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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El último mítin

La última campaña y el último mitin. En la víspera electoral y en Iowa. ?Donde todo empezó?, acaba de decir Michelle Obama. En el pequeño estado del Medio Oeste, en Des Moines, el corazón del corazón del país. Donde Barack Obama batió a Hillary Clinton y ya no se dejó descabalgar hasta ganar las nominación.

No habrá más mítines como el de esta noche. No más campañas como protagonista. Tanto si vence como si pierde. Podrá seguir los pasos de Bill Clinton y echar el resto al servicio del partido demócrata cuando lo exijan las circunstancias, pero ya no volverá a mitinear para pedir el voto para sí mismo sino para otros. Primero ha intervenido el boss, Bruce Springsten, con sus baladas y narraciones cantadas, incluyendo la de esta campaña. Después una miteneadora de lujo, que ya demostró sus dotes en la Convención Demócrata en verano, la primera dama Michelle Obama. Y ahora el presidente, con su yes we can, sí podemos, una vez más, la última vez. Con el motivo del cambio que hay que completar y coronar en los cuatro años próximos.

Así es como la campaña toca a su fin, peleando voto a voto en una de las elecciones más disputadas desde el año 2000. Con los temores del año 2000, cuando la disputa por los votos pasó a manos de los abogados y de los jueces, que es lo que sucede cuando los resultados son discutibles y discutidos.



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6 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El derecho de voto

La democracia es un sistema complejo y delicado. Hay que cuidarla y apreciarla. Hay que renovarla y enriquecerla. Y hay que hacerlo una y otra vez, en cada elección y entre elecciones. Cada generación debe comprometerse en la vigilancia sobre su buen funcionamiento. En caso contrario, cualquier accidente puede comprometerla hasta deslegitimar a los gobernantes y debilitar el sistema.

Esto es lo que ocurrió en la elección presidencial del año 2000 en EE UU, decidida por el voto de los magistrados del Supremo y no por el voto de los ciudadanos. Varias circunstancias desgraciadas concurrieron en la accidentada proclamación de George W. Bush como presidente gracias a la sentencia del Tribunal Supremo que detuvo el recuento y revisión de votos en Florida.

Al Gore había ganado a Bush en votos populares por más de medio millón de votos, pero el candidato republicano ganaba en número de delegados (271) si obtenía la victoria en Florida. Un sistema de voto periclitado, mediante la perforación mecánica de las papeletas, había dejado sin derecho de voto a millares de votantes de distritos demócratas en dicho estado, de forma que hubo repetir el recuento, papeleta por papeleta. Cuando el Supremo lo interrumpió, al cabo de 35 días, Al Gore se hallaba ya a 500 papeletas de la victoria en Florida y de la presidencia.

Los efectos políticos de aquella elección fueron devastadores. Al Gore, con su actitud responsable y sacrificada, evitó una crisis de Estado, y los acontecimientos del 11S llevaron a pasar página de aquel lamentable comienzo. Pero como no podía ser de otra forma, la elección de 2000 es un fantasma que pesa desde entonces en todas las presidenciales, y más cuando la carrera parece estar muy cerrada.

Algunos expertos manejan para mañana las peores hipótesis. Por ejemplo, el empate en número de delegados, que dejaría en manos de las dos cámaras la elección del presidente (Congreso) y vicepresidente (Senado), con la eventualidad monstruosa de que unas mayorías distintas dieran la vicepresidencia al candidato del otro ticket electoral. Otra eventualidad sería que Obama ganara en votos electorales y perdiera en votos populares, algo que constituiría una derrota moral y deslegitimaría muy seriamente su segundo mandato presidencial.

El sistema electoral es complejo y lleno de asperezas e imperfecciones, que pueden dar pie a numerosos pleitos. El voto anticipado, especialmente interesante para movilizar a los votantes demócratas de los grandes suburbios, es uno de ellos. La inscripción en las listas y la comprobación de la identidad de los votantes es otra. Los dos partidos tienen ejércitos de abogados ocupados en la pelea legal por la victoria presidencial, especialmente en los swing states (estados indecisos), donde un puñado de votos puede convertirse en decisivos como lo fueron los de Florida en 2000. Esta pelea afecta directamente al derecho de voto. La movilización electoral no consiste únicamente en hacer llegar los mensajes persuasivos a los votantes, sino ante todo en conseguir su inscripción en las listas y su participación electoral. El problema es que también hay asociaciones dedicadas a buscar y denunciar inscripciones sospechosas y en obstaculizar las votaciones anticipadas.

No hay secretos en esta dinámica: los demócratas son los más interesados en llevar la gente a votar y los republicanos en denunciar supuestos fraudes masivos en los barrios más pobres y desmovilizados. En la democracia más admirable hay que luchar cada día por el derecho de voto, un derecho que solo se aprecia de verdad cuando no se tiene.



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5 de noviembre de 2012
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Varón dandy

Todos los seleccionados son hombres en ‘Prodigiosos mirmidones. Antología y apología del dandismo', eludiendo así el libro, que acaba de aparecer, el asunto del dandismo femenino, en el que yo creo firmemente. Publicado por la editorial madrileña Capitán Swing, ‘Prodigiosos mirmidones' consiste en una amplia selección de textos comentados por sus coordinadores, Leticia García y Carlos Primo, que lo introducen, después del prólogo de Luis Antonio de Villena. La obra se lee con gusto, aunque resulten superfluas, a mi juicio, las ilustraciones, a medias entre la caricatura y el tebeo, las cosas menos ‘dandy' del mundo.

      El espectáculo del dandismo siempre interesa y siempre entretiene, si bien yo sospecho que el verdadero ‘dandy' es una criatura sumamente aburrida, aniquilada por el esfuerzo en parecer más que en ser; Lord Byron, que estaba muy celoso de que la gente alabara por encima de la suya la elegancia de su contemporáneo ‘Beau' Brummell, dijo en cierta ocasión con astuta malicia que la levita de Brummell tenía más pensamiento que su cabeza. Claro que en este libro, más narrativo que ensayístico, se trata sobre todo de literatura, y no toda resulta igual de cautivadora. Los ensayos canónicos de Balzac, Barbey d´Aurevilly y Baudelaire (recogidos en los tempranos estudios antológicos de Salvador Clotas y el ya citado Villena, de cuya publicación se cumplirán pronto cuarenta años) aparecen aquí abreviados, pero se agradecen, dentro de la parte teórica, las páginas de Albert Camus; las de Robert de Montesquiou sobre el esnobismo resultan de una tediosa superficialidad, habiendo sido el conde, sin embargo, uno de los ‘dandies' más puros del tiempo de Proust. Y hay que destacar el rescate como prosista, en su hermosa semblanza de Ezequiel García, del estupendo poeta modernista cubano Julián del Casal.

    He leído con particular placer los capítulos de Álvaro Retana y Antonio de Hoyos y Vinent, los mayores decadentistas y pornógrafos de nuestra ‘Belle Époque'. El pequeño apunte de Hoyos sabe a poco, pero se puede por el contrario disfrutar en todo su esplendor mefítico el extenso relato de Retana ‘El encanto fatal', que data de 1927. No espere el lector encontrar en sus páginas mucho dandismo, aunque tanto Hoyos como Retana sin duda lo encarnaron en sus vidas, y uno habría dado cualquier cosa por conocerles y acompañarles de farra en aquel Madrid de la preguerra civil. ‘El encanto fatal' es una delirante fantasía gótica sobre un retrato encantado, un marqués lascivo, un inglés draculino y una peripecia entre Felipe II y la princesa de Éboli que explica audazmente el porqué la hermosa princesa se quedó tuerta. El estilo de Retana,  de un recamado preciosismo simbolista, brilla en pasajes como éste: "Las bailarinas prodigaban ademanes como sólo los pudo hacer la refinada Cleopatra; sonrisas que únicamente han flotado en el rostro de la pérfida Dalila; miradas codiciosas como las que alumbraron en pretéritos tiempos los ojos malditos de la enamorada del Bautista; temblores de senos como los que antes conmovieron los regazos incestuosos de las hijas de Loth, y crispaduras de manos como las de María de Magdala implorando al Nazareno". Una literatura sin complejos, amoral y sarcástica, que constantemente bordea los límites entre el desenfreno y la exquisitez. Y eso sí que es muy ‘dandy'.

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5 de noviembre de 2012
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La ratonera

  Mi hija mayor, que aún no tiene edad legal para beber alcohol ni permiso familiar para regresar a casa más tarde de las 10, recibió una invitación viral que la convocaba a la fiesta de Halloween en Madrid Arena. Afortunadamente, anda aún en el territorio ambiguo del nestea, ese en el que se desprecia lo que atrae, y como muchas preadolescentes rechaza los renglones torcidos, los rituales temerarios y los caramelos envenenados aunque no haya garantía de que un día acaben en sus manos. Que dure, pensamos algunos padres con resignado alivio, conmovidos ahora por el dolor de aquellos cuyas hijas entraron a bailar y salieron cadáveres envueltas en mantas. Hubo muchas menores que sí acudieron a escuchar a Steve Aoki y su “noche tétrica”, de quien recomiendo ver algún vídeo en YouTube para hacerse una idea del sonido de fondo que, embutido en una multitud, es capaz de ponerte el corazón en la boca. Siete horas de luz y vatios endemoniados en una instalación municipal. “No nos pidieron el carnet en la puerta”, reconocían muchos. Las crónicas incluyen sobredosis, vómitos, puertas cerradas, pánico. La muerte electrónica. A falta de las investigaciones correspondientes, ya se ha invocado al fantasma de las tragedias en la discoteca West Balkan de Budapest o el Love Parade de Duisburgo en el 2010, donde se subestimaron los riesgos. En el lado de la vida errática, la tragedia sirve para cuestionar los modelos de ocio de una juventud cuyo adocenamiento y su deriva parecen tan consecuencia de su hiperactividad comunicativa como de su postergación social. Hablamos de una generación que nunca será tapón ni avanzadilla, cuyo destino seguro, hoy, es el de desvanecer su sueños triunfales y con un poco de suerte perpetuar su estatus de becario o largarse del país. Este horizonte con la negra etiqueta del no future -sin la falsa melancolía de los punkies de Brixton- planea sobre miles de jóvenes a quienes la vida les dice que, pese a todo, tienen la edad de divertirse. Demasiado blindados en la intimidad de sus habitaciones y sus redes -que, según reconocen, acaban por estresarlos-, poseen una percepción tan distorsionada de sí mismos como suele suceder en esa etapa en la que vivir significa experimentar. Por ello, en su cuestionado gregarismo, la masa tiene un papel crucial tanto para reforzarles como para permitirles borrarse en ella. Mientras esos jóvenes bracean por dar sentido a sus días y sus noches, permanece la sordina de quienes se enriquecen engordando sus sueños, y anteponiendo el beneficio a la seguridad y la salud. Además de la fatigada responsabilidad parental que hace la vista gorda. En la próxima macrofiesta probablemente se pedirán carnets y se extremará la vigilancia, pero con el tiempo acabaremos por disolver el recuerdo de esta tragedia y se relajarán las alarmas. Hasta que una mañana despertemos preguntándonos cómo hemos podido meter a nuestra juventud en otra ratonera.

(La Vanguardia)

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5 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Alternancia de derechas

Cuando el 1º de diciembre Enrique Peña Nieto tome posesión como presidente de la República, se habrán cumplido tres décadas ininterrumpidas de gobiernos de derecha en México; y para cuando culmine su mandato, en 2018, serán treinta y seis años, más de un tercio de siglo, de experimentar, en esencia, el mismo modelo. Desde que Miguel de la Madrid arribase al poder en 1982, en medio de la rocambolesca crisis producida por el despilfarro de José López Portillo -el último de nuestros populistas-estatistas-, una misma escuela de pensamiento ha dirigido sin titubeos al país.

 

No quiero decir, con ello, que el PRI y el PAN sean equivalentes en todos los sentidos -su enfrentamiento histórico dejó huellas en sus decisiones menos relevantes-, ni que los viejos demócratas panistas sean idénticos a sus antecesores y sucesores priistas, siempre más inclinados al autoritarismo, sino que la ideología central que ha dominado en la agenda de sus cuadros no contiene más que diferencias de matiz.

            No se trata de refrendar aquí la teoría conspiratoria, de corte lopezobradorista, según la cual el PRIAN es una especie de monstruo bifronte diseñado por Carlos Salinas de Gortari y Diego Fernández de Cevallos con el único fin de asegurarse las derrotas de la izquierda, pero sí de insistir en que, más allá de sus diferencias de origen y de tono, de formas y sobre todo de maneras -y a las enemistades surgidas en los procesos sucesorios-, entre las administraciones de De la Madrid y Salinas, de Salinas y Zedillo, de Zedillo y Fox, de Fox y Calderón y, previsiblemente, de Calderón y Peña se tiende una rígida línea de continuidad en su concepción de las políticas públicas.

            No debería sorprender, por tanto, que nuestra transición democrática se haya revelado tan decepcionante: más allá de su discurso de cambio, Fox no transformó un ápice la estructura de poder heredada del priismo, mientras que Calderón ni siquiera llegó a planteárselo, obsesionado con la guerra contra el narco. Y, al menos hasta el momento, Peña se ha limitado a remachar en su discurso en la idea de volver más eficaces los instrumentos del estado, sin querer transformarlos (ni siquiera la desastrosa política de seguridad).

 Si uno se limitase a revisar las políticas públicas de estos treinta años, tendría que concluir que, en efecto, la misma élite política, amparada en los mismos argumentos, se ha impuesto prácticamente sin oposición.

En el manejo de la economía esta alianza es evidente: desde que Salinas y Silva Herzog se batieran por la hegemonía, una misma escuela ha dirigido los destinos de la Secretaría de Hacienda y el Banco de México. Pero lo mismo puede decirse de casi todas las áreas: aunque cambien los titulares, la inercia se mantiene.

            ¿Puede decirse, a estas alturas, que esta ideología casi secreta, bien pertrechada bajo los discursos nacionalistas del PRI y las arengas moralizantes y renovadoras del PAN, es lo que antes llamábamos derecha? Estas distinciones políticas, lo sabemos, se han desdorado desde la caída del Muro de Berlín. Aun así, en su decisión de preservar a toda costa el statu quo, de privilegiar la estabilidad sobre el crecimiento, de honrar sus compromisos con la oligarquía -y respetar sus monopolios-, de enarbolar oportunistamente la libertad por encima de la equidad y de bloquear cualquier intento de despenalizar el aborto o de aprobar el matrimonio homosexual, PRI y PAN no parecen apartarse un ápice del pensamiento que antes llamábamos conservador. Un conservadurismo rancio que incluso ha preservado el anquilosado régimen corporativo del priismo.

            ¿Cómo es posible que el país de la Reforma liberal, de la Revolución Mexicana y del 2 de octubre haya terminado convertido en una sociedad tan conservadora, con la sola excepción del Distrito Federal? Distraídos por la valiente lucha trabada en este tiempo para conseguir auténticas instituciones democráticas, quizás perdimos de vista que bajo tierra, en donde en verdad se tomaban las decisiones cruciales, surgía un acuerdo tácito entre las élites para preservar sus ideas -y sus privilegios.

            La culpa de esta deriva también es, por supuesto, de la izquierda (eso que antes llamamos izquierda). Una izquierda emanada en su mayor parte del priismo y afectada por muchos de sus lastres. Una izquierda tozuda y casi tan conservadora como sus rivales. Una izquierda sin ánimos de contradecir el discurso dominante. Una izquierda, en fin, que ha ganado en estos años millones de votos -y se ha hecho con el control casi absoluto de la ciudad de México-, pero cuya influencia nacional ha sido casi insignificante. La salida de López Obrador del PRD, con la intención de fundar un nuevo partido, es una pésima noticia: si unida, y con dirigentes en extremo populares como Cárdenas y él mismo, la izquierda no logró imponerse, dividida corre el riesgo de volverse irrelevante. Si nada altera esta deriva, todo indica que el país permanecerá por muchos años más bajo el dominio de la derecha conservadora. 

           

twitter: @jvolpi



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4 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Como en un concierto de rock

No tengo la menor idea de quién va a ganar el martes la elección presidencial. Encuestas y apuestas juegan en favor de Obama. Pero las cifras son todas muy ajustadas, de forma que al final puede jugarse en un bolsillo de votos en uno de los estados considerados indecisos (swing states). No tengo ninguna duda, sin embargo, si juzgo a partir del instrumento más impreciso y subjetivo, que es el de mi percepción directa de la imagen y la actuación de los candidatos en los mítines a los que he podido asistir estos días.

Asistí a dos mítines de Mitt Romney, ambos perfectamente representativos de la clientela electoral que acude a los llamamientos del Partido Republicano, racialmente muy homogénea. A los escasos afro americanos e hispanos que acuden se les ve en el escenario detrás del candidato. Lo mismo sucede con los candidatos del distrito al senado y al Congreso, así como los cuadros locales, todos pertenecientes a una mayoría blanca que se encoge y se disuelve en el melting pot coloreado y pronto será una minoría más. La imagen de Mitt Romney, su oratoria y gesticulación, todo pertenece a este mundo, que tuvo sus tiempos de mayor fulgor y gloria en los años 50 y 60, los tiempos en que se sitúa la serie Mad Men. Pronuncia bien sus discursos, al igual como sabe debatir con eficacia e inteligencia, como saben hacerlo centenares de miles de estadounidenses educados desde niños en el arte de liderar, de mandar y hacerse obedecer, de convencer y persuadir; todos quieren ser presidentes cuando sean mayores.

Con la política americana sucede como con la música. La calidad de sus músicos, su número, su talento, son infinitos. Pero solo unos pocos llegan y consiguen llevarse al público entero. Romney es un excelente orador político, pero del excelente montón de excelentes oradores políticos que pueblan las cámaras parlamentarias, la federal y la de los Estados, los gobiernos y, por supuesto, los tribunales, lugar de una especial oratoria y una especial persuasión no estrictamente política pero políticamente muy importante; sin contar, claro está, con el enorme talento oratorio que encontramos en los medios.

Barack Obama, en cambio, es una estrella del rock. Le vi anoche, casi de madrugada en un inmenso anfiteatro de Manasas, Virginia, al lado de otra estrella del rock llamada Bill Clinton. Un negro y un blanco, dos estrellas del rock únicas, que levantaron a un público radicalmente distinto al que había visto en los mítines de Romney: hispanos, negros, asiáticos, muchos jóvenes, muchas familias de todo tipo.

La bandera es la misma y luce de forma espectacular como fondo del escenario en los mítines de ambos partidos. También es el mismo el patriotismo que se exhibe en los mítines. Incluso la música no difiere en exceso, más country la republicana, más rock la demócrata. Es el público, en buena correspondencia con los candidatos, el que difiere y refleja el ideal de sociedad que cada candidato tiene en su mente.

Romney es el candidato que más se parece a como eran los Estados Unidos hasta ahora, mientras que Barack Obama es quien más se parece a cómo han empezado a ser y serán en el futuro y a cómo es ya el mundo global. Nada significa todo esto respecto a los resultados electorales. Si es una elección tan cerrada, con los dos candidatos codo a codo, es porque en el conjunto del país hay todavía muchas dudas y resistencias sobre el camino que debe tomar.



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4 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dos elecciones

Los ciudadanos de Estados Unidos eligen el próximo martes a los 270 miembros del colegio electoral del que saldrá su presidente para los próximos cuatro años. Apenas 48 horas después, los 2270 delegados del 18 congreso del Partido Comunista de China elegirán a un Comité Central de unos 350 miembros, que a su vez elegirá a los 25 del politburó y a los siete del comité permanente, entre los que destacan dos personajes, el que ocupará la secretaría general del PCCh, la presidencia de la República y la del Comité Militar y el que será el primer ministro.

La elección presidencial americana el 6 de noviembre culmina un largo proceso, iniciado casi dos años antes, que incluye la presentación de los candidatos a las primarias de cada partido, la elección de delegados para los congresos republicano y demócrata, la nominación del candidato al final del verano y finalmente la campaña presidencial que ahora toca a su fin. El mismo día de la trascendental elección presidencial se eligen también un tercio de los senadores, el entero Congreso, así como las cámaras de los Estados, gobernadores y altos cargos de los estados, fiscales y presidentes de consejos escolares de distrito, y hay incluso consultas populares. La elección china también es fruto de un largo y complejo proceso que se diferencia de la estadounidense en dos cosas: su opacidad y la restricción de la participación electoral a los miembros del Partido Comunista, 80 millones de militantes sobre una población de 1.300 millones. En el momento en que el Congreso se reúne todo el pescado está vendido, es decir, todos saben quienes serán el número uno y dos del partido y del Estado. Mientras que en EE UU sucede exactamente lo contrario, la incertidumbre suele durar hasta el último minuto.

También hay semejanzas profundas, invisibles a simple vista, entre estas dos elecciones decisivas para las dos primeras economías del planeta y por tanto para todo el mundo. Los dos partidos que compiten en EE UU tienen una correspondencia en el partido único chino en formas de dos tendencias: de un lado una corriente que favorece a los negocios privados, la liberalización del mercado y las inversiones extranjeras, y de la otra los partidarios del Estado de bienestar, la inversión pública y la limitación de emisiones a la atmósfera. Pero en vez de concurrir libremente a unas elecciones están obligados a consensuar sus posiciones y a coaligarse, algo que hace todavía más difícil la comprensión de la correlación de fuerzas desde el exterior del sistema.

Hay más multimillonarios en la elite política china que en las instituciones representativas de la América capitalista: elitistas y populistas comunistas, todos quieren hacerse ricos por igual. Y hay muchos multimillonarios americanos que envidian el sistema chino por la eficacia con que se toman decisiones con métodos tan oscurantistas.



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4 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La niebla de las urnas

Cuanto más se acerca la fecha, más espesa es la niebla. Los sondeos siguen dando un empate técnico, aunque la aritmética electoral juegue, al menos teóricamente, en favor de Obama. Los últimos datos del paro este viernes son ambivalentes a efectos del enfrentamiento electoral: 171.000 empleos nuevos en octubre, todos en la empresa privada, aunque el índice de paro sube del 7'8 al 7'9 por el aumento de los demandantes de empleo, lo que da ya 29 meses seguidos de creación de puestos de trabajo.

Uno de los más prestigiosos economistas de Princeton, Alan Blinder, lo ha sintetizado en un artículo en el WSJ, pocas horas antes de que se conocieran las últimas cifras del paro, en el que señala que el estado de la economía de EE UU todavía no es saludable, aunque esté mejorando a ojos vista. Lo primero favorece a Romney y lo segundo a Obama. La creación de empleo es uno de los temas de campaña más entonados en todos los mítines: Romney promete crear 12 millones en su presidencia. Y se supone que está muy bien habilitado para sostener la promesa como multimillonario y hombre de negocios, aunque tiene el inconveniente de que su nivel de excelencia es precisamente como directivo de empresas dedicadas al desguace de empresas industriales y la liquidación de sus correspondientes puestos de trabajo: el destructor de empleo promete crear empleo.

Tienen más resonancia otros temas que colocan el foco sobre el rival, en vez atraer las críticas sobre sí. Los republicanos han elegido dos flancos débiles de Obama para golpear en las últimas horas de la campaña. Lo hacen a través de sus aparatos mediáticos, con la cadena Fox News a la cabeza, es decir, con toda la fuerza negativa de los oscuros ejércitos de Murdoch. Dejan, en cambio, que su candidato se dedique a cultivar la imagen presidencial tan difícilmente conquistada en los tres debates televisivos con Obama.

El primer flanco débil tiene por nombre Bengasi, la ciudad donde murió el embajador Chris Stevens y tres funcionarios estadounidenses más en manos de un grupo armado. El objetivo es demostrar, primero, que Obama ha fracasado en su lucha contra Al Qaeda, a pesar incluso de su directo protagonismo en la decisión de matar a Bin Laden. Segundo, que ha descuidado gravemente la seguridad de sus diplomáticos. Tercero, que ha ocultado o incluso mentido con las primeras versiones de los hechos en las que se aseguraba que era consecuencia de los disturbios provocados por el video infamante sobre Mahoma.

El nombre de George W. Bush, cuya sombra se proyecta sobre la derrota republicana de John McCain ante Obama en 2008, se asocia subrepticiamente a este episodio y al momento de la campaña. La versión republicana es que Bush supo hacer frente al 11S y libró a Estados Unidos de ataques terroristas durante su presidencia. Pero además tuvo que sufrir el calvario del Katrina, por el que los republicanos recibieron un duro castigo en las elecciones de mitad de mandato de 2006, además de las presidenciales de 2008.

Pues bien, ahí está el Katrina de Obama. Se llama Sandy y ha dejado las costas de New Jersey y de Nueva York llenas de desolación e incluso muerte, aunque en proporciones infinitamente inferiores al huracán de 2005. El gobernador del primer Estado, el orondo Chris Christie, un republicano populachero que podría participar en un casting para los Soprano, ha agradecido a Obama su implicación personal en la asistencia de los damnificados y ha dado imágenes televisivas que han llenado de amargura a la campaña de Romney. Más lejos ha ido Michael Bloomberg, el alcalde Nueva York, que ha dado su apoyo electoral a Obama, y por este solo hecho se ha convertido en blanco de críticas intensificadas por su actuación ante el huracán y su pretensión inicial de mantener la maratón de Manhattan. No es extraña la reacción airada de la Fox y sus redoblados ataques contra el presidente demócrata. A partir del doble estigma de su 11S y de su Katrina, los comentaristas de la cadena de Murdoch anuncian una derrota apabullante de Obama con un aplomo que no se corresponde con las encuestas ni con lo que dicen las otras cadenas de televisión y la mayorías de los periódicos. Ponen en práctica una voluntarista teoría, que considera posible crear artificialmente una atmósfera de victoria con la esperanza de que las profecías terminen produciendo efectos e induciendo a su cumplimiento. Esta teoría tiene una ventaja: cuando se comprueba que no sirve, una vez se ha levantado la niebla de las urnas, ya nadie se acuerda de discutirlas ni desmentirla porque hay cosas más importantes que hacer.



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3 de noviembre de 2012
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El Boomeran(g)
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