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Crescendo cuántico: falso lugar propio

Ya he señalado que tras el teorema de Kochen-Specker, sostener que hay un mundo  objetivo e independiente del sujeto que lo percibe y lo mide solo, sostener en suma lo que algunos toman por evidente, solo puede hacerse a un elevado precio filosófico, a saber:  aceptar que las  partículas elementales de tal mundo se comportarían de manera equivalente a lo que supondría que la magnitud de una cosa cambiara según que su  color fuera blanco o negro. 

Por otro lado, del teorema que lleva el nombre de John Bell se infiere que el resultado de la medición de la propiedad de una determinada partícula  puede verse alterado por  el hecho de que se efectúe una medición en una segunda partícula situada a gran distancia. Si tal cosa ocurre, obviamente el destino de ambas partículas se hace indisociable, lo que se expresa diciendo que ambas están entrelazadas, sin que sea óbice para ello la distancia espacial que mantienen: su diferente lugar no las hace independientes mutuamente, de lo cual la expresión no localidad.  

El asunto se hace  por así decirlo barroco e incrementa su peso filosófico  con un teorema más reciente (que tuvo asimismo verificación experimental) en razón del cual dadas dos parejas entrelazadas A-D, B-C, un nuevo entrelazamiento, esta vez  entre A y B provoca la disolución de los antiguos lazos y un entrelazamiento entre D y C. De lo cual la expresión consagrada "trueque de entrelazamientos"(Entanglement Swapping). Misteriosos asuntos desde el punto de vista de la visión convencional de la naturaleza y que fortifican en la idea  de que toda  reflexión sobre las determinaciones de la Physis pase hoy por la elucidación del peso de los evocados teoremas,  que parecen destruir la esperanza de reconciliar  la ciencia más determinante de nuestro tiempo con los presupuestos filosóficos de nuestra visión del mundo

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6 de marzo de 2012
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Exponerse a los rayos

En muchas películas de dibujos animados y alguna otra tirando a ciencia ficción que solía llamarse "El Hombre con Rayos X en los Ojos", acierta a pasar un personaje por una zona iluminada o cae en el ángulo de visión del Hombre con Rayos X y de pronto se hace visible su esqueleto. A veces eran señoras sentadas en taburetes de bar y el esqueleto conservaba la ropa interior y el cigarrillo entre los artejos. Era muy gracioso.

La mejor escena de este tipo, que yo recuerde, era la estupenda película de Schwarzenegger titulada "Desafío total", un prodigio de metafísica inconsciente. Los esqueletos en la pantalla de detección, controlada por la policía, se volvían contra el escrutador al saberse descubiertos y disparaban sus armas desintegradoras. La imagen saltaba por los aires.

Algo similar son los volúmenes que con una tenacidad admirable va publicando Andrés Trapiello bajo el epígrafe general de "Salón de pasos perdidos". Son ya diecisiete volúmenes en los que Trapiello cuenta con toda exactitud cuanto acontece en el círculo mágico de su vida privada. Hace un año exacto publicó el número 17, pero yo lo acabo de leer. El conjunto abraza un periodo singular, de 1987 a 2003, por ahora.

El proyecto puede parecer desorbitado, pero es de una audacia inusual y será un documento literario único en un país tradicionalmente roñoso en literatura memorialista. Sólo conozco otro caso similar, aunque en Gran Bretaña, el de James Lees-Milne que escribió un diario entre 1942 y 1997 y es una de las obras maestras de la literatura inglesa del siglo XX, sección gossip.

La principal diferencia es que Lees-Milne trabajaba para el National Trust y recorría una a una las venerables mansiones de la más decadente aristocracia mundial para ofrecer reparaciones y restauraciones a cambio de visitas turísticas: "Le arreglamos las goteras si permite que los plebeyos entren los jueves previo pago de entrada", decía Milnes. Las escenas eran escalofriantes. Tras la aparición del segundo volumen toda la nobleza arruinada sabía que las visitas de Milnes inmortalizarían el esqueleto del visitado, el cual generalmente recibía a Milnes en un estado etílico avanzado, a veces con el pantalón por los tobillos o sin pantalones, y así aparecía en sus diarios. No por eso dejaron de recibirle y aceptar visitas turísticas a cambio de un puñado de libras.

Por el contrario, Trapiello no trata a su visitado o visitante como una curiosidad teratológica sino que suele escribirlo con benevolencia, pero no puede impedir que su voluntad literaria triunfe sobre las convenciones burguesas, de manera que si hay que contar lo idiota que puede llegar a ser un alcalde de Madrid y cómo se comporta un idiota cuando es alcalde de Madrid (suceso que tiene lugar en este último volumen, "Apenas sensitivo"), pues se procede a ello sin vacilación. Y el lector se regocija.

No todo es dejar un retrato afinado de cientos y cientos de personajes, algunos muy notables otros meros comparsas, sino también que quede constancia de algunos sucesos que pueden tener importancia extrema en la vida de cada cual, aunque resulten triviales para el resto de la humanidad. Yo diría que la parte más inquietante y resuelta con mayor bravura es la larga historia de la muerte de una perra, narrada sin excesivo sentimentalismo, pero con una congoja severa y no soslayada. Trapiello es un escritor muy considerado con la muerte, a quien vigila la sombra y no la deja sola ni un instante. En este volumen hay numerosos momentos en los que la Amarilla aproxima sus dedos de hueso a un rostro, a un cuerpo, a un animal, a una planta, y ahí está Trapiello vigilando y tomando notas, a veces trémulas.

Como en el caso de Milnes o del Hombre con Rayos X en los Ojos, mucha gente ha decidido comportarse delante de Trapiello como si estuviera pasando un examen de química orgánica. Error tremendo. Tengo la certeza de que quienes tratan de engañar al Ojo con Rayos X son los que salen peor parados. Si entras en su órbita lo mejor es que no disimules absolutamente nada.

Por eso, una vez leído el volumen le cité para comentar algunas trivialidades con el taimado propósito de comportarme lo más groseramente posible, sólo por la curiosidad de saber cómo saldría mi esqueleto dentro de unos años en su pantalla de Rayos X. Fracasé. Es Trapiello un hombre tan afable y cordial que lo máximo que conseguí fue remover el azúcar del café con el dedo índice. O sea, una faena de aliño. Tendré que intentarlo de nuevo, no vaya a ser que estuviera yo tan soso que ni siquiera me programe.

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5 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Kissinger ya estaba allí

Estuvieron hablando una hora entera en un pequeño pabellón dentro del complejo presidencial. Mao Zedong, de 79 años, estaba ya muy enfermo. Al presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, de 59, le acompañaban su consejero de Seguridad y sigiloso artífice del viaje, Henry Kissinger, y el asistente de este último, Winston Lord. Al chino, su primer ministro Zhou Enlai y su intérprete personal, Tang Wensheng, Nancy para los americanos, la única persona que iba traduciendo las palabras de uno y de otro.

Las frases que se cruzaron fueron sobre todo mutuos elogios no exentos de ironía, más por parte del chino. ?Mis escritos no son nada, no hay nada instructivo en ellos?, dijo Mao ante las palabras aduladoras del presidente americano. ?Los escritos del presidente levantaron una nación y han cambiado el mundo?, le respondió Nixon. ?Yo solo he podido cambiar unos pocos pueblos en las afueras de Pekín?, le contestó el anciano. Mi episodio preferido de este momento estelar de la historia de la humanidad se refiere a las elecciones presidenciales en las que venció Nixon: ?Yo voté por usted?, le dijo Mao, ?me gustan los derechistas?. Al terminar la entrevista, el presidente chino le dijo a su médico: ?Habla claro y no se anda por las ramas, no como los izquierdistas que dicen una cosa y luego hacen otra?. Sucedió hace 40 años, el 21 de febrero de 1972, el primer día del viaje presidencial que culminaría una semana más tarde con el comunicado de Shanghái, el documento conjunto por el que los dos países normalizaban sus relaciones. Lo ha contado Kissinger en múltiples ocasiones, en sus memorias de su época en la Casa Blanca y ahora en el reciente libro 'Sobre China'. Fue ?la semana que cambió al mundo?, según el muy exacto subtítulo de otro libro imprescindible, 'Nixon and Mao', de la historiadora Margaret MacMillan. La integración de China en la economía global, su ascenso como superpotencia y mucho antes la victoria occidental en la guerra fría frente a la Unión Soviética no se explican sin el viaje audaz que llevó a Nixon y Kissinger hasta Pekín. Fue un encuentro de dos malos bien malos, el presidente tramposo que apenas dos años después se vería obligado a dimitir por las escuchas ilegales del caso Watergate y el líder de un partido totalitario, responsable de millones de muertes por hambrunas y matanzas durante la Revolución Cultural. Y sin embargo, con el tiempo esa escena no ha hecho más que crecer en dimensión histórica e incluso mitológica. Sus actores son ya personajes de otra época: no hay dirigentes así, ni nadie podría imaginar que dos países enemigos pudieran realizar una apertura tan súbita y espectacular. Queda Kissinger, es verdad, fiel a sus ideas seminales, que propugna la creación de una comunidad del Pacífico con China al estilo de la relación transatlántica en vez de derivar hacia una rivalidad polarizadora y conflictiva.



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5 de marzo de 2012
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Sin ojos para contarlo

Un polvorín en Siria ante la timidez internacional. Comparable con Grozny o Sarajevo, dicen los que han estado allí. El barrio de Bab Amro es un fundido en negro, sin cámaras ni micrófonos. Llamadas a media voz de la ONU para que cese la sangrienta represión, sospechas de «crímenes contra la humanidad». Pero en Homs van rematando a los civiles mientras los últimos periodistas han logrado escapar. Cuatro días para recorrer 40 kilómetros hasta la frontera con Líbano necesitaron los franceses Édith Bouvier y William Daniels. Tampoco fue fácil para Javier Espinosa, el periodista de El Mundo que así relataba su huida: «Había un grupo de niños que estaban aterrorizados y decían: “¡Mamá, mamá!”. Intentamos decirles que se mantuvieran callados pero fue demasiado tarde y los soldados comenzaron a disparar». Plàcid García-Planas, en su nuevo libro, Como un ángel sin permiso, se pregunta por la naturaleza del reporterismo: «¿Debe el reporterismo dejar mal cuerpo? Probablemente. Porque el reporterismo es algo más que escribir un reportaje. Es como la banlieue parisina, el independentismo catalán o la mirada de un travesti afgano: un estado de ánimo». Respirar o dejar de respirar. Una cuestión que no debe entrometerse en la crónica. No hay reporterismo en Bruselas o Washington. Bastan los forenses de la información económica que la diseccionan en titulares. Al igual que los reporteros, su trabajo es el de informar sobre lo que las manos visibles e invisibles del poder hacen y deshacen en nuestro nombre. No hay bolas de cristal para invocar la náusea a tiempo, pero hay datos. Hace año y medio, cuando ya teníamos los suficientes para determinar el despotismo del presidente sirio Bashar el Asad, lo recibimos en casa como “a un buen amigo” a fin de negociar “intereses comunes” con el gobierno y cenar en la Zarzuela. Le acompañaba su esposa Salma, icono de la modernidad para la mujer árabe, sin velo y con guccis. Y ahí estaban hace unos días, en un simulacro de democracia, como una obscena pareja modélica mientras su país se desangra y ya no queda nadie para contarlo. Puede que el traje de Savile Row del joven El Asad le hiciera parecer más fiable que aquellos viejos Huseins o Gadafis. O tal vez sólo se trate de intereses geopolíticos. Las democracias plenas aún son minoría y pese a su empaque no saben qué hacer con los tiranos. ¿Bloqueo económico? ¿Sólo cuándo perjudican los intereses occidentales? ¿Cuáles? Y cuando masacran al pueblo, ¿hay que intervenir ?en unos sí y otros no? para salvar la economía? ¿O era para evitar más muertes? Occidente prefiere esperar a que gane un pueblo extenuado mientras continúa comerciando con sus cómplices ?como Rusia o China que ahora apoyan a los verdugos sirios?. No consuela pensar que si Kant resucitara trataría a todos los tiranos por igual, a riesgo de reventar. (La Vanguardia)

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5 de marzo de 2012
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El país Kaurismäki

Las hermandades cinematográficas, esa peculiaridad tan conspicua del séptimo arte (desde que la iniciaron, junto con el propio arte, les Frères Lumière), tienen en los Kaurismäki una de sus facetas más llamativas. Al principio, cuando aparecieron en los primeros años 80, no se les distinguía del todo; el cine finlandés ya era en sí mismo raro, y los hermanos tenían inverosímiles nombres de pareja de ‘clowns', Aki y Mika. Firmaron un largometraje documental juntos, ‘The Saimaa Gesture' (1981), sobre las bandas de rock finlandés que tanto han contribuido después a difundir por el mundo, y se fue cada uno por su lado, rechazando la idea de consorcio que tan buen resultado artístico les ha dado a los Coen, los Quay, los Taviani, los Dardenne o los Wachowski. Aki y Mika siguieron trabajando por separado, como Fernando y David en la fraternidad española de los Trueba, que coincide por cierto con el clan de los finlandeses en haber tenido también descendencia fílmica de los dos mayores de edad: a Fernando le sucede hoy su hijo Jonás, y a Mika su hija María, que debutó en 2008 con un largometraje, ‘Sideline', que no he visto.

    De Mika, que se mantiene en activo haciendo por lo visto documentales de música carioca, sabemos muy poco, y aquí hablamos de Aki, cuyas películas nos suelen llegar con regularidad y han configurado un universo que está entre los más influyentes y personales del cine actual, siendo curiosamente una obra formada a partir de un elaborado ‘patchwork'. Aki está exento de la angustia de las influencias; cuando un periodista se interesa por el influjo que en él han tenido Bresson, Ozu,  Renoir o Truffaut, él lo corrobora y lo multiplica, citando a otros maestros: Jean Pierre Melville, Jacques Becker, Jacques Tati, Nicholas Ray, Samuel Fuller, y me quedo corto. En el caso de su última película ‘Le Havre', Kaurismäki es aún más valiente que generoso, incluyendo entre sus fuentes a cineastas  -Duvivier, Carné, Clouzot-  que, después de ser pasados por armas por los jóvenes turcos de la Nouvelle Vague surgidos de la revista ‘Cahiers', quedaron arrumbados en el limbo del cine de ‘qualité' más denostado.

       De tal amalgama de maestros clásicos y competentes academicistas, Kaurismäki crea un mundo muy singular, gélido y sentimental, feísta y alambicado, costumbrista y sobrenatural, al que suma en ‘El Havre', tratando ese tema de nuestro tiempo que es la inmigración africana, la marcada impronta del neorrealismo italiano en su vertiente digamos más dulce, la de Vittorio de Sica. Y no sólo, como resulta obvio, el de Sica de ‘Milagro en Milán' (1950), sino sobre todo el de ‘El limpiabotas' (‘Sciuscià', 1946), al convertir a Marcel Marx, el protagonista derrotado pero animoso de su film, en limpiabotas, un oficio prácticamente desaparecido de las calles de la Europa occidental, y al fundir, al modo en que lo hicieron el director italiano y su guionista Zavattini en ‘Sciuscià', un realismo documental con una deriva fantástica.

     ‘El Havre' pudo haberse llamado ‘Cádiz' si el director, como ha contado él mismo, hubiese filmado su fábula de emigrantes nobles y europeos compasivos en la ciudad portuaria andaluza, que fue su idea inicial hasta que comprobó que las calles del centro gaditano eran demasiado estrechas y el rodaje habría paralizado allí la vida cotidiana. También pensó en Marsella, descartada por las mismas razones, y la elección de El Havre tiene, por lo demás, un punto de credibilidad superior, ya que todos los días se lee algo sobre los miles de subsaharianos apiñados en distintos puntos de la costa noroeste francesa, a la espera de cruzar ilegalmente el Canal de la Mancha. Naturalmente, Le Havre de Kaurismäki es una ciudad irreal, pues aunque aparezcan los buques de carga, las grúas en el muelle y los estibadores adictos al ‘pastis', la trama se desarrolla en los lugares íntimos que el director construye con la ayuda de colores fuertes iluminados con énfasis, objetos pobres llenos de vida emocional y vestimenta por lo general desastrada y fuera del tiempo. La casa humilde de Marcel Marx y su mujer, las tiendas prototípicas del ‘quartier', el bar lánguido, el hospital aséptico, el embarcadero de los escondites del niño Idrissa. Podrían estar en cualquier población europea del mismo tamaño, pero en virtud del genio transmutador del cineasta son sólo localizaciones del país Kaurismäki, uno de los grandes conceptos territoriales de la ficción cinematográfica contemporánea.

     La irrealidad de los espacios ‘kaurismäkianos' se engarza y se fomenta con sus actores, no menos genuinos y fidelizados (y algunos moldeados) al estilo impasible del director, en esta ocasión reforzados por el estupendo cómico francés Jean-Pierre Darroussin, un habitual del cine socio-populista de Robert Guédiguian, que encarna a un comisario Monet híspido pero benévolo. La impasibilidad de Kaurismäki es humorística, y la risa leve que a menudo suscitan sus escenas evita el ternurismo acechante y siempre mantenido a raya en la historia que cuenta ‘El Havre'. Del humor se desprende la ironía, la que revela el autor al responder, cuando Christine Masson le pregunta en una entrevista si habló con emigrantes reales antes de escribir el guión: "En esta ocasión no, pero en otras desde luego", o la que marca de modo memorable la escena del descubrimiento de los ilegales en el container: en vez de sucios y desfallecientes, todos aparecen vestidos de domingo y risueños ante los policías.

    Así que la película, una fábula romántica en sordina que oscila por igual entre lo sarcástico y lo piadoso, no gustará a quienes entienden los conflictos sociales en términos absolutos y sólo aceptan el filtro maniqueo de un Ken Loach, por ejemplo.

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5 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El patriarca en Miraflores

Cuando por fin abre los ojos, la brusca luz de halógeno lo golpea; se incorpora un poco y se descubre encadenado a un tubo de plástico y una bolsa de suero. Por fortuna, nadie lo acompaña: no tardarán en llegar los médicos para realizarle más exámenes, revisar las suturas y acaso mentirle sobre su pronóstico. Y luego vendrá el alud de visitantes y recaderos. Prefiere aprovechar esta pausa para concentrarse, para meditar unos segundos: desde que se detectó el tumor, no le han dado tregua. Era ya bastante con gobernar un país de locos con mano de hierro, y combatir a imperialistas y traidores, como para ahora dedicar tanto tiempo a sí mismo, a esta maldita enfermedad que acaso triunfe donde fallaron los golpistas y la CIA.

 

            El comandante Chávez estira las piernas -una punzada en el vientre- y se lleva la mano a las mejillas mal afeitadas. Tiene sed. Y náuseas. Todo a su alrededor es blanco y pulcro, un limbo en medio del Caribe. Aislado en ese cuarto, a cientos de kilómetros de su patria y, peor, a cientos de kilómetros de sus subordinados, se siente prisionero. Más solo que en la cárcel, hace ya tantos años. Desde luego, no había mejor opción, al menos mientras persistiese un hálito de esperanza. Tratarse en Estados Unidos, con sus enemigos, hubiese sido una humillación intolerable. En Brasil o en Europa no habría logrado tejer el cordón sanitario -nunca mejor dicho- que transforma su salud en un secreto militar. Y en Venezuela, aún menos: allí no se puede confiar ni en la discreción de los cirujanos.

No había, pues, otro remedio: a fin de cuentas la medicina es, junto con el deporte, el último logro que puede presumir el régimen cubano (no por nada cientos de sus doctores peregrinan en las selvas y montañas de su patria); en todos los demás terrenos sus anfitriones se hallan en desventaja, pero en el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas uno se siente como en el primer mundo. Aquí nadie filtrará los resultados de las pruebas, nadie hablará de más, nadie querrá indisponerse con Raúl y su familia. Si algo admira de Cuba, es el control absoluto sobre lo que puede decirse en voz alta.

Venezuela es lo contrario: allí todos están ya alborotados con su previsible... desaparición... y nadie se calla la boca. Porque, si se ha empeñado en ocultar los detalles de su padecimiento, no es tanto para engañar a la oposición, sino a sus leales. Con los otros ha podido una y otra vez en el pasado; cuando lo encarcelaron, salió convertido en un líder más popular que todos esos políticos corruptos; cuando quisieron deponerlo, regresó legitimado; y, cuando pretendieron vencerlo en las urnas, él los derrotó sin cortapisas. Por el momento, las elecciones de octubre no constituyen su mayor dolor de cabeza: más inquietante le resultan sus generales y ministros.

¿Cómo es posible que se reúnan sin su consentimiento? ¿Que elaboren planes de emergencia? Ninguno posee su estatura -él mismo congeló a cualquiera que osase opacarlo- y ninguno cuenta con el respaldo unánime de los sectores que lo apoyan, pero no puede descartarse que, aprovechando su ausencia, se hagan ilusiones. Cuando ronda la "tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza" -en palabras del Maestro-, hasta tus mejores amigos se disfrazan de buitres. Por eso ha de extremar las precauciones, dejar todo atado y bien atado, por si acaso...

Vaya paradoja: cuando le anunciaron que Fidel estaba desahuciado, se imaginó sosteniendo su cadáver en una especie de piedad revolucionaria; y ahora es posible que ocurra lo inverso, el padre presidiendo el entierro de su discípulo. "La historia me absolverá": esta frase de su anfitrión ronda obsesivamente su cabeza. ¿Pasará lo mismo con él? ¿Qué se dirá, en diez o cien años, de su República Bolivariana?

Se resiste a creer que su régimen será visto como un episodio pasajero, que los partidos tradicionales recuperarán sus posiciones, que las reformas que emprendió quedarán en la nada. ¿Pero qué puede hacer para evitarlo? ¿Confiar en esos segundones? ¿Entregarle el poder a alguien que, en el mejor de los casos, lo convertirá en una especie de santo, en un patético icono -antes los revolucionario morían acribillados en la selva, no en un cuarto de hospital-, mientras pacta y transige con los norteamericanos? No: si vino a Cuba, no sólo fue para ser tratado por sus médicos, sino para inspirarse en la feliz maniobra que le permitió a Fidel acotar el margen de maniobra de su hermano. Por eso debe regresar lo más pronto posible a Miraflores.  

Cuando tocan a la puerta, el comandante Chávez siente un vago desasosiego. Tal vez, en estas circunstancias, la muerte sea una victoria. La única forma de no ser derrotado ni por los opositores ni por los conjurados que pululan en su propio bando. ¿Quién le iba a decir que, cuando se le ocurrió resucitar aquella vieja proclama revolucionaria, tan bella y -le parecía entonces- tan heroica, en realidad profetizaba su futuro? Patria, socialismo o muerte: tremendo despropósito.

 

twitter: @jvolpi



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5 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los blogs literarios

blog literario Este 3 de marzo, en Madrid, se reunieron un conjunto de blogueros españoles para debatir el rol de las bitácoras literarias. Dice la nota en la Revista de Letras:

El sábado, 3 de marzo se celebra en Medialab-Prado (Madrid) (calle Alameda, 15) un encuentro en el que blogueros, escritores, editores y periodistas debatirán sobre el papel que desempeñan en la actualidad las bitácoras de creación literaria, su trascendencia como género y sus posibilidades más allá de la Red, bajo el título genérico Los blogs como género literario. ¿Realidad o ficción? Además de las diferentes mesas de debate que se irán desarrollando a lo largo de la mañana, la librería La Independiente (calle Espíritu Santo, 27) acogerá a los autores participantes en una firma de libros, a partir de las 19.30 h.

Los temas van desde ?A qué llamamos blogs literarios? hasta ?¿Tiene sentido editarlos en libros? Aquí las respuestas de un bloguero, Javier Rodríguez Marcos, en su blog Letras Minúsculas en El País.

¿A qué llamamos blog literario? Para no detenernos en qué es un blog y qué es literario, digamos que un blog literario es aquel que publica, comenta, recomienda o critica literatura. Es decir, un medio. ¿Qué aporta el blog literario a la narrativa actual (y viceversa)? La pregunta ya plantea una curiosa identificación entre literatura y narrativa, y eso que -el cuento, el diario y la crónica periodística aparte-, puede que la narrativa no sea precisamente el género más afectado con la aparición de los blogs. Sobre todo en comparación con la poesía o, sobre todo, el ensayo y la crítica literaria. ¿Qué aporta el blog a la narrativa actual? La posibilidad de reunir en un mismo espacio letra, imagen y sonido. Lo que cada escritor haga con eso depende de su talento. Un blog no garantiza nada. Ni la mejor cámara de cine del mundo es capaz de inventar una buena película. Viceversa: ¿Qué aporta la narrativa actual al blog? Temas de conversación. ¿Qué papel juegan los escritores profesionales (y no profesionales) en este nuevo terreno de juego?  A priori se diría que el ?nuevo terreno de juego? iguala de salida a ?profesionales? y ?no profesionales?, pero, como en la maratón, las medallas se dan en la llegada. Y las gana el más dotado o el que más entrena. Internet permite una mayor facilidad de difusión de textos (por parte del autor) y de acceso a ellos (por parte del lector), pero a Google le falta algo todavía para ser un buen crítico literario / librero / filólogo: un criterio que no sea mecánico. ¿Enriquece o empobrece el espacio creativo? Lo enriquece, claro. Siempre es mejor la abundancia que la escasez, una biblioteca bien dotada que una que no lo está. El problema está en saber qué libro leer. ¿En qué se diferencia de otros soportes como el libro físico o digital? ¿Y de otros géneros? En que necesita una conexión a Internet, es decir, se parece más al famoso libro de arena de Borges que al digital, al físico o al químico. Por lo demás, del libro digital no tendría por qué diferenciarse demasiado. En todo caso, un blog es, por definición, un espacio abierto. Puede que los libros lo sean un día y entonces se les llame seriales o periódicos.



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4 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Esperando los 85 de Gabo

Mural en Aracataca dedicado al hijo pródigo. Este martes cumple 85 años el piscis más famoso del mundo, Gabriel García Márquez, y en El País ya empezaron las celebraciones. La primera noticia es un regalo para sus lectores: Cien años de soledad se publicará en ebook. La primera versión oficial (sin duda habrá varios pdf piratas por ahí) de la que podría considerarse la mejor novela del castellano desde Don Quijote. ¿Tanto? Sí, tanto. La misma Carmen Balcells ha supervisado la edición digital. Dice la nota de Winston Manrique Sabogal:

Uno de los más significativos obsequios se lo dará Carmen Balcells, su gran amiga y agente literaria desde Barcelona: las habituales rosas amarillas que tanto le gustan al escritor irán acompañadas de la primera edición de Cien años de soledad que sube al ciberespacio en formato de libro electrónico. Y será como un juego de espejos reflectantes porque el regalo-libro llegará a García Márquez y a las librerías virtuales con la portada de la primera vez: un galeón en la selva colombiana. Un cumpleaños que incluye un mensaje-tarjeta oral de Balcells: ?Mi relación con él ha sido una experiencia tan enriquecedora que ya no recuerdo ni cuándo empezó o si todavía seguimos anclados en esa nube del sueño; más ahora, cuando todos hablan del mundo cibernético y de esa nube infinita donde se pueden alojar todas las historias y los libros?. (?) El precio será de 5,99 euros y saldrá en dos formatos: para Kindle y el estándar de Epub (para diferentes dispositivos, incluido Apple). La política de la editorial, afirma Latasa, es que los precios digitales no pueden ser altos. ?Trabajamos para acercar al autor y el libro al lector. Apostamos por precios bajos dentro de la ganancia que corresponde a los implicados en la cadena de valor del libro?.

Por otra parte, cinco escritores han sido convocados en el mismo diario para hablar de la importancia de Gabriel García Márquez en su carrera literaria y de lectores. Se trata de Wendy Guerra, Patricio Pron, Eduardo Halfon, David Monteagudo y Clara Usón. Les dejo aquí el testimonio de tres de ellos:

Vida hecha literatura por Wendy Guerra Esperaba llorosa con un par de maletas en la puerta de la Escuela de Cine, la que él fundó. No era una buena alumna, me escapaba de San Antonio de los Baños. Solo quería escuchar a Gabo pero me había portado mal. Al fin llegó, todos se apilonaron para verlo? yo no podía subir a su clase; lo miré para no olvidar su cara; entonces él se abrió paso entre la gente y preguntó: ?¿Quién es Wendy Guerra??. Entre la confusión lo condujeron a la esquina donde esperaba la guagua. No se habló más, juntos caminamos hasta el comedor donde ?las tías? le sirven y explican lo que les ha gustado o no de sus últimos libros. En clase entendí que la naturalidad con la que Gabo atina lo mágico se debe a la capacidad de aceptar y manejar su delirio caribeño usando con maestría los instrumentos clave que otorga la lengua española, fusionada a la atractiva oralidad colombiana. No existe una novela suya que no esté basada en la realidad, ¡ah! pero de esa realidad emergen asuntos interiores que aquí, en estas costas, uno siempre disimuló. Los vasos de agua para los espíritus, el cordón rojo que llevo en mi cintura, el dorado con que cubrimos los mitos de la pobreza para remontarla. El peso de los muertos, el entresijo vernáculo del poder, la manía de comernos la cal o? la dilatación del deseo en un brebaje almendrado (último recurso para amarse en la eternidad), Gabo descubrió la literatura del subcontinente. En aquellas clases (que se conservan grabadas) cada vez que alguien trataba de resolver puntos de giro con repentinos desastres o algún incoherente misticismo, él lo impedía, sus reglas de verosimilitud eran claras: ?Alguien quiere algo y alguien o algo se lo impide?. Lo irreal debe sentirse cierto y ese ?algo? debe ser realmente creíble en su contexto; porque sabemos que aquí, mientras sucede lo maravilloso, lo sublime, lo increíble, la ropa se seca tendida al sol y los plátanos se pudren en el traspatio, eso somos, y él solo vino a decirlo, muy bien dicho, con música que recuerda los Cantos Rodados de la costa. Su asistente en Cuba se llama Alquimia y su amiga de los años, Lola, a ambas les he preguntado cómo fue que llegué yo hasta Gabo, y ellas siempre me contestan lo mismo: ?Volando, mi niña, volando?. Alquimista del cuento por Eduardo Halfon García Márquez es un cuentista de laboratorio. Acude al cuento como a un espacio donde experimentar y poner a prueba sus ideas. ?Un género de práctica?, ha dicho. ?Ejercicios de piano?, los ha llamado. Al terminar Cien años de soledad, García Márquez de nuevo recurrió al cuento como un ?buen purgante para la indigestión del pasado?, y resultó escribiendo la colección de relatos La cándida Eréndira. ?Cuentos experimentales? los llamó, a través de los cuales ?encontré el embrión de El otoño del patriarca?. En sus cuentos, es ese pintor de bocetos que cree estar solo practicando para su obra más importante, alistándose para su lienzo total, casi sin darse cuenta de que en esos rápidos bosquejos, en esos esbozos y experimentos de laboratorio, ha ido plasmando una obra quizás más sincera y espontánea, quizás mayor. Hay algo aun más sublime y humano en los bocetos mismos del Guernica. La fortuna de leerlo por Patricio Pron Quizás lo que distinga a un escritor realmente grande de uno mediano o pequeño no sea más que la imposibilidad de leer sus textos pasando por alto lo que sabemos de él; cuando ese escritor es Gabriel García Márquez, la dificultad es enorme. A la figura del premio Nobel se adhieren algunas imágenes surgidas de sus libros y otras que le son extrañas pero que lo persiguen insistentemente a raíz de sus posiciones públicas y su compromiso político. Más interesante que ellas es el hecho singular de que su obra haya sido, de algún modo, ?secuestrada? por un cierto tipo de literatura comercial que se ha valido de una entonación y de unos procedimientos y recursos que le son propios para producir textos inferiores a los del colombiano y en las antípodas de su visión de la literatura y de la vida. Naturalmente, nada puede impedir que los escritores latinoamericanos vuelvan a inventarse pueblos imaginarios donde la gente vuela, pero es importante discutir el secuestro de la obra de García Márquez por parte de esa literatura.



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4 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Mesías vive (y padece) en el Bronx

A los escasos lectores españoles familiarizados con las páginas de la Biblia no les escandalizará el atrevimiento de James Frey ni lo considerarán una blasfemia pues en "El último testamento" verán aletear el mismo espíritu que inspiró a los primeros evangelistas.

La salvedad más reseñable en este episodio del Mesías finalmente aparecido es la ausencia de esperanza. Como si el escriba no quisiera dar a los hombres la oportunidad de esconderse en un nuevo engaño sagrado ni animarles a encontrar consuelo en otro refugio imaginario.

El judío de estirpe davídica nace con los signos de la gran premonición, procura llevar una vida modesta, amable y pacífica en el Bronx de Nueva York, inspira ternura a los que se topan con él, pero la violencia que el mundo descarga sobre su frágil figura de hombre paciente y bondadoso, siembra las páginas de "El último testamento" de una amarga  desolación.

Ben Sion Avrohom es el nuevo Mesías pero se limita a repetir lo que del primero no se quiso entender. Que todo se reduce a amar a tu enemigo y a poner la otra mejilla cuando la tome contigo. Las consecuencias, obviamente para nosotros, son desastrosas. La mansedumbre excita el insaciable sadismo del mundo y Ben Sion acepta soportar su martirio ante los ojos atónitos del lector.

El Mesías regresa sin proclamas, ángeles ni trompetas, aparece en unos repugnantes barrios, violentos y miserables, y son otra vez los desahuciados, los desgraciados, los apestados, los primeros en comprender el extraño poder de su mirada y la incondicional absolución de su sonrisa.

Los condenados, los delincuentes, yonquis, prostitutas, los que habitan las alcantarillas de la ciudad, son los primeros en reconocerlo. Efectivamente, una sola palabra suya basta para sanarlos. Se liberan del dolor de ser y después de atisbar en sus ojos la inconcebible plenitud de no se sabe qué fuerza, se liberan de lo más importante: de sí mismos.

El libro de Frey ofenderá a los integristas -tanto como lo hizo el texto original a los antiguos devotos- pero el autor confiesa que sólo busca respuesta a una pregunta: ¿qué ocurriría si regresara?

Frey considera que los descubrimientos de la ciencia nos han situado en el último horizonte del conocimiento, al borde mismo de un desvelamiento formidable pero en verdad muy distinto al caudal de ilusiones que hemos incubado durante milenios. No hay nadie a quién rezar, dice Ben Sion, ni cielo ni infierno. Tan sólo hay la vida efímera de unos hombres cuya única redención será amarse mientras estén vivos en esta insólita pausa que hay entre dos eternidades vacías.

Ben Sion regresa para decir esto y quizá por ello es condenado de nuevo al sacrificio. Es el Maestro de Justicia de los esenios, el Nazareno de los cristianos, el Siervo Sufriente de Isaías, el chivo expiatorio de la tragedia humana. Y nos redime aceptando un destino espantoso. No porque sea la víctima de un padre brutal, de un hermano vengativo, de la indigencia, de un accidente, de un cirujano desalmado... Lo que nos parece inconcebible, nuevamente, es que teniendo el poder de librarse de todos los males, acepta cargarlos en su espalda, sufrirlos en un incomprensible gesto de mansa aceptación. El espectáculo de violencia e impotencia en la narración de Frey es conmovedor y difícilmente soportable.



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3 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Oficios alimenticios

para llenar la cartera Un interesante listado de diferentes residencias para escritores es el corolario perfecto para el artículo de fondo del ADN Cultura, del diario La Nación, sobre los mil y un oficios que realizaron y realizan aun hoy los escritores para sobrevivir, más allá de sus ventas. ?Oficios alimenticios? los llama Vargas Llosa (quien alguna vez tuve siete al mismo tiempo) que quitan tiempo para la escritura, aunque muchas veces también sirven de inspiración y de impluso para echarse a escribir en las pocas horas de gracia que nos dejan. La interesante nota de Eduardo Berti en el ADN Cultura, que se basa en el libro Trabajos forzados recién editado por Impedimenta, también cita a algunos autores argentinos que comentan los oficios alimenticios que han tenido que realizar. Las declaraciones de Ernesto Mallo (que incluye la de falso bandoneonista) es estupenda.   Dice:

Audaces como Jack London o Máximo Gorki, buscavidas como George Orwell o Bukowski, burócratas más o menos atormentados como Franz Kafka o Carlo Gadda, fugitivos como Lawrence de Arabia o Céline, animales políticos como André Malraux o Paul Claudel. Especie de guía de supervivencia, Trabajos forzados (Impedimenta) muestra y analiza los diferentes oficios que debieron o quisieron ejercer los escritores en simultáneo con sus tareas literarias. La autora del libro es la italiana Daria Galateria, colaboradora habitual de los principales medios periodísticos de su país (desde Il Manifesto hasta La Reppublica), académica especialista en literatura francesa, traductora de autores como Anatole France y Paul Morand. (?) En el prólogo a su libro, Galateria dice que muchos escritores, para mantenerse, han tenido que trabajar e indica que a comienzos del siglo XX estos trabajos ?llegaron a ser extravagantes y, a veces, rozaban lo extremo?. Fue el caso de Jack London, quien desembarcó en Klondike a finales de 1897, durante la primera fiebre del oro. ?Aquel invierno vivió en una cabaña abandonada, rodeado de lobos. Transportaba maletas por la nieve y cuesta arriba: millas y millas cargando con ciento cincuenta libras de peso. Se sentía más fuerte que los indios y lleno de salud?, relata Galateria. Pero, paradójicamente, cuando London escribía, sentía dolores de espalda. La columna vertebral, que había respondido ?lealmente? en los momentos más duros, lo obligaba ahora a doblarse en dos, como si tuviera reumatismo. Todavía más fabulosa fue la existencia de Blaise Cendrars. Vendedor de joyas en Rusia, fogonero en Pekín, apicultor en Francia, cazador de ballenas en Noruega, pianista de cine (como Felisberto Hernández) y cargador en un matadero de Nueva York, en los años 20 -tras su accidentada participación en la guerra-, fue invitado a Brasil por el rey del café, Paulo Prado, quien le ofreció una vasta extensión de tierra. Terminó embarcándose en una ambiciosa empresa de importación y exportación, que fracasó de manera estrepitosa. Más o menos por esos años, Máximo Gorki hizo también de todo. Cuando era adolescente, formó parte de una banda que se dedicaba a robar leña. Luego trabajó en una fábrica de galletas. Fue pescador en el mar Negro, vendimiador en Besarabia y descargador en Odesa. Llegó incluso a ser empleado en una zapatería de señoras. ?El propietario -cuenta Galateria- se sorprendía de que Gorki fuera tan extremadamente educado con las clientas y que después, cuando salían, se dedicara a hacer comentarios obscenos sobre ellas.? (?) ?Hay escritores que prefirieron dedicarse a ciertos trabajos en total contradicción con la escritura, para tener así la mente libre?, afirma Galateria. Las páginas acerca de T. S. Eliot muestran que se hallaba muy a gusto entre los números y las tareas bancarias. ?Trabajaba en un sótano, inclinado, ?como un pájaro negro en un comedero?, sobre una mesa repleta de cartas.? Cuando Geoffrey Faber (uno de los fundadores de la editorial Faber & Faber) vio que había encontrado a un poeta que además era un eficiente contador, no dudó un solo instante y le ofreció el cargo de director editorial. ?La poesía no me ha sido de gran ayuda para mi carrera bancaria: en cambio, mi trabajo bancario me permitió escribir mis poemas -razonaba Eliot-. Por la noche no tenía el espíritu envenenado por el trabajo del día. Entonces pude cumplir dos vidas intelectualmente distintas.? Georges Perec era ya bastante famoso por sus libros, pero así y todo no renunció a su empleo de documentalista en un laboratorio médico, mientras que Saint-Exupéry prefería pensar que su verdadera ocupación era pilotear aviones. Franz Kafka fue agente de seguros toda la vida. Trabajaba en la aseguradora Generali de ocho de la mañana a seis de la tarde. Años después obtuvo un empleo similar (pero de menos horas semanales) en el Instituto de Seguros de Accidentes Laborales del Reino de Bohemia. Las notas de servicio atestiguan que ?el doctor Kafka es un empleado que trabaja mucho, dotado de un talento y de una dedicación excepcionales?. El hijo de un colega diría años más tarde que muchos lo consideraban ?una especie de santo?. Y Galateria se muestra de acuerdo: ?Una vez un viejo guardagujas, que había perdido una pierna bajo un carro elevador, estaba a punto de recibir una pensión insignificante de la aseguradora. Había interpuesto una denuncia, pero la había formulado de manera equivocada, incorrecta?. El viejo habría perdido sin más el proceso, si a último momento no hubiese recibido la visita de un reconocido abogado de Praga, especialmente enviado, aconsejado y pagado por Kafka, de modo que él, como representante del Instituto de Seguros contra los accidentes laborales, ?pudiese perder de manera honorable el proceso contra el viejo guardagujas?. Dos casos bastante especiales son los de Colette e Italo Svevo porque sus trabajos forzados no tuvieron como objetivo el de financiar la obra literaria. Célebre ya como escritora, Colette pensó en usar su renombre para fundar una pequeña empresa con la que ganar dinero. ?Abrió en 1932, en plena Depresión y casi con sesenta años, un instituto de belleza, financiado por la princesa de Polignac y por el rajá Al-Glawi [.]. Creó polvos y cremas, diseñó el logo para la etiquetas -un dibujo de su perfil- e incluso atendía personalmente a los clientes en los grandes almacenes y en las sucursales que se abrieron por toda Francia?, escribe Galateria. En cuanto a Italo Svevo, ya había publicado sus primeros libros, como Una vida (1892), cuando debió hacerse cargo de la fábrica de la familia de su esposa (que a la vez era su prima) y, para ello, tomó la resolución, ?grave para él?, de dejar de escribir durante casi veinte años. Su tarjeta de visita decía: ?Ettore Schmitz, comerciante?. Claro que el trabajo le dejaba resquicios, pero él no quería ?dejarse llevar? por la tentación porque le bastaba una sola línea para que el ?trabajo de la vida práctica? quedara arruinado y él se sumiera en un estado de frustración y desconcentración. Para paliar el vacío, se puso a estudiar violín. Y hasta tomó clases de inglés con un joven llamado James Joyce. ?El hecho de haberse convertido a una edad madura en gran industrial, pese a sus ideas socialistas; de estar entre católicos intransigentes, siendo él judío, o de hacer vida de sociedad con su carácter solitario -escribe Galateria- reforzaron su pose de ?observador divertido?.? Durante las pesquisas y lecturas para preparar el libro, a Galateria le sorprendió que ?muchos escritores no hayan tenido jamás la necesidad de trabajar para vivir? ¿será que escribir es una ocupación para ricos??. En paralelo, llegó a la conclusión de que existen vinculaciones, a menudo profundas, entre los ?trabajos forzados? y la obra literaria, no solamente en el caso de las veinticuatro historias excepcionales que reúne su libro. Si la medicina parece una de las profesiones más usuales para los escritores (Chejov, Bulgakov, Céline, William C. Williams, Pío Baroja, Gottfried Benn, Conan Doyle, etc.), esto se debe, a su juicio, a que los médicos ?se ocupan del cuerpo humano y por lo tanto de su mente (y viceversa)? y sobre todo a que ?el contacto con la muerte les proporciona la medida justa para ver las cosas con profundidad y perder así el lenitivo de la rutina?. Otro famoso escritor médico, Arthur Schnitzler, escribía en su diario, en febrero de 1881: ?Bailo con más pasión que nunca. En casa a las seis. Poco después he ido a la sala de anatomía a hacer la autopsia de una joven. Estoy confuso?. ?A la primera editora de Bruce Chatwin le parecía que, después de haber trabajado para la casa de subastas Sotheby?s, Bruce escribía como si todavía redactase catálogos: buscaba el origen y la procedencia de un rito o de una historia, y señalaba todas las singularidades exteriores con la precisión de un francotirador?, escribe Galateria. Otro ejemplo fascinante es el de Boris Vian, quien a principios de los años cuarenta fue empleado en la Afnor (Asociación Francesa de Normalización), un organismo próximo al espíritu de Vichy, el gobierno colaboracionista con los nazis, que se proponía ?racionalizar los formatos de varios productos franceses con el fin de imponer en el país un modelo único?. A Vian le tocó un trabajo poco menos que patafísico: ?comparar los méritos respectivos de cientos de botellas para descubrir cuál es la ideal?, cuenta Galateria. Lo absurdo de la tarea fascinó a Vian, que pronto acuñó el neologismo ?afnormal? y se puso a escribir textos literarios siguiendo la lógica y los modelos propugnados por la institución.



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3 de marzo de 2012
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