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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Moleskine Literario en La noche de los libros

Foto: murphyeppoon Comenzar una historia.- Para abrir la puerta a los libros debemos fijarnos primero en el rellano, en las primeras frases con que comienzan las historias. ¡Anímate a enviar vuestros comienzos favoritos! Hoy 23 de Abril, Moleskine Literario se une a La Noche de los Libros colgando el comienzo de un relato cada 15 minutos. Si tienes un comienzo que te guste, pues envíalo a Moleskine Literario o a Vano Oficio y colaborarás con esta ceremonia en homenaje a lo que tanto amamos.



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23 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Clarice Lispector y los "olvidados" del Boom

Con motivo de la celebración de la Noche de los Libros este lunes 23 en Madrid, la Casa de América me invitó a hablar sobre alguno de los escritores "olvidados" del Boom. Escogí a Clarice Lispector, una escritora que siempre me ha interesado por la naturaleza inquietante de su mundo. Cambian los tiempos y ella ya no es tan olvidada; todavía recuerdo que, en el Berkeley de principios de los noventa, debí leer La pasión según G. H. (1964) en inglés porque, pese a estar editada en español -sobre todo sus títulos más canónicos--, sus obras no eran fáciles de conseguir. Por esa época ella ya era un nombre importante en las universidades de los Estados Unidos, gracias sobre todo a los artículos que en los años ochenta habían escrito sobre ella las filósofas francesas Luce Irigaray y Hélène Cixious. Aparte de La pasión, circulaban dos libros: La hora de la estrella (1977), novela crítica del compromiso del escritor con los "subalternos", y Lazos de familia (1960), una brillante colección de cuentos sobre subjetividades femeninas en crisis. La década pasada supuso su verdadero descubrimiento en España y América Latina gracias a la paciente labor de la editorial Siruela, que prácticamente ha editado toda su obra. Este año, la apuesta que ha hecho la editorial norteamericana New Directions de lanzar toda su obra en inglés, a partir de la magnífica biografía de Benjamin Moser (Why This World), significará un serio intento por convertir a esta escritora brasilera en parte fundamental del canon literario del siglo XX. Un productor inglés está preparando una película basada en la biografía de Moser. Pronto, muy pronto, puede que Clarice Lispector sea más conocida que algunos de los nombres más rutilantes del Boom.

El Boom, con todo lo que sirvió para internacionalizar la literatura del continente, tuvo un aspecto negativo: echó su amplia sombra sobre algunos escritores poco interesados en escribir la gran novela latinoamericana. Un escritor como el peruano Julio Ramón Ribeyro, con sus cuentos y su trabajo con el diario y el aforismo, tardó mucho en convertirse en un referente. Algo de esto sin duda influyó en la recepción de Lispector, pues sus textos de profunda introspección psicólogica y reflexión metafísica no entraban en sintonía con la euforia abarcadora de obras como La casa verde (1966) o Tres tristes tigres (1967). Sin embargo, quien lea La pasión según G. H. hoy se dará cuenta que, en cuanto a las formas, esta novela no es menos experimental que Rayuela (1963) u otros grandes libros del Boom. Pocos escritores se han arriesgado tanto como Lispector en este libro breve, que comienza con diez páginas de disquisiciones existenciales, prosigue con un escueto nudo narrativo -una mujer de clase media acomodada descubre una cucaracha en el cuarto de la criada, la aplasta y se la come--, y luego dedica el resto de la novela a analizar el impacto casi místico de la cucaracha en la subjetividad de esa mujer.

Sin duda, hay otras razones para explicar el tardío descubrimiento de la obra de Lispector en América Latina. Aparte de las obvias -relacionadas con dinámicas de mercado y de género--, lo cierto es que la literatura latinoamericana no ha tenido una relación fluida con la brasileña. João Guimarães Rosa publicó en 1956 Gran Sertón: Veredas, una novela que por sus características podía más fácilmente formar parte del Boom que la obra de Lispector. Sin embargo, Guimarães Rosa es otro de los "olvidados" del Boom. Algún día, cuando descubramos verdaderamente a la literatura brasileña, quizás nos demos cuenta de que el Boom no tuvo culpa de nada. En realidad somos nosotros quienes, con nuestras anteojeras mentales, seguimos dándole más importancia al nuevo descubrimiento de las editoriales neoyorquinas que a esos talentos jóvenes que hoy mismo están publicando en ese país-continente llamado Brasil.    

 

(La Tercera, 22 de abril 2012)



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23 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El príncipe de la niebla

El disparate comienza cuando la oronda señora Hanhaus, una aventurera con más ingenio que escrúpulos y que cuenta con la inestimable ayuda de la bella Puppi, su peluquera, se las arregla para que Theodor Lerner, un periodista en ciernes que está a punto de perder su trabajo por culpa justamente de la señora Hanhaus, sea  enviado al Ártico para llevar a cabo una misión trascendente. En teoría dicha misión consiste en localizar a un osado explorador que trataba de atravesar el Círculo Polar Ártico a bordo de un dirigible y que lleva varias semanas perdido. Gracias a la inestimable ayuda de la seductora Puppi, la señora Hanhaus no sólo logra que  Schoeps, el redactor jefe del periódico para el que trabaja Lerner,  no ponga a éste de patitas en la calle sino que le hace ver el golpe publicitario (y las ventas) que supondría para el periódico dar con el paradero del desgraciado explorador.   

 

Sin embargo (pero por eso digo que todo ello es un disparate) los verdaderos planes de la astuta señora Hanhaus  incluyen que Lerner tome posesión, en nombre del imperio alemán, de una isla deshabitada y pedida en el  Ártico  cuyo subsuelo guarda (supuestamente) un fabuloso yacimiento de carbón.

A partir del momento en que un cada vez más desconcertado Theodor Lerner se adentra en los hielos  infinitos a bordo de un destartalado pesquero comandado por un ex capitán de la armada imperial, los acontecimientos, diestramente manejados a distancia por la incombustible señora Hanhaus,  se irán complicando y retorciendo hasta atrapar sin escapatoria posible a Lerner, y con éste al lector. Es de aclarar sin embargo que si se tratase de una novela norteamericana, el ritmo del catastrófico acontecer sería trepidante y que las posibles discrepancias o inconsistencias de la trama quedarían disimuladas tras el vertiginoso desarrollo del artificio narrativo.

Lejos de ello, El príncipe de la niebla entra de lleno en la gran tradición de la novela europea contada sin prisas y construida sobre un exquisito rigor histórico. Por descontado que los posibles capitalistas e inversores contactados por la señora Hanhaus para crear una compañía minera no se diferencian gran cosa de los capitalistas e inversores que las crónicas de sucesos actuales desenmascaran todos los días; y por descontado que los políticos y grandes cargos cuyo prestigio debe respaldar la iniciativa polar tampoco se diferencian gran cosa de los chapuceros políticos que actualmente se sientan en los banquillos de los juzgados. Pero es de agradecer el gran trabajo que se ha tomado Martin Mosebach  en reproducir  la atmósfera, los ambientes, los personajes e incluso las vestimentas imperantes en la Centroeuropa de finales del siglo XIX, cuando el mundo germano pugnaba por erigir un imperio equiparable al de las grandes potencias del momento. Y sobre todo hay que agradecerle un  finísimo sentido del humor que le permite describir las situaciones más descabelladas, o las bajezas más reprobables con un distanciamiento y una ligereza de ánimo encomiables.

Curiosamente, leyendo esta novela que ahora publica Acantilado, y que en 2007 le valió el muy prestigioso premio Georg Büchner (el jurado destacó entonces la “alegría narrativa” del premiado y su  “conciencia humorística de la historia”), nadie adivinaría que Martin Mosebach es un escritor religioso con gran prestigio en los círculos practicantes católicos. En su obra    Häresie der Formlosigkei. Die römische Liturgie und ihr Feind (La herejía de la ausencia de forma. La liturgia romana y su enemigo), abogaba por el regreso a las formas litúrgicas tradicionales anteriores al Concilio Vaticano II. En términos generales podría decirse que Mosebach mantiene una línea de pensamiento tradicional y que apoya sin reservas a Benedicto XVI y los esfuerzos de éste por devolver a la Iglesia el rigor religioso en el que ha basado su supervivencia de dos mil años. Por la razón que sea, esa ideología no se trasluce en absoluto en El príncipe de la tiniebla, pues aquí, como queda dicho, lo que predomina es el aire de farsa apoyado en una gran precisión histórica y un notable sentido del humor.

 

El príncipe de la niebla

Martin Mosebach

Acantilado

 



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23 de abril de 2012
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Una noche, un tren

Veinte años después de haber obtenido (y rechazado) el premio Goncourt por ‘El mar de las Sirtes', Julien Gracq publicó en 1970 con su habitual editor francés José Corti ‘La presqu´île' (‘La península'), un volumen narrativo compuesto de tres relatos sin más unidad que la impuesta por el estilo y la inspiración del paisaje transfigurado de uno de los más grandes novelistas del siglo XX. La segunda parte independiente que daba título a aquel libro, ‘La península', nos llega en castellano editada por Nocturna, que ya sacó anteriormente, por separado, la tercera y más breve, ‘El rey Copetua', también en traducción de Julià de Jòdar. No quisiera quedar como un exagerado al afirmar que este libro de poco más de cien páginas, y en esta versión, constituye un acontecimiento literario que, probablemente, no situará a Gracq en las listas de los ‘best sellers'; nunca fue, y no podía ser, un autor de muchedumbres, pese a su estatuto de clásico moderno en Francia, ya entronizado desde los años 90 en los dos volúmenes de sus obras completas dentro de la Bibliothèque de la Pléiade.

      Preguntado en cierta ocasión sobre el influjo de su formación científica en su obra, Gracq respondió que "cuando se ha hecho geografía física es igual de imposible al mirar un paisaje dejar de ser geógrafo de lo que lo es para un médico que mira una escultura olvidar la anatomía y las sesiones de disección". Gracq el escritor (escindido del profesor de geografía Louis Poirier, su verdadero nombre) hace habitable en sus novelas una Bretaña primordial y descrita en bellísima minucia como un lugar lleno de resonancias del tiempo ido pero a la vez sujeto al color y a las figuraciones de lo contemporáneo. De hecho, el protagonista de ‘La península', Simon, se pasa casi todo el relato conduciendo su coche y esperando trenes que pueden traer de pasajera a Irmgard, la amante con la que fantasea en un delirio diurno o sueño anticipado.

     Gran maestro en el arte descriptivo, equiparable a Proust, Gracq usa las palabras llevado por una sensualidad del sonido que le procura al lector no ya aquel "placer del texto" que señalaba Barthes, sino una intensa y verdadera lujuria de la lengua. Todo ello sin amaneramiento ni poses verbales; ‘La península' avanza al ritmo de la espera de Simon, angustiosa y sensual, sostenida la trama por el movimiento interno de una sucesión de metáforas que nunca son estampas, pues añaden densidad dramática y crean tensión. Cito un ejemplo: "tan cerca como estaba ahora del placer que el tren nocturno le acercaba a toda velocidad, le parecía que el paisaje que le rodeaba hubiera debido de enarbolar alguna señal precursora, algo así como esas comitivas musicales, esas calles alfombradas, esas carretas enjaezadas que advierten de la proximidad de las romerías aldeanas".

    Científico de la construcción narrativa y orfebre de la frase (y modelo en las dos instancias de Juan Benet, para quien fue seminal, más que Faulkner), leer a Gracq consiste en introducirse en un paraíso intoxicante donde, entre la vegetación frondosa y bellísima siempre hay, a punto de brotar, un convulso mundo de pasiones (el escritor coqueteó con el Surrealismo y publicó un libro, lleno de interés, sobre André Breton). Da gusto poder decir que en Julià de Jòdar Julien Gracq ha encontrado a un traductor de una calidad extraordinaria, nada frecuente, y mucho menos al enfrentarse a quien es, por su ritmo, su precisión y la riqueza un tanto arcaizante del léxico, un autor de los que se suele considerar intraducibles. Aquí está, traducido de modo deslumbrante por un novelista -y eso produce más asombro- de lengua catalana que maneja el castellano con un rigor y una inspiración inmejorables. Sólo es de señalar, a riesgo de caer en la mezquindad ante un trabajo de tanta perfección, el pequeño desliz de ese "llegase con el tren" (por "serait dans le train") o el uso corrompido por el habla corriente de "derelictos" en vez de "derrelictos", aunque es de justicia resaltar que la recuperación de la palabra castellana en su acepción auténtica de sustantivo (traduciendo la francesa "épaves") es uno de los incontables logros del traductor.

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23 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El naufragio español

El 19 de febrero de 1588, Felipe II envió a su Grande y Felicísima Armada, formada por unas 127 naves, hacia Inglaterra, con la católica misión de deponer a Isabel I del trono. Tras unas cuantas escaramuzas, ésta se vio obligada a rodear la tormentosa costa británica de vuelta a los puertos españoles -con el naufragio de unos 35 barcos-, sin haber alcanzado su objetivo. El fracaso de la Armada Invencible marcó el cenit del poderío español en Europa y el inicio de un largo periodo de decadencia. Hubieron de transcurrir casi cuatro siglos para que la nación ibérica volviese a ocupar un sitio de honor en el mundo.

 

            Tras la muerte de Franco en 1975, España por fin atisbó una era de progreso ininterrumpido, acentuado por su ingreso a la Comunidad Europea en 1986. Pese a las amenazas de ETA y algún requiebre económico, en menos de tres décadas la España democrática se convirtió en una de las principales economías del planeta e incluso, durante un breve y engañoso lapso, quiso mostrarse como una potencia global: recuérdese el embarazoso trío de las Azores, cuando José María Aznar, entonces presidente del Gobierno, se empeñó en comparecer con Bush Jr. y "el amigo" Blair para decretar la ilegal invasión de Irak.

            Tras la caída de Lehman Brothers en 2008 y la crisis del mercado hipotecario, España ha sufrido una nueva tormenta perfecta que no sólo la ha dejado con los más altos índices de desempleo -cerca de 5 millones en una población de 47, con un paro juvenil del 50%-, sino que amenaza a todas las instituciones nacidas con la transición. Hoy, España parece a punto de naufragar de nuevo, enredada en la telaraña que, al calor de la imprevisión y la avaricia, su élite tejió durante los años de vacas gordas.

            Los últimos días no podían haber sido más turbulentos. Primero, Felipe Froilán, uno de los nietos de don Juan Carlos, de 13 años, se disparó en un pie. Por qué un adolescente manejaba una escopeta calibre .36 es algo que, hablando de la familia real, no hay que preguntar. Apenas unos días después, se anunció que el propio rey se había fracturado la cadera mientras se hallaba en Botsuana en una cacería de elefantes. (Los deslices borbónicos con las armas no son nuevos: en 1956, don Juan Carlos mató accidentalmente a su hermano don Alfonso mientras jugaban con una pistola calibre .22).

            El desliz no podía resultar más incómodo, no sólo porque el rey preside honoríficamente el World Wild Fund o porque la monarquía se encuentre en sus horas más bajas -a raíz de la imputación por fraude del Iñaki Undargarin, esposo de la infanta Cristina-, sino porque ofrece una imagen de soberbia sin precedentes en alguien que había sido protegido de todo ataque por su papel ejemplar durante el fallido golpe militar de 1981. En épocas de bonanza, apenas importa que una familia sin mérito se beneficie de los impuestos ciudadanos, pero cuando el gobierno de Mariano Rajoy ha recortado millones de euros al estado de bienestar y la prima de riesgo vuelve a dispararse -y, para colmo, Cristina Kirchner ordena expropiar YPF, la filial argentina de Repsol-, las voces que exigen la abdicación se multiplican.

            La erosión de la monarquía es un síntoma de la quiebra del modelo español. Pésimamente gestionada por los socialistas, la crisis provocó la estrepitosa caída de Rodríguez Zapatero, pero el nuevo gobierno del PP carece de margen de maniobra. España es, a todos los efectos, un país intervenido -como Grecia, Portugal o Irlanda-, cuyas férreas medidas de austeridad no derivan de la voluntad de sus dirigentes, sino de las órdenes de Bruselas, que son las de Alemania. Ninguna de las medidas de Rajoy estimula el crecimiento o el empleo; obsesionado con reducir el déficit, siguiendo la línea ideológica de Merkel, éstas sólo alargarán la recesión.

            Y es aquí donde otro pilar de la transición podría hundirse: el sistema autonómico. Para responder al centralismo franquista, España se dotó con regiones cuyas competencias exceden las de muchos estados federales. Durante la prosperidad, éstas no sólo mejoraron las infraestructuras públicas -las mejores de Europa-, sino que dilapidaron sus recursos en incontables proyectos faraónicos. Otra vez: en épocas de crecimiento, a nadie le preocupaba el derroche; ahora, la existencia misma de las autonomías está en cuestión (sobre todo al revisar sus cuentas).

            Lo peor del laberinto de España es que no ofrece salida. Su pertenencia a la Unión Europea, que la catapultó al primer mundo, motiva ahora su letargo -al menos mientras domine la ortodoxia germana-, pero abandonar el euro suena impensable. La monarquía ya no sólo resulta anacrónica, sino vergonzosa, pero nadie exige su abolición. Las autonomías son corruptas y onerosas, pero nadie llama a descabezarlas. Mientras tanto, la educación es degradada, el paro aumenta, se impone el copago sanitario -burdo eufemismo: el pago sanitario-, y España naufraga. Al menos hasta que los ciudadanos, no sólo de la península, sino de toda Europa, digan basta.

             

twitter: @jvolpi

 



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23 de abril de 2012
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Leer es un clima

Los libros son un medio de transporte. La llave para penetrar en vidas ajenas. Un desentenderse del mundo para llegar a entender sus migas. También significan un salvoconducto que permite sentir la complejidad y la sencillez de las cosas. Leer es recogerse. Descubrir sin sorpresa, como Georges Perec en Un hombre que duerme, «que algo no va bien, que hablando en plata, no sabes vivir, que no sabrás jamás», a pesar de que el sol caliente la chapa del tejado o que tus sentidos reconozcan los olores que llegan de la calle. Leer es tomar conciencia de que te quedas inmóvil mientras los ruidos de la vida suenan cerca. También es no advertir que atardece hasta que terminas el capítulo y media luna descansa sobre el lomo del cielo. Es olvidar el tiempo, alcanzar un microclima, recostar la cabeza en la ventanilla del tren y pensar con los ojos cerrados. O reclinarla sobre la almohada para releer la misma línea que te ha devuelto las palabras que no encontrabas para decir lo que ya sabías. Buscar respuestas pero hallar preguntas distintas. Agazaparse a pie de página sintiendo el crujido del papel o la luz lechosa de la pantalla. Leer es una forma de conversar a solas. «Dicen que el libro está destinado a desaparecer. Con él nos iremos todos», escribió Álvaro Mutis. Leer también es encerrarse con uno mismo en una casa llena de gente, y seguir con los ojos una línea hasta extraviarse entre las dunas del pensamiento. Sentirse silencioso en una sociedad de seductores, mudo en tiempos de charlatanes, misterioso en un mundo de cristal, escaneado y previsible. Pero leer es reconocer los límites, identificar las sombras, el pecho ahuecado o el nudo en la garganta. Descubrir «que ya no somos tan felices, ni queremos, como antaño, decirle al mundo entero lo que pensamos» (Tolstói, La felicidad conyugal). Recuperar lo real: «Él ha dejado de llorar. Contempla su mundo. La piscina, las baldosas. Nunca fuimos a África, ni a ninguna parte. Casi nunca salimos de esta casa» (Jennifer Egan, El tiempo es un canalla). Tomar conciencia de que «siempre que llegas a una encrucijada en el camino, se te destroza el organismo porque tu cuerpo siempre ha sabido lo que tu intelecto desconocía» (Paul Auster, Diario de invierno). O prolongar la ausencia, «sólo yo, dócil, perro fiel, ando tras la huella ya borrada» (M. Mercè Marçal, Deshielo). Leer es sentirse orgulloso -pero también celoso- de que los otros lean. De que los otros escriban. De que un día como hoy los libreros salgan a la calle y los autores se pavoneen o se coman las uñas. De que las ediciones digitales prosperen, los libros breves sean aliados de un tiempo entrecortado, los blogs literarios, un bulevar despierto. Leer es apurar un buen libro como una copa de vino, cerrarlo sobre tu pecho y rozar tu intimidad.

(La Vanguardia)

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23 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sarkozy sin sarkozismo

Era el diseño de un vencedor perfecto. Un prototipo que debía superar a todos los modelos anteriores e imponerse por sí solo sobre cualquier otro. La seguridad absoluta; la voluntad de poder desnuda; la acción política en grado máximo, fulgurante, persistente, abrumadora; siempre a punto la amenaza, pero también la adulación asfixiante; el protagonismo claro y exclusivo, sin fusibles ni reparto de méritos, enteros para sí mismo, el soberano; todo muy cerca del príncipe absoluto, coronado directamente por el pueblo. Caprichoso y venal, despreciativo y tiránico con sus colaboradores más íntimos. Pero con las dotes que Bonaparte quería para los elegidos: valiente, audaz, afortunado. Y para colmo, trasparente, sanguíneo y vengativo.

Esta figura no es acomoda al molde solemne que creo De Gaulle y que sus sucesores mantuvieron e incluso profundizaron en sus aristas más presidencialistas. La función de la monarquía presidencial francesa requiere distancia y gravedad, dignidad y respeto; y en todo caso un gran conocimiento y aprecio por la historia, la geografía y la cultura de los hombres y mujeres que le han elevado a tal dignidad, los franceses. Sarkozy tiene muchas virtudes pero ninguna directamente vinculada con esta figura que encarna la soberanía de la República Francesa. Su vida e imagen se corresponden mejor con el mundo de la televisión, el cine y el espectáculo que con el Olimpo político creado con la V República. Por eso, a la hora de ir a las urnas, no se lo han creído ni los suyos. Cuenta su pésima campaña, voluble, contradictoria y caracoleante. Todavía cuenta más su balance, impropio de alguien que venció con la canción del cambio, el estribillo de una Francia fuerte y solo ha dado más de lo mismo e incluso algo menos, inmovilismo francés adornado por el braceo de su agitación constante. Pero el dato definitivo que le ha hurtado la victoria en la primera manga y sitúa a François Hollande a una mano de la presidencia es su incapacidad para identificarse con el estilo y las formas que caracterizan a los primeros magistrados de esta V República tan peculiar y presidencialista. Su sola presencia en el palacio del Elíseo es una inquietante redundancia: presidente acaparador y celoso de su protagonismo en una presidencia presidencialista. Inquieta incluso a sus votantes.  El prototipo, pues, no ha servido para quedar en cabeza en la primera vuelta, ni para limitar la oleada lepenista que el propio Sarkozy se ha encargado de alentar con su viraje hacia la ultraderecha. La segunda manga será ahora mucho más difícil, porque en ella hay que juntar, ressembler, algo difícil cuando todo lo que se tiene, la campaña, el balance y la imagen, es divisivo y polarizador. La dirección más clara es cortejar los votos tan numerosos e inquietantes de Marine Le Pen, pero eso solo se hace alejándose del centro, donde se ganan todas las segundas vueltas. Ressembler quiere decir recoger los votos de los otros después de haberse asegurado un zócalo formidable de votos propios. No es el caso de Sarkozy. Es Hollande quien se halla en esta posición y quien tiene la victoria a su alcance, a menos que medie error o contratiempo político inesperado, factores que la prudencia aconsejan cuidar.



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22 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las pizarras de la discordia

Sin Vaca Muerta no hay disputa. El descubrimiento del yacimiento petrolífero y gasístico que lleva este curioso nombre está en el origen de la expropiación de Repsol-YPF por parte del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Dos cosas han cambiado en Argentina desde que Repsol compró la empresa nacional YPF al Gobierno también peronista de Carlos Menem en 1999: con la reelección de Cristina en octubre de 2011, una nueva generación peronista ha llegado al poder, y con el descubrimiento de Vaca Muerta, anunciado un mes después de su victoria, ha crecido el pastel energético del país sudamericano y también las apetencias para extraerlo y comercializarlo.

El relevo generacional conduce a la creación de nuevos pactos y alianzas empresariales, en buena sintonía con el capitalismo de los amigos que suele ir asociado a las privatizaciones en los países emergentes. Repsol se ha visto expulsada porque pertenece al antiguo testamento, mientras que los jóvenes recién llegados quieren su nueva alianza, en la que fácilmente entrarán actores distintos y extraeuropeos en consonancia con el desplazamiento de poder hacia Oriente que se está produciendo en el mundo.El regreso a viejos métodos nacionalizadores, que quiebran la formalidad de las reglas de juego, no se explica sin la crisis del multilateralismo, que no consigue avanzar en la nueva etapa multipolar y registra una creciente desconfianza de los países emergentes hacia las instituciones internacionales. Pero también se explica por el tamaño del pastel. Mientras los yacimientos convencionales de petróleo y gas han superado los picos productivos y empiezan a declinar e incluso a agotarse, están apareciendo nuevos yacimientos llamados no convencionales que dibujan unos nuevos mapas energéticos, de consecuencias geopolíticas todavía por calcular. Se trata de bolsas de pizarras o esquistos que contienen gas o petróleo, que pueden extraerse mediante tecnologías que separan la ganga mineral del líquido o del gas con valor energético. Estas bolsas no tendrían interés económico sin el incremento de los precios de la energía, gas y petróleo fundamentalmente, y, por supuesto, sin los enormes avances en las técnicas de prospección y extracción. El golpe de mano de La Campora contra una empresa europea y española no es más que un primer episodio escandaloso como veremos muchos en los próximos años, resultado de esta nueva cartografía de la energía que fabricará países emergentes y dotará de instrumentos de poder a Gobiernos hasta ahora desposeídos. Polonia, por ejemplo, siempre temerosa de su dependencia energética de Rusia, tiene los campos de gas de esquisto más grandes de Europa. Las ideas políticas de los expropiadores argentinos son muy viejas, pero el conflicto que plantean es novísimo y muy característico del siglo XXI.



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21 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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También hay Feria del Libro en Bogotá

Asistentes a la FILBO 2012. Foto: El País Las Ferias del Libro no paran. Dos muy importantes coinciden. La de Buenos Aires, que inauguró ayer, y la de Bogotá, la FILBO, que empezó este miércoles con invitados del mundo norteamericano y sin tantas discusiones, al parecer, al menos en la inauguración. Rocío Huerta comenta en El País lo que está pasando con las ferias del libro en medio de las crisis. Dice:

Entre tanto augurio apocalíptico para el libro en papel, las ferias del libro, sin embargo, pugnan con vitalidad por reinventarse. ¿Cómo? Convertidas en oasis literarios para lectores, escritores, agentes o editores en un mundo que vive entre la paradoja de la hipercomunicación virtual y la amenaza de naufragio de las relaciones humanas de carne y hueso. La Feria del Libro de Bogotá, que ayer inauguró su edición 25ª es una buena muestra de ello. Es una de las más importantes de América Latina, así como un ejemplo de la necesidad e importancia de estos acontecimientos. ?La gran aportación de una feria es la vida social, el trato real que requieren… y del que carece Internet y las recomendaciones de los periódicos?, asegura la escritora Rosa Montero, que ha ido en tres ocasiones a la Filbo, como llaman los colombianos al evento. La peculiaridad de esta cita, agrega Montero, ?es ese trato íntimo y familiar que la hace especial. Tiene una afluencia increíble, una tradición arraigada?. Sin perder de vista las bondades digitales, Fernando Valverde, presidente de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, (CEGAL), asegura que ?es justo en estos momentos cuando el espacio físico recobra todo el sentido?. ?Y cobra más fuerza el hecho de poder encontrarnos, escucharnos e intercambiar opiniones sobre nuestras lecturas?, añade. (…) Las que convocan al personal que vive alrededor del libro y la lectura parecen tener otro destino. La de Bogotá, de momento, no presenta síntomas de fatiga: espera una asistencia de 400.000 visitas, hasta el 1 de mayo que cierra sus puertas. Ocupará todos los 58.000 metros cuadrados del Centro Internacional de Negocios y Exposiciones de Bogotá, donde estarán más de 500 expositores y un centenar de escritores en conferencias, mesas redondas y lecturas públicas. Este año entre los principales invitados figuran el escritor estadounidense Jonathan Safran Foer y el legendario periodista Gay Talese. Junto a ellos, nombres clave de la literatura, el pensamiento y, por qué no, la narrativa comercial en español como Laura Restrepo, Santiago Gamboa, Javier Moro y Enrique Krauze. El narrador y poeta Darío Jaramillo, que no se ha perdido ninguna edición de la Filbo, asegura que la oferta de libros ha aumentado: ?Eso es muy atractivo para las bibliotecas, pero lo más importante de esta feria es la cantidad de gente que acude. Y no hay que olvidar que hay un público que compra libros solo estos días?. La Filbo celebra sus 25 años con Brasil como invitado: ?Es una gran oportunidad para intercambiar conocimientos de derechos de autor y traducciones del portugués al español y viceversa, aprovechando que el español acaba de ser declarado la segunda lengua oficial en las escuelas brasileñas?, explica Amalia de Pombo, directora de la feria.



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20 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bram Stocker, 100 años

Estampilla rumana que recuerda al autor Hace 100 años murió Bram Stocker, el creador de uno de los personajes más notables (y rentables) de la literatura universal: Drácula. Ahora que los vampiros (en su versión andrógino y adolescente) han regresado con fuerza, vale la pena recordar al escritor mediocre pero acertado a la hora de crear un ser inmortal. Dice la nota de Gregorio Belinchon en El País:

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) no será recordado como un gran escritor. Rodrigo Fresán, autor de prólogo a la edición de 2005 de Mondadori de la novela, comenta: “Stoker es muy mal escritor, un ejemplo clásico de creador flojo ?no hay más que leerle en su inglés original? que de repente crea una obra genial”. Enrique Vila-Matas apunta en esa dirección: “Seiscientas páginas y el conde solo sale en unas quince. Al estilo de El corazón en las tinieblas, de Joseph Conrad, se crea un espectáculo alrededor de un personaje que aparece muy poco. Es más interesante y fascinante el ambiente que lo que ocurre. La narración conduce al personaje. En cambio, creó el vampiro moderno. Solo por eso merece nuestro respeto”. Gonzalo Suárez, escritor y cineasta que en diversas ocasiones ha indagado en el ser y el otro, en la criatura y su creador (Mi nombre es sombra, Remando al viento), reconoce que Stoker le aburre. “Empecé a leerlo y lo dejé. Obviamente forma parte de la literatura victoriana, que sí me atrae. Pero el libro no desarrolla un carácter ontológico, juega más con el sadismo y la sangre. Todos tenemos un monstruo en nuestro interior, pero creo que justo en mí no hay de esa especie”, reconoce entre risas. Entonces, ¿qué hizo bien Stoker? El escritor irlandés, criado entre libros y profesores privados por culpa de una enfermedad infantil, publicó muchos más cuentos, y ninguno tuvo la repercusión popular y artística de Drácula. “Claro”, descifra Fresán, “porque existen novelas influyentes, que por su calidad crea escuela de escritores y de obras, y novelas radioactivas, que enferman a otros, que infectan y producen mejores herederos. El éxito de Drácula radica en un personaje fascinante”. Su misma construcción, a base de trozos de diarios y cartas entre los personajes, ralentiza la trama: “Es la novela en la que más se escribe y se lee. Pero, ¿cuándo van a por el monstruo?”, dice Fresán. Bram Stoker publicó Drácula en 1897, y creó el personaje bebiendo de varias fuentes: primero, del personaje real de Vlad Draculea Vlad el Hijo del Demonio / Dragon, también conocido como Vlad Tepes el empalador; del actor Henry Irving, una estrella de la época, para el que Stoker trabajó durante 29 años como representante y secretario, y cuya enfermiza relación inspiró de lejos la película La sombra del actor; y de sus charlas con un extraño orientalista húngaro llamado Arminius Vámbéry con el que se entrevistó en diversas ocasiones (Vámbery también era muy imaginativo en sus leyendas sobre la Europa oriental, y su labia y su imaginación las engordaban a gusto del oyente que tenía en cada momento). Óscar Wilde dijo que Drácula era la obra de terror mejor escrita de todos los tiempos. Arthur Conan Doyle tampoco escatimó elogios. “Es que es muy de la época victoriana”, según Fresán, “es el triunfo del gótico, de un terror que crea personajes como Frankenstein, el doctor Jekyll y Mister Hyde…”. ¿También puede ser la venganza de un hombre que se siente vampirizado por otro? “Como libro, efectivamente, es muy transparente, ya que son los años del advenimiento del psicoanálisis”. El subconsciente de los autores sale a borbotones. “Fíjate en este Drácula, en Peter Pan, en Sherlock Holmes…”. Gonzalo Suárez recalca en ese grandioso momento literario británico: “Me atrae mucho ese género. Dio unas obras de ficción fascinantes, a diferencia de la española, más realista”. La triste vida de Stoker, que arrastra a su familia detrás de Irving, que no recibe ningún dinero cuando fallece el actor, y que muere pobre víctima de la sífilis que había contraído yendo de prostitutas con Irving en París, se ha prolongado en el tiempo. Vila-Matas estuvo en Dublín alojado a pocos metros de la casa donde durante décadas vivió Stoker: “La primera vez vi una placa, que recordaba su estancia. El mismo Oscar Wilde, primer novio de Florence, posterior esposa de Stoker, vivía a pocas manzanas. Años después volví y en lugar de la casa había una clínica de cirugía estética. De la placa, ni rastro”. “A mí me entristece la deriva actual del personaje”, comenta Fresán. “Eso de que vayan al colegio los vampiritos de Crepúsculo



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20 de abril de 2012
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El Boomeran(g)
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