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IV. Perdón sin olvido

El presidente Correa alegó que actuaba como ciudadano en defensa de su integridad moral, y no como presidente del Ecuador. Pero son dos calidades que no pueden separarse, y
por tanto, la pretendida reivindicación de su derecho se convierte en un acto arbitrario
y excesivo. Un presidente democrático debe estar dotado de un juicio sereno y
de la estabilidad de carácter necesaria para no perseguir con sus escoltas a
quien lo insulta en la calle, o para clausurar un periódico porque alguien ha
escrito en sus páginas algo que le molesta, o lo indigna.

El capítulo haterminado con un perdón presidencial extendido a las víctimas, el periódico y
los periodistas. Al anunciar su magnanimidad, el presidente Correa se ha
cuidado en decir que se trata de perdón, pero no de olvido. Levanta la pena,
pero guarda el agravio.

Hubiera sido bueno que anunciara también, como parte de esa magnanimidad, que deroga la ley que establece que durante las campañas electorales, los medios de comunicación "se
abstendrán de hacer promoción directa o indirecta, ya sea a través de
reportajes especiales o cualquier otra forma de mensaje que tienda a incidir a
favor o en contra de terminado candidato..."

Otra vez la mordaza, compañera del palo en estos menesteres, una prohibición destinada a
imponer el silencio a partir de la próxima campaña, cuando el presidente Correa
va a presentarse de nuevo como candidato, dispuesto de nuevo a ganar,
escuchando solamente su propia voz, y el eco de su voz que le repetirá:
medianoche todavía.

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9 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El derecho a hacer la guerra

Las revueltas en Siria y el programa nuclear de Irán renuevan el interés e incluso la necesidad del viejo pero siempre vigente debate sobre la guerra justa. ¿En qué condiciones puede alguien declarar la guerra contra el régimen de Bachar el Asad o contra el del ayatolá Ali Jameneí? El primero está perpetrando horribles matanzas entre su población, con uso de armamento pesado, ejecuciones sumarias y uso de la tortura. La dictadura clerical de Teherán, que ha amenazado a Israel y hace explícito su deseo de borrarlo del mapa, está culminando un programa de fabricación de uranio enriquecido que fácilmente puede darle acceso al arma atómica.

Hay una tabla de condiciones para empezar una guerra justa que, con pequeñas variaciones, puede fijarse en seis puntos: la causa debe ser justa, debe decidirlo la autoridad legítima, el objetivo debe ser correcto, hay que agotar todos los medios pacíficos antes de declararla, la acción debe ser proporcionada y hay que contar con altas probabilidades de éxito. Estamos hablando del derecho a empezar una guerra, que inmediatamente se convierte en el derecho durante la guerra, es decir, en resolver el problema de cómo librar una guerra justamente. Es la distinción escolástica, expresada en latín, entre ius ad bellum (derecho a la guerra) y ius in bello (derecho en la guerra), especialmente útil para la guerra de Afganistán, que se acomoda a los criterios de la guerra justa cuando se declara y no en cambio en su desarrollo posterior. Como la intervención de la OTAN en Libia, ajustada a los seis criterios cuando el Consejo de Seguridad autoriza la intervención aérea para proteger a la población y discutible a medida que la actuación internacional se dirige a vencer y derrocar a Gadafi. La teoría de la guerra justa estuvo especialmente en boga cuando George W. Bush decidió atacar a Sadam Husein esgrimiendo el peligro de unas armas de destrucción masiva que podían constituir una amenaza inminente para Estados Unidos y sus aliados. La de Irak en 2003 quedará como ejemplo de guerra injusta: no era justa la causa, no fue declarada por una autoridad legítima, no era correcto el objetivo, había mucho trecho a recorrer en la inspección de Naciones Unidas sobre las armas de destrucción masiva antes de declarar la guerra, no hubo un uso proporcionando de la violencia, y tampoco había altas probabilidades de éxito. Difícil de superar. Ahora se plantean dos nuevos casos, próximos geográficamente pero alejados en cuanto a las amenazas. Con Siria, la justeza de la causa es evidente: nada puede ser más justo que terminar con las matanzas de civiles. La primera dificultad se plantea respecto a la autoridad legítima: Rusia y China van a vetar cualquier resolución del Consejo de Seguridad que autorice el uso de la fuerza. Sin ella, la guerra carece de cobertura jurídica. El objetivo bélico, que no puede ser sino el derrocamiento del régimen, se acomoda a la tabla. También la siguiente condición: se han agotado todos los caminos diplomáticos. Las dos últimas condiciones, uso proporcionado de la fuerza y altas probabilidades de éxito, se podrían cumplir, porque los países implicados tienen los medios para hacerlo, pero solo en caso de que se cumplieran las anteriores. Cinco a uno. En el caso de Irán, en cambio, la primera discusión versa sobre la delimitación del peligro efectivo que supone el programa nuclear iraní. Para el Gobierno de Israel significa una amenaza existencial, que Netanyahu vincula a la repetición de un Holocausto como el que sufrió la población judía europea hace 70 años. Para muchos otros gobiernos, el de EE UU entre otros, la amenaza no es inminente, porque Irán no dispone todavía de la bomba y se halla tan solo entrando en la llamada zona de inmunidad, momento en que ya no es posible evitar que llegue a obtenerla. La exigencia de una autoridad legítima es un problema menor para Israel y también para EE UU, porque se consideran con plena legitimidad para actuar sin permiso ni cobertura de la ONU; lo que no es el caso de la mayoría de los países europeos. Está claro que acudir a la guerra no es el último recurso, y en este punto también divergen Washington y Jerusalén: Obama cree que la diplomacia tiene margen todavía, mientras que Netanyahu está ansioso por atacar. Parece fácil de cumplir que el objetivo, la destrucción de las instalaciones, sea el correcto; así como que el uso proporcionado de la violencia, ataques aéreos muy bien calculados, sea el proporcionado; aunque quedan dudas sobre las probabilidades de éxito: algunos expertos creen que solo la instalación de un régimen pro-occidental en Irán permitiría dar por anulada la amenaza. Cuatro a dos en el mejor de los casos y dos a cuatro en el peor. Y, sin embargo, lo más probable es que no haya guerra contra Asad y sí contra Ahmadineyad.



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8 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La humanidad como negocio

Las palabras, no nos engañemos, son importantes y, a menudo, son más valiosas que mil imágenes. Y cuando las palabras ocupan el escenario público hay que estar muy atento porque pueden representar un espejo de la época en el que, voluntaria o involuntariamente, nos reflejamos todos. Yo, por mi parte, estoy fascinado con esa terminología, cada vez más inevitable, que invita a considerar a la humanidad como una pura mercancía. No es que crea que en otras épocas era diferente, pero religiones, ideologías y doctrinas políticas convertían en brumoso lo que ahora se presenta como nítido y sin tapujos. Las cosas están claras, al menos si atendemos al significado de las palabras.

A este respecto, hace poco, me llamó la atención que el nuevo gobierno del Partido Popular se lanzara en tromba a defender la honorabilidad de los deportistas españoles, frente a los sarcasmos de un programa de la televisión francesa, no apelando a las esencias patrias, como hasta hace poco hubiera correspondido a un gobierno conservador, sino defendiendo la "marca España". Varios ministros, y me parece que también el presidente del gobierno, se mostraron preocupados por las repercusiones que podían tener estas insidias en el aprecio de la "marca España" en el extranjero, y proclamaron la arbitrariedad de los tribunales deportivos internacionales, en los mismos días, todo hay que decirlo, en que se manifestaba el apoyo al criterio de los tribunales nacionales en el asunto Garzón. Gracias a la apología del deporte español nos enteramos que los Contador, Nadal, Gasol, etc., eran los embajadores de la "marca España", y que cualquier atentado a su dignidad se transformaba automáticamente en un desastre para todos los ciudadanos. No sorprendía, por supuesto, la ausencia de científicos o artistas, algo a lo que estamos acostumbrados, sino la insistencia en la marca registrada.

Obviamente esto no es una exclusiva del gobierno conservador. Como barcelonés estoy harto de escuchar hablar del éxito mundial de la "marca Barcelona", algo a lo que se alude con gran complacencia, aunque sea la señal inequívoca de que hemos sustituido la ciudad por un reclamo comercial. A raíz de la nueva singladura olímpica que se pretende, y en medio de la incertidumbre y el escepticismo económicos, he leído repetidamente que el esfuerzo afianzará la "marca Madrid", aunque la ciudad no consiga ser elegida sede de las olimpíadas. En definitiva, no vivimos en países y ciudades sino en el interior de marcas registradas que deben ser potenciadas en el mundo como cualquier negocio. El lenguaje de las naciones ha sido sustituido, ya sin disimulo, por el lenguaje de los negocios.

 

Esto casa perfectamente con la idea de que el ser humano -e incluso ese ser humano dignificado por la libertad que es el ciudadano- es un mero átomo del universo comercial. En la misma medida en que hablamos del Mercado (así, en mayúsculas) como si habláramos de un dios que todo puede decidirlo o de un ente suprahumano del que todo depende, también hablamos de los seres humanos como criaturas emanadas de aquella instancia todopoderosa. A nadie se le ocurriría en la actualidad algo tan rancio como escribir que China está poblada por 1.200 millones de almas y, no obstante, leemos todos los días, sin inmutarnos, que los chinos son 1.200 millones de eventuales consumidores. Hasta hace poco emigraban personas o, en ocasiones, "cerebros"; la actual sangría de miles de universitarios que buscan trabajo en otros países es calificada, una y otra vez, de pérdida de "capital humano". El lenguaje del negocio ha invadido todas las otras esferas, de modo que la propia humanidad en su conjunto es un mero negocio.

Todo esto carecería de importancia si no fuera porque las palabras siempre son significativas de la existencia que las rodea. En el momento en que aceptamos la reducción del lenguaje al lenguaje comercial se destruye por completo nuestra libertad de crítica y lo que, en circunstancias medianamente serenas, podría parecer alarmante y grotesco se convierte en lógico y natural.

Estos días estamos asistiendo a un espectáculo que demuestra lo anterior hasta límites insospechados. Barcelona y Madrid, o la "marca Barcelona" y la "marca Madrid", se han lanzado a una esperpéntica pugna por conseguir que se instale en sus dominios una suerte de Las Vegas europea. Para conseguir el negocio, que tiene que generar no sé cuantos millones de puestos de trabajo, las autoridades de ambas marcas no dudan en tratar a cuerpo de rey y llenar de deferencias a un tipo que parece salido directamente de las películas de Scorsese, llamado Sheldon Adelson, del que hemos aprendido que es el gran magnate de los casinos. Cuando nos fijamos en la letra pequeña también nos enteramos que el señor Adelson, presidente del conglomerado Las Vegas Sands, es un individuo inquietante, sospechoso de relaciones mafiosas e investigado por las autoridades federales norteamericanas. No se necesita ser un genio de la ética ni haber residido una temporada en Las Vegas ni ser un experto en cine negro para sacar conclusiones sobre el mundo construido por ese personaje que tan bien quedaría en un film de Scorsese o en la trilogía de Coppola.

Sin embargo, nuestras autoridades se niegan a sacar conclusiones y con una demagogia propia de los antiguos tribunos de la plebe, y no de los representantes democráticos de los ciudadanos, apelan únicamente al sinnúmero de puestos de trabajo que nuestra Las Vegas local va a proporcionar. Los argumentos son los mismos que los que se han utilizado para empujar a poblaciones azotadas por el paro para que se sientan satisfechas al lado de cementerios nucleares o escudos antimisiles. Sólo que en este caso todo es más perverso y a lo grande. La "marca Barcelona" y la "marca Madrid", los territorios más potentes de la "marca España", en lugar de afrontar el real desafío de fomentar el trabajo mediante la creatividad y el conocimiento, se deslizan por lo más cómodo, por lo que puede fomentar más fáciles expectativas y, con una ceguera propia de demagogos, por lo inmediatamente más rentable, sin contar para nada la experiencia reciente de nuevoriquismo y corrupción. La orgía de la construcción, por cierto, proporcionó centenares de miles de puestos de trabajo, luego destruidos de manera multiplicada.

Ya hubo un Las Vegas nonato en Los Monegros y otro, fallido, en La Mancha, pero ahora la militancia en el seno del esperpento es tan grande que incluso -se dice- se piensan modificar leyes, o hacer excepciones, para contentar al emperador de las tragaperras, el cual exige, en un gesto muy norteamericano que hubiera encantado a Graham Greene, que las poblaciones muestren entusiasmo hacia su bondadoso proyecto. Y verdaderamente algunos políticos han demostrado tanto entusiasmo que ya no solo ven al personaje de Scorsese como el más imprescindible de los filántropos, creador de innumerables puestos de trabajo, sino un auténtico adalid de los valores tradicionales, algo que se demuestra con la aportación de 10 millones de dólares que el señor Adelson ha realizado para la campaña electoral del reaccionario Newt Gingrish. De acuerdo con estas voces los casinos, como todo el mundo sabe, ya no están vinculados a la mafia, la droga y la prostitución sino a dulces excursiones familiares en la que los niños aprenden a jugar bajo la cómplice mirada de los progenitores. Quizá no tendremos buenos científicos pero tendremos maravillosos crupiers. Hagan juego, señores, hagan juego.

 El País, 4/03/2012

 



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8 de marzo de 2012
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La esclavitud y la tragedia

La tragedia es  aquello en lo que los espectadores del teatro griego se reconocían, simplemente en razón de que tras la trama aparente traslucía algo  a lo que, en todos los casos, se halla confrontada la humanidad. En el escenario trágico se hacía presente  lo indisociablemente tremendo y magnífico de la condición humana; se recreaba la matriz de esa tensión, esa insatisfacción en lo dado, esa   exigencia subjetiva de romper límites que, en condiciones de libertad  conduce al hombre a bscar una fórmula que haga inteligible lo hasta entonces oscuro, a forjar  una frase nunca antes pronunciada o a generar  una forma nunca antes percibida.

Asumir el conflicto inherente al ser humano en toda circunstancia y que la agonía trágica representaba paradigmáticamente es algo que no puede confundirse con la mera lucha por la subsistencia. Las expresiones de lo cabalmente humana surgen, nos dice Aristóteles, cuando está resuelto todo lo relativo no sólo a la subsistencia, sino también al ornato de la vida; asegurado  pues  aquello que hoy denominaríamos dignidad del entorno, empezando por la propia casa.

Por ello en la Grecia que mantenía tremendas jerarquías sociales la frontera entre el hombre de condición humilde y el que por su situación de esclavo se hallaba deshumanizado, pasaba por hallarse o no excluido de la asistencia al teatro. Hace tiempo tuve ocasión de citar aquí el siguiente párrafo (los subrayados son míos)  del extraordinario libro de Max Pohlenz, La libertà greca:

La sociedad de formación natural ofrece al individuo no solo el espacio vital,  sino también un contenido de vida,. El campesino ático que cultivaba campos y viñas lejos de la ciudad, rara vez podía encontrar tiempo para asistir a la asamblea popular. Eso no quita que politicamente fuese no, digamos, de Maratón o Arcadia sino un Ateniense, tuviese el conocimiento que le permitía (en las elecciones importantes, que le concernían personalmente porque afectaban a todos) aportar su contribución de hombre libre. La ciudad de Atenas, además no era para él simple mercado para sus ventas y sus compras: allí sobre la Acrópolis dominaba Palas Atenea, que protegía con mano fuerte,su polis y a él mismo. Y ni siquiera el campesino más simple se descuidaba de asistir a las representaciones del teatro de Dionisos, gloria de su ciudad patria"

 

Es obvio que esta exigencia de una vida cabalmente humana, una vida sustentada en  la asunción de nuestra  condición indisociablemente festiva y  dolorosa es algo que  puede sonar a capricho, cuando no a sarcasmo, en un marco social en el que un trabajo mecánico de doce horas, siempre  bajo la inquietante amenaza  de la pérdida del mismo, es considerado un bien y hasta un privilegio.

El tiránico orden social que posibilita tal cosa no es in-humano (sólo los humanos son susceptibles de forjar prisiones físicas o espirituales) sino  literalmente des-humanizador,  una máquina para impedir que  los humanos sean cabalmente tales.

La tesis que estoy defendiendo es muy clara: el arte, la ciencia y la filosofía como fertilización conceptual de lo que en ambas prácticas se forja son algo de lo que nadie puede hallarse privado sin verse amenazado en su humanidad.

Por eso es tan urgente denunciar las teorías pragmáticas que presentan como  único bien al que colectivamente podamos aspirar la posibilidad de que una reducción de la amenaza laboral alivie un tanto el ofensivo terror al que los trabajadores se ven sometidos. Hemos de denunciar lo insoportable de la situación laboral actual, porque reduciendo a los humanos a la esclavitud, impide precisamente la asunción de la condición trágica en la que consiste el ser ciudadano. Es simplemente insoportable que la dialéctica trabajo embrutecedor- pavor a perder tal vínculo esclavo se haya convertido en el problema subjetivo esencial, en el problema mayor de la existencia

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8 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una distopía sueca

Karin Boye Karin Boye es una poeta sueca, poco conocida en castellano pero una celebridad en su idioma, que murió en 1941. Testiga de los peores años de Europa, se animó a publicar la novela Kallocaína (Gallo Nero), una distopía que, según la reseña de Sergio Rodríguez Prieto en El País, se une a otras novelas distópicas como La metamorfosis, Un mundo feliz, 1984, El señor de las moscas, La naranja mecánica o Fahrenheit 451. La reseña viene acompañada de una estupenda fotogalería de novelas distópicas. Dice además:

El planteamiento de Kallocaína es sencillo: en un regimen totalitario un científico ?Leo Kall- da con una sustancia ?la Kallocaína- que una vez inyectada obliga a decir la verdad. Lo que no es tan sencillo, por supuesto, es el dilema ético que se deriva y que entronca directamente con uno de los principales temas de la poesía de Boye, la afirmación del individuo ante Dios y ante los demás (no en vano fue una de las autoras que abrió la veta de la poesía social y existencial que años después caracterizaría a la generación inmediatamente posterior, con figuras como Gunnar Ekelöf, Erik Lindegren o Karl Vennberg). Es ahí cuando gracias a esta sensibilidad de poeta que la novela engrosa las listas de la literatura referidas a las distopías, un género que tuvo su edad de oro entre el periodo de entreguerras y los primeros años de la guerra fría y que estuvo muy politizado. ¿Qué mejor antídoto contra el hechizo ideológico del ?enemigo comunista? que trasladar a escenarios de pesadilla cualquier proyecto de sociedad igualitaria? A través de la denuncia de los maldades del otro, la ficción servía como propaganda del mundo libre contra la amenaza roja, cumpliendo una doble función de exorcismo de los fantasmas del capitalismo (explotación, represión, discriminación?) y de legitimación del ?menos malo de los sistemas de gobierno?. Afortunadamente, los aciertos del enfoque de Karen Boye superan esta dicotomía y abordan problemas que hoy siguen vigentes: la dialéctica de dominación/sumisión que opera en toda manipulación química del cuerpo humano, igual que la importancia del secreto como último reducto frente a la presión del colectivo, hacen que sesenta años después de ser escrita la historia de Leo Kall no resulte para nada ajena. Posiblemente porque es el producto de la especial sensibilidad de una escritora homosexual a la que le tocó vivir en una época y un país donde la rígida sociedad protestante empezaba a desplegar mecanismos cada vez más sofisticados de control social. (?) Literatura que va directa al hueso porque se ceba en el conflicto entre individuo y colectivo, profundizando en el viejo dilema igualdad contra libertad que acabaría provocando el eclipse de las luces y bañando en sangre la revolución francesa. Quizá la utopía tenga que seguir siendo eso, el lugar que no existe, pero que sirve como horizonte para el gran proyecto común que es la política con mayúsculas, un elemento esencial para la regeneración del imaginario social. Ya lo dijo Cioran en una frase hoy célebre de su libro Historia y Utopía (1960): ?Sólo actuamos bajo la fascinación de lo imposible: esto significa que una sociedad incapaz de dar a luz una utopía y de abocarse a ella, está amenazada de esclerosis y de ruina?.



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8 de marzo de 2012
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?Mademoiselle non plus?

En nuestro diccionario, el que pagamos entre todos, el de la RAE, ocurren cosas como estas: gozar: «Conocer a una mujer carnalmente» ?definición de la cual se comprende que el individuo que tiene las cualidades consideradas varoniles puede gozar, sí, pero sólo si entra en contacto carnal con otra?. En cambio marujear no implica la necesidad de recurrir al lesbianismo: «Tener comportamiento de maruja», esto es, de «ama de casa de bajo nivel cultural», pero sí cuestiona la sexualidad de los hombres que marujean ?haberlos haylos?, excluidos del verbo. Pero la simple definición de hombre, según me han referido muchos varones ?en especial aquellos a quienes les impresiona la sangre, tienen miedo a las arañas o cambian de opinión como suele hacer la gente inteligente?, de tan excelsa, resulta amenazante: «individuo que tiene las cualidad consideradas varoniles por excelencia, como el valor y la firmeza». Cierto es que la condición masculina se confunde con lo humano como una categoría sin fisuras, mientras que en lo femenino siempre hay un matiz de incompletud. El lenguaje nos vincula y nos representa, y a menudo se ha esmerado en reciclarse para que en aquello que nombra no subyazca degradación ni injusticia. Ya hace demasiado tiempo que ellos pueden ser fáciles o zorros a mayor honra, mientras que ellas mejor evitarlo; además, del riesgo de ser consideradas lobas, panteras, leonas, focas o víboras, analogías mucho más perversas que tiburones, gallitos o toros. En cuanto a la definición de mujer: «que tiene las cualidades consideradas femeninas por excelencia», no hay sustantivos que las expliciten. En ese silencio del diccionario subsiste un espíritu añejo. No quiero imaginar qué cualidades invocan los académicos y subyacen en la estructura profunda de la definición: ¿ternura, curvas e instinto maternal? ¿Hemisferio izquierdo del cerebro más desarrollado o incontinencia urinaria? El sexismo sigue regio en el diccionario, acaso más que en la calle. No me refiero al extenuante desdoblamiento os/as, que cuestiona el uso del masculino como género inclusivo porque invisibiliza lo femenino, ni a esas intromisiones malsonantes de miembras, personas becarias y demás ocurrencias, aunque las filólogas reivindicativas aseguren que también sonaba mal abogada cuando sólo había abogados. Hace unos días los miembros de la Real Academia han suscrito un informe contra las guías sexistas: «No es sexismo, es lenguaje», sostienen. Vaya por delante un aplauso, por el detenimiento e interés que ha concentrado el asunto, y ojalá más allá de la pataleta ?porque, aseguran, el intrusismo feminista se ha colado en los renglones lingüísticos? sirva para revisar aquellas definiciones que huelen a alcanfor. En Francia, el Gobierno acaba de atender una vieja reivindicación de las mujeres: que la soltería deje de ser un grado. Se acabaron las mademoiselles. Ya no habrá distinción en los formularios de la administración pública entre señoras y señoritas; estén casadas o no, todas serán señoras. Vean si no cómo en España se utiliza el término: cuando una mujer es ejemplar, se dice que es toda una señora. Cuando no alcanza tal grado, no es que sea una señorita, sino una petarda e incluso una choni. El señoritismo femenino tuvo buena cobertura en el nodo. Nada que ver con las mademoiselles emancipadas, como Mademoiselle de Scudéry, que escribía bajo el nom de plume de Safo. Ahí está aún, impreso en los perfumes, el nombre de Mademoiselle Coco. Porque hubo un tiempo en que las ancianas solteras de ochenta años eran mademoiselles, y si eran ricas o célebres, se merecían la mayúscula. Algunas eran, además, brujas: «Mujer fea y vieja», dice la RAE. Mientras que los brujos, ah, esos hechiceros con poderes mágicos… (La Vanguardia)

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7 de marzo de 2012
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III. El intento de matar un periódico

El caso más reciente de atropellos semejantes es el del Ecuador, donde el periódico El Universo, uno de los más antiguos del país, que se edita en Guayaquil, fue víctima de un juicio por calumnias promovido por el propio presidente de la república, Rafael Correa, en el que,
por supuesto, resultó victorioso en todas las instancias judiciales. La
sentencia establecía penas de cárcel a los directivos y una multa de cuarenta
millones de dólares, suma que supera el valor de los activos del periódico, con
lo que se vería obligado a cerrar. Éste parecía ser el objetivo último de la
demanda, quitarse de encima a un medio independiente y crítico. Carlos Pérez
Barriga, el director, tuvo que asilarse en la embajada de Panamá en Quito. 

Todo empezó a raíz de una columna escrita en febrero de 2011 por el editorialista Emilio Palacio, que también buscó refugio, en Estados Unidos, sentenciado también a prisión, en
la que juzgaba los hechos de la sublevación policial del año anterior, cuando
el presidente Correa fue hecho rehén en las instalaciones de un hospital
militar y de manera dramática se abrió la camisa desafiando a los amotinados a
disparar.

Al presidente le disgustó que en la columna se afirmara que él había "ordenado fuego a
discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente
inocente". Es una aseveración atrevida, parte de un texto escrito con dureza,
en el que a cada paso se le llama dictador. Pero no por eso un jefe de estado
va a procurar la muerte de un periódico usando de todos los recursos de su
poder, un poder omnímodo que alcanza a los tribunales de justicia, como en
otros países de América Latina que se rigen bajo la doctrina del socialismo del
siglo veintiuno creada por el presidente Chávez de Venezuela.

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7 de marzo de 2012
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Crescendo cuántico: falso lugar propio

Ya he señalado que tras el teorema de Kochen-Specker, sostener que hay un mundo  objetivo e independiente del sujeto que lo percibe y lo mide solo, sostener en suma lo que algunos toman por evidente, solo puede hacerse a un elevado precio filosófico, a saber:  aceptar que las  partículas elementales de tal mundo se comportarían de manera equivalente a lo que supondría que la magnitud de una cosa cambiara según que su  color fuera blanco o negro. 

Por otro lado, del teorema que lleva el nombre de John Bell se infiere que el resultado de la medición de la propiedad de una determinada partícula  puede verse alterado por  el hecho de que se efectúe una medición en una segunda partícula situada a gran distancia. Si tal cosa ocurre, obviamente el destino de ambas partículas se hace indisociable, lo que se expresa diciendo que ambas están entrelazadas, sin que sea óbice para ello la distancia espacial que mantienen: su diferente lugar no las hace independientes mutuamente, de lo cual la expresión no localidad.  

El asunto se hace  por así decirlo barroco e incrementa su peso filosófico  con un teorema más reciente (que tuvo asimismo verificación experimental) en razón del cual dadas dos parejas entrelazadas A-D, B-C, un nuevo entrelazamiento, esta vez  entre A y B provoca la disolución de los antiguos lazos y un entrelazamiento entre D y C. De lo cual la expresión consagrada "trueque de entrelazamientos"(Entanglement Swapping). Misteriosos asuntos desde el punto de vista de la visión convencional de la naturaleza y que fortifican en la idea  de que toda  reflexión sobre las determinaciones de la Physis pase hoy por la elucidación del peso de los evocados teoremas,  que parecen destruir la esperanza de reconciliar  la ciencia más determinante de nuestro tiempo con los presupuestos filosóficos de nuestra visión del mundo

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6 de marzo de 2012
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Exponerse a los rayos

En muchas películas de dibujos animados y alguna otra tirando a ciencia ficción que solía llamarse "El Hombre con Rayos X en los Ojos", acierta a pasar un personaje por una zona iluminada o cae en el ángulo de visión del Hombre con Rayos X y de pronto se hace visible su esqueleto. A veces eran señoras sentadas en taburetes de bar y el esqueleto conservaba la ropa interior y el cigarrillo entre los artejos. Era muy gracioso.

La mejor escena de este tipo, que yo recuerde, era la estupenda película de Schwarzenegger titulada "Desafío total", un prodigio de metafísica inconsciente. Los esqueletos en la pantalla de detección, controlada por la policía, se volvían contra el escrutador al saberse descubiertos y disparaban sus armas desintegradoras. La imagen saltaba por los aires.

Algo similar son los volúmenes que con una tenacidad admirable va publicando Andrés Trapiello bajo el epígrafe general de "Salón de pasos perdidos". Son ya diecisiete volúmenes en los que Trapiello cuenta con toda exactitud cuanto acontece en el círculo mágico de su vida privada. Hace un año exacto publicó el número 17, pero yo lo acabo de leer. El conjunto abraza un periodo singular, de 1987 a 2003, por ahora.

El proyecto puede parecer desorbitado, pero es de una audacia inusual y será un documento literario único en un país tradicionalmente roñoso en literatura memorialista. Sólo conozco otro caso similar, aunque en Gran Bretaña, el de James Lees-Milne que escribió un diario entre 1942 y 1997 y es una de las obras maestras de la literatura inglesa del siglo XX, sección gossip.

La principal diferencia es que Lees-Milne trabajaba para el National Trust y recorría una a una las venerables mansiones de la más decadente aristocracia mundial para ofrecer reparaciones y restauraciones a cambio de visitas turísticas: "Le arreglamos las goteras si permite que los plebeyos entren los jueves previo pago de entrada", decía Milnes. Las escenas eran escalofriantes. Tras la aparición del segundo volumen toda la nobleza arruinada sabía que las visitas de Milnes inmortalizarían el esqueleto del visitado, el cual generalmente recibía a Milnes en un estado etílico avanzado, a veces con el pantalón por los tobillos o sin pantalones, y así aparecía en sus diarios. No por eso dejaron de recibirle y aceptar visitas turísticas a cambio de un puñado de libras.

Por el contrario, Trapiello no trata a su visitado o visitante como una curiosidad teratológica sino que suele escribirlo con benevolencia, pero no puede impedir que su voluntad literaria triunfe sobre las convenciones burguesas, de manera que si hay que contar lo idiota que puede llegar a ser un alcalde de Madrid y cómo se comporta un idiota cuando es alcalde de Madrid (suceso que tiene lugar en este último volumen, "Apenas sensitivo"), pues se procede a ello sin vacilación. Y el lector se regocija.

No todo es dejar un retrato afinado de cientos y cientos de personajes, algunos muy notables otros meros comparsas, sino también que quede constancia de algunos sucesos que pueden tener importancia extrema en la vida de cada cual, aunque resulten triviales para el resto de la humanidad. Yo diría que la parte más inquietante y resuelta con mayor bravura es la larga historia de la muerte de una perra, narrada sin excesivo sentimentalismo, pero con una congoja severa y no soslayada. Trapiello es un escritor muy considerado con la muerte, a quien vigila la sombra y no la deja sola ni un instante. En este volumen hay numerosos momentos en los que la Amarilla aproxima sus dedos de hueso a un rostro, a un cuerpo, a un animal, a una planta, y ahí está Trapiello vigilando y tomando notas, a veces trémulas.

Como en el caso de Milnes o del Hombre con Rayos X en los Ojos, mucha gente ha decidido comportarse delante de Trapiello como si estuviera pasando un examen de química orgánica. Error tremendo. Tengo la certeza de que quienes tratan de engañar al Ojo con Rayos X son los que salen peor parados. Si entras en su órbita lo mejor es que no disimules absolutamente nada.

Por eso, una vez leído el volumen le cité para comentar algunas trivialidades con el taimado propósito de comportarme lo más groseramente posible, sólo por la curiosidad de saber cómo saldría mi esqueleto dentro de unos años en su pantalla de Rayos X. Fracasé. Es Trapiello un hombre tan afable y cordial que lo máximo que conseguí fue remover el azúcar del café con el dedo índice. O sea, una faena de aliño. Tendré que intentarlo de nuevo, no vaya a ser que estuviera yo tan soso que ni siquiera me programe.

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5 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Kissinger ya estaba allí

Estuvieron hablando una hora entera en un pequeño pabellón dentro del complejo presidencial. Mao Zedong, de 79 años, estaba ya muy enfermo. Al presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, de 59, le acompañaban su consejero de Seguridad y sigiloso artífice del viaje, Henry Kissinger, y el asistente de este último, Winston Lord. Al chino, su primer ministro Zhou Enlai y su intérprete personal, Tang Wensheng, Nancy para los americanos, la única persona que iba traduciendo las palabras de uno y de otro.

Las frases que se cruzaron fueron sobre todo mutuos elogios no exentos de ironía, más por parte del chino. ?Mis escritos no son nada, no hay nada instructivo en ellos?, dijo Mao ante las palabras aduladoras del presidente americano. ?Los escritos del presidente levantaron una nación y han cambiado el mundo?, le respondió Nixon. ?Yo solo he podido cambiar unos pocos pueblos en las afueras de Pekín?, le contestó el anciano. Mi episodio preferido de este momento estelar de la historia de la humanidad se refiere a las elecciones presidenciales en las que venció Nixon: ?Yo voté por usted?, le dijo Mao, ?me gustan los derechistas?. Al terminar la entrevista, el presidente chino le dijo a su médico: ?Habla claro y no se anda por las ramas, no como los izquierdistas que dicen una cosa y luego hacen otra?. Sucedió hace 40 años, el 21 de febrero de 1972, el primer día del viaje presidencial que culminaría una semana más tarde con el comunicado de Shanghái, el documento conjunto por el que los dos países normalizaban sus relaciones. Lo ha contado Kissinger en múltiples ocasiones, en sus memorias de su época en la Casa Blanca y ahora en el reciente libro 'Sobre China'. Fue ?la semana que cambió al mundo?, según el muy exacto subtítulo de otro libro imprescindible, 'Nixon and Mao', de la historiadora Margaret MacMillan. La integración de China en la economía global, su ascenso como superpotencia y mucho antes la victoria occidental en la guerra fría frente a la Unión Soviética no se explican sin el viaje audaz que llevó a Nixon y Kissinger hasta Pekín. Fue un encuentro de dos malos bien malos, el presidente tramposo que apenas dos años después se vería obligado a dimitir por las escuchas ilegales del caso Watergate y el líder de un partido totalitario, responsable de millones de muertes por hambrunas y matanzas durante la Revolución Cultural. Y sin embargo, con el tiempo esa escena no ha hecho más que crecer en dimensión histórica e incluso mitológica. Sus actores son ya personajes de otra época: no hay dirigentes así, ni nadie podría imaginar que dos países enemigos pudieran realizar una apertura tan súbita y espectacular. Queda Kissinger, es verdad, fiel a sus ideas seminales, que propugna la creación de una comunidad del Pacífico con China al estilo de la relación transatlántica en vez de derivar hacia una rivalidad polarizadora y conflictiva.



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5 de marzo de 2012
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El Boomeran(g)
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