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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La mafia del padre

 

La mafia es una familia y la familia es una mafia. Esa es la moral que atraviesa Honrarás a tu padre, el libro donde Gay Talese se infiltra en el clan de los Bonanno con una idea comercialmente impecable: revelar el lado menos conocido de la mafia italoamericana.

Considerado como una pieza fundamental del nuevo periodismo estadounidense, el libro se podría leer como una novela de un cajón inverso al de Mario Puzo, autor de El padrino. Pero también, y sobre todo, como una inagotable investigación donde Talese nunca deja de recordarnos que la realidad siempre es más conmovedora que la ficción. Los seis años que le tomó reportear la historia, los viajes a Italia, la vida en Sicilia, el mapa de la familia, los funerales de los mafiosos donde van policías a anotar los números de las patentes de los autos, los detalles comunes de la rutina de los capos, aparecen como pastillas de las que rápidamente uno se hace adicto. Pero no solo eso. El bombardeo de datos concretos, la aparición de nombres y hechos googleables, son un recordatorio constante de que todo lo que leemos pasó. Y si es real, es mejor.

El inicio de la historia ocurre cuando dos gángsters, en octubre de 1965, secuestraron al reconocido padrino Joseph Bonanno, jefe mafioso de Nueva York. La policía de la ciudad informó que estaba muerto, aunque un año más tarde Bonanno reapareció con vida, dando la partida a una larga escena de balazos y traiciones y venganzas entre familias en disputa.

El libro se publicó originalmente en 1971 y cuarenta años después aparece traducido al español por Patricia Torres Londoño, en momentos en que la crónica periodística latinoamericana vive una suerte de boom literario en el idioma. La sorpresa que despierta este libro de periodismo narrativo entre los lectores hispanoamericanos es tardía, aunque no por eso descartable. Tras su primera edición, Honrarás a tu padre se transformó en un bestseller inmediato. La CBS hizo una miniserie televisiva de la obra, y se le considera el libro clave para los realizadores de Los Sopranos: aquí los mafiosos tienen penas, dudas y problemas para criar a sus hijos. La mafia es una familia. Y la familia es una mafia.

Leerlo hoy con el entusiasmo de la primera vez sería una ingenuidad. Gran parte de los secretos, que Talese reveló el 71, ya los hemos conocido por otros libros, otras películas, otras series. De alguna forma, el mayor interés de esta nueva edición es el rescate de un clásico. Cualquiera que tenga ganas de escribir buenas crónicas debería ver cómo un autor se puede meter, obsesionar y mimetizar con el mundo que quiere describir. Cualquiera que pretenda escribir un libro de periodismo narrativo verá cómo se puede llevar un relato sin que el narrador luche por cruzarse delante de la cámara. Y entender que el secreto está en "mostrar", sin caer en el mal gusto de tener todo el tiempo que "decir".

Retratos y encuentros, otro libro de Gay Talese traducido recientemente al español, tiene textos que se pueden leer como la trastienda de Honrarás a tu padre. Ahí cuenta, por ejemplo, toda la historia de cómo se fue haciendo amigo de Bill Bonanno, hijo del capo, su puerta de entrada en la mafia. También revela la relación con su propio padre. Joseph Talese era un sastre italiano que migró a New Jersey en los años 20, y que entre los clientes de sus trajes tenía a miembros de la mafia neoyorkina. Esta cercanía, esta pertenencia, se nota en el libro.

El destino de Gay Talese era seguir a cargo de la sastrería familiar. Eso, hasta que llegó el periodismo y las historias y los libros y el reconocimiento que lo tienen como una de las firmas claves de la no ficción mundial. De aquel mandato familiar quedan los trajes y el sombrero que usa hasta el día de hoy. Pero, además, y tal vez más imperceptible, una mirada que siempre defiende la tradición y el estilo como una moral.

Por lo mismo, Honrarás a tu padre es, todo el tiempo, un libro elegante. Los mafiosos no son asesinos en serie con movimientos robotizados, ni verdugos que matan para calmar los nervios del abuso de drogas. Las familias no están divididas entre buenas y malas, solamente que hay algunas que aparecen más organizadas. Y los capos, que la caricatura dibuja como jefes de la matanza, aquí se ven como señores preocupados de vestir un buen traje. Como los que hacía su padre. Como los que le correspondería estar confeccionando a él.

 

 

 

 

Publicado en la revista Dossier de la Universidad Diego Portales.

 

Twitter: @menesesportatil 



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5 de octubre de 2012
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IV. Todo volverá a empezar…

O la revolución rusa, o la china, o la mexicana. Los conspiradores que se confabulan para derrocar al régimen que agoniza, son una fraternidad condenada al enfrentamiento, porque el fruto prohibido es siempre el poder.
Son caudillos, y sólo puede haber uno a un tiempo. Uno que manda. Caudillos idealistas, caudillos pragmáticos, caudillos conciliadores, caudillos intelectuales, que van cayendo uno tras otro ante el altar sangriento de la Verdad, o el de la Razón, como el que había erigido Robespierre. Todos están condenados de antemano. Y arribistas, calculadores, oportunistas, manipuladores. Traidores. El que disiente, se convierte sin remedio en traidor. Unos que manejan los hilos en la sombra, al mando de las armas, que son las últimas en hablar, porque es la boca del fusil la que tiene la palabra definitiva; y otros que se agazapan en espera de que las aguas vuelvan a su cauce.
Toda revolución engendra una contrarrevolución, o al menos una restauración. El poder mismo con su guadaña disolverá la fraternidad idealista que ha pensado la revolución y la ha hecho posible, porque sólo hay un instante para el ideal, el que media entre el triunfo de la idea y el primer decreto que congela esa idea. Lo demás comienza a ser tragedia, como Federico lo sabe desde siempre y Carlos lo sabe desde antes, ambos, desde sus balcones vecinos, apuntadores de los personajes que tiene cada uno marcado su destino por la deidad ciega que es el poder. La rueda de la fortuna gira, y regresará al mismo punto.
La gloria ha llegado, la gloria se ha ido. Volverán los de antes, a levantar monumentos a los de después, cambiando apenas la retórica heroica, envolviendo a los sacrificados en un sudario de palabras. Y cuando y Federico y su vecino cierren las puertas de sus balcones, es porque todo volverá a empezar.

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5 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Quién determina el canon artístico?

Hace poco más de cien años se fundó en Düsseldorf una agrupación de pintores, coleccionistas y responsables de museos conocida como Sonderbund (liga extraordinaria). Sus objetivos confesos eran una nebulosa de tópicos sobre el fomento de las actividades artísticas y la interactuación de artistas y público. Su misión específica, en cambio, era hacer pública una situación factual que, pese a su sencillez, hasta entonces solo era intuida por los propios fundadores: el mercado establecía, sin posibilidad de réplica ni de recurso a mayor instancia, la valía de las obras de arte.
 
La Sonderbund organizó cuatro exposiciones y murió de éxito. En efecto, la cuarta de ellas, llevada a cabo en 1912, en la llamada Puerta de Aquisgrán de la ciudad de Colonia, fue un evento histórico que permitió la disolución de la liga. En apariencia, se trataba de acercar a la Alemania conservadora y desinformada la moderna arte pictórica, eso que ahora llaman últimas tendencias. De hecho, era una exhibición de poderío y mercadotecnia: vean cuáles son los mejores, más caros, venerados y codiciados cuadros de la actualidad, y sépase que si alguno de estos aún no tenía ese estatus, lo tiene desde este instante. El objetivo ornamental de escandalizar a los buenos burgueses: “¡Esto no es arte!” —dijo Roosevelt cuando la exposición fue a Nueva York— se consiguió con la buena voluntad de todos. El objetivo real de hacer de público conocimiento la no tan nueva pero aún no proclamada situación de facto se impuso con todavía mayor contundencia.
 
Se expusieron 650 cuadros, 130 de Van Gogh, 26 de Cézanne, 25 de Gauguin, 32 de Munch (entre ellos el de arriba: “Amor y Psique” de 1907) y 16 de Picasso. En términos de manual, el espectro iba desde el postimpresionismo hasta los jóvenes pintores del Jinete Azul, que se había fundado en 1911, menos de un año antes.
 
Van Gogh, Cézanne y Gauguin figuraban como héroes y padres ya legendarios (su nombradía apenas databa de una década atrás) de la pintura moderna. El expresionismo ocupaba el meollo mismo de la sección contemporánea. Estaban, entre otros, Kandinsky, Kokoschka y Matisse. Por primera vez, se descartaba la abstracción porque ya no era “progresista”. Paredes blancas, fondos negros y colgantes al mismo nivel, con mobiliario de sillas de mimbre, configuraban una novedad en la forma de exponer que dieron a la Exposición Sonderbund , organizada en seis meses escasos del año del Titanic, la categoría de piedra miliar en el desarrollo del moderno mercado del arte.
 
El museo Wallraf celebra ahora el centenario con una exposición que titula “1912 – Mission Moderne”. Con ímprobos esfuerzos que han durado años se ha conseguido reunir la sexta parte de la muestra original. Un motivo poderoso es el estatus alcanzado por las obras que ha sido preciso rastrear por coleccionistas privados y museos de todo el mundo. Muchas de ellas tienen una agenda apretada que les impide estar en Colonia. Gauguin, por ejemplo, estará en el Thyssen. Otro motivo de no menos fuerza es que bastantes de las pinturas han desaparecido o se destruyeron en las guerras y otras bellas artes que prodigó el difunto siglo.


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5 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El siglo de los ancianos

Si el siglo XX fue el siglo de los jóvenes, el XXI será de los viejos. A mitad de siglo, uno de que cada cinco personas en el mundo estará por encima de los 60 años, superando por primera vez a la población infantil, un hecho insólito en la historia de la humanidad. No hay ningún segmento de la población mundial que crezca a mayor velocidad. En 1950 eran unos 205 millones sobre una población mundial de 2.500 millones. Ahora mismo, los que hemos cumplido ya los 60 años somos 810 millones sobre una población de 7.000 millones, el 11 por ciento de la humanidad. Y en 2050 espero no estar todavía entre los 2.000 millones de más de 60 años sobre una población de 9.300 millones, porcentualmente el doble que ahora; aunque no puedo excluirlo puesto que habrá ya 3'2 millones de personas que han alcanzado los 100 años, un número diez veces mayor a los que hay ahora.

No será la única gran novedad del siglo en el que estamos navegando desde hace 12 años. También será el siglo de la población urbana y de las megaciudades: desde hace un par de años los urbanitas somos mayoría en el planeta. Y el siglo de las mujeres: de las trabajadoras que se incorporarán al mundo laboral en los países ya emergidos y que garantizarán la continuación del crecimiento; y de las mujeres ancianas. Ahora hay 84 hombres para cada 100 mujeres de más de sesenta y 61 ancianos por cada 100 ancianas de más de 80. Una tendencia que se acrecentará si vemos la pauta de Japón, el país que experimenta de forma más radical la tendencia, con su actual 31 por ciento de población por encima de los 60: allí hay ahora más de 40.000 centenarios, que serán 600.000 en 2050 y de los cuales 500.000 serán mujeres. Todas estas cifras no son curiosidades sobre el mundo que nos espera sino indicios de cambios muy profundos que transformarán nuestras vidas. Las consecuencias escapan a los cálculos que podamos hacer ahora mismo sobre la sostenibilidad de los sistemas de pensiones y sanitarios, el alargamiento de la edad laboral, la aparición de nuevos estilos de consumo y nuevos mercados, el empobrecimiento de las clases medias o la seguridad de las ciudades donde vivirá esta población especialmente vulnerable y sensible a la pérdida de rentas. También habrá consecuencias políticas de calado: influirán en el voto o en la forma de hacer política y de gobernar.

Este nuevo mundo envejecido es hijo del éxito. Aunque a muchos no les guste como horizonte, es una excelente noticia para la humanidad, fruto del alargamiento de la expectativa de vida. Las causas son claras: mejoras en los sistemas de salud, aumento de la calidad de vida, e incluso la paz y la estabilidad geopolíticas, pero también la caída de la natalidad. Vivimos mejor y durante más tiempo y nacen menos seres humanos. Estas dos tendencias, que caracterizaban a los países desarrollados, afectan ya plenamente al conjunto del planeta, y sobre todo a los llamados países emergentes, con una nuevas y extensas clases medias que se incorporan al consumo y a un incipiente estado del bienestar.

En 2050 habrá 64 países que serán como es hoy Japón en cuanto a envejecimiento de población, entre los que se incluye todos los desarrollados pero también muchos de los que pertenecieron al mundo en desarrollo. En España la tendencia al envejecimiento es mayor que en el resto de Europa, puesto que ahora los mayores de 60 años representan exactamente el mismo 22 por ciento que en el conjunto del continente, pero en 2050 será el 38'3 por ciento, cuatro puntos por encima.

Todos estos datos, bien conocidos de los demógrafos, son noticia estos días gracias a la publicación de un valioso estudio realizado por un grupo de organismos internacionales coordinados por Naciones Unidas, titulado Envejecimiento en el siglo XXI. Una celebración y un desafío. Con independencia de la mirada hacia el futuro, el informe es de una actualidad indiscutible, porque muchos de los problemas de mañana ya existen hoy en una versión todavía limitada. Muy oportunamente Naciones Unidas señala que la población de edad provecta es especialmente vulnerable a los abusos financieros, tal como ha quedado demostrado en España en los últimos meses con la desaparición de los ahorros de muchos de nuestros seniors gracias a la pésima información suministrada por bancos y cajas sobre productos como las participaciones preferentes, las cuotas participativas o la deuda subordinada.

Las guerras y las revoluciones corresponden a la época de la humanidad en que había más jóvenes que viejos. Un mundo con más viejos que jóvenes será más conservador y menos dado a aventuras y utopías que puedan terminar mal. Las propuestas políticas que impliquen sacrificar a las actuales generaciones en favor de las generaciones futuras tendrán una acogida cada vez más tibia en estas sociedades envejecidas. Una sociedad más vieja es también una sociedad que vive más y mejor amarrada a la resolución de los problemas de su presente.



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4 de octubre de 2012
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El hablar de Crusoe VI

Del temor a la interrogación

Crusoe sostiene, como hemos visto, que la rápida maestría que va adquiriendo en la forja de útiles necesarios para sus proyectos y en la utilización de los mismos no son más que resultado de su intuitiva obediencia a las determinaciones de las matemáticas. No se sorprendería de topar de nuevo con las matemáticas en el momento en que ha superado esta primera etapa. Instalado en un confort más que relativo, pues gracias a su ingenio vislumbra un horizonte seguro en lo referente a la subsistencia, y no habiendo previsibles amenazas de humanos o de bestias, Crusoe puede ya pensar que su muerte vendría más bien dada en razón de su propia naturaleza animal que de causas externas, es decir: Crusoe está en condiciones de pensar realmente su muerte, hacer de la muerte reflexión, aprehender su significado. Mas Crusoe puede asimismo meditar sobre otras cosas.
Tras acordarse del Dios de los afligidos en uno de sus momentos de debilidad en razón de fiebre, al atardecer, sintiéndose recuperado se prepara una cena, tras la cual da un pequeño paseo sentándose finalmente frente al mar. Como en tantas ocasiones en la historia de los hombres, está mirada distendida sobre la naturaleza es el origen de una preocupación sobre la misma en la que se desgranan prácticamente las preguntas que Aristóteles situaba en el origen de la filosofía. Lo que deseo enfatizar es que en este retorno, en Crusoe, del estupor que lleva a la interrogación sobre la naturaleza es variable indiferente que el protagonista sea el único representante de la humanidad.
En un paseo al atardecer junto al mar de su Inglaterra natal, Crusoe hubiera con igual probabilidad sido conducido a la interrogación sobre la ordenación de los astros, sobre el ser de las cosas y sobre la hipótesis de una causa eficiente la cual, de darse y ser consciente, sería responsable de la situación venturosa o desgraciada del protagonista ("why has God done this to me? What have I done to be this used?"), pero sería asimismo responsable de la prodigiosa sumisión del todo a esa regulación matemática que tanto admira a nuestro héroe.
La aventura de Crusoe prosigue, recorrerá la isla por entero, llevará a término su proyecto de cultivador, construirá una canoa y descubrirá en la playa la huella de otro hombre... Pero me detendré en este crepúsculo en el que un temeroso Crusoe, tras su cena, contemplando el mar y esbozando una interrogación sobre el ser del hombre y el ser de las cosas, encarna en su solitaria persona el reto de la entera humanidad.

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4 de octubre de 2012
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En el reino de la moda

Sobrevuela la costura una bandada de cuervos como si aguardaran su suicidio. Ocurre desde que hace cinco años, con la muerte de Saint Laurent, se finiquitara el modelo clásico de couturier -y clásico también significa atormentado-. Los diseñadores italianos siempre fueron otra cosa respecto a los franceses, algo parecido a la diferencia entre ser inteligente y ser listo. Audaces en el negocio y en el marketing, convirtieron Milán en la capital del estilismo mientras a París se le exigía que siguiera inventando siluetas en su taller universal. En la última década, a la moda la ha remendado Asia gracias a la fiebre marquista de una nueva sociedad basada en la meritocracia y los logos. Y a las tendencias las ha socorrido el siglo XX. Reinterpretar los códigos del pasado, aumentar el ansia de belleza y mantener e incluso disparar las ventas. Esa ha sido la fórmula de los holdings del lujo: pasado, deseo, dinero. Y la clave de la formidable campaña mediática orquestada para salvaguardar el patrimonio de la Gran Francia: las maisons Dior y Saint Laurent, resucitadas con nuevas estrellas. “Al fin volvemos a tener moda en mayúsculas”, coreaba el público enaltecido dentro de la caja blanca que recortaba la cúpula del Hôtel des Invalides. Era el debut prêt-à-porter de Raf Simons, un belga ataviado con chaqueta de mezclilla, en las antípodas de su antecesor, el agitado Galliano, quien estampó el nombre de Dior en las alfombras rojas y lo ahogó en el escándalo. “Estoy reconsiderando el concepto de minimalismo, y puede ser sensual y sexual”, aseguraba Simons al tiempo que la prensa anunciaba la llegada del modernismo del siglo XXI, cincelado con pureza y curvas. Secretos y alborozos en el Petit Palais, a oscuras, rodearon la colección inaugural de Hedi Slimane al frente de Saint Laurent. Tanto es así que el creador ha sido bendecido por la reina madre, Pierre Bergé (quien fue pareja de Yves y cofundador de la marca), que hasta ahora había despreciado a los advenedizos. “Sublime, Slimane sí respeta los códigos de la marca”, dejó dicho. Sahariana y esmoquin, sí, clásicos en versión rock. A pesar del sofisticado imperio de la moda y su poder de influencia, desde hace varias temporadas no se lograba huir de un guión tedioso y escapista -que este invierno rinde tributo ¡al barroco!-. La claustrofobia repetitiva se excusaba en lo comercial a la par que susurrábamos: “¡Crisis de ideas!”. Probablemente esa sea la razón por la que Slimane trasladará el estudio creativo de YSL de la Rive Gauche parisina a Los Ángeles. Porque ni la moda se suicida ni la imaginación está en crisis, sólo Europa.

(La Vanguardia)

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3 de octubre de 2012
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III. Carlos Nietzsche y Federico Fuentes

Federico interroga a su vecino de balcón, y su vecino lo interroga a su vez, dos desconocidos que se hablan y hablan hacia la galería y hacia la calle. Hacia la platea. Federico Nietzsche, que regresa a una edad moderna incierta con sus dudas, sus viejas interrogantes y sus viejas culpas pesimistas, interroga a Federico Nietzsche en el otro balcón. Carlos Fuentes, desde el suyo, interroga a Carlos Fuentes que se asoma al otro. Entre ambos hay colocados espejos que los reflejan a ellos y reflejan a las edades. Carlos Nietzsche y Federico Fuentes. Entre los dos crean ese teatro en el que caerán cabezas porque se trata de contar otra vez la vieja historia de la ambición humana, de la intriga por el poder, del delirio que lleva al crimen, de la bastardía de la traición, todo porque el poder significa hilos manejados detrás de las bambalinas, dominio sobre el otro. El poder, como idea, como pasión, y como ignominia.
Llega la revolución que estalla bajo los balcones gemelos, los telones se agitan, todo se repite, y el teatro es de nuevo como el de la revolución francesa. Hay tantos ecos de ella en estas páginas, que Dante, uno de los personajes malditos, puede ser de pronto Dantón, llevado al cadalso en una carreta, denostado por la multitud que antes lo había aclamado.

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3 de octubre de 2012
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