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Tapies en Manhattan

 

Uno se encontraba con Tapies sin buscarlo, como si la idea de la serie que distingue a su obra fuese una pregunta por la mirada. El espectador casual se convertía, así, en oficiante de un arte hecho para explorar la materia contemplada. El diálogo con Tapies está incontaminado por las palabras. Postula la intimidad de la mirada y la pura fluidez del mundo.

En una época dejaba flotando a la deriva una letra. En otra, sus muros descubrían una grafía transitoria, sumida en el vértigo dramático de la textura.

Otra vez, en el MOMA, vi la muestra de sus libros-objeto, inmensos y densos ejemplares únicos, hechos para albergar al lenguaje, tratado como poética de la grafía. Me acuerdo de un tomo de Pere Gimferrer cuya tapa herrosa parecía la puerta salvada del Castillo incendiado. Tapies cultivó esos encuentros con la poesía. Con José-Miguel Ullán debe haber tenido una afinidad inmediata, dado el riesgo y la libertad del lenguaje gráfico del poeta. Al final, el silencio parece una fe extrema en las palabras. De pronto, uno cree entender que en cada cuadro hay una declaración de principios.

Seguramente por eso su Museo en Barcelona es, más bien, un taller. Menos que didáctico (su lección es  substraer), y más que de seguidores (lo dijo todo en sus términos), se trata de la idea del Taller, de la inventiva de recomenzar. Nos ha acompañado el ardimiento de su obra como el fuego recobrado. Uno cree ver al arte y al artista salvando de la miseria histórica una forma del sentido. 

También por eso, al pie de una muestra suya, diversificada en formatos y variaciones, uno necesitaba apurar algunas notas. Es improbable reproducir el lenguaje de Tapies, y  no es casual que algunos poetas hayan rendido homenaje a esa provocación. Las notas que hice en una de sus exhibiciones en el MOMA se las pasé a Ramón Xirau, quien las publicó en Diálogos, que fue el mejor nombre para una revista de soliloquios subrayados por el exilio. Las copio, salvando algún énfasis, en tributo y gratitud.

 

T en M

I

Grisura del blanco: negro

Corroído por la luz.

Teoría de ver en lo oscuro

Más claro: muro.

II

Más que exceso, menos

Que irrisión, la materia

Es pura arbitrariedad.

Mofología: ironía

Del objeto sin fin.

III

Hipótesis de la mancha,

La traza, el granulado,

Como el blanco acumulado

Que la mirada resta

Del sumo mundo.

IV

No es el mundo lo que

Se pierde: nos inunda

Su no mirado muro.

Tesis de la visión

Creada por su objeto.

V

¿Quién ha quemado estos signos

De tierra roja? La intemperie,

Historia viva de las cosas

Que perdieron el nombre.

VI

Nada a la mano: no hay

Nada detrás, sólo el envés

Posterior al sentido.

Rastro, resto, sutura.

Su pintura es heroica.

 

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7 de febrero de 2012
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La guerra del azúcar. Una fábula

Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, un hermoso reino gobernado por una dinastía de feroces hechiceros. Ni siquiera los viejos eran capaces de recordar una época en la cual esos tiranos no se hubiesen enriquecido a costa de sus habitantes, no hubiesen aplastado a sus rivales y no se hubiesen sucedido unos a otros en un juego de tronos que, según ellos, envidiaban todas las casas reales. Cuando alguien osaba cuestionar las intenciones de los Bienhechores —el nombre que se daban los hipócritas—, recibía una respuesta inobjetable: “Sí, tal vez seamos malvados; sí, tal vez seamos corruptos. Pero dirige tu mirada a los reinos vecinos: ninguno ha gozado de una era de paz tan prolongada como la nuestra”.

 

            Durante eones, los hechiceros basaron su predominio en esta magra sensación de seguridad ofrecida al pueblo a cambio de una impunidad sin restricciones. ¿Cómo preservaban la paz los Bienhechores? Celebrando pactos más o menos silenciosos y ocultos con sus rivales, y en especial con las gavillas que comerciaban golosinas —horrorosos productos azucarados que provocaban caries y diabetes—, prohibidos en aquel mundo primigenio por la adicción que causaban en niños y jóvenes. Dicho de otro modo: los Bienhechores se hacían de la vista gorda y dejaban que aquí y allá se instalasen fábricas clandestinas de caramelos y charamuscas, las cuales debían pagar una contribución para financiar las alicaídas arcas del reino (es decir: sus bolsillos).

            La dinastía de hechiceros parecía destinada a perpetuarse al infinito pero, impulsados por la aburrición y el hartazgo de los vecinos hacia sus dirigentes —y a la debilidad del último de rey de su linaje—, un inesperado día veraniego los seculares enemigos de los Bienhechores se vieron instalados en Palacio, aclamados por multitudes que los consideraban redentores. La algarabía se prolongó por varios meses, hasta que los habitantes del reino constataron que los Puros —el nombre elegido para distanciarse de sus predecesores— gobernaban igual que sus rivales.    

            ¿Qué distinguía a éstos de los Bienhechores? Antes que nada, los Puros presumían su entereza moral: a diferencia de los hechiceros, estaban convencidos de que sus principios eran superiores —lo habían demostrado en los años en que fueron perseguidos— y estaban decididos a poner en evidencia su honestidad a toda prueba. Por desgracia, no tardaron ni unos meses en constatar que el poder corrompe sin remedio: sus recaudadores y mayordomos demostraron un singular talento para las chapuzas.

            Como la corrupción seguía irrefrenable, y el buen gobierno parecía una entelequia, al segundo monarca de los Puros se le ocurrió demostrar su superioridad moral de una manera más escandalosa y contundente: en contraste con sus antecesores, él no desviaría la mirada ante el sórdido tráfico de muéganos que se operaba en el reino, minando la salud de sus consumidores. “La connivencia entre los Bienhechores y los golosinos resulta intolerable”, proclamó el Segundo Puro, “así que he decidido emprender una campaña militar en contra de ellos”.

            Se iniciaron así las que hoy se conocen como Guerras del Azúcar: un largo periodo de inestabilidad y conflictos que se mantuvo por decenios. De un día para otro, el reino se convirtió en un campo de batalla aunque, eso sí, el Segundo Puro insistía en que todas las tropelías eran cometidas por los golosinos y no por sus ejércitos. “Son ellos quienes están al margen de la ley”, insistía, “son ellos los que envenenan a nuestros jóvenes y los que a diario se matan entre sí en nuestras plazas y condados”.

Un día, el heraldo de los Puros anunció el número de víctimas de la Guerra del Azúcar: 50,000 en sólo cinco años. Pero nadie estaba autorizado para rebatir sus afirmaciones: frente a cada ejemplo de un minero, un labrador o un zapatero ajusticiado, sus esbirros respondían que se trataba de una calumnia pagada por los Bienhechores. Luego, cuando alguien señaló que en ese tiempo los Puros sólo habían logrado enjuiciar a una veintena de golosinos, el heraldo se dio media vuelta, refunfuñando: “Otro traidor que defiende a los criminales”. Nadie podía cuestionar la superioridad moral de los Puros: ellos tenían siempre la razón, aunque la realidad se obstinase en desmentirlos. 

            Hoy, a tantos eones de distancia, resulta casi ridículo imaginar la suerte de aquel hermoso reino: 50,000 muertos en los primeros 5 años de reinado de los Puros por culpa de la Guerra del Azúcar. El azúcar que, pese a todas las prohibiciones, se podía encontrar en cualquier vecindad y en cualquier senda. El azúcar que por sí misma jamás se cobró 50,000 muertos en cinco años. El azúcar que en nuestros días a nadie se le ocurriría prohibir pese a que unos cuantos adictos —todos mayores de edad— prefieran atiborrarse de glucosa y arriesgarse a una muerte por diabetes. El azúcar que, cuando volvió a ser legal siglos después, provocó la inmediata extinción de los golosinos.

 

twitter: @jvolpi

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7 de febrero de 2012
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¿Ha dicho usted ideas políticas?

Sospecho no haber sido el único en haber sentido un considerable alivio al saber que el elegido para dirigir el PSOE había sido Alfredo Rubalcaba. A mi modo de ver (y con la venia del profesor de Sociología) el Partido Socialista ha evitado el suicidio por los pelos. La candidata Chacón representaba lo peor del zapaterismo: el socialismo trivial y el socialismo tribal. Con un partido de hechuras chaconianas habría sido imposible saber qué votaba uno, si las multas lingüísticas de la Generalitat o el Ejército español, la amistad con Bildu o la vanguardia del feminismo, los monigotes de López Aguilar o los de la familia Pajín, los negocios de Roures o los de Botín. Es posible que la radiografía de Rubalcaba tampoco esté muy definida, pero da la impresión de una mayor solidez, como si fuera partidario de un socialismo adulto y no del socialismo adolescente que ha llevado a este país a la caricatura.

Sin embargo, el proceso electoral, por llamarlo de alguna manera, no auguraba nada bueno. Desde el primer momento ambos candidatos juraban a quien quería escucharles que iba a ser una disputa de ideas, un conflicto de políticas, dos modos de entender la dirección del país. O sea, un debate de ideas políticas. Los desconcertados seguidores tratábamos afanosamente de encontrar alguna idea entre los discursos, las frases cosméticas, los logos de agencia publicitaria, el autobombo, la perfecta vacuidad del lenguaje político a la española trufado de ejemplos futbolísticos. Era como buscar una moneda de oro en el vertedero. Muchos, por lo menos aquellos con quienes lo he comentado, pero también los que escriben en los periódicos, no hemos alcanzado a oír una sola idea en toda la campaña. Un orgánico de Zapatero decía en un programa de la tele que las ideas estaban colgadas no sé dónde, en las páginas inmateriales de cada candidato. Sería verdad, o sea que aún podrían haberlas escondido mejor. Lo cierto es que a las gentes poco preparadas nos ha parecido que la disputa, la campaña, la elección, iba sobre quién controlará los empleos y los sueldos del partido. Asunto relevante cuando se han perdido miles de poltronas, pero que, francamente, son una minucia comparada con los parados de verdad.

Y no es que no hagan falta las ideas acerca de la política española, o de la gobernanza, como dicen los enterados apoyando mucho la zeta, porque el país está hecho unos zorros. No solo económicamente, sino, sobre todo, anímicamente. Nadie cree una sola palabra que emane de un organismo oficial (si no trabaja en uno), nadie tiene la menor confianza en los partidos políticos (a menos que cobre de ellos), la universidad es un cetáceo muerto, nadie está haciendo proyectos para nada, porque,¿para qué? La tarea del PP no será otra que la de devolver credibilidad a las instituciones de la nación, ya que, de momento, la nación solo sirve para pagar deudas.

El viernes 3 de febrero este periódico publicó un artículo de Nathan Gardels que a mi entender establecía con agudeza la paralización intelectual y moral de algunas democracias como la italiana, la norteamericana y (añado yo) la española. En estas, los intereses económicos de los partidos están tan arraigados en el circuito del gran capital, son tan evidentes las relaciones de dependencia y clientelismo, que solo es posible una política demagógica como la de Zapatero antes de que le llamaran al orden. En estas democracias, escribe Gardels, "los políticos electos están tan en manos del sentimiento populista inmediato y de los intereses especiales organizados, que los partidos vacían de contenido la mera formulación de cualquier política que intente llegar a un compromiso por el bien común a largo plazo, incluso antes de que se someta a votación en el Parlamento. El proyecto de ley que sale adelante está desprovisto de sustancia y significado. Por consiguiente lo que permanece es el statu quo".

Evidentemente, cuando no se puede hacer política en serio, cuando el statu quo es tiránico, se hacen políticas aproximativas lo más inocentes que sea posible, como la Alianza de las Civilizaciones que podría ser una iniciativa de la Unesco, o la declaración irritantemente repetida de "federalismo" que solo tiene como finalidad dejar que cada tribu se reparta el dinero según su capacidad de chantaje, o las majaderías sobre el uso de "miembros" y "miembras" nacidas en cabezas totalmente poseídas por el vacío.

A la izquierda la corrompe el poder. La derecha no tiene por qué corromperse en el poder, no le hace falta, aunque lo haga. Por lo general los partidos conservadores tienen establecida de antemano su financiación y las corrupciones vienen de subordinados codiciosos, no de la misma dirección. Los partidos de izquierdas tienen enormes problemas para financiarse y si no se andan con cuidado es toda la estructura la que al final solo trabaja para mantener los sueldos de la burocracia del partido. Esta es la impresión que daba (a la gente sin estudios de sociología) la campaña de los socialistas. Eran dos modos de entender la gerencia del partido, no la del Estado. Y dos clientelismos que calculaban con quién les iría mejor. Por los apoyos que han recibido uno y otra, me parece que las ideas no, pero el retrato de la clientela ha quedado bastante enfocado. ¿Qué tienen en común, políticamente, Griñán y Chacón? ¿Opinan igual sobre las autonomías? ¿O Patxi López y Rubalcaba? ¿Ambos coinciden con Eguiguren, presidente de López? ¿Han hablado de política, realmente? Pues nos gustaría mucho conocer el contenido de sus conversaciones.

Tiene Rubalcaba unos ocho años para levantar los ánimos del partido. Es de esperar que elimine la demagogia guerracivilista que ha movido con extremada estupidez la corte de Zapatero hasta convertir a este país en una sociedad, según ese principio, con 12 millones de franquistas y mayoría absoluta. En su discurso final aseguró Rubalcaba que desea un país en donde ningún ciudadano sea mejor que otro y ningún contribuyente goce de más privilegios que los demás. Bueno, pues a ver qué hace con Cataluña y con el País Vasco. Habló de un país laico, veremos si es verdad: podría empezar exigiendo que las iglesias tributen al fisco como todo quisque. Algo dijo contra los bancos, pero ha sido el PP el que ha limitado los sueldos de los bancarios, la gente más detestada de este país después de los pilotos. Y así sucesivamente.

El camino será largo y sobre todo abrumadoramente aburrido. La izquierda ha dilapidado su capital histórico: la igualdad de todos ante la ley, la educación como herramienta de superación, la libertad de la mayoría y no solo de algunas minorías, la cultura como instrumento crítico, la lucha contra la corrupción y el parasitismo incluida la corrupción y el parasitismo sindicales, el rechazo de la ideología reaccionaria de los nacionalistas, la promoción de los mejores y la persecución de los enchufados... en fin, se podrían llenar seis folios de tareas pendientes, pero sobre las que nadie ha dicho una sola palabra en estas elecciones, o lo que hayan sido. Ni una palabra.

Uno desea lo mejor para Rubalcaba, no tanto porque ponga alguna ilusión en la renovación de la izquierda, cuanto porque sin una oposición sensata y verosímil los desmanes del poder son siempre más insoportables. Ayúdenos, señor Rubalcaba, que bien lo vamos a necesitar.

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7 de febrero de 2012
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Merkel en campaña

Puede ser desesperación, como dice Der Spiegel, pero puede ser algo de más difícil comprensión, y es que Merkel se haya creído su eslogan de que la política europea es política interior alemana. Lo dijo en Davos y lo repitió al día siguiente en la entrevista que dio a este periódico. La idea de que la Unión Europea es el terreno de juego de las instituciones alemanas sería muy bella si funcionara como una ley generalizable a todos los socios y no como el principio de uno para uno mismo, Alemania. Ahora mismo significa que el Bundestag, el Bundesverfassungsgericht y el Bundesregierung (parlamento, tribunal y gobierno) se sitúan en la práctica por encima de los parlamentos, tribunales y gobiernos de cada uno de los países socios, al menos los del euro, y por encima también del parlamento, el tribunal y la comisión europeos. Unos, los socios, pierden soberanía; otro no alcanza a tenerla, la Unión; y Alemania la expande. Se entiende perfectamente, aun sin estar de acuerdo, que un movimiento de este tipo sea el que facilite el portazo a Cameron y a cualquiera, Chequia por ejemplo.

Pudiera ser que hubiera un elemento táctico o provisional en esta Europa alemana que se está configurando al calor de la geoeconomía que ha venido felizmente a sustituir con su soft power a la geopolítica militarizada. Según esta teoría, Merkel estaría empujando para obtener la austeridad de los despilfarradores y la renuncia a la soberanía de los más reticentes a la Unión Europea, pero su objetivo final sería la entrega del poder soberano a la unión fiscal resultante, objetivo muy cercano a la unión política que Kohl quiso pero no pudo conseguir en Maastricht. Están bien las lecturas piadosas, pero para qué ocultar que esta dura táctica puede servir a quienes quieren echar a los países del sur y a quienes nada quieren saber de una Europa federal unida, que al final son los mismos. También hay que tener en cuenta que las mejores intenciones europeístas pueden naufragar si Grecia no aguanta y sigue luego el efecto dominó: es decir, si se cae el euro. Respecto a la eficacia de la campaña, hay que decir que un programa compuesto de austeridad y de entrega de soberanía a Alemania, en vez de crecimiento y entrega de soberanía a una Unión equilibrada, gobernada y sin directorios, es la vía más segura para el fracaso. Sarkozy lo tiene mal, pero si Merkel insiste puede tenerlo peor. Habrá que ver luego si una campaña francesa con malos resultados se convierte en un lastre para la campaña alemana de 2013. En cuestión de campañas electorales, la mezcla de géneros y la confusión de niveles suelen producir efectos perversos. Cada uno tiene que ganar la suya y estar preparado para pactar luego con quien gane en las otras. Convertir la política europea en política interior alemana destruye además una regla que ha funcionado de maravilla en las relaciones bilaterales intraeuropeas, como es que los colores distintos liguen mejor que las cartas del mismo palo. Y nos hace temer que los social cristianos alemanes quieran ganar a partir de ahora todas las elecciones que se celebren en Europa. Una pretensión tan absurda debería levantar los ánimos decaídos de toda la socialdemocracia europea.

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6 de febrero de 2012
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La carroza de Bolívar

Todo parce indicar que los novelistas colombianos han decidido hacer caso omiso  de la pesada sombra del omnipresente García Márquez para buscar su propio camino. Y en esta tesitura Evelio Rosero ha hecho lo más correcto que cabe hacer al respecto, o sea, escribir una buena historia con independencia  de posibles parecidos o remedos. Que los hay, cómo no, pero a su manera.
En cierto modo La carroza de Bolívar podría ser leída como un ajuste de cuentas histórico. La ciudad de Pasto, donde está ambientada la novela, hizo frente al “libertador” y pagó tan cara su osadía que casi doscientos años después de tan sangrientos sucesos todavía no se han cerrado las heridas. Para muchos habitantes de esa ciudad – y Evelio Rosero  es uno de ellos-, Bolívar es una figura mucho menos digna y heroica de lo que dicen los historiadores y hagiógrafos.  El propio autor ha confesado que muchas de las opiniones y hechos de escasa grandeza que se atribuyen  en Pasto al padre de la patria, y que se recogen en la novela, las escuchó él de niño a miembros de su familia que a su vez las habían escuchado de sus antepasados. Otro fondo documental abundantemente utilizado son los escritos de un historiador local llamado José Rafael Sañudo, cuyas investigaciones y conclusiones acerca de Bolívar le costaron no pocos disgustos en vida por chocar abiertamente con la versión oficial.
El proceso de demolición de la figura del controvertido político soñador de la Gran Colombia es una de las líneas argumentales más sólidas de la novela, pero no la más importante ni la que de verdad interesa al autor. La figura de Bolívar, y las reacciones  de adhesión o rechazo popular que provoca cualquier intento de negar la versión oficial constituyen el armazón que permite a Evelio Rosero contar una enloquecida historia de amor  en clave de comedia y tragedia, aparte de que los dos protagonistas - el doctor Justo Pastor Proceso López  y su esposa , Primavera Pinzón – se ven acompañados en el desarrollo de su pasión por una atractiva galería  de personajes locales  cuyas peripecias hacen de la lectura un ejercicio ameno y, a ratos, divertido.
El tiempo narrativo abarca desde el 28 de diciembre de 1966, día de los Inocentes, hasta el carnaval de Blancos y Negros que tiene lugar durante la primera semana del mes de enero.  En esos ocho o diez días siguientes, el doctor Justo Pastor y su esposa Primavera Pinzón van a vivir una historia de amor marcada por el ambiente grotesco y desaforado de las vísperas del carnaval. Entre la escena inicial, en la que el bienintencionado doctor trata de seducir a su mujer disfrazado de gorila, hasta a apoteosis final, en la que la celebración del carnaval da motivo a toda clase de transformismos y equívocos, el autor se las apaña para crear una atmósfera desquiciada y ostensiblemente sensual y apasionada en la que el amor, la política, la amistad o la prudencia son sometidas a toda clase de pruebas: las esposas beatas acaban demostrando ser unas hembras apasionadas, las esposas infieles son cruelmente  laceradas con un ramo de rosas y las hijas desfloradas sin que el hecho merezca mayor atención porque mientras tanto están pasando toda clase de sucesos bizarros y dignos de ser  atendidos una vez que el traspiés adolescente no parece que vaya a tener trascendencia. El doctor, el catedrático, el obispo, el alcalde, el artista o las esposas hacen cada cual su papel  en un entramado que poco a poco va tomando los tintes inequívocos de la tragedia. Cuando el doctor decide impulsar la creación de una carroza en la que el gran libertador desfilará por las calles haciendo de sí mismo (o al menos mostrando la faz que el doctor cree que debería exhibir en honor a la verdad) todo su entorno coincide: “No te dejarán mostrarlo como tú pretendes. Antes te matarán”.
Pero el carnaval arrecia y las calles de pueblan de personajes que se disfrazan de lo que quieren, o de lo que les gustaría, ser, y el doctor Justo Pastor Proceso López, nuevamente caracterizado de gorila, se encuentra  en la tesitura de quedarse a ver desfilar la carroza impulsada por él o ir en busca de su mujer, ahora en peligro de caer definitivamente en las garras del general. Y elija  lo que elija,  escogerá  lo que ya se ha convertido en su destino.

La carroza de Bolívar

Evelio Rosero
Tusquets

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6 de febrero de 2012
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Lord Chandos en Hollywood

En un artículo publicado tres veces, con pequeñas variantes, en revistas inglesas y norteamericanas a lo largo de 1926, Virginia Woolf, hablando del cine con extraordinaria agudeza, terminaba su texto, titulado en la versión que prefiero ‘Las películas y la realidad", con estas palabras: "Es como si la tribu salvaje [a la que se ha referido al comienzo del artículo, para sostener la hipótesis de que el cine es el último refugio del salvajismo contemporáneo] en vez de encontrar dos barras de hierro para jugar, hubiese encontrado esparcidos por la orilla del mar violines, flautas, saxofones, trompetas, pianos de las grandes firmas Erard y Bechstein, y con increíble energía pero sin saber una nota de música hubiera empezado a tocarlos y aporrearlos todos al mismo tiempo". El cine, concluye Woolf, tendrá tal vez siempre el inconveniente, comparado con la novela o la pintura, de que su habilidad mecánica está muy por encima de su artisticidad.

‘The Artist' se propone como un antídoto a la sobreabundancia de los instrumentos con los que el cine de mayorías trata hoy de seducir al público sirviéndose de artilugios infinitamente más aparatosos que los que imaginó la autora de ‘Orlando'. Autolimitada al blanco y negro y a la ausencia de la voz humana, rodada sin actores famosos y en 35 días, muy poco para su empaque, la película del francés Michel Hazanavicius podría haber explorado la metáfora del cambio de valores en los modos de representación, pero no es eso lo que ha interesado a su autor. ‘The Artist' se limita a explotar, con gran brillantez, la nostalgia y no la crisis del código fílmico que acabó con el cine silente en el que trabajaron, depurada e innovadoramente, los directores que Hazanavicius invoca como inspiradores, Murnau, Stroheim, Browning, Borzage, no todos trasplantados felizmente al sonoro.

En ‘The Artist', aparte de las didascalias de los diálogos que no oímos (muy acertadamente reducidas al mínimo), las secuencias se cierran con los dispositivos propios del cine mudo, y los actores interpretan adrede con la simpleza y el exceso de gesticulación que se asocia, un tanto superficialmente, al período anterior a los ‘talkies'. En el caso del protagonista Jean Dujardin, muy premiado en festivales, su actuación deficiente nos deja en la duda de si es impostada o intrínseca a él, duda que no cabe en los secundarios como John Goodman (el productor enarbolando siempre su habano, como manda el tópico) o James Cromwell, el fiel mayordomo y chófer; de ellos nos consta lo buenos que son, aunque aquí luchen titánicamente y perezcan al fin, víctimas del estereotipo impuesto por el guionista y director. Impecable resulta, al lado de los humanos, el perrito Uggy, asombroso en las carantoñas y caídas de bruces, y con la mirada a cámara más cautivadora que se ha visto en Hollywood desde Rin Tin Tin. Yo habría nominado a Uggy a los Oscars, no sé si de interpretación o de efectos especiales.

No hay que negar, sin embargo, que Hazanavicius (de quien desconozco sus películas anteriores, también de cuño paródico en el género del cine de espionaje y en la estética del ‘détournement') está dotado de un notable instinto visual y una gran inventiva, por lo que la película resulta agradable de ver y puede deslumbrar en sus momentos de genuina inspiración, como el reencuentro de la pareja de George y Peppy en el plató, con su romance de pies separados por el forillo del decorado, la escena de la gran escalera donde se cruzan, o, lo más sutil del film, las dos imaginaciones, amorosa y narcisista, sobre la ropa colgada, Peppy dentro de la chaqueta de George en el camerino de éste, y George, ya empobrecido, poniendo su cara a su antiguo ‘smoking' en el escaparate de la tienda de empeños.

El efectismo subrayado y el sentimentalismo irónico que forman la base de ‘The Artist'  -con la eficacia tan celebrada por públicos tan diversos-, adquieren en el desenlace un peso que, aun sin densidad, deja buen sabor de boca incluso al espectador, es mi caso, menos sensible a su ‘trucancia' (la palabra se debe a Gómez de la Serna). No voy a contar aquí más de lo que el propio trailer de la película revela, pero el hecho de que el ‘happy end' juegue ingeniosamente con las nociones de habla y silencio, de fracaso y salvación, sublimadas por el gesto corporal del baile, me hizo pensar, a la salida del cine, en el fundamental y breve texto de Hugo von Hofmannsthal ‘Una carta', publicado en 1902. En ella, un hipotético noble renacentista, Lord Chandos, le comunica a su amigo Francis Bacon, más tarde Lord Bacon de Verulam, su renuncia a toda actividad literaria, en razón de la insuperable incapacidad de expresar con palabras lo que su mente o su alma sí son capaces de sentir. Lord Chandos es un trasunto del propio escritor vienés, quien, después de una fulgurante irrupción en la poesía lírica antes de cumplir los veinte años, se centró a partir de 1906 en el teatro y, muy destacadamente, en la escritura de libretos de ópera para Richard Strauss, entre otros ‘Elektra', ‘El caballero de la rosa', ‘Ariadna en Naxos' y ‘La mujer sin sombra', sin duda los más grandes que se han escrito nunca junto a los de Da Ponte y Auden. Al igual que Chandos, en cuya boca las palabras se descomponían "como hongos mohosos", aspirando por ello, en su lugar, a "algo magnífico como la música y el álgebra", el George Valentin de ‘The Artist', renuente a hablar con su esposa y más aún a expresarse en el cine sonoro con su voz, encontrará en la danza, y en el infinito numérico de las coreografías a lo Busby Berkeley, la respuesta orgánica al mutismo. Y de paso el amor, o la redención.

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6 de febrero de 2012
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Esos púberes adultos

Los chavales crecen hoy muy rápido. Aprenden antes a mandar un mensaje que a escribir. Queman la niñez con ansia, alimentados por unas redes sociales que los empoderan a la vez que los acomplejan. Internet derrumbó las paredes, y accedieron a los secretos que durante generaciones los adultos guardaron en el cajón bajo pañuelos perfumados. Su Bildungsroman se narra a través del WhatsApp. Porque la generación más hipercomunicativa no comparte datos sino sentimientos. Sobre su edad biológica se estampa una edad tecnológica que los hace parecer resueltos preadolescentes. Vete a saber si los pollos hormonados o el primo de Zumosol han contribuido a que se avance la pubertad, pero la infancia se resume en una exhalación. Se adelanta la menarquia, la primera relación sexual, la depilación, incluso el consumo de alcohol. Los 13 años de hoy son los 16 de antes pero, si bien es más breve la idealización de la inocencia, también es más corto el duelo al perderla. A pesar del anticipado recibimiento en la sociedad adulta, estos púberes precoces tardan mucho más en alcanzar la madurez. Entre las chicas, desde que empiezan sus primeros juegos sexuales hasta que son madres pueden transcurrir veinte años. Casi el mismo tiempo que, con suerte, tardarán en encontrar un trabajo estable que no perpetúe su estatus de becarios. Los psicólogos aseguran que el timing de los sistemas neuronales y psicológicos que interactúan en el paso de la adolescencia a la adultez han variado en los últimos siglos. «Recientes estudios sugieren que no es que los adolescentes sean rebeldes porque subestiman los riesgos, sino porque sobrestiman las recompensas», asegura Alison Gopnik en The Wall Street Journal. La temprana sexualización y la degradación de valores éticos en pos de los materiales, en un entorno de crisis, los hace más temerarios. Ahora, el PP anuncia que se han acabado las progresías. Ni educación para la ciudadanía, ni píldoras del día después sin receta ni abortos sin una justificación (aunque sea una milonga, como en los años ochenta). Dice el ministro Wert, después de confundir la asignatura con un discurso de Fidel Castro, que no quieren adoctrinamiento. En la realidad objetiva, las cifras señalan que en el último año ha disminuido el consumo de la píldora poscoital (el 30% en Catalunya, por ejemplo), se han reducido los embarazos adolescentes y ha crecido la solidaridad entre los jóvenes. Desandar lo andado para marcar carácter es un asunto muy propio en los relevos de mando. Pero la historia también ha demostrado que las leyes no pueden ir ni por delante ni por detrás de la sociedad. En verdad, aguardo impaciente a que el nuevo Gobierno desarrolle un magnífico plan de educación sexual a fin de inculcar a los jóvenes sentido de la responsabilidad y de la crítica, más allá de limitarse a compartir sentimientos con su electorado. (La Vanguardia)

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6 de febrero de 2012
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Sevilla, estación Terminus

Es la cuarta derrota de los socialistas catalanes. Cataluña, Barcelona, España y ahora Ferraz. Esta vez no estaba en el guion de la crisis de la socialdemocracia sino que tiene su origen en la decisión de sus dirigentes. Apostaron por Carme Chacón en el Congreso de Sevilla, en vez de poner los huevos en dos cestas, y han perdido. Era una apuesta fuerte y, aunque no debiera serlo, históricamente insólita; en el PSOE y en cualquier otro partido de Gobierno en España. Por mujer y por catalana; pero, sobre todo, por un hecho más significativo aunque difícil de comprender: su partido, el PSC, no es una federación más del PSOE sino un partido con personalidad propia.

La secretaria general de los socialistas españoles iba a ser una militante de un partido hermano pero distinto. Algo que no encaja, a menos que entre los planes de quienes decidieron dar todo el apoyo del PSC a Chacón se encontrara precisamente terminar con la ambigüedad histórica del socialismo catalán, permanentemente tentado por el nacionalismo, al decir de sus compañeros no catalanes, y por el españolismo, al decir de sus adversarios nacionalistas en Cataluña. Es decir, que su llegada a Ferraz significara directamente la conversión práctica del PSC en la Federación Catalana del PSOE. Muchos piensan que lo mismo va a suceder con Rubalcaba. La fórmula que permitía recoger los votos de la sociología socialista española en las grandes conurbaciones junto a los votos del progresismo catalanista ha cumplido su tiempo y agotado un ciclo. No es seguro que pueda refundarse y repetirse. No entraba en el programa de Chacón, que se preparaba directamente para constituirse en alternativa a Rajoy; y puede que sea materia de debate para Rubalcaba, más jacobino que Chacón en las formas, pero con mejor experiencia de pactos con los nacionalistas y de gestión de las ambigüedades calculadas: estuvo en la cocina del nuevo Estatuto y conoce el truco de todos los platos. En la gestión de estas ambigüedades se hallaba el secreto de la historia del socialismo en Cataluña; de sus éxitos y de sus fracasos; de la mayor cuota de poder jamás alcanzada por la izquierda, en la capital, en los grandes municipios, las cuatro diputaciones, el gobierno catalán y el español, y de la mayor caída, en apenas un año. Y, por derivación, el secreto de los éxitos del socialismo en España, construidos sobre dos graneros: Cataluña y Andalucía. También en la ambigüedad se hallaba la clave de un consenso catalanista de mínimos, que ha mantenido amarrado el nacionalismo catalán a España y el mundo ajeno al nacionalismo catalán a Cataluña. Una parte del socialismo español ha vivido con gran incomodidad esta permanente indefinición y, sobre todo, la etapa del tripartito, cuando la posibilidad de alcanzar y permanecer en el gobierno catalán, vocación central de toda formación catalanista, condujo a la reforma del Estatut y luego a su defensa cerrada ante el Tribunal Constitucional. El mejor PSC para Ferraz era el que acotaba su poder en los municipios, se oponía a Pujol y no estorbaba en los pactos entre La Moncloa y la plaza de Sant Jaume. Esta era la geometría de Rubalcaba, que rompieron el zapaterismo y los capitanes, los amigos de Chacón, decididos a pactar con Esquerra para alcanzar el gobierno en Barcelona y en Madrid. Rubalcaba ha formulado con precisión el problema: "No podemos traspasar la línea que separa un partido federal de una confederación de partidos". El socialismo catalán nació y triunfó mientras se mantuvo exactamente sobre esta línea. Quizás en algún momento la traspasó, y en otros ni siquiera se acercó a la linde. Puede que los tiempos exijan la máxima claridad: un muro en vez de línea. A muchos les conviene, a uno y otro lado. Si el granero queda definitivamente abierto, puede caer en otras manos, probablemente conservadoras, pero no necesariamente nacionalistas. No es tan solo una cuestión de un trasvase circunstancial de votos. Estamos contemplando, en plena recesión y en mitad de una crisis europea, el mayor cambio del mapa político desde la transición. Sevilla bien puede ser la estación Terminus a la que llega el tren socialista que partió de Barcelona en 1978.

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6 de febrero de 2012
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Breve noticia de dos guillotinados

 

El sábado 12 de febrero de 1764 fue presentado en Versailles, en los departamentos de las hijas de Luis XV, un niño de siete años que tocó el clavecín ante ellas. Las princesas quedaron encantadas con el pequeño genio y encargaron al intendente de los Menus-Plaisirs (conocidos como “los placeres que llaman menudos” o simplemente “Menus”) que le pagara cincuenta luises. El niño prodigio era Mozart, que había llegado a la corte versallesca con su padre y su madre. Los Mozart se alojaron durante quince días en el hotel Cormier de la calle Bons-Enfants, y el dueño les pelucó doce luises. 

El acontecimiento está anotado en las memorias de Denis-Pierre-Jean Papillon de La Ferté, intendente de los Menus-Plaisirs, y también en las de Friedrich von der Trenck, caballero memorialista que recorría Europa ofreciendo sus servicios como espía, duelista, diplomático y militar. Papillon y Trenck representaban dos formas de sobrevivir al arrimo de las monarquías del Antiguo Régimen, ambos nacieron en 1727 y, por lo demás, eran tan diferentes en carácter y circunstancias, que apenas coincidían una vez cada treinta años.

En 1744, Trenck ingresó en el ejército prusiano del modo en que solía suceder tan magno acontecimiento: le cayó en gracia a Federico II que pasaba por Prusia oriental en viaje de inspección. Federico II, quitando su amor de juventud, fue un homosexual comedido y discreto, se limitaba a reclutar guapos, ejercía su derecho de pernada sobre los mozos de su reino que le parecían de buena planta, y los coleccionaba para que combatieran y murieran por él. El enciclopedista D’Alembert contaba que una vez estaba charlando con Federico II cuando entró un camarero imponente. D’Alembert pareció impresionado, y el rey le dijo: “Este es el más guapo de mis Estados. Lo tuve una temporada de cochero y he estado tentadísimo de enviarlo como embajador a Rusia.” 

Papillon no era tan guapo, pero sí hijo de un importante tesorero de la corona, por todo lo cual, a los veinte años se impuso viajar para vencer la timidez. La venció, se casó, tuvo tres hijos en tres años, y al cuarto, se le murieron los tres, su mujer, su padre y su madre. Entonces, como se vio solo y rico, se compró un cargo. 

Uno de los tres cargos de intendentes de los Menus-Plaisirs estaba vacante por cese de su titular, el imprudente Curis, que permitió a Fontainebleau un prólogo donde se burlaba de los nobles del lugar. Papillon no tenía esas veleidades. Como itendente, debía velar por el presupuesto de las distracciones de la corte, comedia, ópera, ballet, decoraciones, pompas incluyendo fúnebres y jabonosas, construcción de catafalcos, reglamento de las ceremonias, preparativos de bodas regias, más los viajes y la renovación del ajuar del rey y el delfín. Tenía por encima a los cuatro primeros nobles de cámara, que nunca se entendían entre ellos, y por debajo, a dos secretarios, una docena de inspectores de decorados, vestuarios, maquinarias, guardarropas y obreros tramoyistas, y tres tesoreros. Papillon ganaba diez mil libras más una gratificación anual de seis mil. Como su cargo le costó doscientas sesenta mil, su rentabilidad era del seis por ciento. Algo bastante modesto comparado con un mangante actual. Y no se enriqueció, porque cuando se compró el tercer cargo de intendente tuvo que pedir dinero. Además debía festejar en su mesa casi a diario a comediantes, autores y nobles.

El guapo Trenck, en cambio, se dedicaba a sus duelos y conquistas sin presupuesto. Cuando aún no llevaba un año de soldado, conoció en Berlín a una bella dama y, visto y no visto, Federico II lo hizo encerrar un año por el atrevimiento. Cuando salió, Trenck ofreció sus servicios a la emperatriz de Austria, pero Federico II lo supo y lo volvió a encerrar, esta vez encadenado a la pared del más negro calabozo de Magdeburgo. La bella dama resultó ser  la princesa Amalia, hermana pequeña del celosísimo Federico II, que la hizo ingresar en un convento en Quedlinburg. Amalia era, por lo visto, muy buena compositora, entre otras prendas, lo que le valió para que su hermano la encerrara de por vida.

Trenck, en cambio, salió nueve años más tarde y publicó sus memorias, que anduvo distribuyendo por las cortes europeas. Papillon era entonces director de la Ópera, además de todo lo anterior, y había publicado, por puro entretenimiento, varias obras sobre materias tan diversas como pintura, geografía, introducción a Copérnico y matemáticas.

Llegó la Revolución y Trenck se presentó en París, donde anduvo hecho un intrépido corresponsal que tomaba nota de todo, con miras a publicar algo gordo. Papillon, por su parte, perdió todos sus cargos y se retiró a su casa de Saint-Denis. Como era prudente, pensó que acaso se había comprometido demasiado con el régimen anterior. Así que prestó el juramento cívico obligatorio, se inscribió como voluntario para guardia nacional y lo nombraron comandante de la guardia de su comuna. Además, obsequió una hermosa bandera nueva a su batallón y, cuando empezaron las requisas de dinero, entregó su vajilla de plata para que batieran moneda, y suscribió un bono patriótico de cuarenta mil libras. Mientras tanto, Trenck hacía saber a todo el mundo que pertenecía al servicio secreto austríaco. 

Papillon fue finalmente reconocido y encarcelado por los jacobinos. Tras unos meses en maceración carcelera, compareció ante el tribunal revolucionario que ofició una farsa de juicio. Los sesenta y un acusados  que lo acompañaban fueron ejecutados esa misma noche en la place de la Barrière-Renversée, antes llamada du Trône. Entre ellos estaba Mique, antiguo arquitecto de María Antonieta, Randon de La Tour, administrador del tesoro, un comisario de policía, empleados del ayuntamiento de París, escribientes del Parlamento, y el guapo Trenck, que aún presumía de ser un pollo ligón, de cartearse con el emperador José II de Austria, muerto ciertamente cuatro años antes, y de haber sido encarcelado por Federico II. Todavía tuvo ganas de farolear un poco, y a última hora recordó al público su pedigrí de represaliado, a fin de que alguien tomara nota para la posteridad: “¡Federico de Prusia era grande e infame, pero vosotros no sois más que infames!” El prudente Papillon y el fanfarrón Trenck, fueron guillotinados en la misma jornada veraniega.

 

 

 

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6 de febrero de 2012
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Chacón: el largo y sinuoso camino

Carme Chacón ha perdido por un 2% de los votos en el 38.º congreso socialista, pero la partida no se jugaba sólo contra Alfredo Pérez Rubalcaba, sino contra un pasado regio y a la vez decadente. El de Felipe, Bono, Benegas; el de una contienda tras la cual el PSOE no podrá evitar lo que ella anticipó ayer: una larga travesía por el desierto. Chacón ha perdido contra una tradición extendida como una espesa capa de yos impermeables, remando en contra del viento. Puede que no midiera bien sus fuerzas. Da igual que las llamen primarias y no lo sean, ni que Rubalcaba no sea Hollande sino más bien Mitterrand, o que el partido se enfrasque en guerras de familia, a la misma hora en que Rajoy frenaba a los banqueros. Aunque en Sevilla Carme hablase varias veces «alto y claro» e insistiera en que no había que retrasar la transición, ganó Rubalcaba decidido lampedusianamente a «cambiar el PSOE para seguir siendo el PSOE». Pero Chacón ha pisado Bruselas y el Pentágono, se ha sentado con los Clinton, Blair, Rasmussen o Ashton, ha manejado los dossiers secretos, y todo ello sin olvidar su casta. Uno de los mitos más perversos que se siguen alimentando es el de que a CCH la ha moldeado Miguel Barroso, su marido, un as de la comunicación política y el eslogan. Que está detrás, moviendo los hilos. Si no se podían levantar suspicacias sobre la candidata con un currículum ejemplar y un expediente cum laude, habría que hacerlo a través de su entorno. La fantasía del Pigmalión que parece hacer las delicias de muchos, pero CCH, cuando conoció a Barroso en Gobelas, ya estaba muy hecha. Chacón pertenece a esa clase de políticos seductores y fotogénicos, que además de envoltorio tienen un fondo invencible al desaliento. Cuando de adolescente, un médico le dijo que tenía que dejar de jugar a baloncesto, lloró en su habitación forrada de camisetas hasta que le dijo a su madre: «Me voy a entrenar; si me muero quiero hacerlo con las botas puestas». Lo que está claro es que un PSOE asfixiado, que necesita la renovación como el aire, no puede despreciar su capital. Será un viaje largo. Ya lo cantaban los Beatles: «The long and winding road».

(La Vanguardia)

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5 de febrero de 2012
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El Boomeran(g)
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