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Helenistas

A los helenistas del mundo, seis preguntas:

¿Es casual que Aristóteles atribuya el origen, en la antigua legislación ateniense, de lo que el llama lacra de la homosexualidad legislada a la influencia de Taletas (variante dórica de Tales) de Gortina?

¿Es casual que en el llamado “Certamen”, todas las ediciones desde el Renacimiento hasta hoy mantengan la corrección que introdujo el editor Stephanus en las líneas 32-33, que convirtió la errata ἀδιανοῦ en  Ἀδριανοῦ, impidiendo hasta hoy la lectura del original ἀδινοῦ, que es un adjetivo que solo aparece en la Odisea?

¿Es casual que en el llamado “Certamen” diga que Altes (anagrama de Tales) era el nombre de Homero?

¿Es casual que Asclepio y Calipso tengan las mismas letras que Opíleks, diosa desconocida hasta hoy?

¿Es casual que Telefo, héroe preiliádico, sea anagrama de Ofelestes escrito en Lineal C, según se lee en la inscripción hallada en Pafos?

¿Es casual la semejanza entre Velena, nombre micénico de Helena, y  Dvelona, nombre de la guerra en latín arcaico, y las demás diosas indoeuropeas de la guerra, Velinas (lituana), Varuna (védica). Vellaunos (gala), Valis (hitita)?

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20 de febrero de 2012
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Sociedad de bajo coste

Más de una vez, a lo largo de esta eterna crisis, nos hemos preguntado si al deterioro del sistema, social o económico, cultural y político, no correspondía también un empeoramiento en la calidad de las personas.

En la dialéctica de toda la vida unos creen que es la sociedad quien decide el valor de los individuos y otros que son los individuos quienes perjudican a la sociedad. La política penitenciaria en Estados Unidos cree que debe aislarse y hasta eliminar al sujeto que daña a la comunidad mientras en España, por ejemplo, la doctrina es que son unas malas condiciones sociales quienes lo malean y, en consecuencia, la culpabilidad ha de buscarse en la organización social. Con la primera idea los individuos merecen la pena de muerte y con la segunda merecen la oportunidad de su reinserción.

¿Fue la codicia y la ignominia de los agentes financieros quienes desencadenaron esta gran crisis o fue el sistema neoliberal quien arrolló los pilares que habían proporcionado estabilidad y prosperidad durante más 10 años seguidos? Lo cierto es que una y otra juntas se sintetizan en una época donde la insignia viene a ser el low cost. Un bajo precio de las cosas unida a su mala prestancia, una corta obsolescencia de los artefactos debido a su deliberada fabricación sin rigor. Y, en paralelo, una corta duración de las amistades, los amores, los vínculos que a su brevedad suman la propensión a la avería.

Igualmente, una a una, las personas inmersas en esa atmósfera poco limpia también ellas se manchan o contagian de algún hollín moral y no se trata solamente de que parezcan más egoístas, menos dignos o de pobres conocimientos, sino que fallan como escopetas de feria en una proporción seguramente coherente con la lasitud de la feria en general.

Un ejemplo significativo que salió hace poco a flote fue la vergonzosa conducta del capitán del Costa Concordia, que abandonó el barco sin cumplir con sus deberes para el salvamento del pasaje. No todos los capitanes han perdido la honra, pero miles de políticos y empresarios han dejado de lado la honradez. Ni parece que haya leyes eficaces para evitar que la sociedad se degrade como pedía Aristóteles en Ética Nicomáquea, ni los preceptos religiosos que armaban la conciencia interior de los creyentes, son cosas de un tiempo donde la relajación hace negocios por todas partes, desde los conciertos a los gimnasios, desde las sesiones de masaje a la medicina natural.

El episodio del Costa Concordia podría ser, exagerando, la metáfora de un naufragio de la condición actual de las personas. No todo el mundo es malo pero muchos han contraído el mal. No va a terminarse el mundo, pero cuando se trata de esta coyuntura financiera casi nadie duda en referirse al "borde del abismo" o al Apocalipsis de san Juan.

A la inmoralidad esencial del sistema económico se añade la carga de la débil moral cívica o personal. Una se encarama en la otra y trabadas se hunden en un momento en que cumplir con la palabra, comportarse con dignidad, respetar a los demás y a sí mismo ha ido perdiendo importancia.

La pérdida de importancia de la integridad es la pérdida de importancia del mundo (y de lo inmundo). Frente a la justicia la lenidad, frente a la honradez la trampa. El peso que han perdido hoy casi todos los objetos conocidos, desde el teléfono a la máquina del tren, se corresponde con la ligereza en que se tienen las categorías que antes pesaban tanto. Pesaban tanto como para cimentar una personalidad respetable y contaban tanto como lo que ahora, como un patrimonio raro, se llamaba la reputabilización.

Se llamaría así, dentro de lo económico, a la confianza que hoy, excepcionalmente, posee un banco o un político. Pero, en general, la reputación fue una condición que hace medio siglo decidía el destino común y sobreentendido de las relaciones, privadas o colectivas.

Una malla con agujeros

Si la irresponsabilidad ha sustituido en buena medida al sentido del deber, la especulación ha hecho lo mismo con el sentido del crédito. No hay producción en la especulación como no hay asiento en la firme personalidad del otro. De ello se deduce una malla social que se agujerea o deshilacha fácilmente y de cuyo desarreglo brotan los individuos tarados. Tipos incapaces de responder ante su extraviada conciencia y sin su sanción, sin acuerdo civilizado la comunidad se desciviliza o, justamente, se envilece.

Esta gran crisis puede llegar a ser, por tanto, una crisis de civilización. A la degradación general de los materiales, la mala calidad de los tejidos, la calculada obsolescencia de los aparatos o la artificial elaboración del pan, sigue, en coherencia, la pérdida de consistencia en las personas. ¿Cómo no pensar, pues, que si el sistema ha colapsado es por efecto de sus materiales revenidos y los defectos de su infame construcción?

Bien, admitámoslo como hipótesis: las gentes de ahora son de peor calidad que las de antes. Pero ¿por qué? Una explicación darwiniana vendría a exponer que ese peor no es otra cosa que una nueva cualidad para sobrevivir en la actual realidad del medio.

Físicamente, cabría decir que una persona íntegra (entera) se aviene mal con un mundo complejo (no integrado) y fraccionado. La gente no sería de este modo peor en sentido absoluto sino que la notaríamos desigual con el paso del tiempo.

La buena persona o la persona honrada, se caracterizaba porque alteraba poco o nada su composición y a esto lo llamábamos ser fiel a sus principios. Poseíamos un retrato de ella y el retrato constituía su único y fiable repertorio. Un retrato de ese "de cuerpo entero" puesto que era así como se definía al ser ejemplar: "un hombre o una mujer de cuerpo entero", "un hombre o una mujer de la cabeza a los pies".

La honradez perfecta amazacotaba el valor (tanto como amazacotaba la miga del pan candeal) hasta hacer una sola pieza uniforme. Seríamos acaso diversos en el carácter, pero seres con alma de oro macizo. Un búnker metálico-moral que precedería al plástico capitalismo de consumo proclive a la flexibilidad.

Los dos factores importantes del sistema de consumo, la novedad y la flexibilidad, el fraccionamiento y la adaptabilidad se oponen a la integridad y la inalterabilidad. Todo ser compacto pesa más e incluso repitiendo su ser se hace mostrenco. Un modelo, tótem en la cultura tradicional, inservible hoy en la cultura del cambio.

La máxima de ser igual a sí mismo, base de la honradez, será opuesta a la novedad sin tregua. Individuos y objetos dejan de ser indivisibles y se hacen transformers ya sea en las relaciones personales, en las laborales o en las morales. La consideración positiva que se confiere a la innovación en todos los ámbitos es consecuente, por tanto, con la inconsecuencia de las personas. Es decir, a su inestabilidad antes que a la permanencia de sus principios básicos.

Las que vemos pues hoy como personas de mala calidad, gentes que, como los objetos, no mantienen su composición deviene en la imposibilidad de fijar en ellas la confianza, y hace obsoleta o la fidelidad. Son el efecto, en suma, de la movilidad incesante que exige la supervivencia. Para todos y para todo.

La paz y las tías

Pero ha de haber alguna explicación más. Las buenas personas fueron la base de nuestra paz. Ahora parece que ese tipo de gentes se han quedado ociosas o demediadas; y día tras día cuesta tropezar con este género de cuya actitud derivaba una bonanza casi vecinal. Podía confiarse en las buenas personas como soportes a través de cuya emulación se sanaba por contagio. Esos pilares actuaban, además, con la mayor naturalidad y era precisamente su real benevolencia, su capacidad de perdón y su asistencia la que decidía el relativo bienestar de los pueblos.

No era necesario que numéricamente fueran legión, pero eran relativamente tantas que constituían una atmósfera o un dominante olor. Tías, antiguas compañeras, primas... Casi siempre estas buenas personas coincidían con ser mujeres, pero también había algunos y principales hombres buenos que en frecuentes ocasiones cumplían como alcaldes, notarios, médicos o abogados que nos ayudaban generosamente y nos asesoraban bien. La pérdida o la fuerte reducción de las buenas personas ha dejado por tanto al grupo social enflaquecido o deshilvanado porque estas gentes en las que convergían muchos otros actuaban como una hilación dentro de cuyo círculo vivíamos más confiados y liberados del inevitable temor de cada relación.

Hace muchos años, cuando no teníamos la televisión, los videojuegos, los vídeos, el cine y hasta la radio, los adultos y los ancianos se distraían mirando a la gente pasar. Los balcones con vistas a la calle mayor, las terrazas de los cafés, las ventanas que daban al paseo o, en general, todo puesto que permitiera contemplar el discurrir de los vecinos eran claramente apreciados.

De la observación y el comentario había, claro está, buenos y malos especialistas. Ojeadores pacientes que con su finura ataban cabos y ligaban historias secretas. Y comentaristas con liderazgo que, en frecuentes ocasiones, lograban difundir sus consideraciones y elevar sus conclusiones a categoría.

Las personas se entretenían así con las personas. Las personas se entretejían así con las personas. Se constituía así un genuino tejido social porque lo excitante consistía en hilar de modo tan fino y audaz como para hacer pasar el hilo argumental de la escena callejera a la escena hogareña y sus ocultos entresijos. Numerosos libros se escribieron a partir de este mínimo punto de vista entre visillos, pero lo importante fue, sin duda, la gigantesca biblioteca romántica (trágica o cómica) que numerosas personas, sin otros medios de distracción, obtenían de otras personas transformadas en actores de películas, novelas o cuentos en vivo.

¿Se amaba la gente más entre sí? No es seguro. Sí resultaba, no obstante, cierto que se necesitaban más. Más en casi cualquier aspecto, desde la sanidad a la compañía, desde la admiración a la envidia, desde la investigación al entretenimiento. Y dependían entre sí mucho más para brindar contenido a las múltiples horas del día y su particular modo de ponderar al personal.

De hecho, las personas se dividían entre las que demostraban fundamento y las que no, siendo la fundamentación igual a la cimentación y la cimentación sinónimo de un arraigo en lo cabal.

En coherencia, el linaje significaba un arraigo en la historia de la herencia familiar. La sangre provenía de arriba como de un manantial que se derramaba desde el cielo y traspasaba la historia a través de los cuerpos bañados por su corriente.

Las familias se desplegaban en el tiempo y los abuelos veían en sus nietos una continuidad vertical que provenía desde sus ancestros y se hundía en la tierra siempre prometida y comprometida ¿Qué ocurre sin embargo ahora? El conocimiento no recibe una inspiración vertical y honda a la manera de los libros, sino que el saber procede de las superficies de las pantallas, de los panoramas de los viajes, de las fachadas de los edificios.

Igualmente, el linaje puro y vertical se reemplaza por la mancha en horizontal. Las familias no trazan una línea de descendencia sino de evanescencia por cuya realidad el valor vuela, se pierde o se transforma. Lo sagrado pesa, es tabú, es débito a la probidad y la honra. Lo laico, poco a poco, tiende a desarticularse, gana velocidad y se deshace en aguas tan libres como turbulentas.

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20 de febrero de 2012
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El lienzo vence al ladrillo

Hay que tomar la distancia necesaria entre la preocupación nacional y nuestro codo o nuestro páncreas. Nosotros no somos la crisis. La bicha es impersonal, también transversal, aunque en su plural mayestático se incluyan apellidos financieros y corruptos. También los de un mercado voraz que ha convertido lo nuevo en viejo a la velocidad de la luz. Pero vivimos bajo el áspero manto de la crisis, como si asistiéramos a un vertiginoso empequeñecimiento parecido al del País de las Maravillas. Una España que no halla su verdadera medida y que carece de la imaginación de Lewis Carrol para hacerla reversible. Alicia, harta de ser pequeñaja, se bebe la pócima con excitación y llega a crecer tanto que ni pasa por la puerta, hasta que se come una pasta y su tamaño se reduce al de un insecto. Pero traza un plan de acción: volverá a su verdadera estatura y entrará en aquel precioso jardín. Y gracias a una oruga y una seta lo consigue: recobrar su identidad y vivir su fantasía. Ayer cerró la 31 edición de Arco, en la que mucha gente acudió deseosa de pagar 43 euros de entrada a fin de adentrarse en el jardín de las maravillas contemporáneo. El del arte que cuenta para el mercado. Porque, como dice Vicente Verdú recordando a Aleixandre, «el poeta que hoy escribe para sí mismo muere por falta de destino». Lo mismo que el artista. El dinero, valor troncal de la vida en sociedad, arrasó con el último mohín de purismo. Y ahí está un legitimado engranaje que cotiza mucho más que el ladrillo, una inversión segura que aporta glamur y enmascara sutilmente sus patrañas para convertir un excremento en obra maestra. Aunque aún quedan los puros. Como la artista Concha Jerez, muy valorada hoy en Alemania o Austria, que abandonó durante casi once años el mercado y salió del circuito a fin de desarrollar su obra sin presiones y definir su escritura artística. Perdió algunos trenes, pero dice que volvería a hacerlo. En una edición con menos stands institucionales y más compradores internacionales, el letrismo ha florecido de nuevo con mensajes reivindicativos. La crisis se ha estampado en el lienzo, y el arte emergente sigue dispuesto a fluorizar el paisaje. «Pintar no era una manera lo suficientemente directa de luchar contra las armas nucleares», escribió John Berger, explicando su dimisión de los pinceles y su entrega al folio. Pero hoy hay más política en Arco que en el Congreso. Y aunque la lógica del arte sea terriblemente conservadora y los galeristas ?en realidad vendedores? se hayan reconvertido en venerados agentes culturales, el ansia por embellecer la realidad posee un eficaz efecto placebo. En muchas paredes se dejaban admirar visiones del mundo y ante los Tàpies recordé su ilusión de la pincelada única. Una sola, la más elevada sencillez para expresar todo el universo. Y para reventar el mercado. (La Vanguardia)

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20 de febrero de 2012
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El arte repartido

Hubo un tiempo, aún reciente, en el que a los actores españoles se les clasificaba por especies, como a las aves o a los peces. Ese afán catalogador, más propio de las ciencias naturales que del arte, se dejaba sentir sobre todo entre la gente de cine, y muy en particular entre productores y directores. Así, si alguien citaba, pensando en el reparto ideal de una película en preparación, el nombre de una eximia actriz reconocida internacionalmente (una Nuria Espert por ejemplo) o de un actor de sólido prestigio, formado en las mejores escuelas extranjeras (del tipo de José Luis Gómez), lo más frecuente era oír como respuesta única esta frase: "Grandes actores, sí, pero de teatro. El cine es otra cosa". Tampoco los poderes fácticos de las tablas se cortaban un pelo en sus juicios si, por el contrario, algún entusiasta de Javier Bardem o Maribel Verdú exponía no ya la intención sino el mero deseo de poder verles sobre un escenario. "Esos son de cine. El teatro no está hecho para ellos".

      Es posible que queden todavía, escondidos en algún despacho de las productoras teatrales o las agencias de cásting, practicantes de esa zoología fantástica, desconocida en cualquier otro país civilizado, que encasilla al actor por géneros estancos; pero si quedan, la realidad, felizmente, les ha vencido. ¿Y qué ha llevado a tan notable cambio? ¿La consolidación de la democracia? ¿Viajar más? ¿El poder de Internet? Tal vez dichas razones hayan ayudado, pero yo diría que el principal causante de la caída de tales estereotipos ha sido el enemigo, el que se tenía por mayor enemigo del cine y el teatro hasta hace no mucho. La televisión. Y en concreto el fenómeno relativamente contemporáneo del auge de las series de ficción españolas, que fue creando una gran y fiel audiencia, un volumen de producción mayor, una mejora de contenidos y formas y, con todo ello, la necesidad de nuevas caras y la búsqueda y encuentro de los mejores actores, a los que se tentaba con el dinero y el tirón popular, dos muletas muy nobles en las que se sostiene, no seamos hipócritas, el antiguo tinglado del espectáculo escénico y fílmico.

     Como era lógico, esa evolución también tuvo que vencer la resistencia interna de no pocos miembros de las propias especies, acostumbrados, por comprensibles reflejos de defensa, a sacralizar las normas de la separación por castas o reinos. He sabido de primera mano, y en más de una ocasión, de la negativa de algún joven galán purista o gran dama madura a aceptar un papel importante en un culebrón de sobremesa, no sólo porque en ese medio se suele trabajar con más prisa y menos dirección, sino, fundamentalmente, porque se sentían, y con toda legitimidad, parte de una oligarquía artística incompatible con el ‘lumpen' de base que alimenta el ‘prime time'. Hoy la mezcolanza de clases y rangos es total, y beneficiosa. Ídolos juveniles de la canción y la tele (Fran Perea) se atreven en el teatro con Séneca, el ‘sex symbol' de ‘Los hombres de Paco', Hugo Silva, con Shakespeare, la exuberante heroína de ‘Sin tetas no hay paraíso', Amaia Salamanca, con Von Kleist, mientras que a gente de la talla de Marisa Paredes o Mercedes Sampietro no se les caen los laureles por trabajar, sin bajar el listón de su calidad, en ‘tvmovies' o sagas de poder interminables.

     Como amante del cine, pero también del teatro, sólo lamento que esta transformación no llegara antes, a tiempo -por ejemplo- de que Berta Riaza, hoy retirada, o María Jesús Valdés, ya fallecida, saltaran sin sobresalto, como lo hacen los grandes actores británicos o franceses, de uno a otro formato, en un constante y fructífero viaje de ida y vuelta ininterrumpido por los prejuicios.

     Quienes más aprovechan la nueva situación son los actores jóvenes de nuestro país, que fueron en muchos casos los motores del cambio y ahora protagonizan en buena medida ese trasvase de la pequeña pantalla a la grande, del cortometraje artesanal a la producción de una comedia ‘burra' o un film de autor. Quizá en ningún otro momento de la historia de España, y pese a las crisis, se haya podido contar, como hoy, con un elenco juvenil tan amplio, que llega a la interpretación entregado y preparado, algo que, desgraciadamente, en otros campos de la actividad profesional no garantiza el trabajo que ellos, o una parte de ellos, consiguen.

    Aceptada la premisa de que no hay papel pequeño ni género o contenedor desdeñable, podríamos hablar de otro prejuicio, asociado a los anteriores, al que también hemos sido proclives. Las categorías. Aún recuerdo la gran sorpresa (y de esto hace más de cuarenta años) que José Luis López Vázquez produjo en ‘Mi querida señorita', la memorable película de Jaime de Armiñán, creando con sutileza un complejo papel de mujer transexual, acostumbrado como estaba el público a ver a López Vázquez de español bajito y calentón en las comedias del primer destape. Lo mismo sucedió con Alfredo Landa cuando, tras una fértil carrera en la astracanada cinematográfica, obtuvo el premio al mejor actor en el Festival de Cannes por su papel dramático de El Bajo en ‘Los santos inocentes' de Mario Camus, y lo mismo pudo suceder para muchos espectadores con Rosa María Sardà, que parecía tener sólo una irresistible vis cómica hasta que se la vio haciendo conmovedoramente en los escenarios de la Madre Coraje de Bertolt Brecht. Y no se trata aquí de señalar una excepción cultural española. Los grandes actores de todos los países y seguramente de todos los tiempos son capaces de combinar el registro sublime y el humorístico, del mismo modo que grandes pintores (Botticelli o Picasso) y grandes escritores de novela (Cervantes o Nabokov) cultivan la parodia o saben ser procaces sin perder la gravedad de su arte. Por eso se me ocurren estas preguntas: ¿hago bien en reírme ante el televisor con Carmen Machi, sabiendo cómo se le da la tragedia? ¿Es José Mota un caricato sólo? ¿Y qué son Julieta Serrano y Paco León, Eusebio Poncela, Alberto Sanjuán, Emma Vilarasau y Susi Gómez, o todos esos chicos, cuyos nombres querría citar uno por uno, que le dan su gracia y su osadía a ‘Física o química'? La palabra cómicos, que no todas las lenguas utilizan en el registro que lo hace la nuestra, es el mejor eufemismo para tomarse en serio a estos artistas.

     Hay momentos precisos que tienen nombre y fecha y hasta lugar de nacimiento en la pequeña historia de lo que la televisión ha aportado al renacimiento de una cultura más plural y menos arbitraria de la interpretación. Yo sólo he visto alguno de sus capítulos retrospectivamente, pero conviene señalar que hace más de catorce años, cuando aún no había empezado ni ‘Cuéntame', la televisión catalana inició con ‘Nissaga de poder' un estilo de ficción dramática popular que, al cuidado de un dramaturgo de probada calidad como Josep Maria Benet i Jornet, y con actores como Jordi Dauder, Muntsa Alcañiz, Jordi Bosch o Rosa Novell, es decir, la crema de la escuela teatral barcelonesa, sentó un precedente en la pequeña pantalla. Su éxito, sin embargo, no fue comparable al de otros dos culebrones posteriores, también creados por Benet i Jornet, ‘El cor de la ciutat' (2000-2009) y ‘Ventdelplà' (2005-2010), con los que TV-3 ha alcanzado altas cotas de audiencia y ha dado a conocer, junto a los monstruos sagrados que en ellas actuaban, a actores jóvenes, casi niños alguno, que iban creciendo capítulo a capítulo, como Michelle Jenner, Nao Albet, Oriol Vila o Nausicaa Bonnín.

    El mismo crecimiento que se les ofrece a quienes siguieron, día a día o semana a semana, y hasta hace relativamente poco, los grandes clásicos ‘teenagers' de Antena 3, ‘El internado' y la ya citada ‘Física o química', o mucho antes (a partir de 1997) la más clásica de esas series, ‘Al salir de clase', de Telecinco, con sus 1200 capítulos repartidos en cinco años que cambiaron el mundo del paisaje audiovisual. Una generación (o dos) de intérpretes adolescentes hoy plenamente consagrados nos contempla desde ‘Al salir de clase', como lo siguen haciendo los actores fijos o episódicos de los dos ‘blockbusters' de TVE, ‘Cuéntame' y ‘Amar en tiempos revueltos' (ahí empezó la estupenda Inma Cuesta), y los de la serie estrella de Canal Sur, ‘Arrayán', un longevo thriller ambientado en la hostelería en el que destacan las recientes incorporaciones de jóvenes veteranos como Liberto Rabal, Fernando Ramallo y Enrique Alcides, o de una ‘histórica', María Garralón, que procede (como el merecidamente nominado a mejor actor secundario en los Goya 2012, Juan José Artero) de la lejana ‘Verano azul', sobre la que hoy se escriben tesis sesudas en las universidades anglosajonas.

    Unos meros apuntes acerca de los premios del cine que se dan hoy, hechos por tanto sin ánimo de influir. ¿Ignoran los que afirman que Antonio Banderas se ha convertido, ‘solo', en una estrella de Hollywood, que el actor malagueño (a mi juicio muy descollante en su turbio y contenido rol de ‘La piel que habito') fue un extraordinario actor de teatro en montajes de Marlowe y García Lorca que no olvidan quienes los vieron en el María Guerrero? Y del teatro de calidad proceden otros nominados como Ana Wagener o Lluís Homar, estupendo como robot ‘arlequinado' en la logradísima ‘Eva'. Y no es caprichoso señalar que en la primera película española que ví en lo que llevamos de año, ‘Sangre en la nieve', de Gerardo Herrero, sus magníficos actores, desde Carmelo Gómez y Juan Diego Botto a Andrés Gertrudix, Sergi Calleja y Victor Clavijo, que componen con notable vigor sus más breves papeles de carácter, son, indistintamente, del teatro, del cine y de la tele.

     No es verdad, como algunos maliciosos sostienen, que el actor de renombre hace televisión cuando llega a viejo, o teatro, si es una estrella, cuando el cine se olvida de su nombre. No ha sido así fuera de España, sobre todo desde que la televisión por cable norteamericana empezó a atraer, con sus series ‘serias', a las grandes figuras de Broadway y Hollywood, y tampoco es así ahora en España, donde actuar en tiempos revueltos se ha convertido no ya en una forma de supervivencia sino en una afirmación del ilimitado campo de la excelencia.

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20 de febrero de 2012
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El Año de la Revolución

Bajo este título, referido a 2011, y con el subtítulo ?Cómo los árabes están derrocando a sus tiranos? llega a las librerías esta semana que hoy empieza el libro que acabo de escribir y del que quiero decir aquí algunas cosas a los lectores del blog. Quienes leen mis columnas en el periódico y los restantes textos que aparecen en ?Del alfiler al elefante? ya estarán familiarizados con los análisis y puntos de vista que ahora podrán leer en el libro. Entre otras razones, porque una parte, bajo al rúbrica ?Diario de 2011?, recoge precisamente los textos escritos al hilo de los acontecimientos y en su inmensa mayoría ya publicados, en formato papel, en digital o en ambos, aunque he intentado contextualizarlos con el acompañamiento de una cronología que permite el ejercicio de situarse en cada uno de los momentos del proceso revolucionario en curso.

Tanto la cronología como las otras tres partes que componen el libro son inéditas, e intentan ofrecer en su conjunto una visión global y completa sobre los orígenes, la evolución y el balance provisional de este año revolucionario. Si el ?Diario de 2011? sigue el hilo temporal para analizar la marcha de los acontecimientos, la segunda parte, titulada ?Atlas del cambio político?, levanta el mapa país por país de los efectos producidos por la oleada de revueltas en el conjunto del mundo árabe. Una tercera parte, titulada ?Las claves de las revueltas?, intenta profundizar en las preguntas más elementales que se nos pueden ocurrir para explicar la magnitud de estos acontecimientos: ¿Por qué ahora, entre el invierno y la primavera de 2011? ¿Por qué no sucedió antes, en 2008 por ejemplo, cuando ya crecía el descontento por los precios de los alimentos? ¿Por qué primero en Túnez y luego en Egipto? ¿Por qué no empezó por Argelia o por Marruecos? ¿Por qué han tardado tanto en caer algunos de estos regímenes si al final se han revelado tan débiles y vulnerables? ¿Y por qué un contagio tan rápido en muchos casos entre países tan distantes y heterogéneos? La última y cuarta parte, titulada ?El espíritu revolucionario? esboza un balance más conceptual sobre la trascendencia de estos acontecimientos alrededor de la propia idea de revolución y de su carácter histórico y excepcional. Veinte años después del fin de la historia, decretado a partir de la proclamación del triunfo del sistema capitalista y de los regímenes democráticos, están acaeciendo en tropel acontecimientos en todo el mundo que señalan un nuevo comienzo, el hundimiento de viejas estructuras y la incierta y dudosa construcción de otras nuevas. ¿Es una revolución? No la llamemos así, si no queremos. Otros prefieren llamarla Primavera, Despertar o Levantamiento Árabe e incluso Intifada, denominaciones todas ellas inspiradas en otros momentos o episodios de la historia; pero lo que no podemos negar es la ruptura en las consciencias que se ha producido entre los ciudadanos árabes, muy similar a la que se da en todas las revoluciones, con independencia de la culminación y evolución posterior que tengan los cambios revolucionarios. Esta ruptura en las conciencias es la que explica, entre otras cosas, los once meses de revuelta cada vez más intensa de los sirios contra el régimen a pesar de la durísima represión y de su terrible balance de tortura y muerte. (Un adelanto del libro, extraído del capítulo tercero sobre ?Las claves de las revueltas?, apareció ayer en el periódico en papel y puede leerse en este enlace con EL PAIS DOMINGO).

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20 de febrero de 2012
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Los tuits de los escritores

Twitter Hace unos años, me encontré con Edmundo Paz Soldán en un encuentro de escritores. Hablamos por la noche y quedamos que, al día siguiente, me avisaría para desayunar juntos. Estuve esperando su llamada unas horas y, como no llegó, decidí ir a desayunar solo. Me lo encontré ahí. Le pregunté por qué no me había avisado. ?Pero si te mandé un tuit? me contestó, sin entender que hubiese alguien que no viviese revisando sus tuits cada minuto.  La revista El Cultural ha dedicado su edición de viernes a comentar la relación de los escritores y el Twitter. Anne Trubek escribe sobre los escritores en lengua inglesa que se han visto obligados por sus editores a mantener un Twitter. Dice:

Salman Rushdie me dijo que le gusta Twitter porque ?le permite ser travieso y hacerse una idea de lo que piensa mucha gente en un momento dado?. Rushdie ha escrito más de 1.000 tuits-?De acuerdo: el filisteísmo (destruir bancos porque no te preocupan) no es fascismo (destruir bancos porque sí te preocupan). Pero ambos destruyen los libros?-y más de 150.000 personas los siguen. Cuando utilizan las redes sociales, los autores tienen tantas personalidades entre las que escoger como en sus otros escritos. Algunos adoptan poses que, en la práctica, aumentan la distancia entre ellos y sus lectores, frustrando así a los mirones. Gary Shteyngart (4.187 seguidores), que publicó su primer tuit el 1 de diciembre, es encantador pero enigmático (?La abuela siempre me decía: ‘Chaval, no montes nunca un laboratorio de metanfetamina?. Pero supongo que tuve que aprender por las malas?), y a menudo escribe como si hablara su perro (?¡Guau!?). Cuando le pregunté si le gustaba relacionarse con los lectores en Twitter, Shteyngart me contestó: ?Ahí fuera hay muchas personas inteligentes. Las amo a todas y cada una de ellas. Muchas veces me río con ellas?.  (?)Los que, como Eugenides, se resisten, citan a menudo la necesidad de… reflexión solitaria. Wells Tower ha afirmado que ?la Red? es? tóxica para la clase de concentración que requiere la literatura de ficción. Es difícil escribir buenas frases y comprar zapatos simultáneamente?. Pero sobre la idea de que los escritores necesitan una soledad absoluta, Powell señala irónicamente: ?Eso sin duda le funcionó a John Bunyan cuando estaba en la cárcel?. Acerca del espécimen que quiere estar solo, Jennifer Weiner (34.682 seguidores) comenta: ?A veces leo sobre autores que dicen que para escribir necesitan una habitación absolutamente silenciosa que se mantenga a 20 grados, con bolsas de basura tapando las ventanas y una máquina de ruido blanco en el rincón y pienso: ‘¿Quién es esa gente? ¿Tendrán hijos???. Johnson reconoce que los escritores necesitan cierto tiempo sin interrupciones, ?pero solo unas cuatro horas. Permanecemos despiertos otras 18. Tenemos que hacer algo con los dedos, ¿no??. Como me decía Margaret Atwood: ?Todo escritor es dos personas (al menos). Está la que escribe y la que desayuna un huevo. Yo soy la otra?.  (?) Claro, no todos los lectores quieren enterarse de qué desayuna Atwood. Una lectora explicaba en un tuit por qué no sigue a escritores: ?Seguir a un autor es como fisgar detrás de la cortina, ¿no es así? ¿Por qué destruir la ilusión??. Algunos autores de renombre publican en Twitter pero no establecen una relación recíproca, así que mantienen la cortina corrida. Hablan de próximas publicaciones y giras promocionales, pero no son sociales. Sus personalidades, más empresariales que individuales, son propensas a las caricaturizaciones en relatos falsos y parodias, como @EmperorFranzen, que se apropian de la voz de un autor. 

Por otra parte, Daniel Arjona contribuye al especial con un artículo propio titulado ?El Timeline literario? donde menciona el caso de los escritores tuiteros en castellano. Dice en su nota:

Los escritores españoles han ido descubriendo Twitter a trompicones. Muchos ni se han pasado por allí o están, pero es evidente que no llevan las riendas de su timeline, en manos de agentes y editores. Algunos, como Muñoz Molina o Javier Marías publicitan sus novelas, vinculan sus columnas y artículos y poco más. Otros, como Arturo Pérez-Reverte (318.000 seguidores) o Alejandro Jodorowski (382.000), recibieron la buena nueva con alborozo, se vistieron el traje de faena y dedican un tiempo diario a dar cuenta de sus quehaceres literarios y charlar con sus lectores. Los escritores de la otra orilla se muestran bastante más inquietos. No en vano, los autores latinoamericanos fueron a la delantera en la conquista de las redes digitales, adquiriendo así una visibilidad antaño insospechada. Son jóvenes como Aurelio Asiaín, de actividad e ingenio incesantes que degustan sus 20.000 followers en tuits como éste: ?Los que enviaban cartas a los diarios con la ilusión de que un día les publicaran una, hoy se dedican a comentar tuits?.  (?)Hay quien, al contrario, cuando aborda una nueva novela, baja el pistón, y es que las redes sociales ?son como salir de copas pero tomándolas en casa?. Lo dice Montero Glez (Madrid, 1965), tuitero metralleta en los días de la Spanish Revolution que de un tiempo a esta parte apenas dispara. ?Es que estoy escribiendo y Twitter me encanta pero me dispersa mucho. Me gusta por su inmediatez y sus posibilidades de contacto, y también por el conflicto. Donde hay conflicto, hay literatura?. Y no disfruta menos Montero conversando con sus lectores, ?sobre todo con mis lectoras??  Entre los tuiteros letraheridos los hay muy fans de las posibilidades literarias del medio. Es el caso de Eugenia Rico (Oviedo, 1972) quien declara: ?Creo y practico la Twitterliteratura, el mundo en un tuit. Gomez de la Serna hubiera sido tuitero. Yo hago lo que puedo. El año pasado me nombraron finalista de los Premios de Twitter al Valor Literario?. Rico ensalza sin remilgos el abrazo entre lector y autor: ?Rompe la cuarta pared, el escritor se convierte en lector y el lector en escritor. Los aplausos o los silbidos llegan a tu mesa?. (?)Pero la estrella en la avenida de la fama de Twitterland lleva escrita el nombre de Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977). 113.000 seguidores y 17.000 tuits lo atestiguan. ?Un día vi que tenía 100.000 followers. Y entonces me entró una gran responsabilidad, dejé de hacer tantas bromas, sentí que en cierto sentido era lo mismo que llevar un programa de radio. Toda esa gente espera algo de ti?. Gómez-Jurado se impone a diario separar la concentrada actividad del escritor de la disipación tuitera: ?Twitter es energía pura, pero es una energía muy dispersa. La literatura es concentración. Y, con todo, están surgiendo centenares de autores de historias cortas que provocan la risa y hacen pensar. Es una inspiración permanente?. ¿Y cómo lo llevan los editores? ¿Tuitean o sólo promocionan? Si acudimos al Timeline de Claudio López Lamadrid, editor de Mondadori, saldremos de dudas: tuitean, vaya si tuitean, más de 5.000 tuits, para ser exactos, y 3.300 followers: ?Lo uso a todas horas, tanto como herramienta de información como de comunicación?. Sin miedo a la crítica y contracrítica: ?El editor, cada vez más, necesita exponerse, salir al ruedo y dedicarse a la promoción, defensa y justificación de su trabajo. Hoy en día a los cometidos habituales del editor cabe añadirle de manera muy precisa otros que antes estaban en manos de los departamentos de prensa y de márketing?. En cualquier caso, cuando se decidan a seguir a su escritor favorito, tengan cuidado de no confundirlo entre los abundantes perfiles espúreos. Paco Ignacio Taibo II, Lucía Etxebarria o Gabriel García Márquez son algunas de las víctimas de los suplantadores. El falso perfil del Nobel colombiano llegó a colar en las páginas de diarios de todo el planeta el siguiente tuit el día que Mario Vargas Llosa se llevó el premio de la academia sueca: ?Cuentas iguales?. 

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19 de febrero de 2012
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Mi amigo Samuel Beckett

Paul Auster En Revista Ñ, Patricia Kolesnicov y Andrés Hax hacen una larga entrevista a Paul Auster sobre Diario de Invierno. Ahí dice ? Escribir no ficción da el mismo trabajo que escribir ficción. La diferencia es esta: con la no ficción, particularmente con el trabajo autobiográfico, ya conocés los hechos, algo que no pasa cuando escribís una novela. Todo lo demás es igual. Tenés que hacer el mismo esfuerzo por escribir buenas frases, para hablar de la manera más real que puedas. Así que sí, mis novelas a veces toman cosas prestadas de mi vida, pero el hecho de poner ese material en una novela lo cambia, lo ficcionaliza, lo convierte en otra cosa.? Y sobre lo que está escribiendo ahora, dice: ?En este libro que estoy escribiendo ahora voy a hablar sobre la decisión de convertirme en escritor. Tampoco hay mucho en realidad, apenas la determinación de hacerlo, cuando era joven.?   Pero entre las preguntas, hay una anécdota que me llama la atención en especial: la amistad entre Paul Auster y Samuel Beckett.  Dice la nota:   

 (?) hay un evento significativo durante esos años parisinos que Auster no cuenta en sus memorias (que es, también, significativo): conoció a Samuel Beckett. No es un secreto; lo ha mencionado brevemente en otras entrevistas, pero quisimos saber más sobre esta notable amistad. Auster nos contó que los presentó una amiga en común, la pintora estadounidense Joan Mitchell. Esto fue a principios de los años 70. Auster tenía alrededor de veinticinco años y Beckett casi setenta. La primera reunión fue en el mitológico café La closerie des lilas. ?Te juro que estaba tan nervioso? Me puso más nervioso conocerlo a él que si hubiera estado reuniéndome con Winston Churchill o Jesucristo?, dice Auster. ?Lo primero que me dijo fue (y aquí Auster habla en un acento dublinés): ?Bueno Mister Auster, cuénteme algo de usted.? Sigue: ?Beckett estaba fumando unos pequeños puros. Yo, en ese entonces, fumaba cigarrillos. El me pidió uno. Beckett lo levantó para mirarlo y dijo: ?mi único vicio.? Allí nos relajamos.? Auster sonríe y relata animado, la memoria muy fresca, contento de contarla: ?En este primer encuentro hubo un momento muy conmovedor sobre el cual he pensado mucho. La primera novela que Beckett escribió en francés, en 1946, fue Mercier y Camier , pero nunca fue publicada. Recién en ese momento lo estaban editando. En ese encuentro Beckett me dijo: ?Sabes que estoy traduciendoM ercier y Camier al inglés.? Me dijo: ?Reviendo el trabajo no me parece bueno para nada.? Me contó: ?le he cortado como un veinticinco por ciento del libro para la versión en inglés.? Y yo respondí: no entiendo por qué haces eso. A mí me parece un gran libro. Beckett insistía que no era bueno. Se dejó el tema y seguimos con otros. Pero como diez minutos después se inclinó hacía mí y me preguntó: ?¿De verdad te parece bueno?? ¡Era Samuel Beckett diciéndome esto! No sabía . Y en ese momento comprendí que ningún escritor sabe qué es lo que ha hecho. No se puede juzgar la propia obra. Fue muy conmovedor.? Cuando Auster volvió a Nueva York la amistad se mantuvo por correspondencia en la que Beckett seguía, con su característica amabilidad, apoyando a Auster en sus esfuerzos literarios. En 1979, Auster volvió a París y se reunió con Beckett en persona por segunda y última vez. ?Ya no iba a La closerie porque él ya era famoso y la gente lo molestaba. Iba a un hotel turístico en el boulevard Saint Jacques. Era un hotel para pilotos y azafatas japoneses. Le encantaba porque nadie lo conocía. Tenía un restaurante, un café y una tabaquería. Era cerca de su casa. ¡Ese era su nuevo café!? El último capítulo de esta amistad ocurrió en abril de 2006, en el centenario del nacimiento de Beckett, cuando Grove Press publicó una edición de las obras completas de Beckett. Este libro fue, discretamente, propuesto y editado por Auster. Nos dice: ?Sentí que se lo debía.? Auster le debe mucho más a Beckett. Aunque sus obras y sus estilos no son comparables Auster heredó una de las obsesiones de su mentor irlandés: la imagen de un hombre solo en un cuarto; contrapuesto por la de un hombre caminando. En las obras de Beckett y de Auster estos son dos lugares centrales de contemplación para sus protagonistas: el cuarto y el camino. Ahora, entrando en el comienzo del crepúsculo de su vida, Auster está buscando algo nuevo: una nueva epifanía para poder seguir escribiendo. ¿Veremos, dentro de una década o dos, a Diario de invierno como el comienzo de una nueva fase de la literatura de Paul Auster? Este libro adopta otras dos obsesiones más de Beckett: la del cuerpo y sus penas escatológicas; y la de una voz narrativa que parece hablar para sí mismo más que para una audiencia externa. Puede ser, también, que como Beckett, a los 65 años Auster ya escribió su obra. Lo unico que le queda es sentarse en un cuarto espartano y continuar escribiendo.

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19 de febrero de 2012
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Los editores de Gatsby

Di Caprio como El Gran Gatsby Mientras el año pasado se editó El Gran Gatsby en Anagrama, con traducción de Justo Navarro, en Australia el director Baz Luhrmann filma una nueva versión, con Leonardo di Caprio (difícil que pueda superar a Robert Redford en el papel). Este es el año de esa memorable novela y en Revista Ñ se celebra comentando la historia de la edición de la gran novela de Scott Fizgerald. Dice la nota de Sergio Vila-San Juan:

Maxwell Perkins (1884-1947) fue el príncipe de los editores estadounidenses del siglo pasado y aún hoy se le recuerda como la encarnación del editor literario. Desde su despacho de la casa Scribner?s apoyó y lanzó a Ernest Hemingway, y convenció a Thomas Wolfe para que redujera sustancialmente la extensión de su primera novela, Look Homeward, Angel, que lo consagró. Pero antes de todo eso fue el descubridor de Francis Scott Fitzgerald, dando paso así a la que que con el tiempo llegaría a conocerse como ?Generación Perdida?.Con Scott mantuvo una relación intensa. Su primera novela había llegado a editorial Scribner?s bajo el título de El egotista romántico y fue rechazada. Perkins la recuperó in extremis, contactó con su autor y le animó a trabajarla más y cambiarle el título. Aparecida finalmente como A este lado del paraíso, marcó la entrada por la puerta grande de su joven autor en el olimpo de las letras USA.También la redacción de El gran Gatsby debió bastante a Max Perkins, y sobre todo a sus críticas, formuladas durante meses sobre las primeras versiones, aún bajo el título de Trimalción en el West Egg. El editor sugirió a Scott que diera una descripción física más extensa del personaje de Jay Gatsby, que en su opinión quedaba desdibujado. Le pidió que intensificara la escena clave en que los personajes convergen en el hotel Plaza de Nueva York. Y le sugerió que fuera más sutil en la revelación paulatina del misterioso pasado del protagonista.El autor le hizo caso (al tiempo que le solicitaba un sustancioso anticipo). Pero al mismo tiempo, los colegas de Perkins en Scribner?s le criticaban abiertamente por lo que a su entender era una intervención excesiva en el manuscrito de un escritor, sin precedentes en aquel momento.¿Pueden los editores implicarse tan a fondo en los procesos creativos de sus autores? ¿Deben estos permitírselo? La teoría de Perkins era que el editor no debe imponer, sino ofrecer ayuda experta para guiar un libro ?hasta su propia realización?. Debe detectar las intenciones del autor y ayudarle a plasmarlas.Tras Perkins, otros editores han querido ir más lejos, y la polémica se prolonga desde entonces. Algunos escritores ?sobre todo de la escuela europea? no permiten que nadie les toque ni una coma, mientras otros ?sobre todo de la escuela americana? agradecen a quienes se han encargado de sus libros la intervención realizada, especialmente si la obra ha sido un éxito.En la propia Scribner?s, los colegas de Perkins, reacios a trabajar el texto junto a los autores, realizaron, sólo diez años más tarde, una edición a fondo del manuscrito de Margaret Mitchell Lo que el viento se llevó. Propusieron una infinidad de correcciones, mejoras y cambios estructurales que la autora sureña aceptó y disciplinadamente aplicó, con el resultado conocido. Maxwell Perkins mantuvo siempre en un altar su amistad con Scott, le ayudó también con la escritura de su otra gran obra, Suave es la noche, y fue su soporte económico y paño de lágrimas hasta el fin de su trágica y fulgurante vida. 

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19 de febrero de 2012
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La esperanza de Margaret Atwood

Margaret Atwood Para Margaret Atwood, la escritura y la esperanza son dos palabras que están asociadas perpetuamente. Así lo dijo en una conferencia ofrecida en San Miguel Writer´s Conference, donde además dijo que ?la violencia no callará a los escritores mexicanos? Dice la nota:

En su conferencia Escritura y esperanza, Margaret Atwood dejó bien claro en la San Miguel Writers? Conference que para ella estas dos palabras están indisolublemente unidas. Por un lado, por la gran necesidad que tiene el escritor de tener mantener la esperanza cuando empieza una novela: ?Esperas, bueno, terminarla, esperas encontrar quién la publique, esperas hallar un editor, esperas que efectivamente se publique, esperas que la gente la compre, esperas que la lea, esperas que el entienda y por último esperas que le guste?. De entre sus más de 40 libros, Atwood, quien tiene una rica veta cómica, amenizó su charla en el encuentro de escritores que se está llevando a cabo en San Miguel de Allende con la historia de la creación de tres de ellos, tres distopias en las que, a pesar del pesimismo normal del género, deja un lugar abierto a la esperanza. ?Incluso en 1984 George Orwell termina con un panorama de esperanza?. Para la ganadora del prestigioso premio Booker (al que además ha estado nominada en cinco ocasiones), la labor del escritor es también indisociable de la defensa de los derechos humanos. Y fue ahí donde se dirigió concretamente a los mexicanos y en particular a los periodistas. Recordó la protesta que hiciera hace unas semanas la asociación PEN International para protestar por los asesinatos de los periodistas que cubren ?las atrocidades de los cárteles de la droga y su asociación con autoridades corruptas. ?Esta forma extrema de la censura debe desaparecer. México no se lo merece?. Y hay esperanza, dijo: ?A pesar de todo los escritores mexicanos no han sido silenciados?, dijo al tiempo que aclaraba que aun en las peores circunstancias, y aun cuando tengan que hacerlo en seccreto, los escritores siguen. Para ella no hay duda: ?Conservemos la esperanza de que los escritores encuentren un camino. La esperanza?.

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19 de febrero de 2012
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Los regresistas

Tras destruir la mitología entera del progreso, toca ahora construir una nueva: la del regreso. Es probable que corresponda a uno de esos movimientos pendulares que nos hemos imaginado para comprender los cambios que suceden de forma sincronizada en las mentes humanas y que nos llevan a votar a partidos similares que hacen políticas muy parecidas y utilizan argumentos idénticos en zonas extensas del planeta. Pero vamos a vivirlo como si fueran verdades eternas, aunque dentro de muy pocos años un nuevo cambio de los vientos nos haga recuperar otra vez lo que ahora estamos abandonando.

Regresamos al capitalismo manchesteriano para competir con China, donde sus dirigentes hicieron un movimiento pendular bastante más brusco que el nuestro cuando pasaron directamente del comunismo a los tiempos en que Marx y Engels observaban la acumulación primitiva de capital mediante el trabajo infantil y las jornadas interminables. Lo mismo sucede con la protección social, la cobertura de salud o la política medioambiental. Regresamos a etapas anteriores para poder competir en condiciones con los trabajadores y las industrias de los países emergentes donde todavía no han alcanzado lo que nosotros ya dábamos por conquistado. Olvidamos con frecuencia que el regreso de unos es el progreso de otros. La ideología del regreso es vivida por unos con regocijo. Sabemos quiénes son, con mundo globalizado o sin él. Siempre prefirieron las glorias de las viejas sociedades jerárquicas y autoritarias, la democracia censitaria, up and down, ley y orden. Otros lo viven como el hundimiento de un mundo que nunca volverá. Los regresistas más genuinos, que no son pocos, intentan colarnos de matute su mercancía más vieja y averiada, que afecta a los derechos individuales, la igualdad entre sexos o la separación entre iglesia y Estado. Algunos se atreven a calificar de progresistas sus más reaccionarias propuestas ?al revés te lo digo para que me entiendas?, como situar en pie de igualdad o por encima los derechos del embrión humano sobre los de la mujer. Todos los regresistas, los felices y los amargados, están tan equivocados como los progresistas de antaño, sobre todo en su respectivamente frívola o fatalista contribución al mito. Así como hubo un antiprogresismo que actuó eficazmente en la demolición de ídolos y fetiches, se necesita un antirregresismo que impida adorar el retorno de las viejas naciones, los populismos extremistas, el racismo y la xenofobia, las guerras frías o calientes, y la correspondiente demolición de las construcciones mayores del progreso europeo. No habría mayor regreso que la pérdida de los valores ilustrados europeos y su sustitución por viejos valores regresistas de las nuevas potencias que progresan y emergen.

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19 de febrero de 2012
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El Boomeran(g)
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