y descubría lugares como Athens, de intensa movida musical gracias a R.E.M. y los B-52s, y Nueva Orleans, de cuyo carnaval recuerdo las bandas de música negras y la tradición de que las chicas se subieran a los balcones de las casas y esperaran a que se arremolinara la gente en la calle para levantarse la camisa y mostrar los pechos. Mi último año en Huntsville pude al fin conocer Oxford, la ciudad de Faulkner. En la casona del escritor de Santuario, mientras contemplaba el estudio en el que escribía, me dije que extrañaría el Sur pero que ya estaba listo para reemprender el viaje.

(El Semanal, La Tercera, 22 de enero 2012)

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23 de enero de 2012
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El salón de madame Seseña

"Tendrías que haber sido francesa", le dijo una noche en Madrid Jaime Gil de Biedma a Natacha Seseña, para mi asombro: tenía yo entonces a nuestra común amiga por ‘anglosajonizante' más bien, y no sólo en razón de su primer vínculo conyugal y su largo currículo como alumna, profesora y coordinadora de estudios, tanto en España como en los Estados Unidos, de algunas prestigiosas universidades del noreste americano. Unas semanas después de la muerte de Natacha, ocurrida el pasado 31 de octubre, mientras oía la conferencia que Benedetta Craveri dio en la Fundación Juan March sobre ‘Los salones galantes', entendí plenamente lo que Gil de Biedma quiso decir aquella noche de 1984. Por su cultura versátil y su ‘esprit de finesse', por su talento histriónico (que ella se tomaba muy en serio, como veremos), por su humor cáustico y su ‘alma bella', Natacha Seseña habría brillado con luz propia en ese mundo de los salones cultivados que Craveri evocaba en su conferencia y reconstruye de modo magistral en ‘La cultura de la conversación' (Siruela, 2007, traducción de César Palma). Un mundo primordialmente femenino que pobló el París del ‘Grand Siècle' de unas damas mordaces y sabias, atrevidas de gesto y de actitud, infinitamente ocurrentes y siempre dispuestas a resistir a la estupidez con el arte de la palabra. 

     Tratando asiduamente a Natacha en esa década de los 80 y después, más de una vez le oí repetir con cierto orgullo no exento de ironía el lema que las Damas Negras de Saint-Maur, el colegio madrileño de monjas francesas en el que se educó, inculcaban a las niñas: "Simple dans ma vertu, forte dans mon devoir". Natacha creció agnóstica y se mantuvo siempre librepensadora, pero si bien no puedo decir que sus muchas virtudes fuesen todas simples, la fortaleza de su carácter, en el dolor y en el gozo, me consta. Tuvo además, por instinto y por decisión propia, las herencias morales de la Institución Libre de Enseñanza (continuada en su muy querida Residencia de Estudiantes), de la Asociación Española de Mujeres Universitarias, de la que fue presidenta, y de otras agrupaciones similares que prolongaban valerosamente en la España franquista el espíritu laico y progresista, así como una natural sintonía con lo mejor del exilio republicano, frecuentando en sus años norteamericanos a gente de la talla de Jorge Guillén, Laura de los Ríos, Pilar de Madariaga, Joaquín Casalduero, Solita Salinas y Juan Marichal. 

       Como tantas ‘preciosas' del XVII francés y muchas de sus continuadoras del siglo de las luces anteriores a la Revolución (pienso en Madame de Staël y en Madame du Deffand), Natacha Seseña fue una escritora de libros aplicados  -llenos siempre de ingenio-  sobre un tema en el que era experta, la cerámica popular y el arte del barro cocido, pero brilló igualmente en otra faceta que apenas queda registrada, la de activadora de redes sociales muy distintas a las actuales. Hubo una Seseña pública e importante en sus años de Directora de Artes Plásticas de la Fundación Banco Exterior, con pioneras exposiciones de rescate, por ejemplo, de Esteban Vicente y Remedios Varo, y una privada ‘Natacha oral' que se dejaba oír cuando invitaba en su casa, tanto la de Madrid (donde podía mezclar a Don Julio Caro Baroja con Fernando Vijande, el galerista español de Warhol), como la del pueblo turolense de Calaceite, en el que fue parte esencial, mientras duró, de esa pequeña y exquisita colonia de ‘expatriados' literarios formada por José y Pilar Donoso, Didier Coste, Mauricio Wacquez, Antoni Marí, Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate, entre otros.

     Tuve el privilegio de pertenecer a la compañía de cómicos aficionados que, gracias sobre todo al impulso de ‘la Seseña' (primera actriz y gran diva) y la disponibilidad escénica de la casa de Juan Benet en la calle Pisuerga de Madrid -con sus dos salones contiguos separados por una corredera de vidrio que hacía las veces de telón-, ofreció a lo largo de unos cuantos años un buen número de representaciones improvisadas aunque pundonorosas, todas gratuitas. Encargado yo, como galán (entonces) joven de la compañía, de los papeles de petimetre, soy, y me duele decirlo, el único vivo de aquel elenco, compuesto, en la rama masculina, por Benet, que prefería siempre el rol del hombre avinagrado (le salía redondo el de factor de la Renfe), y Juan García Hortelano, que en una de las piezas más solicitadas del repertorio, "La familia argentina en España", hacía incongruente pero convincentemente de hijo mío; cercano ya a los sesenta, Hortelano me decía entre bastidores, mientras se ponía para rejuvenecerse una pañoleta anudada en la calva, que el secreto estaba en aplicar a su inverosímil interpretación el método del Actors Studio. El reparto podía reforzarse en funciones de mayor rango, como una que dimos, con motivo de un cumpleaños de Jaime García Añoveros, en un restaurante de la zona norte de Madrid, y única que contó con una reseña escrita de Ángel S. Harguindey en este periódico. Fuimos de madrugada ansiosos, como se hacía en Broadway en la edad de oro, a leer en un VIPS la primera edición de El País; Harguindey nos dejaba bien. Aquella noche habíamos tenido un ‘guest star' muy apreciado por crítica y público, Jaime Salinas, descollante sobre todo en el entremés ‘dreyeriano' del cese súbito de un ministro que inventamos minutos antes de salir a escena. Salinas, que hacía del dignatario cesado al que su edecán (Juan Benet) le pasaba las hojas para la firma sin darle tiempo a firmar, lo encarnó con la impasible circunspección de los actores nórdicos. Natacha Seseña era la única mujer de la compañía, y estaba por tanto obligada a prodigarse; la recuerdo ahora, además de como protestona esposa mía y madre de Hortelano en el ‘sketch' argentino, haciendo de ‘Morena Clara', nuestra única incursión en el sainete español. Natacha, que tanto se lucía imitando el acento porteño en la evocación de los veraneos de Punta del Este, nos dejó a todos boquiabiertos hablando un andaluz fluido que a Benet, intérprete con sombrero cordobés y fajín del ‘Tío Regalito', le costaba más.

     El poeta Ángel González, otro buen amigo de Natacha, prologó ‘Falso curandero', el libro de poemas que ella anunciaba desde tiempo inmemorial y algunos desconfiaban que hubiera escrito, ignorando que las leyes de las ‘salonnières' exigen a menudo la reticencia. Salió en 2004, y era estupendo, tanto en los sarcasmos ("Me enseñaba un camino / ¡jamás el de Escrivá!") como en sus versos de aliento amoroso ("Tómame, amor, / que te merezco"). El prólogo de González era un homenaje a la socarronería que Natacha y él compartieron, entre tantas copas: "No se nace poeta, como no se nace tuberculoso [...] Natacha Seseña, cuya predisposición a la lírica vengo yo observando desde hace mucho tiempo, no tomó las debidas precauciones [...] Por un pudor que está justificado tanto en tuberculosos como en poetas, trató de ocultarlo durante años [...] pero el tiempo, ese falso curandero, no hizo más que agudizar el mal, y al fin no tuvo más remedio que hacerlo público". Lírica y pícara, impetuosa y melancólica, sentimental con pavor a la sensiblería, Natacha se dejó infectar por los mejores ‘males' de un siglo en el que mujeres como ella hablaron en voz alta, sin querer callar, dejando para el tiempo de hoy un eco de civilidad y cordura que ojalá nunca deje de oírse.

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23 de enero de 2012
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Convergencia federalista

Hay un federalismo del corazón y otro de la razón, surgido el primero de las creencias y los sentimientos, y el segundo de las conveniencias y los intereses. El nacionalismo catalán conservador se ha declarado históricamente ajeno al federalismo español. En la actual democracia española le bastaba el autonomismo para avanzar sin necesidad de cerrar el modelo: ni por el lado de una estabilización a la baja, como piden regularmente las fuerzas más centralistas, ni por una federalización definitiva del Estado que termine con su dinámica bilateralista. Federalismo es unión, lo contrario de la separación. Lo saben los alemanes y los canadienses. Por eso los nacionalistas consecuentes, abiertos siempre al horizonte máximo que se puede plantear un nacionalista, no pueden contentarse con la federación.

La actual doctrina nacionalista establece que la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto ha zanjado la ambigüedad en la que se había movido con enorme pericia e incluso comodidad desde 1979: la vía autonómica se declara agotada e impracticable, y la vía federal, sin interlocutores españoles para emprenderla. Así es como se encaran las elecciones de 2010 y el programa de gobierno para esta nueva etapa, con Artur Mas a la cabeza, con unos nuevos ímpetus: 'Ara és l?hora, catalans!' Y con un análisis de la correlación de fuerzas que luego se revela radicalmente desacertado: se parte de un pronóstico moderado respecto a la envergadura de la mayoría parlamentaria que obtendría Mariano Rajoy en las elecciones generales del 20 de noviembre pasado y al inmenso poder autonómico y municipal del PP. El programa que se defiende es una astuta combinación de vectores estratégicos y de ofertas tácticas, organizadas bajo el solemne rótulo de ?la transición catalana? y la oferta de ?un pacto fiscal en la línea del concierto económico vasco?. Con la primera, Artur Más quiere ser el Josué que alcance la tierra prometida, a sabiendas de que Moisés, Pujol, no iba a conseguirla. Con la segunda, se ofrece una alternativa monetizable al ideal nacionalista: si no queréis que pidamos la independencia, dadnos al menos el equivalente al concierto vasco. Esta construcción argumental funciona muy bien de puertas adentro, en Cataluña, y todavía mejor dentro de la esfera pública nacionalista, pero apenas produce ecos más allá del Ebro. Su defecto de cálculo electoral es como el que cometió Pasqual Maragall con su reforma del Estatuto, pensada para la confrontación con el PP: no contaba con que el PSOE ganaría las elecciones en 2004; pero en su caso con efectos inversos, pues Artur Mas no había tenido en cuenta que Rajoy podía obtener la mayoría intratable de 2011, que le impide negociar con ventaja una nueva financiación. También tiene otro defecto de análisis respecto a la profundidad de la crisis económica: cree que con los primeros y drásticos recortes quedará todo zanjado y se permite incluso el lujo de eliminar el impuesto de sucesiones. Esta máquina retórica es endiablada: una vez que está ya en marcha, va cargando de razón e indignación a quienes se enchufan, limitando seriamente el margen de acción a quienes tienen el encargo del día a día a medida que se alejan en el horizonte los objetivos propuestos. El Gobierno catalán necesita al PP en todo. Para obtener mayorías parlamentarias en Cataluña y para no quedarse con las arcas vacías. Finge geometrías variables, pero sabe que está a un paso de gobernar en coalición con los populares: no en Madrid, donde no se les necesita, sino en Barcelona, en casa. A la vez, la máquina retórica, como el disco rayado en un gramófono, sigue repitiendo que el Estado de las autonomías está muerto, la Constitución enterrada y la vía federalista liquidada. Y sin embargo, la realidad es que ahora mismo no hay ningún partido más federalista en su práctica que Convergència Democràtica de Catalunya. Sin convicción alguna, por supuesto. Por estricta imposición de la crisis y de la correlación de fuerzas. Para no quedar al margen, no en España, sino en Europa. Para no convertirse en la Lega Nord o en Hungría. Es decir, para gobernar en Barcelona y pagar nóminas y proveedores. Llegarán tiempos mejores, es cierto. Pero veremos entonces en qué estado ha quedado la máquina retórica.

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23 de enero de 2012
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Hey, mambo

  La nota se introduce por el pabellón auditivo y al instante una corriente atraviesa el cuerpo desde la punta del pie hasta el paladar. La cabeza oscila como si quisiéramos avanzar, aunque no vayamos a ninguna parte. Tan sólo al fondo de una música que desentumece del tedio y aviva el ánimo. Si el ritmo nos atrapa, redondeamos los hombros, cimbreamos la cintura y palmeamos sobre el muslo hasta que las notas se hacen más poderosas, dispuestas a expandir el espíritu. Desde los bailes cortesanos que estructuraban la vida en sociedad, hasta las danzas folklóricas, el baile ha resumido el ansia del ser humano para encontrarse con el otro sin dejar de ser él mismo. Casi todas las culturas se han organizado en torno a una danza buscando armonía y solemnidad; danzas de fecundidad, sacras o guerreras, que alentaban a los pueblos. El célebre columnista británico Paul Johnson se lamentaba de que la modernidad hubiera dado al traste con «el baile como expresión abierta de una sociedad ordenada» y se hubiera convertido en un «pandemónium subterráneo», lleno de ruido, desorden y confusión. Pero de entre el caos hipermoderno ha resurgido la fascinación por el baile de salón. Además de una sucesión de capoeiras, reggaetones y burlesques; de cisnes negros y Lady Gagas, de fórmulas televisivas como Mira quién baila, ¡Quiero bailar! o Fama con sus castings multitudinarios. «Se podría escribir una teoría política en torno a la historia del baile», decía Johnson cuando lamentaba su fin como rito cohesivo, aquel baile civilizado que fortalecía una sociedad y representaba un ideal democrático incluso en épocas de despotismos. Puede ser arriesgado relacionar el abismo al que se enfrentan nuestras sociedades fragmentadas y el repunte del baile. Pero algo ocurre cuando se exalta tanto. La última pasarela internacional fue un interminable mambo. Las modelos desfilaron con los flecos mundanos del charlestón, las cinturas apretadas y un ansia desmesurada de trópico. Ritmo, color y oro justo cuando la acuarela se nos ha avinagrado. Y no dejó de sonar el mambo, desde Tito Puente hasta el refrescante descaro de Rosemary Clooney con su mambo italiano. Un mambo sin principio ni fin, tan inagotable como las trompetas de la recesión, a la búsqueda del movimiento como refugio. Hoy, en Francia y EE.UU., empiezan a repartir invitaciones para el maratón que coronará a los mejores de la pista. Obama ya no se deja ver bailando el funky de Beyoncé, pero procura recuperar el resuello para afrontar un intenso noviembre a la espera de un buen contrincante country, mientras que Sarkozy parece avanzar con pasos cortos y rápidos, como de merengue, ante la impetuosa bachata de Marine Le Pen. En España, Rajoy se entrega al son que entona Merkel, una lánguida elegía. Porque irremediablemente, mientras el barco se hunde la orquesta debe seguir tocando. (La Vanguardia)

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23 de enero de 2012
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Las falsas vidas del obispo Romney

En busca de fe, el joven Joseph Smith le exige a Dios que lo ilumine. Conmovido, recibe una primera visión. “Vi un pilar de luz justo sobre mi cabeza”, escribe más tarde, “y, más arriba, la brillantez del sol que descendió gradualmente hacia mí”. En el resplandor, Smith distingue la figura de Jesucristo, quien le ordena restaurar su Iglesia. Tres años después, el ángel Moroni le ordena desenterrar tres discos de oro repletos de caracteres de vaga apariencia egipcia. A lo largo de los siguientes meses, el joven descifra aquel lenguaje arcano y traduce el Libro de Mormón, donde se narra la delirante historia bíblica del continente americano. Un año más tarde, San Juan Bautista le concede la autoridad del sacerdocio aarónico. Con este don, funda la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 1830.

 

Los evangélicos miran con suspicacia a la nueva congregación, cuyo primer templo es edificado en Kirkland, Ohio, en 1836. Expulsados de allí, los mormones se trasladan a Illinois para fundar la ciudad santa de Nauvoo. El gobernador del estado considera a Smith un criminal —entre otras cosas porque Dios le ha ordenado practicar la poligamia—, y lo encarcela. El 27 de junio de 1844, una turba enardecida irrumpe en la prisión y lo asesina.

Brigham Young se convierte en el segundo presidente de la Iglesia y, como Moisés con los judíos, emprende una peregrinación por el desierto que llevará a los mormones a Utah, una región desolada que Estados Unidos acaba de arrebatarle a México. Junto al enorme Lago Salado —trasunto del Mar Muerto—, fundan una comunidad casi independiente. Young se casa con 27 mujeres, aunque al final sólo una de ellas, Ann Eliza, lo abandona y emprende una campaña nacional para denunciar la poligamia, como cuenta el novelista David Ebershoff en la muy entretenida La esposa 19.

Sólo cuando el gobierno federal le ofrece a los mormones convertir a Utah en estado, el tercer presidente de la Iglesia renuncia a la poligamia, provocando que un grupo de disidentes la abandone. Hasta hoy, muchos de ellos permanecen más o menos ocultos en la zona —como los protagonistas de Big Love, la serie de HBO que muestra que una familia polígama puede ser tan adorable y complicada como cualquier otra—, mientras otros encuentran refugio en el norte de México, como la familia de Mitt Romney.

Romney no es polígamo —lleva 43 años casado con la misma mujer—, pero sí ha fungido como obispo mormón, lo que podría convertirlo no sólo en el primer descendiente de mexicanos en llegar a la Casa Blanca —su padre, el exgobernador de Michigan, George Romney, nació en Chihuahua—, sino en el primer clérigo en conseguirlo.

Actualmente, el Partido Republicano se encuentra dominado por una amplia comunidad evangélica encabezada por los ultras del Tea Party; desde el linchamiento de Smith, los líderes protestantes nunca han dejado de ver con suspicacia esta nueva religión que se obstina en presentarse, sobre todo a últimas fechas, como una variante más del cristianismo.

De hecho, Romney parece el más interesado en difundir esta versión, como si la Iglesia de los Santos de los Últimos Días no fuese sino una senda paralela al protestantismo histórico. Semejante maniobra, a tono con su estrategia general de fingir lo que no es —un cristiano ultraconservador—, olvida que ninguno de los reformistas se presentó jamás como un profeta o que los dictados del Libro de Mormón, de una fantasía desbordada, son considerados por su Iglesia idénticos a los evangelios.

En esta simulación constante se advierte claramente quién es Romney: un político dispuesto a cualquier cosa —incluso al travestismo religioso— con tal de obtener el poder. Toda su biografía, desde sus años como empresario hasta su periodo como gobernador de Massachussets, se encuentra sujeta a un feroz proceso de manipulación que aspira a transformarla en otra cosa: lo que los auténticos cristianos ultraconservadores quieren escuchar.

Así, el Romney empresario se empeña en mostrarse como un supremo defensor del libre mercado, un escéptico del estado y un arriesgado creador de oportunidades de trabajo, cuando Bain Capital liquidó miles de empleos y benefició especialmente a sus accionistas —él mismo en primer término—, del mismo modo que el Romney político busca ser percibido como un conservador de pura cepa cuando, entre otras cosas, impulsó una cobertura sanitaria idéntica a la del odiado Obama.

Romney es, en este sentido, el mejor discípulo de Joseph Smith. Siguiendo su estela, no le preocupa alterar documentos, reescribir la historia, insertarse en una tradición que no le pertenece, falsear su pasado o presentarse como un devoto redentor. Que para lograr su objetivo esté dispuesto a asimilarse con quienes persiguieron y asesinaron al fundador de su Iglesia es la mejor prueba de que se trata de un digno sucesor del profeta. 

 

twitter: @jvolpi

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23 de enero de 2012
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Los mejores libros peruanos del 2011

 

FERNANDO AMPUERO: EL PERUANO IMPERFECTO

Vargas Llosa forjó la versión del fracaso existencial del peruano refutado por su medio. Ribeyro, la del peruano melancólico, desmentido no entre sino por la realidad y el deseo. Bryce, la del peruano exagerado, capaz de rehacer su mundo gracias a la elocuencia. FA (1949) propone en El peruano imperfecto (Lima, Seix-Barral) la tesis de que ningún peruano es imposible: cada uno se descubre en el espejo como otro. Esa intensa representación convierte a la vida limeña en una comedia trágica: la comedia del sujeto como el mejor actor de sí mismo. Ortega y Gasset dijo que argentino es aquel que se mira dos veces en el espejo. Peruano sería aquel que se mira mirado. Y se ha dedicado a sí mismo con éxito. La tragedia es ética: el triunfo mundano conlleva el precio de la integridad. Esta  novela, con una sonrisa, convierte al lector en peruano: le asigna la culpa ajena, gozosamente compartida.

 

CARLOS YUSHIMITO: LECCIONES PARA UN NIÑO QUE LLEGA TARDE

 

CY (1977) cuenta sin énfasis y con gusto historias de agudo sentido de lo excepcional, que acontece dentro de la trama permeable de lo cotidiano; como si entre uno y otro sus pequeños héroes estuvieran a punto de una proeza que los defina. De su libro de cuentos anterior, Las islas (2006), que transcurren en Brasil, país que el autor no ha visitado pero imagina,  se incluyen en este tomo (Barcelona, Duomo) seis historias de espléndida factura, donde el desplazamiento del lugar libera a la referencialidad, mientras que  la otra lengua le permite la licencia de lo verosímil. Porque lo notable de estos cuentos es que lo excepcional (los niños monstruos, los vendedores antiheroicos) discurren como la verdadera cotidianidad, mientras lo demás pertenece al lenguaje de la fábula o a los sueños.  La lección de intimidad que da Chejov y la tolerancia en lo raro que explora Kafka, sólo tienen al lenguaje para afincar, levemente, en estas historias de asombro y certidumbre.

 

CECILIA PODESTA: DE CABEZA SOBRE EL PASTO AMARILLO

CP (1981) es poeta iconoclasta, dramaturga de ironías felices, editora y gestora cultural, como plena ciudadana de la rica cultura urbana que reiventa la Lima de estos años de prosperidad, corrupción y obsesión culinaria; pero es además, como para anudar las redes, narradora de voz propia, cuya sátira de aliento y desenfado traducen estos relatos (Lima, Punto de Ideas) de una épica urbana, en torno a personajes post-apocalípticos y sub-integrados.  La deliberada truculencia de las historias le da la vuelta al género de lo monstruoso y la mecánica de la violencia, para mostrar sin sentimentalismo, la moneda nacional del desvalor, muy bien repartida entre las clases, los géneros  y los lenguajes, para perturbación mutua. Con talento y coraje bien probados, CP es capaz de jugar con los protocolos para hacernos reconocer nuestra resignación ante lo que pasa por lo real. Pocas veces, como ésta, el lector es despertado por el valor de una poesía del escándalo.

 

KATYA ADAUI SICHERI: ALGO SE NOS HA ESCAPADO

El notable primer libro de cuentos de KAS (1977), Un accidente llamado familia (2007) definió su lenguaje como la materia afectiva de las relaciones humanas: una lámina verbal transparente pero, siempre, las palabras de otro discurso, no dicho. Es un lenguaje sintomático que dice más de lo que enuncia para decir menos de lo que cuenta.  Cada relato, por eso, podría ser una novela: asume la historia familiar, la educación de la narradora, la impronta de los lazos sobre la  zozobra latente. Por eso, el cuento es la historia de una elisión, la radiografía revelada en la vulnerabilidad del cuerpo emotivo. El mismo control del lenguaje es parte de la historia. La hija, en uno de los cuentos, le pide a la madre que no exagere, que sea más prudente, pero la madre es la que provee el relato; mientras que el padre sólo está “completo” cuando muere, que es su forma de decir la verdad. Estos cuentos rescriben el lenguaje familiar para darle a cada quien su verdadero nombre. El titulo del primer libro es el de un cuento en el segundo: de la foto familiar nos queda el revelado, esa sombra fugitiva.

 

ROGER SANTIVÁÑEZ:  ROBERTS POOL CREPÚSCULOS

RS (1956) es uno de los más interesantes poetas peruanos, cuya evolución conoce ahora una madurez rara, hecha de destreza formal y audacia expresiva, como si el joven rebelde y bohemio de la juventud hubiese encontrado en los clásicos de la tradición barroca la discordia feliz de la hipérbole, esa sintaxis aglutinante capaz de hacer del poema otro icono de abundancia. Primero descubrió RS, quizá bajo la lección barroquizante de Carlos Germán Belli, la sorprendente conjunción del adjetivo áureo y el término tecnológico. Pero en esta nueva colección de experimentalismo en el archivo barroco (Lima, Hipocampo Editores), se trata de la música de Garcilaso de la Vega. El paisaje, claro, es otro: “Un ansia enferma mi corazón esmalta/Como a los arrozales el surtidor alcanza/ O la neblina ciega el amanecer en Lima.”  ¡Sólo a un poeta peruano se le hubiera ocurrido la audacia de ofrecerle a Lima una anti-alba!

 

OSCAR COLCHADO: HOMBRES DE MAR

OC (1947) construye en esta novela (Lima, Alfaguara) una metáfora de la modernidad peruana contrariada que caracteriza al modo de producción  dominante, el de extracción y exportación. En este caso se trata de la harina de pescado, que hizo del Perú su primer productor mundial. Pero esta vez la exportación incluye otra materia prima: la droga. A partir de la representación verosímil, que el lector puede tomar como una crónica dialogada, el autor descubre la intimidad de la violencia que convierte a los héroes de la modernización en sus primeras víctimas.  El relato de la vida del pueblo convertido en “boom town,” primero, y en ciudad residual después, se levanta con su humanidad descarnada en las voces en diálogo de esta épica de pobres, que es una elegía de desconsuelos pero también una celebración de la palabra viva. Entre la destrucción ecológica,  la matanza de la guerra sucia, y el tránsito de la droga, recomienzan las voces de la migración, ese nuevo mapa peruano. Esta novela late también con furia amorosa.

 

VICTORIA GUERRERO: BERLIN

VG (1971) ha heredado, quizá reluctantemente, una tradición poética que, a pesar de todas las teorías en contra, sigue asumiendo la voz de la mujer, ese lugar único  del discurso literario peruano, cuya escenificación tuvo en Blanca Varela su momento de drama mayor. La notable diferencia de registro en este libro (Lima, Intermezzo Tropical) tiene que ver con la expansión narrativa y elegíaca de esa voz, que sale de sus coordenadas locales para hacer figura con otras voces y espacios de registro que son las plazas, hospitales, centros comerciales, aeropuertos, de la biografía errante de una mirada que refracta lo vivido en las palabras como un acto de rendición que es de rebeldía. Rinde, así, cuentas (“Fuimos rebeldes en un mundo sembrado de muertos”) y responde no por la ausencia sino por el retorno (“a la pregunta escalofriante y poco bienhechora de ¿Por qué regresaste al Perú?”).  La pareja disuelta, la poesía irresuelta, el país irresoluble carecen de discurso, pero tienen en el poema el mapa verbal de su “Su propia combustión y catarsis.”  Una peruana al pie del orbe.

 

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21 de enero de 2012
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Independencias

No sabemos si es un elefante o un ratoncillo, pero está en la habitación y todos se han dado cuenta. Al menos en cinco territorios de la UE, ese conjunto de países comprometidos a construir una unión cada vez más estrecha, han cuajado fuerzas centrífugas que plantean seriamente y en plazos no muy largos la eventualidad de separarse de los Estados a los que pertenecen. Los escoceses fueron los primeros en alzar la bandera, cuando el Scottish National Party ganó las elecciones en 2011 con un programa que incluía la celebración de un referéndum de independencia. También en 2010 ganó las elecciones un partido independentista flamenco, que no planteaba una inmediata resolución de sus proyectos separatistas, pero no pudo formar Gobierno por la radicalidad de sus planteamientos inmediatos. La dimisión de Berlusconi y la disolución de su coalición con la Lega Nord ha situado de nuevo a esta fuerza en la tesitura separatista, aunque en su caso estrictamente fiscal, y, por tanto, resultado de un independentismo sin nación ni nacionalismo.

Estos tres independentismos, a pesar de sus distintos grados de elaboración estratégica, buscan un gradualismo que les proporcione más poder y más dinero. Alex Salmond quisiera un referéndum de tres opciones, que le permitiera apostar por una independencia meramente fiscal dentro de una Europa unida, incluso con la eventual adhesión al euro que los ingleses descartan. La Nueva Alianza Flamenca de Bart De Wever busca su realización en la consolidación de la territorialidad lingüística y la total independencia presupuestaria. Los liguistas de Umberto Bossi son tan antieuropeos como antiitalianos, sobre todo del bolsillo, pero ni siquiera poseen un proyecto de nación. Si hay algo serio, elefante más que ratoncillo, habrá que buscarlo en el rincón ibérico de Europa, donde hay dos nacionalismos históricos y europeístas que han llegado al siglo XXI con tanta o mayor fuerza que la que tuvieron en la travesía del XX. Uno, el vasco, se ve ahora liberado de la lacra imperdonable de la violencia terrorista, que ha desnaturalizado su mensaje y le ha hecho cómplice en ocasiones del aprovechamiento político del terror. El otro, el catalán, perfectamente rodado en el gobierno de un territorio de tanto peso económico y cultural como Cataluña, se encuentra ahora tensado entre sus expectativas soberanistas y su obligada solidaridad con el ajuste doloroso lanzado por los conservadores españoles. Estos cinco puntos de fricción centrífuga no existirían en su actual agudeza sin la recesión y sin la crisis del proyecto europeo. Esa Europa irreconocible es hija de su debilidad y de su pérdida de peso en el mundo. Si lo que hay en la habitación es un ratón, estos secesionismos serán meros signos de una anemia episódica. Pero si es un elefante, Europa hará nacionalistas felices, pero habrá menos europeísmo y menos Europa.

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21 de enero de 2012
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El pincel del futuro

Solemos decir que la realidad supera al arte pero a menudo ocurre lo contrario, y es el arte el que se anticipa a la realidad, sirviéndole de modelo. En pocas ciudades, como en Varsovia, para comprobarlo cuando uno se pasea por el centro histórico y, cada tanto, se encuentra con unos paneles en los que se reproducen pinturas de Canaletto y, cerca de la plaza del Mercado, con una gran vitrina con fotografías de la ciudad tal como quedó tras la II Guerra Mundial, ese esqueleto tumbado en la desolación más absoluta. A pesar de que gran parte de Varsovia no disimula su carácter reciente -mucha arquitectura socialista y alguna, más o menos espectacular, contemporánea- cuesta creer, por lo perfecto de la reconstrucción, que el barrio antiguo sea también completamente nuevo.

Los varsovianos están orgullosos, con razón, de aquella delicada tarea de reconstrucción emprendida poco después de 1945. Se cuentan muchas historias sobre el proceso. La que más sorprende es la más conocida: parece casi increíble el ensañamiento de los ocupantes alemanes tras la insurrección de Varsovia en 1944. Las tropas invasoras no sólo dinamitaron concienzudamente la ciudad, casa a casa, barrio a barrio, sino que procuraron el aniquilamiento infinitamente más poderoso que consiste en erradicar la memoria mediante la destrucción de todos los rastros de una comunidad. En consecuencia se hicieron desaparecer archivos, planos, fotografías y cualquier pista que condujera a la tentación de resucitar la ciudad. Pero la ciudad fue reconstruida, al menos en parte. Y aquí es donde adquiere protagonismo Canaletto, aunque a través de una historia algo sinuosa.

Como la ciudad, también la aventura de Canaletto puede, en parte, reconstruirse, si bien, como se verá, con una acentuada confusión entre arte y realidad. De acuerdo con mis informantes Canaletto, además de ser el magistral autor de las vedute venecianas que se encuentran en tantos museos europeos, vivió 16 años en Varsovia y fue el pintor de la corte en la época del rey Estanislao Augusto Poniatowski, entre 1764 y 1780. Antes había vivido en Dresde, al servicio del también rey de Polonia, y elector de Sajonia, Augusto III. Esto explicaba la importancia del pintor veneciano en el futuro de ambas ciudades, Varsovia y Dresde, que serían aniquiladas a mediados del siglo XX.

Con respecto a Dresde, Canaletto, sin saberlo, dominó el futuro gracias, sobre todo, a una gran pintura, Vista de Dresde desde el banco derecho debajo del puente Augusto,el modelo utilizado después de la guerra para reconstruir este puente de la ciudad, reducida a la nada tras los bombardeos aliados. En cuanto a Varsovia, los paneles esparcidos por el centro de la ciudad, en los que el paseante puede contrastar las pinturas de Canaletto con las iglesias y los palacios reconstruidos, dan fe de la exactitud con que los edificios reflejan las formas propuestas en los cuadros.

Y es precisamente al considerar esta exactitud donde empieza un singular juego de espejos en el que se acechan mutuamente arte y realidad. Según los amigos varsovianos los reconstructores de la ciudad siguieron tan escrupulosamente los cuadros de Canaletto que el producto final, el edificio recuperado, no era tanto el que existía antes de la destrucción de 1944 como el captado por el pintor veneciano en el siglo XVIII. La iglesia de la Santa Cruz y la de los Carmelitas son, por así decirlo, las de hace tres siglos con el aspecto que tenían entonces, y no con el que poseían cuando fueron sometidas a la dinamita. Los puntillosos reconstructores, ampliamente elogiados en todo el mundo por su labor, confiaban tanto en el realismo de Canaletto, del que se decía que utilizaba la mágica cámara oscura para captar todos los detalles de los paisajes retratados, que no pusieron en duda la verdad suprema de los cuadros. Sin embargo, estudios recientes habían llegado a la conclusión de que Canaletto no era tan realista como se pensaba e introducía abundantes modificaciones fantásticas en los edificios que pintaba. El juego de espejos, por tanto, aumentaba su complejidad: lo que se reconstruyó no era, como se sabía ya, el paisaje destruido en 1944, pero tampoco, exactamente, el del siglo XVIII, sino el que la imaginación de Canaletto había plasmado en las telas. El arte tiraba de la realidad de manera que ya podíamos, mis amigos varsovianos y yo, cerrar el círculo.

Pero faltaba la última sorpresa. Le comenté por teléfono a un profesor veneciano que había visto magníficos canalettos en Varsovia, encarnados en edificios y que nada tenían que ver con Venecia. Se extrañó aunque luego reconoció que no era, para nada, experto en Canaletto y, en consecuencia, ignoraba la vida del pintor. Le envié fotos de los cuadros varsovianos, y él contestó con desdén típicamente veneciano: "Desde luego, Canaletto se esmeró más cuando pintaba Venecia". Me fastidió la respuesta aunque sembró dudas en mí. Repasé vedute venecianas de Canaletto y, al compararlas con las varsovianas, advertí que había algo muy igual pero también algo muy distinto. Hice averiguaciones. La solución fue fácil cuando estuve dispuesto a abandonar los encantamientos de un viaje y acudir a las fuentes rigurosas. Según la Enciclopedia Británica Bernardo Bellotto fue un pintor sobrino de Giovanni Antonio Canal, Canaletto, que usó fraudulentamente el apodo de su tío para aprovechar la enorme fama que éste había adquirido en Europa. Bellotto, que consiguió que muchas veces lo confundieran con el verdadero Canaletto, pintó en diversas ciudades europeas, entre ellas Dresde y Varsovia.

Yo también me había confundido. Pero eso no disminuía mi admiración por el falso Canaletto que, sin saberlo, había impregnado el futuro de dos ciudades en su pincel.

El País, 11/12/2010

 

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21 de enero de 2012
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Vargas Llosa rechazó dirigir el Cervantes

Mario Vargas Llosa Alegando sus trabajos literarios, postergados durante el año-Nobel, Mario Vargas Llosa ha rechazado mediante una carta al Presidente dirigir el Instituto Cervantes, aunque dice que le brindará su apoyo. El gobierno de Mariano Rajoy no ha podido encajar así el gol de vestidor que pretendía en un año que se viene muy malo para el sector cultura con los recortes anunciados.  Dice la noticia en El País:

Mario Vargas Llosa ha declinado el ofrecimiento del Rey de presidir el Instituto Cervantes y convertirse en embajador del español en todo el mundo por considerar que el puesto es incompatible con su tarea literaria, según ha podido confirmar EL PAÍS en el entorno del Nobel. El escritor ha rechazado el ofrecimiento mediante una carta al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la que sin embargo ofrece su colaboración con la institución. El Rey Juan Carlos fue quien le propuso que ocupara el cargo de presidente (por encima del de director) en nombre del Gobierno. ?Si usted me lo pide, Majestad?, le respondió, ?me lo tengo que pensar? Entraba dentro de lo posible que la actitud de respeto al Rey retrasara la decisión del Nobel. Pero quienes conocían la densidad decisiva de su apuesta literaria en estos tiempos, y a su edad, intuían que su no debió de ser instantáneo. Los planes del PP para la institución que debe enseñar y promocionar el idioma y la cultura en español por todo el mundo son ambiciosos. Sus dirigentes pretenden que la lengua se convierta en la pieza clave de la acción cultural exterior, como ha apuntado en su estrategia tanto el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, como el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle.

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20 de enero de 2012
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El Boomeran(g)
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