Ray Bradbury
El escritor de ciencia ficción, uno de los más notables en su género (y en cualquier género), Ray Bradbury, falleció hoy a los 91 años en Los Ángeles. Entre sus obras destacan clásicos como Fahrenheit 451 o Crónicas marcianas. Aquí está el obituario escrito por la revista virtual Io9.
Dice la nota en el blog “Las horas perdidas”:
El autor estadounidense Ray Bradbury ha fallecido en Los Ángeles a los 91 años de edad, según informó su familia a Io9.
Bradbury, uno de los más grandes escritores de ciencia ficción de todos los tiempos ?y de lo que no es ciencia ficción, y cualquier que haya podido leer Something Wicked this Way Comes podrá constatar? ha sido también uno de los más prolíficos en su relación con el mundo audiovisual.
El nieto de Bradbury, Danny Karapetian, se pronunció en estos términos a la web sobre la muerte de su abuelo:
?Si tuviera que hacer una declaración? diría lo mucho que le quiero y lo que le echo de menos. Espero escuchar los recuerdos que todos tenían de él. Ha influenciado a tantos artistas, escritores, profesores, científicos? y es reconfortante y conmovedor escuchar sus historias. Vuestras historias. Su legado vivirá en su monumental corpus de libros, películas y teatro, pero más importante aún: en la mente y en los corazones de quienes le leyeron. Era el niño más grande que he conocido?.
La primera vez que visité Amsterdam no reparé en uno de sus numerosos carriles para bicicletas, y avanzaba con la misma parsimonia que traía la radiante mañana junto a los muelles hasta que el avinagrado timbre de una aún más avinagrada mujer me increpó para que desalojara su vía. A nadie le gusta sentirse echado, recibir una bofetada imaginaria o un mohín de desprecio; cuando ocurre nuestro instinto se rebela y se protege, llegando a creer que tenemos razón aunque estemos infringiendo una norma. A menudo necesitamos contar hasta diez para reconocer que en verdad molestábamos. Porque irrita tanto que una bicicleta pase rauda por encima de la acera como que una familia con niños ocupe el carril bici y esté dispuesta a llegar a las manos si les tocas el timbre ?y no digamos si rozas a sus retoños?.
La división entre quienes van sobre dos ruedas y quienes prefieren sus dos piernas ha encendido una controversia que, lejos de fomentar una conducta cívica y respetuosa, agranda intransigencias y fobias. La convivencia es uno de los asuntos más sagrados de la vida en comunidad. Nos educan en el respeto, pero la búsqueda de un beneficio inmediato a menudo significa que nos olvidemos del otro y perdamos el sentido de «espacio público». No hay peor acercamiento humano que el de la desconsideración. Eso pienso cuando entro en un taxi con la radio a todo gas y una peste a porcino. O cuando en un restaurante el aire acondicionado quiere competir con un iglú, y en pleno verano debes pedir una manta zamorana. Pero eso no es todo, te rodean mesas gritonas que ni perciben la presencia ajena. Y qué decir de aquellos que vociferan a grito pelado asuntos que preferirías desconocer. O de quienes, cuando se sientan a tu lado, en el cine o el tren, empiezan a hacer ruiditos nasales y sin miramientos desalojan tu codo del reposabrazos. También están aquellos que bostezan con la boca abierta mientras te hablan: me pasó una vez en una entrevista de trabajo, y no había nada más impúdico que mirar al personaje, que, mientras resumía su oferta, me mostraba la epiglotis como si se desnudara. Aunque la peor de todas las desconsideraciones a menudo parte de un sentimiento infértil, si bien humano poco admirable: la envidia. Ese punzón que agita y corroe, que mancha reputaciones, crea falsos mitos y convierte la infamia en verdad. Nada que ver con el arte de la crítica, que sostiene que para apreciar lo uno tienes que cargarte lo otro. Sustituye la cortesía por la desconfianza y la amabilidad por los rebuznos. Como si no pudiéramos ser capaces de admirar, respetar o tolerar a nuestros propios contemporáneos. Ni lo niños se chinchan tanto.
La sociedad global tiene un vistoso tinglado de valores y estilos culturales que toma elementos de distintos países y regiones pero, sobre todo, de los Estados Unidos. Cómo nos divertimos y nos comunicamos, qué leemos, cómo nos informamos, y a través de qué instrumentos, desde los videojuegos a las tabletas electrónicas, las películas que vemos en sesiones caseras y en las salas de cine, todo tiene una marca de fábrica Made in USA, no Made in China. China arma en sus fábricas esos instrumentos y artilugios que pueblan hoy nuestra vida, pero no determina lo que contienen, ni tiene nada que ver con el poder cultural que genera su uso. Esto trae consigo una consecuencia que no pocas veces nos resiente, pero que no podemos evitar. La tecnología se produce en un determinado idioma, y ese idioma sirve para nombrar y designar los productos tecnológicos, y sus códigos de uso. Quien crea, bautiza. El idioma de la tecnología es un idioma activo, y el que lo recibe juega un papel necesariamente pasivo. Las palabras hardware, software, mouse, link, cloud, pueden tener algunas traducción adecuada, pero se seguirán usando en la lengua de importación hasta que un día esas palabras queden consagradas en el diccionario; y no me refiero solamente al español, pasa lo mismo en chino.
Andrew House, presidente de Sony Computer Entertainment America presenta ‘El libro de los hechizos’ de J.K. Rowling.
Luego de perder varias batallas de tenis de mesa con el move del PS3, y estando a punto de lanzar al cesto el aparatito y conformarme con los mandos originales, he aquí que Sony (en competencia con Wii de Nintendo) presentó un nuevo uso para el move: los libros interactivos o Wonderbook, para los cuales ha convencido ni más ni menos que a J.K.Rowling.
Dice la nota:
No fue lo más aplaudido, pero sí lo más innovador de toda la propuesta presentada por Sony para el próximo año: una mezcla de libros, interacción y realidad aumentada llamados Wonderbooks. Siguiendo la estela del mando con sensor de movimiento de Wii, Sony creó Move. Después de diferentes usos más o menos acertados, los Wonderbooks parecen una propuesta lo suficientemente innovadora como para atraer a los desarrolladores.
En esencia lo que hace es poner un libro en manos del jugador, preferentemente niños. A través del mando ven en pantalla los contenidos: títeres, textos, la explicación a cómo sale el magma en el volcán. Es decir, el mando toma la referencia espacial a partir de los patrones señalados en el libro, así puede saber qué contenido debe aparecer en pantalla según el movimiento del mando.
J. K. Rowling, autora de la saga de Harry Potter, estrenará el primero: El Libro de los Hechizos. No aparece el mago más célebre de Hogwarts, pero sí un mundo mágico inspirado en él. Página a página, con movimientos de Move se desgranan los conjuros y fórmulas adecuadas al tiempo que se alienta a leer a los más jóvenes.
Después, llegarán los libros digitales o maravillosos, según el entusiasmo que se le ponga a la traducción, de Moonbot Studios, una empresa hasta ahora especializada en contenidos para tabletas con la que Sony se ha aliado para este primer viaje de exploración narrativa. Queda por saber de dónde sale el contenido, si serán discos en formato físico o solo por descarga a través de la tienda online. Lo ideal sería que este viaje por el mundo transmedia, palabra de moda, contase con compañeros locales en cada país para poder dar un tono didáctico y cultural más acorde. En noviembre comenzará a venderse.
Es la primera vez que asisto al Primavera Sound de Barcelona, y me asombran los números de este festival de tres días de duración: casi doscientas cincuenta bandas, cuarenta mil personas al día. No por nada el Ayuntamiento de la ciudad ha decidido darle todo el apoyo: el impacto económico en la ciudad será de alrededor de 65 millones de euros, una cifra impresionante en este período de austeridad. Barcelona está tomada por turistas con un brazalete amarillo, llave de entrada al Parc del Fòrum.
En el Fòrum hay ocho escenarios, desde pequeños para sesiones íntimas hasta los preparados para los grupos de cartel, y agota caminar desde el primero hasta el último. Una de cada tres personas ha llegado de otros países, la mayoría británicos, especializados en festivales de exceso como el de Glastonbury. Pero aquí se comportan bien, o quizás sea el espejismo de las primeras horas: para aguantar la maratón de tres noches, con doce horas diarias de música continua, hay que tomárselo con calma al principio. Huele a yerba y los vasos de cerveza se amontonan, pero no se ven borrachos ni peleas ni siquiera discusiones. Se equivoca el que pensó que cada festival es Woodstock. Las jóvenes no están interesados en convertir a los festivales de hoy en emblemas, gritos de guerra de una generación golpeada. Eso ocurre en las calles, y el festival discurre de puntillas, desconectado del mundo de los indignados.
El Primavera Sound comenzó como un festival con un toque algo conceptual, perfecto para la música compleja de grupos como Wilco o Spiritualized. En su nueva edición se ha vuelto más ecléctico, y admite todos los géneros: venir aquí es como darse un paseo por los últimos cincuenta años de la música. Escucho a Mudhoney, uno de los históricos del grunge, y su música furiosa me hace entender qué pasaba por el corazón de los noventa, pese a que este grupo no te deja himnos del momento, ese éxtasis crepuscular de Nirvana o Pearl Jam; me divierto con Lee Ranaldo, uno de los sobrevivientes de Sonic Youth; y llego al presente más actual (no es una redundancia), el de The XX, un grupo inglés que crea atmósferas susurrantes que privilegian los sintetizadores en desmedro de la batería, y que sabe que la música también es estilo: en The XX se reconocen los chicos post-emo minimalistas.
Cuando hay tantos grupos compitiendo por la atención de la gente, es normal que lo que suena trascendente para algunos resulte inane para otros: así como me fui a las tres canciones de Death Cab, dando la espalda a un público entregado que coreaba sus estribillos -esta es una noche lánguida, más de cantar que de saltar--, hay gente detrás mío conversando de frivolidades mientras yo disfruto conmovido del concierto de Spiritualized, una suerte de misa secular con resabios del gospel y blues. Jason Pierce entona "Life don't get stranger than this," y yo asiento mientras veo una chica bailando con un hula-hula a mi derecha.
Pierce y compañía se despiden, son las tres y media de la mañana y una brisa fresca llega del puerto. Pasan a escena las nuevas estrellas de la música, los DJs y los genios de la electrónica, para quienes quieran quedarse hasta el final. Quedan más de dos horas de festival, pero es hora de volver a casa y cuidar las fuerzas para mañana: se viene The Cure, y también Rufus Wainwright, Beach House, Kings of Convenience, The War on Drugs, Big Star, The Rapture...
ilustración: Barnett Newman
La Verdad
¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero! Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero. ¿Quién me compraría a mí este cintillo que tengo y esta tristeza de hilo blanco, para hacer pañuelos? ¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero!
Federico García Lorca
En el aniversario 112 de su nacimiento
Casi todos los libros de Juan Cruz los he leído antes de estar publicado y por deferencia suya. Justamente este último libro, que se refiere a la edición de libros con entrevistas a una decena de los mejores editores del mundo será el que no tendré hasta que se fabrique y distribuya.
Digo "justamente" porque nunca vi ese texto en manuscrito y es precisamente el que más representaría los intestinos de la producción. Los autores -que son de una parte "fautores" o "creadores", como se supone en la mitología popular- son especialmente comediantes. Ningún creador es antes que nada un ser humano a secas. Es antes que nada un tipo disfrazado para empeñarse en la tarea de ser otro, decir lo que acaso no diría nunca de ese modo y, en definitiva, para impostarse en la realización, puesto que un libro es todavía un peldaño que asciende al oficiante un palmo mientras oficia en él.
Con estos ingredientes fundamentales, Juan Cruz que va de aquí para allá sin tiempo de disfrutar un sitial, ha compuesto este interesantísimo libro. ¿No lo he leído y ya me parece interesantísimo? Pues sí. Es interesantísimo porque en principio todo autor es como un rico Dios y al final, editado, el autor puede ser un pedigüeño. En la primera fase, antes de acabar el autor dispone todavía de todo. Después, cuando el libro es lo que es la pérdida es asombrosa. Un autor es el todo para el editor y el editor, aunque no se diga siempre, es el todo para todos.
Un autor es su fautor; perfectamente. Pero un autor, en la mayoría de los casos es ausente. Tan ausente debe emplazarse el autor que acaso, no por azar, la "au" de su nombre pertenece a la palabra "ausencia". En todo caso, el autor está físicamente perdido y se halla como desaparecido. Y para que esa situación no acabe fatalmente es indispensable el sello del editor que lo bautiza. Si el autor no es nada o está disfrazado o no se le conoce de nada, el editor acude para resolver este extravío en un santiamén. Mientras el "au-tor" roza la "au- sencia" el "edi-tor" roza la identidad. Somos gracias a ser editados. Nos encuentran en carne y con papel gracias a que el editor nos marca. El sello del editor es así tan importante como la denominación fundamental del autor. El editor, "ese oficio de locos" otorga naturaleza. Fija el nombre y lo ata a la expectativa del lector. En estos supuestos nada hay más de agradecer siendo escritor o lector que una editorial, como Ivory Press, piense tanto en la producción del libro. Ivory Press tiene ahora -aunque no sea para siempre- a Juan Cruz apresado en sus páginas. Para siempre no porque el Gran Houdini era un aprendiz al lado de este autor donde en más que en cualquier otro se cuumple la acepción de au-tor-au-sencia La ausencia que abunda en esos esos remotos espacios que, al viajarlos, inspirándolos, le hacen vivir como animal terrestre y nos hace, a los demás, aspirar sus vientos.
La filosofía no sólo es indisociable de su propia historia sino también de los grandes nombres que la encarnan. En esta reflexión sobre el reto que para la filosofía y concretamente para la metafísica supone la ciencia natural de nuestra época no es quizás ocioso poner nombre y hasta rostro a la actitud filosófica. Como en todo ejercicio de selección el riesgo de arbitrariedad está presente, pero ahí va: La disposición de espíritu que da nombre a la filosofía podría sintetizarse en la exigencia subjetiva de hacer propia la entereza de Aristóteles, el rigor de Descartes y la ambición de Hegel. Entereza del Aristóteles al que la lucidez sobre lo trágico de la condición humana (véanse sus líneas sobre la vejez de los hombres como encarnación del cambio destructor, del tiempo como medida de corrupción y no de generación), no le impide considerar que en la actualización de sus capacidades cognoscitivas y creativas encuentra el hombre un modo de serena plenitud. Rigor de Descartes, concretizado en su Discurso del Método, joya tan literaria como filosófica, cuya "claridad y distinción" es paradigma de esa "cortesía" que reivindicaba Ortega como modelo de la actitud filosófica. Ambición de Hegel, cuya grandiosamente especulativa Ciencia de la Lógica induce al lector a explorar a la vez los meandros de la ciencia natural, de las disciplinas matemáticas (la intelección de una nota sobre la unidad de cualidad y cantidad de la que daría testimonio la fórmula de la derivada, obliga a explorar toda la historia del cálculo diferencial) y de las disciplinas del espíritu.
Rodrigo Rey Rosa, candidato al Príncipe Asturias de las letras
El Premio Príncipe Asturias de las Letras 2012, que se entrega este 6 de junio, tiene a 24 autores como candidatos, de 19 países. El jurado solo ha adelantado a algunos de los candidatos, se supone que los más fuertes, para suceder a Leonard Cohen. Entre ellos destaca el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. Otros candidatos anunciados: Lobo Antunes, Cees Nooteboom, Jonathan Franzen, Alice Munro y Yan Lianke.
Aquí la nota:
Son 24 los escritores que encuentran en carrera para obtener el quinto galardón de esta edición del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012. Anualmente se entregan ocho trofeos a aquellas personas cuya labor de creación literaria represente una contribución relevante a la literatura universal.
Entre ellos se encuentran el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, el estadounidense Jonathan Franzen, la canadiense Alice Munro, el chino Yan Lianke, el portugués António Lobo Antunes y el holandés Cees Noteboom.
El jurado -integrado por el director de la Real Academia Española, José Manuel Blecua, la catedrática de literatura Rosa Navarro, el filólogo Fernando Rodríguez Lafuente y la decana de Artes y Humanidades de la Universidad de Harvard, Diana Sorensen- se reunirá el martes y el miércoles de la próxima semana en la ciudad de Oviedo para elegir al ganador de este galardón, quien recibirá como premio un diploma, una insignia, una escultura de Joan Miró y 50 mil euros.
El año pasado, el premio fue recibido por Leonard Cohen por hacer “una obra literaria que ha influido en tres generaciones de todo el mundo a través de la creación de un imaginario sentimental en el que la poesía y la música se funden en un valor inalterable”, resaltó en esa oportunidad el jurado.
Desde 1981 el Premio Príncipe de Asturias de Las Letras ha distinguido a personajes como José Hierro, Miguel Delibes, Gonzalo Torrente Ballester, Juan Rulfo, Pablo García Baena, Ángel González, Mario Vargas Llosa y Rafael Lapesa, entre otros.
La tauromaquia siempre ha tenido sus intelectuales, entre los que no me cuento, pese a haberme enfrentado, hará unos treinta años, a una vaquilla de enhiesto astado en la plaza de Ronda, ante un público de filósofos del animal. Uno de aquellos, famoso por su rigor hegeliano, dijo de mi faena que había revelado "pundonor torero". Dejando de lado esa faceta mía de esporádico ‘maletilla', pertenezco a la mayoría de españoles que, sin tener afición a los toros, por nada del mundo lucharían -habiendo tantos combates más acuciantes que dar- por su abolición. De la corrida me gusta la musiquilla, la ropa exagerada de los oficiantes, el color negro y el color rojo, así como el desplante de los matadores, que a veces precede a su cogida, y la mirada aviesa de las reses antes de embestir. Y naturalmente me gusta la literatura que esta práctica bárbara y suntuaria ha inspirado. Coincidiendo con las ferias de San Isidro y el arranque de la temporada, personas que respeto y admiro, como Mario Vargas Llosa, Eduardo Arroyo y Fernando Sánchez Dragó, han apadrinado un Espacio Arte y Cultura en una tienda montada junto a la plaza de las Ventas de Madrid; no estuve en la inauguración de la carpa, pero sí he celebrado un acto taurino disfrutando de la lectura de un libro estupendo que ha llegado a mis manos hace pocos meses. Se trata de ‘Fernando Villalón: la pica y la pluma' (Espuela de Plata, Sevilla 2011), obra de un estudioso francés, Jacques Issorel, que ya hace años publicó una modélica edición de la poesía y la prosa de Villalón y ahora vuelve, en el reciente título, a comentar y recopilar una muestra muy rica de la obra del escritor sevillano. Villalón fue un raro, y no por la bohemia ni la penuria. Hijo de una familia aristocrática originaria de Morón de la Frontera, rico hasta que la crianza del toro bravo le arruinó, debió de ser una mezcla de señorito andaluz y ‘dandy' futurista, del que Rafael Alberti contó en sus memorias una escena muy divertida, conducidos García Lorca y él por las intrincadas calles de Sevilla y a toda velocidad por un Villalón que, dando bocinazos como un loco y soltando el volante de su pequeño bólido automovilístico, recitaba a sus aterrados amigos el poema que tenía a medias, ‘El Kaos'. Como poeta, sin embargo, Villalón se encuadra bien en la Generación del 27, pues sabe ser gongorino, ‘cantaor', populista y atrevidamente sofisticado en las metáforas. De su obra, no muy extensa (murió, antes de la guerra civil, sin haber cumplido los cincuenta), es incomparable su largo poema de 521 versos ‘La Toriada', publicado en 1928 y fenomenal en su mezcla de hímnica taurina y retórica barroca. De ese gran poema, que trata de reflejar las interioridades de lo que él llama "la toruna gente", he leído en voz alta en estos días de paseíllos y orejas cortadas una de sus estrofas más inolvidables, que Issorel recoge en su antología: "Turiferario hocico, blanco humo / exhalan sus ollares respirando; y el impreciso grumo / sus bárbaros maitines, / -que agudos de metal suenan clarines-, / en coro va los valles atronando". Difícil ser más exquisito y menos banal hablando de ese rito que la ecología primaria trata de condenar por salvaje y patán.